N/A: ¡Hola a todos! :). Aquí vengo con otra traducción de Rainjoy (la autora de Tinta, el otro fanfic que traduje); sin duda, uno de los fics más tristes, delicados y preciosistas que haya podido leer. Son dos fics, este, compuesto por tres capítulos y una secuela (Pas de Deux) de otros tres capítulos. Seis, en total. Por supuesto traduciré los dos (¡no os dejaría colgados así!) pero tardaré un tiempo porque, a diferencia de Tinta, estos fics son normales, con su narrativa, y su diálogo y ese inglés que me da dolor de cabeza.
Espero que lo disfrutéis tanto como yo al leerlo y traducirlo. Como siempre, agradezco cualquier tipo de review ya sea positivo o negativo mientras sea constructivo, y os animo a leer la historia en original así como felicitar a su autora (a quién podéis encontrar en livejournal). Una advertencia final: no es un fic exactamente feliz. Y las relaciones mostradas no son exactamente sanas o correctas. Espero que lo tengáis en cuenta.
Por supuesto, situado después del anime viejo pero antes de la película. Pueden haber spoilers.
Disclaimer: La historia original pertenece a Rainjoy, que me ha dado permiso para traducirla. Yo solo soy responsable de la traducción y no reclamo ninguna autoría sobre la misma. Fullmetal Alchemist pertenece a Hiromu Arakawa, Studio BONES y Square-Enix.
Nota: Quiero dedicarle este capítulo a mi madre por su inestimable ayuda cada vez que una palabra desconocida se me atascaba en el gaznate. Y por su paciencia por cada vez que he dicho ¿qué palabra en castellano define...? a pesar de que no se me entendía nada xD. No es el tipo de fic que ella leería, pero sin su ayuda no lo estaría colgando :P
Padam, padam
Parte I.
—Ven conmigo.
—¿Que vaya contigo?
—Al Sur. Para seguir la luz. ¿Vendrás? Quiero verla en tu piel, en tu cabello...
—No...detente. ¿El Sur? Pero...necesito las bibliotecas-
—Habrá campos. Trigo maduro y pesadas uvas en la vid. Cada mañana el sol se derramará a través de la ventana con abundante luz y haremos el amor en su mismo centro, antes de levantarnos-
—Necesito las bibliotecas, ¿de que me sirve el campo? Sabes que necesito-
—Di que vendrás conmigo.
Pausa.
—Dilo. Ven conmigo.
—...Roy. No puedo.
—Claro que puedes. Olvídate de tus libros, tómame a mi en su lugar. ¿Por favor?
—No puedo.
—Habrá una vida mejor para ti allí. Seremos felices. Te haré feliz.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Necesito...ya sabes que necesito...
—¿Es más importante que el amor?
—Lo es. Roy, es la cosa más importante.
—El amor lo es más.
—No. Ni siquiera sé si esto es real.
—El amor lo es.
—Ni siquiera sé si tu eres real.
—El amor lo es.
—...ni siquiera sé si yo soy real la mitad del tiem-
—El amor lo es.
—¡Deja de decir eso! Ni siquiera sé si esto, si eres tú-
—Sé que me amas.
—Yo-yo no sé si eres tú...
—Pero amas. Para mi es suficiente. Amas. Brillas con el amor y te oscureces con él y para mi es suficiente.
—Roy, no puedo.
—Mi amor, mi musa, di que vendrás conmigo.
—No puedo.
—Vendrás.
—No.
—Me amas.
—No.
La primera vez que se vieron fue en la estación, durante una larga e interminable discusión (bueno, discusión a medias, ninguna de las dos partes estaba lo bastante segura de lo que decía la otra como para enfadarse, así que solo se irritaban) por unos tiquets. El francés de Alfons era malo; el de Ed terrible. Podía leer con fluidez pero a falta de clases de pronunciación, se comunicaba tan bien como un gato.
—Nous avons deux billets! —se quejó Alfons agitando los tiquets. El guardia respondió tan deprisa que el sonido bien pudo haber sido un gruñido.
—Quizá quiere nuestros pasaportes —dijo Ed, sentado lánguidamente sobre una maleta, con la cabeza apoyada en sus manos. Una situación ridícula, pensó. Tiempo atrás se habría limitado a enseñar su reloj y entrar con paso firme...
—Está diciendo que vuestro tren está cancelado —dijo una voz, serena como el mar en calma, a sus espaldas— ¿Sois ingleses?
E incluso con el acento...
Incluso en otro mundo...
La voz erizó a Ed de pies a cabeza y crispó sus nervios. Alzó la cabeza de entre sus manos lentamente, y elevó la vista.
—¿Cancelado? —dijo Alfons— ¡Tenemos que estar en Munich mañana!
Los mismos ojos oscuros. La misma piel de mármol, y suave, sardónica sonrisa. Su cabello estaba algo más desaliñado, un poco salvaje, cayendo por encima de sus ojos...
—Tú —dijo Ed—, eres un capullo.
Y él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada y Ed jamás había visto algo igual.
—Los ingleses tenéis un dicho, ¿no? "No dispares al mensajero".
—No soy inglés y tú eres un capullo.
—Pff, que no es inglés dice. No eres americano.
Ed se encogió de hombros.
—¿Estás siquiera prestando atención al problema que tenemos entre manos? Edward, como vas a llegar a-?
—El tren saldrá más tarde esta noche —dijo el moreno, falso Mustang, y se encogió de hombros—. Llegaréis un día tarde. No importa.
—Una actitud muy francesa —dijo Alfons con amargura.
El Mustang-que-no-era-Mustang volvió a encogerse de hombros.
—Un día, dos. Al final, no tiene ninguna importancia. Llegareis allí, ¿no?
El sonido de su voz, más áspera con este acento que la de Mustang, le hacía cosas raras al cerebro de Ed. Sintió el más profundo y extraño deseo de obligarle a quedarse para poder investigarlo, de no perderle de vista, necesitaba conocerlo...tenía un rectángulo envuelto en tela bajo uno de sus brazos.
—¿Planos? —dijo Ed, y el que no era Mustang le alzó una ceja.
—Pintura. No sirve para nada.
—Bohemios —murmuró Alfons.
—¿Que...? —Ed sentía la boca seca; por dentro se balanceó, trastabilló y cayó. A esas alturas ya estaba acostumbrado a Alfons pero cada rostro "nuevo", cualquier cosa que en ese mundo le recordase a su hogar le rompía el cerebro y no podía dejar que ese falso Mustang se fuera, no aún...— ¿Qué vas a hacer con eso?
—Lo llevaba para tirarlo en el Sena —levantó el lienzo con una ligera sonrisa—. Un gesto romántico y fútil por igual. Quizá me habría tirado yo también.
—Tu también. ¿Por qué?
—Pff. En ese momento me apetecía. Ahora...puede que me sienta mejor —sonrió. Una sonrisa tan lobuna como las de Mustang— ¿Puedo recomendarles, caballeros, variadas formas de pasar el día mientras sean...invitados de nuestra ciudad?
¿Cuánto había planeado?
Les llevó a una cafetería —Ed le seguía fascinado, esperando el momento en que se peinaría el pelo hacia atrás y empezaría a comportarse con enfermiza condescendencia, en que le llamaría Acero y soltaría pequeños gruñidos de exasperación como si fuera un crío, todo mientras Alfons le murmuraba constantemente en bajo alemán que no confiaba en este hombre— y encendió una sucesión de cigarrillos por encima del café.
En cuanto supo que iban a Munich por sus instalaciones de investigación, ¿no era lo más natural que mencionase las bibliotecas de París? Nunca se había interesado mucho por las secciones científicas, ¿pero acaso no podían hallar allí algo que no verían en Alemania?
Y porque la mente de Ed no podía pensar siempre en términos de Ed-y-Alfons y aún pensaba como Ed-y-Al, por supuesto concluyó que yo me quedaré aquí, tu irás a Alemania y los dos seguiremos con nuestra investigación hasta llegar a un punto intermedio, entonces nos informaremos el uno al otro...
—Todo suena fascinante pero tenemos que irnos —dijo Alfons enfáticamente, pero el falso Mustang se deshizo de sus objeciones con un gesto de su mano y, en algún momento, el café se convirtió en vino tinto.
Su nombre, por supuesto, era Roy. Al oírlo la risa escapó de Ed sin que este pudiera controlarla en absoluto. Alfons le miró confuso y enfadado, y dijo: —No muy francés.
—Mi padre era americano —dijo Roy, con un cigarrillo colgando fácilmente de entre sus largos dedos.
—¿Y tu madre? —dijo Ed, y Alfons le pisó el pie por debajo de la mesa. Si algo tenía claro es que Ed no conocía los límites apropiados para una conversación.
—Una bailarina. Que en aquella época significaba nada mejor que una puta, por supuesto —Roy tomó una pensativa calada de su cigarrillo; el humo subía como especias por encima de la mesa y dijo: —¿Vosotros sois hermanos?
Dentro de Ed algo dijo sí y algo dijo no al mismo tiempo.
—Compañeros de investigación —dijo Alfons—, que por cierto Edward, tenemos que ir tirand...
—Pero yo puedo quedarme aquí. Tú puedes empezar con la física en Munich y yo puedo echarle un ojo a la químic-
—¡No tienes ningún sitio donde quedarte! A veces creo que no alcanzas a comprender como funciona el mundo, nunca piensas en el dinero, no piensas con pragmatismo-
—Puede quedarse conmigo —dijo Roy, apagando las últimas chispas de su cigarrillo contra el grueso fondo del cenicero de cristal para luego sacar otro— Non? Solo unos días.
—Tenemos reservas para-
—Necesitamos la información, Alfons-
—¡Cada vez que oyes hablar de una nueva biblioteca te puede la codicia! Es como si pensaras que la maldita Piedra Filosofal está escondida detrás de cada estantería —murmuró Alfons, y Ed tosió el vino de vuelta a su copa. Es una metáfora, se dijo, y Roy se acercó ligeramente para darle unos golpes en la espalda y ayudarlo con su tos. Alfons le fulminó con la mirada e interrumpió en alemán.
—No confío en este hombre. No para de mirarte.
—¿Y? —el alemán de Ed, era por lo menos, tan bueno como para hablar con Alfons—. Tu también me miras.
La cara de Alfons se tornó casi púrpura.
—¡No de la misma forma!
—¿Va todo bien? —preguntó Roy, sonriendo ampliamente a través del humo. Ed le miró de reojo.
—No pasa nada. Me quedaré aquí y...
—De verdad que no creo —dijo Alfons entre dientes—, que esa sea una buena idea, Edward.
—Pft. ¿Y por qué no? —entonces Roy dijo algo en francés demasiado rápido para que Ed lo entendiera; si lo hubiera escrito lo habría pillado, pero tal y como fue no sabía porqué Roy sonreía con esa sonrisa ladina que tan bien conocía, ni porqué Alfons se había puesto magenta, se había levantado y agarrado a Ed del brazo.
—¡Nos vamos!
—¿Qué? ¡Yo me quedo aquí!
—Edward —claramente, Alfons quería gritar de lo furioso que estaba pero se contentó con un vicioso siseo en alemán—, ¡ese hombre es un pervertido!
—Pues...ja —dijo Ed, sorprendido de que Alfons hubiera sentido la necesidad de señalar lo evidente. Aunque nunca había conocido a Mustang, ¿no...?
—No puedo...eres un idiota a veces...¡no puedo dejarte solo con él! ¡Mi consciencia no estaría tranquila!
—Alfons —Ed puso los ojos en blanco. A veces podía ver a Al en él de verdad—. Incluso si es un pervertido —se encogió de hombros solo con su brazo derecho—, tendría que ser un verdadero pervertido para querer estar conmigo, ¿vale? No estoy en peligro.
Alfons se quedó callado.
—Estaré bien. Ve a Munich. Te veré en unos días.
Alfons vaciló; nunca tenía la fuerza suficiente para enfrentarse a la tozudez de Ed durante mucho rato.
—Alfons...
Alzó las manos hacia el cielo y entornó los ojos hacia el techo. Tú mismo, dijo. Ed se encogió de hombros y le abrazó — al principio siempre se sorprendía, pero después siempre se relajaba entre sus brazos — y con una última mirada fulminante a Roy, Alfons se dirigió de vuelta a la estación para coger el último tren a Munich.
—Bon voyage —dijo Roy casualmente, y entonces se volvió hacia Ed—. Bien. Ahora háblame de tus cohetes.
Su apartamento estaba tres pisos por encima de una panadería y allí dónde la pared se unía con el suelo había innumerables lienzos cubiertos de sábanas. Gotas de pintura brillaban en el parqué, centelleando como estrellas bajo la luz de las farolas. Estaba demasiado oscuro para ver mucho salvo la desnudez de la estancia. Había un colchón tirado en el suelo de la amplia habitación y un pequeño sofá contra el que Ed chocó y cayó encima. Vino. Dios, no más vino. Había aprendido a aguantar la cerveza hasta cierto límite pero al vino jamás se acostumbraría...
Roy chasqueó la lengua y empezó a quitarle el abrigo. Ed lo apartó torpemente.
—Pue'o hacerlo, pue'o hacerlo, vete a dormir, 'toy bien.
—Un anfitrión siempre piensa primero en su huésped —dijo Roy, y se arrodilló en el suelo para quitarle los zapatos a Ed. Él se encogió, apartando veloz la pierna izquierda de su agarre.
—Ya lo haré yo. ¡'ete a dormir! Jo'er, pue'o hacerlo-
Roy alzó una ceja, canturreando mientras buscaba una almohada para Ed. Este se quitó el abrigo, lo enrolló para acostarse encima —le gustaba este sofá, tenía que levantar los pies para que no se cayeran por el borde, pero era un buen sofá, un sofá de buenas medidas— y estaba demasiado adormilado en su borrachera para evitar que Roy le levantara la cabeza, acariciando su cabello, y colocara cuidadosamente una almohada debajo de esta.
—Bonne nuit —murmuró la voz de Roy, y Ed permitió que las pesadas hadas del vino se lo llevaran al sueño, lejos de allí.
Se despertó con el sonido de la lluvia, y el olor a humo de cigarrillo, café, y pan recién hecho. Su abrigo se arrugó al sentarse, se tocó la cabeza y se sintió argh, mirando con ojos entrecerrados a través de la habitación desconocida...
...hasta topar con un rostro familiar sentado en la destartalada mesa de la cocina, que habiendo alzado la cabeza del libro que leía balanceaba un cigarro en el borde de su plato y sostenía una taza de café en su mano.
—Buenos días —murmuró con voz cascada y terrosa, típica de este Mustang— ¿Dormiste bien?
Ed cerró los ojos en un gesto de dolor y sintió que su cabeza estaba argh.
—Pft. Ingleses. Incapaces de aguantar un buen vino.
—...'allate, jo'er. Ay, ay.
—¿Café?
—Por favor...con azúcar...
Le llevó la taza, con un café negro y denso como sirope. Sus largos, pálidos dedos, allí dónde tocaron los de Ed, estaban calientes por sostener la taza.
—Así pues, científico mío, te enseñaré la biblioteca esta mañana, ¿sí? Y por la noche vuelves y te pinto.
Encorvado sobre su café Ed dijo: —Yo...¿qué?
—Ese es el trato que hicimos —dijo Roy con calma, recogiendo el libro que había dejado abierto bocabajo sobre la mesa y cerrándolo, no sin antes colocar cuidadosamente un punto de libro rojo—. Supongo que te acordarás.
—Yo...no. Ay. Joder. ¿Qué? ¿Pintarme?
—Lo discutimos en el café.
—No me acuerdo...
—Estabas borracho.
—Vete a la mierda. Pero...
—La palabra de un hombre se mantiene como tal incluso en la compañía del vino.
—Joder. Joder. Ay...vale. Espera, —su cabeza estaba demasiado argh— ¿pintarme?
—Insististe en que nada de "cosas raras" —cosas vibraba con zetas en su voz, muchas zetas—. Vestido de pies a cabeza. Y yo estuve de acuerdo. Te pintaré tan modesto como una Madonna.
—No, no, espera. Ay ay joder mi cabeza. No puedes- no tengo el tiempo para que me pinten-
—Aún así.
Ed se frotó las sienes con una mano. Joder. Joder con todo. Si algo tenía Alfons en común con Al era que siempre tenía razón. Y su cabeza estaba tan argh...
—Mas vale que esta biblioteca sea una puta maravilla —murmuró.
La biblioteca era una puta maravilla. Solo los libros que había en latín y griego habrían sido más que suficiente, pero también había textos en francés y alemán; era en momentos como ese, perdido en el gris, lúgubre y solitario mundo dónde el sol jamás parecía alzarse o brillar lo suficiente, en que Ed sentía que podía hacerlo de verdad...
Ya voy Al, ya voy, tú solo espérame allí, eso es todo lo que tienes que hacer, vivir y esperarme...
Ese día sus pensamientos se desviaban mucho hacia Mustang. Supuso que era natural. Había pensado en él desde su llegada allí pero se había esforzado para no caer en la tentación. No sabía...
Por una parte, sabía que Mustang seguía vivo. Estaba cien por cien seguro, habría sido un anatema imaginarle muerto. Nada tocaba a aquel hombre, nada, morir no era la clase de cosa que hacía. Pero probablemente pensaba que Ed estaba muerto, y a decir verdad, siempre pensó que a Mustang le daba bastante igual si vivía o no. Ahora que era un poco mayor se daba cuenta...de lo culpable que se sentía, por no reconocer todo lo que aquel hombre había hecho por él y su hermano. En ese momento, deseó haber estrechado su estúpida mano. Deseó...
Oh, he ahí los motivos por los cuales no pensaba en Mustang. Todo era demasiado confuso.
Podría haberse quedado allí durante una semana como mínimo, leyendo a pesar de su resaca, pero poco antes del anochecer, cuando el aire flotaba pesadamente a través de la luz, hubo un toque en su espalda y al girarse ahí estaba Roy, luciendo una sonrisa divertida y lo que parecía un fuego oscuro y extraño en sus ojos por la posición del sol.
—Ni siquiera oíste como te llamaba.
—Ah, perdona. Estaba leyendo —Ed alzó ambos brazos, estirándose, sintiendo como su espalda se arqueaba con un chasquido— ¿Qué hora es?
—Hora de pintar. Rápido, antes de que perdamos la luz.
—Pero...—su estómago se encogió un poquito—. No sé si quiero...
—¡No hay tiempo que perder! ¡Perderemos la luz!
Había una extraña pasión en su voz que Ed no conocía, que no había oído en Mustang (pero este hombre no era Mustang, le recordó su cerebro). Apenas tuvo tiempo para coger su abrigo; Roy le apresuró fuera de la biblioteca hacia las calles, en dónde se giraba constantemente para mirarle conforme caminaban, con una intensidad que encendía levemente las mejillas de Ed (cosa que trató de ignorar). Mustang jamás le había mirado así. Y debería sentirse agradecido por ello, pues el hombre era capaz de avergonzarlo hasta el punto de querer chillar sin tener que mirarlo así. Ahora comprendía a que ese refería Alfons...
Le zarandeó hasta el apartamento, dónde cada ventana esperaba desnuda, permitiendo que la luz se colara en la habitación hasta llenarla como sirope líquido. Motas de polvo flotaban a su alrededor, igual que una dulce aurora dorada. Ed se detuvo bruscamente y dijo:
—¿Qué estás...? —fue empujado hacia el sofá— ¿Qué...?
—Lee esto —le tiró un libro de color amarillo—. Limpia tu lengua de esa fealdad. Inglés y alemán, mon dieu, no son lenguas dignas de un caballero...
—No soy un caballero —se burló Ed, pero abrió la gramática francesa de todas formas. Le podía ser útil para su investigación. Roy estaba colocando un caballete en su sitio; abriendo cuadernos de bocetos, enrollándose las mangas de la camisa, sus ojos se desviaban hacia Ed cada pocos segundos como si estuviera hambriento de él. Demasiada atención. Ed trató de centrar sus ojos en el libro pero se sentía desnudo debajo de esa mirada. ¿Por qué demonios había aceptado hacer algo así? Bueno, dejando de lado el hecho de que había estado borracho al prometerlo, estaba quedándose a dormir en su sofá: intercambio equivalente...
—Alza la cabeza. No, hacia la luz...alza tu rostro...—rodeando el caballete, Roy agarró a Ed por la mandíbula y giró su cabeza en torno la luz, asustándole—. Así.
Su mano todavía estaba en el cuello de Ed. Este tragó saliva y Roy tuvo que sentirlo a través de sus dedos, así como las vibraciones de su voz, con la cabeza girada en un ángulo tan antinatural: —¿Se supone que debo leer así?
Había algo alicaído en sus facciones, y era tan inusual ver cualquier tipo de emoción honesta en la cara de Mustang...
—No. No, todo está mal...—murmuró suavemente y Ed le alzó una ceja. Todo era demasiado raro.
—En la biblioteca —continuó Roy desesperado—, vi tu intensidad. Vivías el libro. Quiero captar eso, pero entonces pierdo el ángulo correcto para la luz.
—Se supone que eres un pintor, ¿no? Pues imagina la maldita luz —Ed apartó su cabeza del agarre de Roy, abrió el libro, se acostó en el sofá —con el cabello tirado por encima de un brazo— y sostuvo el libro a la altura de su rostro. Ojos fijos en las palabras, mano libre enroscada contra su boca. Llevaba todo el día leyendo con resaca, pero le daba igual; leería hasta que sus ojos sangraran y nada le haría más feliz. El conocimiento era lo más importante. Y de repente Roy le tocó el brazo y se dio cuenta por primera vez de que estaba demasiado oscuro para ver el libro, de que el aire flotaba pesado y azul en el apartamento.
—No me sirve —dijo Roy con calma, tranquilo—. Ni siquiera puedo imaginar la luz si no puedo verte a ti.
La oscuridad había caído sobre París y afuera la ciudad seguía despierta; su voz y su tráfico entraban a través de una rendija en la ventana como un sinuoso y grave murmullo.
—¿Entonces has acabado? —dijo Ed, sentándose y frotando su entumecido cuello y luego sus agotados ojos. No había sido tan malo, apenas habían tardado...
—No. Solo tengo algunos esbozos. Resulta que encuentro tu garganta de lo más fascinante.
—¿Algunos...esbozos? ¡Pensaba que eras pintor! —y entonces—, ¿qué tiene de malo mi garganta? —una mano escondiéndola, cohibida. Ed no recordaba que nadie hubiera mencionado nunca antes algo sobre su garganta, ¿acaso eran todos demasiado educados...?
Roy soltó una carcajada, una risa de fumador con la delicada, suave voz de Mustang.
—No tiene nada de malo. Es bastante perfecta —y se inclinó hacia adelante, en la oscuridad de la habitación, para agarrar la mano de Ed y apartarla de su cuello, para poder ver su piel. Ed se retorció—. Por supuesto que deben haber esbozos primero. ¿Acaso pensabas que íbamos a terminar tan pronto? —otra risa—. Mis disculpas. Hacer esto, pintarte a ti, bien, llevará algún tiempo...
Ed abrió la boca pero su estómago se le adelantó y bajó la vista, sonriendo culpablemente.
—Lo cierto es que no he comido nada desde el desayuno —dijo, y Roy se puso en pie, desordenándose aún más su salvaje cabello con una mano.
—Ah, mis disculpas, perdón, pardon, por supuesto...ven. Los de la panadería me dieron el pan de ayer y sé que hay queso en algún lado...y una botella...
El estómago de Ed soltó un quejido: —No más vino —dijo débilmente.
Roy ya estaba prendiendo velas.
—Siempre vino. Los hombres civilizados no comen sin vino —prendió un cigarrillo de una de las velas —la habitación brilló dulcemente, con suavidad, segura de alguna forma, como si les estuviera manteniendo a salvo— y dio una calada como si le estuviera arrancando oxígeno antes de moverse torpemente hacia la encimera de la cocina, los pocos armarios y la destartalada mesa—. Merde. Otra vez los ratones...
Ed se levantó. La curiosidad le estaba matando pero la vergüenza le contenía un poco, y se acercó a los cuadernos desde un ángulo lateral, intentando mirarlos por el rabillo del ojo...
...y su estómago dio un pequeño salto, la sangre le corrió a las mejillas. Sintió como cada nervio de su cuerpo temblaba. Ese no era...él. ¿No? ¿De verdad la gente veía eso cuando le miraba? ¿De verdad era tan...
...hermoso?
Se ruborizó. No era...
—¿Quieres verlos? —dijo una voz en su oído, y pegó un respingo tan fuerte que casi le dio a Roy en la barbilla. Este soltó una risa, tocó sus hombros y Ed se apartó—. Mira. ¿Que te parece?
La imagen mostraba a Ed apoltronado en el papel, con los ojos entrecerrados mirando el libro y sus nudillos encogidos apoyados contra su boca; su cabello colgaba lánguidamente por encima del brazo del sofá. Había tres estudios independientes solo para su mano contra su boca, su cuello...
—¿De verdad...? —se movió un poco, sintiéndose diminuto por dentro— ¿De verdad me veo así?
Roy chasqueó la lengua en negación, un gesto que sí le recordó a Mustang, acarició el cabello que caía a ambos lados de su cara y lo recorrió con sus dedos.
—No. No es suficiente, eres...—murmuró algo en francés—. Mi inglés no es lo bastante bueno para explicarlo. Eres más que esto. Mucho, muchísimo más que esto...—dijo respecto a su trabajo, desdeñoso.
Ed le eludió un poco porque esa mano en su cabello, esa luz en sus ojos...
—¿Te gustan?
—No sé —musitó Ed—. No sé nada sobre arte. Vamos a comer, me muero de hambre.
No sabía como interpretar la sonrisa de Roy así que le ignoró, pasó por su lado y se dirigió veloz a la mesa.
Dos días después Ed le escribió una carta a Alfons. Fue breve. La investigación iba bien, había consumido demasiado vino y su cabello estaba tan impregnado del aroma que desprendían los cigarrillos de Roy que quizá lo olería para siempre. No necesitaba añadir "castidad intacta" porque Alfons era un paranoico por preocuparse siquiera por eso. Roy no haría...
¿No? Los franceses eran raros y Roy le tocaba un montón (Así decía suavemente bajo la luz de las velas, alzando su barbilla un poco para verter luz contra su mandíbula) pero...los franceses eran raros. ¿A lo mejor eran así y ya está? Y además, tampoco era...tampoco era como si Ed quisiera...no era como si quisiera...no podía pasar sin más, ¿no?
Tras otros dos días hubo pintura de verdad, aunque a Ed no se le permitió ver lo que emergía del lienzo y tampoco estaba seguro de querer. Roy le sacó a rastras de la biblioteca a la hora prevista y le murmuró que algunos amigos irían a visitarlo para la "gran inauguración" y Ed solo se quería morir. ¿Por qué había aceptado un trato así...?
El apartamento estaba lleno de velas y el ambiente era asfixiante por el humo de tabaco que flotaba hasta el techo. Todos les miraron al entrar; Ed agachó un poco la barbilla, sintiéndose ya a la defensiva. Una mujer de cuello largo con una bufanda atada en su pelo rojo murmulló algo en francés y luego dijo con acento y voz cantarina en inglés:
—No mentías, Roy, es una preciosidad.
Ed rogó que la luz de las velas ocultasen la intensidad de su sonrojo.
—¿Quienes son estas personas? —le siseó a Roy, que solo se encogió de hombros.
—Amigos. Artistas. Y ahora que estamos todos aquí...—alguien colocó una copa de vino en la mano de Ed y él ya no tenía fuerzas para resistirse, era inútil—...¿estáis listos?
No. Nunca lo estaría. Había entregado una parte de si mismo, había permitido que Roy la restregara por encima de un lienzo para que la viera el mundo. Estaba aterrado pero y una mierda si iba a mostrarlo...
Roy destapó uno de los lienzos cubiertos con sábanas que para Ed era igual al resto y...eso era en lo que había estado trabajando. Bajo la tenue luz brillaba. Pero...
Ed no lo entendía. ¿Por qué Roy había insistido en que se quedara allí, en que se quedara quieto noche tras noche si todo cuanto iba a pintar era una masa amarilla...? Ni siquiera había una persona. Solo amarillo.
—¿No os gusta?
La mujer pelirroja se sacó el cigarrillo de la boca para decir una vez más: —Hermoso.
—Yo no...—no podía entender— ¿Que tiene que ver conmigo?
Roy chasqueó la lengua, se paró detrás de él y le tapó los ojos con las manos; Ed trató de quitárselo de encima de inmediato pero se quedó helado al sentir la voz de Roy en su oído.
—No busques tu imagen. No trataba de pintar tu imagen. Intentaba pintarte a ti. Ahora búscate...a ti.
Quitó las manos. Ed parpadeó, se centró en la pintura otra vez...
Y allí entre el dorado había una figura, el corazón del dorado era una figura, brillando a través del lienzo con relajadas líneas de energía como un león durmiendo...
—Es precioso —dijo la mujer pelirroja.
Ed miró.
Si algo sabían los franceses era como montar una fiesta. Y el francés de Ed había mejorado un poco, lo suficiente para hacerse entender incluso borracho, aunque a ninguno de los artistas presentes les interesaba mucho su charla sobre el elemento químico más estable para crear combustible de cohete. Ellos hablaban sobre poesía que no había leído, filosofía que no entendía, la verdad es belleza y la belleza verdad pero aquella mujer pensaba que su cuadro era bello, ¿y que verdad había en él? Ni siquiera se le parecía.
Se escabulló afuera para usar el lavabo comunal al final del pasillo, en un momento dado, y...
Roy y la mujer pelirroja se besaban contra una pared, ojos cerrados, todo brazos y bocas encontradas una con otra. El mundo paró de golpe como un choque, Ed no se podía mover, físicamente hablando, y entonces musitó 'isculpadme antes de esquivarles y encerrarse con un portazo en el baño, avergonzado e inquieto y Alfons había tenido razón, estar allí había sido una mala idea desde el principio y estaba demasiado borracho para lidiar con...
Se quedó en el baño durante mucho rato, dejando que los azulejos giraran.
Cuando salió Roy estaba fumando a solas en el pasillo, mirándole con oscuros, lánguidos y entretenidos ojos.
—No te gusta tu retrato.
—No entiendo mi retrato —dijo Ed y ante la confusión en el entrecejo de Roy dijo—: No lo entiendo. Ni siquiera...no me necesitabas allí para pintar eso.
Roy puso los ojos en blanco, murmuró en francés y dijo:
—No tienes arte en tu alma. Eres todo números y sustancias químicas.
Ed se encogió de hombros, incómodo.
—Te necesitaba allí para pintar tu esencia. Te necesitaba para que vieras tu esencia. Quería estar cerca de tu esencia. Ese poder, esa pasión...—Roy soltó su cigarrillo, lo pisó contra el suelo y dio un paso adelante. Edward dio un paso atrás, pero la borrachera hizo que chocara contra la pared—. Mi científico sin arte en su alma, creo que eres mi musa —dijo con una sonrisa, inclinándose hacia adelante apoyando una mano en la pared.
La mano no estaba remotamente cerca de Ed. Y sin embargo, con sutileza, le encajonaba.
—No soy tu musa —farfulló Ed—. Solo estoy aquí por los libros.
—Pero te quedarás un poco más. Non? La pintura no es perfecta. Tengo que intentarlo otra vez. Y otra y otra y otra hasta que pueda capturar esto...—apretó su mano contra el pecho de Ed, contra su corazón, y este casi atraviesa la pared—. Esta noche estás tan nervioso. ¿Te sorprendiste por lo mío con Yvette, no? —la sonrisa de Mustang, tan lobuna, y con todo aquel vino no podía diferenciarlos...— Los ingleses os avergonzáis con tan poca cosa...
—No soy inglés.
—Sin duda no eres americano.
—No estoy avergonzado.
—Tu corazón dice que sí —murmuró Roy, su palma aún presionando el pecho de Ed—. Padam-padam-padam. Estás celoso.
—¿Qué...coño...?
—Qué inocente. Dejarás que te arrebate un poco de esa inocencia, solo un poco, ¿no? —y Ed estaba temblando porque Roy estaba encima suyo, con el mundo entero comprimido en su cálido, enorme cuerpo y la esencia abrumadora de sus cigarrillos y su piel y sentía el cerebro lleno de vino caliente. La boca de Roy estaba tan cerca de la suya que apenas sentía las piernas—. Dame algo nuevo con lo que pintarte la próxima vez, ¿no?
Y Ed podría haber dicho no pero la boca de Roy estaba sobre la suya. Tabaco. Vino. Labios. Sus rodillas temblaron. Aparentemente, a los franceses también se les daba bien esto...Roy le sostuvo por las muñecas o se habría caído al suelo. Su cuerpo palpitaba con vino y con Roy, ¿y que estaba haciendo? Oh, pero se sentía tan bien, dios dios su estómago se había derretido y ahora se deslizaba hacia abajo en forma de calor, hacia su entrepierna...
Roy se separó tras un eterno minuto y le miró otra vez con su oscura, oscura mirada y murmuró: —Solo un poco de tu inocencia, ¿no? —y alzó las muñecas de Ed un poco para redistribuir el peso, para permitir que Ed se mantuviera en pie al alejarse y cuando lo hizo el aire frío le golpeó como viento ártico—. Deberíamos volver. Deben estar pensando que estoy haciéndote cosas depravadas.
El rubor se intensificó en el rostro de Ed. Mustang. En ese segundo eran la misma persona, en ese segundo su voz, y su rostro-
—Esa mujer...
—Una vieja amiga.
—¿Entonces siempre haces estas cosas y no significan nada? —escupió Ed, y Roy se limitó a alzar una ceja.
—¿Quieres que signifiquen algo?
Ed abrió la boca y la dejó abierta y callada.
—Ven —le cogió del brazo—. Deben estar hablando sobre nosotros.
Ed no tenía fuerzas para evitar que le arrastraran, para evitar que le sentaran en el borde de la cama donde una mujer hablaba con un hombre sobre Christina Rossetti y Ed se sintió fuera de lugar, fuera de tiempo, de cuerpo, mal, raro, solo y solitario...
Y la única forma en que podía mantenerse cuerdo era fijando su mirada en Roy.
Espero que lo hayáis disfrutado. Este Roy es de lo más sensual, ¿eh? Será porque es francés, como si lo tuvieran en la sangre o algo. Y a los que preferís al Roy original, al de Amestris, ¡calma! Aún queda mucha historia por delante...
Gracias por leer y si lo hacéis, gracias por comentar, sois siempre un amor :)
Besos,
Lyan.
