Escrito para una actividad de UFF. Lo que debía de llevar el escrito es "Látigo" y "Lime". Nunca me había propuesto escribir uno, pues yo lo que hago es mera improvisación. Y bue~ Eso.
Palabras: 500


No Hay Razón

Lo ve. Sonríe cuando lo ve entrar con aquella expresión que no pareciera de él y aquél hilo de cuero en mano. Lo observa con deleite; sus ojos se vuelven brillosos, mostrando la expectación. Se queda quieto, inmóvil cual animal cazador vigilando a su presa. Los ojos chocolate del otro se burlan él.

—Kyoya… —dice con diversión.

El aludido no puede evitar reaccionar ante su nombre. No puede creer que la persona que tiene delante es la misma que conoció años atrás.

—Déjate de estupideces —escupe.

Y el mayor amplía su sonrisa.

—La paciencia nunca ha sido tu fuerte. —Saborea cada palabra que sale de su boca.

Lo asesina con la mirada, lo cual lo emociona aún más.

—Te morderé hasta la muerte, Caballo Bronco.

El rubio se burla.

—No, Kyoya. Hoy son mis reglas.

Entonces hace un movimiento y el látigo resuena. Dino lo mira desafiante y el otro le devuelve la mirada de igual forma.

—¿Estás seguro, herbívoro? —pregunta en su oído, recalcando la última palabra.

—Mucho.

El rubio se aleja de Hibari y golpea con la punta justo al lado de donde se encuentra parado, dejando una marca en el colchón. El de pelo negro le alza las cejas.

Y eso es el catalizador. El cuero roza la piel del menor, haciéndolo estremecer. Sonríe. Tiene ganas de someter al Cavallone, de hacerlo puré; de morderlo hasta la muerte.

—No hoy, Kyoya. No hoy.

El flagelo lo captura, imposibilitándole moverse. Se ve sometido. Dino le alza el rostro y le deposita un ligero roce en los labios, para después liberarlo y tirarlo en la cama.

Enrolla la longitud en su mano, dejando unos pocos centímetros. Piensa; medita. ¿Qué le puede hacer a Hibari hoy? Sonríe.

Es lo último que percata el de pelo negro, porque acto seguido puede sentir un ligero y suave ardor en los lugares dónde ha tenido contacto el látigo. Siente cómo su piel se calienta y todo él también. El rubio aplasta sus labios contra los suyos y los muerde, dejándole claro que es él quien tiene el control.

—Te he dicho que te estés quieto —dice con perversión, sometiendo por completo al moreno. El menor lo mira con enfado.

Entonces le quita y abre la Caja Vongola, saca las esposas de Alaude con las cual lo sujeta a los postes de la cama.

—Maldito. —Le recrimina.

Y Dino simplemente lo reta con la mirada. Se agazapa aún más sobre el guardián de la nube, le posee los labios y le sopla suavemente en el oído. Se levanta y se deleita la vista. Lo tiene a merced. Juega con su látigo y disfruta del sonido del aire al ser cortado por él. Con habilidad asombrosa va quitando uno a uno los botones de la camisa blanca del menor con el cuero. Contra su voluntad se le enrojece el rostro.

El rubio se muerde el labio, no puede evitar emocionarse al verlo de esa manera. ¿Cómo resistirse? Y entonces recapacita, no hay razón para hacerlo.


~¡Gracias por leer!~