Advertencia: BL. AU. Fluff. Contiene lenguaje vulgar y escenas no recomendables para menores de 13 años (lime)- Rated T.
Disclaimer: Estos personajes que utilizo no son de mi propiedad, le pertenecen entera y únicamente a Isayama Hajime. Lo único que he hecho es intentar mantener un poco de sus personalidades, lo máximo posible sin que interfiera con la trama de mi historia.
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Capítulo 1: Souvenir.-
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Quedó quieto, de pie, totalmente mudo y sorprendido, aquello no se lo esperaba. Volviendo en sí, intentó mantener la compostura frente a los sirvientes que entraban su equipaje al vestíbulo de su casa y carraspeó llamando la atención de aquellos ojos verdes que no veía desde hacía más de una semana. ¿Por qué estaba ese niño allí? Oh, claro, él lo había comprado en una subasta en Medio Oriente.
Llevó su mano a su mandíbula y dio unos pasos hacia atrás pretendiendo que todo era una estúpida broma. No se lo creía. En su viaje a las tierras lejanas había asistido a un mercado donde vendían todo aquello que los pequeños países de la zona podían ofrecer, desde alfombras que afirmaban ser mágicas hasta seres humanos. Y él había decidido –en un acto estúpido y despreocupado– comprar a ese chico de aires altivos y ojos hermosos. ¿Por qué? Aun se lo preguntaba.
Suspiró agobiado por la situación. Que el recordara había dicho al hombre al que le había comprado el crío que no lo quería para él, que lo liberara luego en alguna ciudad con algunas monedas que le había dejado. Pero ese idiota no había hecho caso y lo había enviado junto con su equipaje una semana después a Inglaterra.
Se recargó sobre el marco y observó detenidamente al muchacho ignorando al resto. Estaba muy distinto, hacía una semana vestía un atuendo rasgado, sucio, su rostro se encontraba lleno de tierra y con algunos indicios de golpes. Pero ahora parecía haberse recuperado, estaba totalmente limpio, su pelo castaño y brillante se veía suave y era algo que esta vez sí tocaría, su ropa había sido reemplazada por una nueva, pantalones anchos y blancos, típicos de la zona, un cinturón de bronce finamente adornado con piedras preciosas reposaba sobre sus caderas, un chaleco corto y sin mangas de lino y con detalles dorados cubría su parte superior mientras que su torso se encontraba parcialmente vendado por tiras blancas y pulcras que contrastaban con la piel morena del chico.
Aunque había algo que no había cambiado, eran esos ojos verdes llenos de orgullo, arrogantes, pero extrañamente amables. Ese día se había perdido en aquellos por lo que había terminado por cometer una locura y había pagado un precio importante por ese muchacho alto y de poca musculatura.
Pero no era todo, había algo que llamó aún más la atención de su comprador, eran aquellas joyas que usaba. Varias pulseras de oro cubrían sus muñecas y un collar del mismo material ceñido a su cuello con una esmeralda incrustada le advertían del estatus de la persona que tenía en frente.
–¿Rivaille? –escuchó a sus espaldas, era la voz de su viejo amigo, Erwin Smith. Había olvidado por completo que sus compañeros de arma se encontraban de visita –¿Quién es él? –preguntó poniendo una mano sobre los cabellos negros de su amigo para sacarlo de sus pensamientos.
–¿Ah? –una segunda voz se oyó, esta vez era femenina y con total libertad entró al vestíbulo una mujer alta, morena, de cabellos castaños atados en un extravagante moño sobre su cabeza –Es un muchacho –dijo sorprendida mientras limpiaba sus lentes para luego colocárselos –¡Y vaya muchacho! ¿Rivaille, este es un souvenir que me has traído de tus viajes? –preguntó contenta abrazando a su amigo, quien era al menos diez centímetros más bajo que ella –¡Es exactamente como me gustan! ¡Muy joven y muy guapo! ¡Vaya ojazos que tiene el crío! –gritó contenta.
–Hange, suéltame ahora –exigió molesto, esto no podía ser peor.
–Oh, ya veo –susurró con audacia la mujer y se acercó al joven analizándolo muy bien –Lo has comprado para ti ¿no es así? –una sonrisa apareció en los labios de Erwin logrando que Rivaille se molestara todavía más con la situación –Pero es muy joven –dijo tomando al chico por los hombros –no sabía que tenías gustos tan exóticos –bromeó acercando sus ojos a los contrarios.
–Hange –le advirtió Rivaille con una voz que demostraba su descontento.
–Ya, ya –rio la mujer y extendió su mano hacia el chico exponiendo el dorso de ésta –Mi nombre es Hange Zoe –le sonrió giñándole un ojo.
El moreno tomó los dedos de la mujer y los agitó en señal de saludo lo que provocó otra risa en la castaña.
–Así no es –le corrigió –Debes besar el dorso de mi mano.
–Es probable que no entienda lo que dices, Han- –Erwin no alcanzó a terminar la frase cuando el muchacho de ojos verdes había hecho lo que se le había pedido –¡Vaya! Entiendes nuestro idioma.
–Sí, y también lo hablo –sonrió el joven mirando directamente a Rivaille. Se acercó algo cauteloso y se detuvo justo en frente de su comprador –Mi nombre es Eren –le dijo tomando su mano y dando un suave beso en los nudillos de ésta.
–¡No seas idiota! ¡Eso es solo con las mujeres! –gritó Rivaille avergonzado a punto de darle un golpe al chico, lo único que lo detuvo fueron los rápidos reflejos de su amigo quien lo abrazó cariñosamente inmovilizándolo.
–Ah, Rivaille. Perdónalo, él no conoce aún nuestras costumbres –rio el rubio soltándolo y estrechando la mano del castaño –¿Ves, Eren? Así es como se saludan dos hombres en Inglaterra –sonrió jovial y el chico le asintió pestañeando un par de veces.
–Oh, mira –dijo Hange llegando al lado de los hombres –Has logrado sonrojar a nuestro pequeño amigo –sonrió apretando una de las mejillas del mencionado con suavidad.
–Agh, que asco. De seguro no te has lavado las manos en todo el día –dijo tallando el lugar donde la mujer había tocado con sus dedos intentando ignorar el comentario sobre su rostro.
–No es cierto, están limpias. Tú me obligas a hacerlo siempre antes de comer. –y entonces recordó lo que se suponía que iban a hacer –¡El almuerzo debe estar listo, chicos! –exclamó con alegría tomando el brazo de Erwin y encaminándose al comedor.
–Ven, vamos –dijo Rivaille al moreno cuando notó que el chico no tenía intenciones de seguirles.
–¿Está bien que coma con ustedes? –preguntó incómodo mirando al piso.
–No veo cuál es el problema.
Aquellas palabras parecieron provocar cierto júbilo en el menor. Sus ojos verdeazulados se dirigieron hacia los contrarios y una sonrisa apareció en sus labios dejando a Rivaille mudo por unos segundos. Ese mocoso conocía sus encantos y sabía cómo usarlos a la perfección.
Al llegar al comedor se encontraron con Erwin y Hange ya tomando la sopa de entrada. Eren se detuvo por un momento dejando que su dueño entrara primero y solo luego de que aquel hombre se sentara a cabeza de la mesa él lo hizo confundido en un principio sobre qué lugar tomar. La castaña le sonrió entonces y señaló la silla a su lado. Él le correspondió haciendo una reverencia con su cabeza tomando el lugar para luego jugar con los cubiertos.
–Estoy muy curioso sobre ti, Eren –comenzó Smith soltando la cuchara, apoyando sus codos sobre la mesa y su mentón sobre sus falanges –Me parece muy extraño que hables tan bien una lengua que no es tuya.
–Oh, eso es porque ustedes están constantemente invadiendo nuestra tierras –soltó con total naturalidad alzando su cabeza con orgullo, dejando a todos en el lugar mudos.
–Ah, sí. Esa obsesión de nuestros reyes por expandir sus territorios –bromeó Hange intentando romper el incómodo silencio –Pero supongo que no es el único idioma que hablas ¿cierto? ¿Conoces otros más?
–¿Eh? Claro, hablo otros seis dialectos distintos además de mi lengua materna –se encogió de hombros restándole importancia al tema mientras veía como una muchacha colocaba un plato en frente de él.
–¿Seis? ¡Woah! ¡Son bastantes! ¿Por qué alguien tan joven gastaría su vida en eso? –le sonrió la castaña señalando una cuchara de mayor tamaño para que el chico comenzara a comer.
–No soy joven, ya tengo dieciocho años –dijo logrando que Rivaille soltara un bufido parecido a una risa –Bueno, tal vez usted es mayor que yo –se excusó mirando el plato algo nervioso –pero no soy un niño tampoco como la señorita Hange cree.
–¿Señorita? –volvió a burlase el dueño de casa acariciando su labio inferior con su índice –Hablas demasiado formal, solo dile Hange, o Zoe, o loca, o cuatro ojos, o anormal.
–¿Eh? –preguntó sorprendido Eren mirando a Rivaille –¡No le puedo decir así! ¡Eso es descortés!
–¿Ves, enano? Deberías aprender algo de este adorable joven –dijo la mujer sacándole la lengua a su amigo, no estaba molesta por la forma en la que éste se había referido a ella, pero se sentía halagada por lo que le había contestado el extranjero.
–Señorita Hange, usted tampoco debería tratarlo así –murmuró confundido mirándola de reojo.
–Ah, volviendo al tema anterior –comenzó Erwin quien parecía bastante curioso sobre el menor –¿Por qué necesitas saber todos esos idiomas? ¿Eres un comerciante o qué? –preguntó mientras la sirvienta retiraba su plato de la mesa.
Pero Eren guardó silencio, le miró sorprendido y luego bajó la mirada a la mesa, no sabía si debía contestar a eso. La incomodidad en su rostro se hizo presente y aunque Rivaille también quería saber aquello rodó los ojos molesto consigo mismo por lo que iba a decir a continuación.
–Si no quieres hablar del tema está bien.
–¡No! –se apresuró a decir el chico mirándolo a los ojos y poniendo las palmas de sus manos sobre la mesa –Porque usted también merece saberlo –explicó mordiendo su labio inferior aún bastante incómodo –Yo… ah…
–Está bien, Eren, en serio –repitió Rivaille cortando el trozo de carne bañado en salsa que ahora tenía en frente –Podemos hablar de eso luego. Solo apresúrate en comer antes que se enfríe.
Si había algo que ese hombre bajo de estatura y de mirada cruel odiaba más que la suciedad era comer bajo un ambiente tenso e incómodo. Por eso prefería muchas veces hacerlo solo, aun cuando sus amigos –solteros igual que él– solían juntarse para la hora de cenar o tomar el té.
Cuando la conversación comenzó a fluir nuevamente Eren dejó de ser el centro de atención y se focalizaron más en el viaje que Rivaille había hecho. Aunque no era un gran hablador respondía las preguntas de sus amigos sobre los lugares que había visitado y las cosas que había traído, pasando por alto que el muchacho de ojos verdes también había sido una de esas cosas compradas.
El chico solo escuchaba en silencio como los mayores reían de sus bromas y hablaban con total naturalidad. Observaba bien a su amo esperando también por el sonido de su risa, estaba expectante al momento en que aquel sujeto de cabellos negros sonriera y sacara una dulce carcajada de sus labios. Pero no ocurrió, lo más parecido a eso eran resoplos de insatisfacción ante las estupideces que decía la castaña. Agachó la mirada molesto, ¿en serio nunca le vería sonreír?
Se preguntó también si sería un amargado. Aunque Hange lo llamara así de vez en cuando, él parecía tolerar lo suficientemente bien las bromas que tanto la mujer como el rubio le hacían. No, no era del todo un amargado.
Entonces ¿qué clase de hombre había sido el que lo había comprado?
–Bueno –sonrió Erwin poniéndose de pie –Tengo trabajo esperándome en casa. Gracias por la invitación a comer –sonó irónico haciendo que Rivaille rodara los ojos. Él jamás invitaba a sus amigos a casa.
–Oh, no me recuerdes eso, tengo una pila de papeles que firmar más otro montón de exámenes que revisar. Debí pensarlo dos veces antes de hacer clases en la universidad –dijo Hange sobando su cuello, imaginando ya el dolor que le provocaría estar tantas horas con la cabeza inclinada.
Eren los vio partir en una elegante carroza negra tirada por dos caballos que eran guiados por un hombre de sobrero alto. Luego pediría que le explicaran aquello, ahora solo agitaba la mano en respuesta la mujer que sacaba la mitad de su cuerpo por la ventana para echarle un último vistazo al joven.
–Ah… Rivaille –lo llamó al ver que el hombre se adentraba en la casa dejándolo solo en el antejardín –Ah, perdón, señor –susurró ante la extrañada mirada del hombre –¿Qué se supone que debería hacer? –preguntó algo confundido buscando la respuesta en esos ojos verde olivo que le observaban fastidiados.
–Haz lo que quieras, niño –respondió girándose nuevamente para caminar hasta su despacho.
Sabía que era seguido por el menor y aunque estaba algo fastidiado por su insistencia dejó la puerta abierta para que él entrara también a la habitación. Se sentó detrás de aquel escritorio de roble finamente adornado y tomó su pluma para luego abrir una carpeta con algunos documentos que tenía que revisar.
–¿Es lo mejor que tienes para hacer? –preguntó alzando una ceja con la mirada aun puesta sobre aquellas palabras escritas con tinta negra.
–Rivaille –le llamó y de inmediato el nombrado levantó la vista hasta el chico quien estaba de pie aun en el marco de la puerta –¿Por qué me compró? –inquirió curioso ladeando su cabeza un poco.
El mayor calló por unos momentos. ¿Qué era eso? ¿Por qué era tan adorable? ¿Acaso lo hacía apropósito? Ese mocoso le estaba molestando más de lo debido. Llevó su dedo índice y pulgar al puente de su nariz y cerró los ojos mientras hacía presión. No había respuesta a esa pregunta y probablemente el niño estaba teniendo una idea equivocada por lo que sus amiguitos habían dicho mientras bromeaban.
–Si quería un esclavo todos allí eran más baratos que yo –comenzó a decir mientras jugaba con sus manos –Además, yo no sé hacer nada. No tengo idea de cómo traba-
–Escucha, Eren –le interrumpió Rivaille mirándolo con determinación –Soy un hombre rico, hago lo que quiero con mi dinero y usualmente mis bienes no preguntan por qué los compro. Así que mejor dedícate a hacer alguna otra cosa que no sea molestarme, tengo mucho trabajo que hacer y no quiero pasar toda la tarde en esto.
El chico solo asintió y se quedó de pie observando al otro trabajar. Le veía cambiar de carpeta y documentos leyendo muy atentamente lo ahí decía, parecía un hombre muy importante y dedicado a su trabajo. Sonrió para sí, le gustaba esa actitud, siempre admiró a todos aquellos que eran capaces de mantenerse serios y consagrados en sus actividades, ya sean campesinos o caballeros.
Rivaille pensó que el chico se cansaría pronto y dejaría el lugar por aburrimiento. Mas no fue así. Durante todas aquellas horas que se había demorado en revisar informes de sus subordinados y proyectos que sus superiores le enviaban, el niño se había mantenido su postura firme, y aunque a veces se apoyaba en la pared para descansar le pareció admirable.
Cuando hubo terminado le miró por el rabillo del ojo y se sorprendió al notar que aún tenía en su rostro el entusiasmo inicial. Aunque la sonrisa en sus labios había desaparecido, el verde de sus ojos estaba ardiente de expectación. Como un perro. Rivaille lo comparó con un perro que espera a su amigo obedientemente hasta que pueden volver a jugar. Suspiró y levantó la vista agobiado, el trabajo era duro. Se había arremangado la camisa y desabotonado los primeros tres botones de ésta, su cabello estaba algo desordenado de tanto que se había llevado las manos hasta sus hebras, mas su semblante seguía siendo el mismo.
Eren sonrió de nuevo cuando notó los ojos de su dueño sobre él y se acercó al escritorio poniendo las manos sobre éste e inclinando su cuerpo hacia adelante. De nuevo la imagen de un perro volvió a la cabeza del mayor quien llevó una mano hasta su mentón preguntándose qué era lo que ese chico quería de él.
–He terminado –dijo estirándose sobre la silla para luego dejarse caer contra el respaldo de ésta –¿Quieres ir a tomar el té? –inquirió sin mirar al chico, sus ojos estaban atentos en el techo.
–Me encantaría.
Aquella voz sonó alegre por lo que Rivaille soltó uno de esos bufidos que Eren reconocía como sonrisas. Había acordado que el hombre era extraño, sus sonrisas eran distintas a las de los demás, podía pasar horas y horas trabajando, tenía poca paciencia pero tampoco solía elevar la voz al momento de enojarse, pero por sobre todo era una buena persona.
El cuarto para tomar el té no difería mucho del resto de la casa, la cual tenía en todas las habitaciones el mismo papel mural y el mismo piso de madera. Una mesita pequeña donde se encontraba el juego de té más unas cuantas galletas era lo único nuevo que Eren logró ver. Las elegantes sillas eran iguales a las que Rivaille tenía en su despacho para el público en general, solo que éstas además tenían unos cojines con flores bordadas.
Eren tomó uno de ellos y se sentó en el piso abrazándolo mientras esperaba que el mayor sirviera un poco de té en ambas tazas, al parecer la sirvienta había contado al muchacho como un invitado más. Rivaille le miró desde arriba confundido por la actitud del menor, mas solo se dedicó a preguntarle si quería algo de crema con su té.
–Muchas gracias –susurró el niño tomando entre sus manos la taza con la bebida caliente –Gracias de verdad –masculló confundiendo aún más al mayor, esos ojos le decían que unas lágrimas pronto se asomarían –Por comprarme, por aceptarme acá –se mordió el labio inferior mientras observaba la taza totalmente quieto –Le debo mi vida –dijo con seriedad mirando a Rivaille con una sonrisa en sus labios.
–¿Huh? –preguntó incómodo, nunca le gustó que la gente se comportara de esa forma con él –No sé de qué hablas, Eren. No actúes así.
–Sí, señor –obedeció el chico asintiendo –Solo quería darle a entender mi aprecio por usted. Tal vez no entienda la gravedad de la situación en la que me encontraba, pero el precio tan alto por mí se debía a que nadie podría comprarme, así terminaría siendo comida para sus fieras.
–Te he dicho que pares ya con eso –gruñó Rivaille confundido, esperaba que ningún sonrojo se hubiera asomado por su rostro y cambió la dirección de sus ojos hasta un punto en la pared.
–Eso es cierto, lo siento. ¿Luego del té qué hará? –preguntó cambiando el tema –Quisiera ir con usted si es posible.
–Eren, te dije que podía hacer lo que quisieras, no me interesa mucho tenerte como esclavo. Ve y haz la mierda que quieras –dio un sorbo a su taza y relajó su expresión un poco –Estás en Londres, visita lugares, hay muchas cosas que-
–¡Con usted! –exclamó el menor y luego se retrajo dándose cuenta que había interrumpido a su amo –Lo siento, no debí.
–No te azotaré, maldita sea. Deja de comportarte así, mocoso de mierda –el ceño Rivaille se frunció al tiempo que las palabras salían de sus labios.
–¿Ah? ¿No lo hará? ¿Es en serio? –preguntó con una sonrisa en sus labios dejando la taza a un lado –Pero ¿por qué no?
–¿Acaso eres un masoquista? Eso es bastante enfermo –bromeó sirviéndose un poco más de té –Confórmate por ahora con que no te haré daño.
Eren no sabía nada de ese hombre, pero Rivaille era conocido por sus pensamientos antiesclavistas. Él creía que cada persona debía limpiar su propia mierda y hacerse cargo de sus cosas, y si ibas a necesitar ayuda, bueno, vas y les pagas por su trabajo. La presencia del menor allí complicaba un poco las cosas. Probablemente cuando más personas se enteraran de que había traído un esclavo de Medio Oriente las habladurías comenzarían de inmediato. Por eso le había liberado al mismo tiempo que le había comprado. Aunque el vendedor no le había hecho caso y se lo envió de todas formas.
Bufó para sí lo que sorprendió a Eren, la respuesta a sus problemas era fácil, liberarlo por segunda vez en Inglaterra. Pero cuando iba a formular la frase su cuerpo no le obedeció, sentía que por alguna razón quería retener al menor un tiempo más allí.
Cuatro semanas, se dijo a sí mismo. Era el plazo que se iba a dar para conocer las razones por las que Eren había sido vendido y luego le liberaría.
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