Buenassss! Otra vez yo. Aquí les traigo un pequeño one shot que me he permitido dejar salir de mi mente…. Es la descripción de los sentimientos de Sam desde que regresó del hoyo hasta que tiene una charla esperanzadora con su hermano mayor. Por eso, tiene spoiler del 6x08. He sentido la necesidad de mostrar lo que piensa Sam (evito a propósito la palabra "sentir"), para que podamos comprender más al menor de los Winchester. Y luego vendrá un one shot con lo que siente (y evito la palabra "pensar") el mayor de los Winchester. Espero que la temática les interese y sobre todo que les interese leer lo que yo he escrito…

Deseo agradecer de corazón a mi amiga/hermana sammynanci que me beteó parte de esta historia, inspirándome y sugiriéndome cosas que no se me habrían ocurrido a mí solita. ¡Gracias!

Y como siempre, antes de subir el one shot de Dean, voy a esperar sus comentarios y recuerden que mi espíritu es y será conciliador. No hay blancos ni negros en esta historia. Sólo grises. Así que creo que los bros necesitan uno del otro, sin culpas, sin reproches.

Las palabras brotaban de los labios de Sam Winchester como si estuviera diciendo lo más natural del mundo. Pero no era así. Dadas las circunstancias de tiempo y lugar, era de lo más extraño oírlo decir aquello. Y al principio, su hermano pensó exactamente eso, que era extraño lo que oía y que seguramente estaba equivocando la interpretación de esas palabras. Pero no. Sam estaba tratando de ser sincero por primera vez desde que había regresado del hoyo. Estaba tratando de comunicarse, de expresar lo que sentía, o mejor dicho, lo que pensaba.

El menor de los Winchester había perdido su alma inmortal y con ella había perdido su capacidad de empatía con los débiles, con los necesitados, se había vuelto temerario, su fuerza física había aumentado notablemente y en resumen, se sentía como una perfecta máquina de cazar. Era una perfecta maquinaria. Pero sabía que eso no estaba bien. Él no era así, nunca lo había sido. Esa no era su esencia. Y lo peor de todo, sus sentimientos habían desaparecido. Ni siquiera necesitaba dormir, cosa que lo hacía sentir prácticamente inhumano. El vampiro Alpha se lo había dicho, "el perfecto animal" lo había llamado. Y ni siquiera en ese momento había podido sentir absolutamente nada. Al menos le hubiera gustado sentir rabia. Ese sentimiento que lo había acompañado durante tantos años y que lo había llevado a cometer tantos errores pero también a hacer lo que lo hacía ser él. Rebelde, inconformista, osado. Pero no logró sentirla. No sintió nada.

Tampoco lo había logrado cuando había vuelto a ver a su hermano después de casi un año de separación. Era como ver a una persona conocida. Lo recordaba, pero no podía sentir nada por él. Ni bueno ni malo. Le era completamente indiferente lo que le sucediera. Obviamente no podía decírselo, así que optó por mentir. Decidió ocultárselo hasta que pudiera hallar una solución a lo que le sucedía o hasta que el mayor lo descubriera por sí mismo. Lo que ocurriera primero. Y esto último fue lo que ocurrió. Era predecible: un cazador experimentado como Dean no podía tardar mucho en darse cuenta de que algo no iba bien con su hermano. Además contaba con una ventaja extra: lo conocía mejor que a sí mismo, por lo que era prácticamente imposible ocultarle cualquier cosa.

Y tampoco había sentido nada cuando vio a su hermano a punto de ser convertido en un vampiro. Sólo había pensado que era un excelente modo de llegar hasta el nido, de cazar al Alpha inclusive, sin preocuparse por las consecuencias que eso le pudiera acarrear a su hermano. En otras épocas todo eso ni siquiera se le hubiese pasado por la cabeza. Lo único que experimentó en ese instante fue una especie de curiosidad, de intriga por ver lo que estaba por suceder, como si estuviera viendo una película en el cine. Fue como un atisbo de sensaciones que parecieron asomar a su mente, pero nada más. Un efímero chispazo.

Y luego recordó cuando unos momentos antes habían bebido juntos una cerveza en el bar en donde realizaban la investigación y las palabras de Dean le retumbaban en su cabeza: "¿Cuánto hace que no bebemos juntos una cerveza?" Palabras que llevaban implícitos tantos momentos, tantas sensaciones, tantos recuerdos, tanto cariño fraternal. Porque era parte de la personalidad de su hermano, de su modo de ser. Invitarlo con una cerveza era invitarlo a compartir su mundo, sus sentimientos, sus más íntimos deseos, sueños, temores y esperanzas. Así era como Dean Winchester abría su alma con su hermano. Y Sam no había sentido absolutamente nada. Nada. Sólo podía pensar en la cacería que estaban llevando a cabo. No había podido sentir nostalgia por los momentos que ya no compartía con su hermano, no había podido lamentar el hecho de no querer o no poder compartir nada con él.

Tampoco había podido responderle, así que lo obligó a volver al trabajo. Y luego, unos días después, se tuvieron que cruzar con la diosa de la verdad, una maldita perra a la que no se le podía mentir. Claro, los humanos no podían mentirle, pero él, él era como un robot, así que no le había significado ningún esfuerzo ocultarle la verdad de lo que pensaba a ella, a Veritas. Pero eso lo había puesto al descubierto con Dean. Finalmente estaban frente a frente y no podía seguir ocultándole más cosas al rubio. Pero la verdad era que no le importaba lo que éste pensara. Nada le interesaba, sólo seguir viviendo, seguir cazando. Era puro instinto. Pero sabía que ese no era quién él acostumbraba ser y por eso no quería separarse del pecoso, porque sabía que el único que podía mantenerlo humano era él. Algo en su interior le gritaba que sólo se salvaría manteniéndose junto a quien lo había criado. Y decidió seguir esa pequeña voz que parecía gritar desde lo profundo de su ser. Después de todo, Dean jamás le había fallado. Y estaba seguro que no lo iba a hacer ahora.

Cuando el rubio reaccionó de mala manera, la paliza lo sorprendió pero no sintió nada: sólo el dolor físico normal en esas circunstancias. Sabía que debería haber reaccionado, haber devuelto los golpes, resistirse, pelear, mirar a su hermano con reproche. Algo. Pero no hizo nada de eso. Sólo se dejó pegar, dejó que el otro descargara todo su dolor, su rabia, su impotencia en él. Y no lo hizo por hacerse la víctima. Ni por hacerse el héroe. Ni por ayudar a su hermano a desahogarse. Lo hizo por esa sensación de estar viviendo una película, en donde ves lo que sucede pero no participas directamente de la acción. Se sentía un espectador de su propia vida, de su propio cuerpo. Y tampoco le importaba lo que su hermano sintiera. No porque no le importara, sino porque no podía sentir. Quería pero no podía.

Y entonces, cuando despertó, se encontró con Castiel que lo miraba con curiosidad y en pocos minutos supo lo que le sucedía: había perdido su alma. Y luego supieron que Crowley estaba detrás de ello. Eran rehenes de un asqueroso demonio con aspiraciones a rey. Y Dean siguió a su lado, apoyándolo a su manera ruda, torpemente, con regaños, con impaciencia, como había sido criado, pero aun así siempre demostrándole que podía contar con él para todo. Volvía a ser el hermano mayor preocupado, ansioso, sobreprotector. Y él no sentía nada. Sólo un gran vacío de sentimientos. Así fue que esa noche, mientras conducían el Impala, supo que debía decir algo. Aunque más no fuera para llenar ese vacío y ese silencio que se había hecho entre los dos. Tenía que lograr que su hermano confiara en él nuevamente, porque lo necesitaba a su lado.

Sentía el cansancio que embargaba al rubio, cansancio que él no era capaz de sentir. Hasta lo envidiaba un poco por ser tan humano. Así que apeló a lo único de lo que disponía: sus recuerdos, que estaban intactos. No podía sentir amor pero podía recordar lo que era el amor. No podía sentir pena ni dolor, pero sí podía recordar los momentos en que los había sentido. Así que habló, habló apelando a los sentimientos que brotaban del alma del mayor. Le recordó su infancia, sus momentos juntos, su primer amor, sus tristezas y alegrías. Le volvió a reiterar que a pesar de todo, a pesar de lo que le faltaba –nada menos que el alma- seguía siendo Sam, su hermano menor. Y funcionó. Logró llegar a Dean: se dio cuenta que éste había bajado la guardia y que confiaba en él nuevamente. Lo vió enternecerse y supo que eso era bueno. Ignoraba porqué, pero algo le decía que era imprescindible que su hermano confiara en él. Porque de cualquier situación iban a salir juntos, como siempre había sucedido. Y ésta no era la excepción. Y por primera vez desde su regreso, Sam sintió algo que podría llamarse fe: fe en el futuro junto a su hermano, fe en poder vencer los peligros que los acechaban, fe en que existiera algo parecido a la felicidad, o al menos, a la paz.