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Los personajes pertenecen a S.M. La historia es de mi creación y no permito publicaciones de ella sin autorización.

Historia Edward/Bella.

Todos humanos.

Contada por Bella.

Contiene escenas 18+ (La lectura queda bajo su responsabilidad. Luego no digan que no se les advirtió.)

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UN INTRUSO EN LA COCINA

CAPÍTULO 1

AIRES DE IDAHO

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Libertad, esa pequeña e insignificante palabra ahora es todo para mí. No más trabajos en tiendas locales, no más salidas al mismo restaurante de siempre, no más escapes nocturnos para refugiarme en algún lugar del bosque y no más de las mismas personas ni las mismas situaciones. Ahora, mi libertad es mudarme al condado de Bingham, Idaho; costear todos y cada uno de mis gastos; vivir en el tercer piso de un conjunto de tres edificios de departamentos en South Scout Aveneue en Blackfoot y trabajar en las oficinas de Idaho Power en la esquina de Northwest Main Street y West Alice Street.

Después de obtener un certificado de estudios por correspondencia, conseguir un buen puesto en una de las oficinas de la compañía de energía eléctrica de Idaho, convencer a mis padres que no me mudaba exclusivamente por el hecho de poder vivir en el mismo lugar que mi amado novio y encontrar el lugar perfecto para vivir… me despedí de Forks y emprendí «el vuelo del nido». Pude haberme ido a un lugar más lejos, tal vez Nevada o California; pero, quería estar cerca de mi familia.

Lo admito, fue difícil despedirme de Renée y Charlie, mis padres. ¡Está bien!, tal vez es lo más difícil que he hecho éste año. ¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Largarme de Forks es lo más difícil que he hecho en mi vida! Aunque, no me arrepiento, tal vez no esté en una gran ciudad y el clima sea muy similar al de mi antiguo hogar; pero por lo menos aquí hay más días soleados y no conozco a todo el mundo, ni todo el mundo me conoce a mí.

Hace dos meses que comencé a buscar el lugar que sería mi refugio y mi hogar por no sé qué tanto tiempo, y hace cinco días comencé con la mudanza. Hoy es mi primera noche en el departamento; hace unas horas mi papá y mi novio me ayudaron a subir un par de cajas con mis artículos personales y mañana espero recibir un par de muebles y artículos decorativos que mamá y papá me ayudaron a pagar como un «regalo de despedida».

Ahora estoy dejando escapar un suspiro tras otro, esperando a que Edward haga la llamada que prometió. Mi novio es el hombre perfecto para mí, nos conocimos hace seis años en vacaciones de invierno, él fue a Forks a visitar a sus tíos y, dado que no es un lugar muy grande, terminábamos encontrándonos en todas partes y él iba a mi trabajo muy seguido, por aquellas épocas era la encargada del único almacén de comestibles del pueblo y siempre que él necesitaba algo tenía que comprarlo ahí. Mantuvimos contacto vía SMS y, de vez en cuando, por correo electrónico. Con el tiempo nos dimos cuenta de que éramos el uno para el otro y una tarde de verano, mientras estábamos acostados en el claro detrás de la casa de sus tíos, nos hicimos novios.

Mantener una relación a distancia y con pocas visitas al año fue todo un reto. Pero, ahora que vivimos en la misma ciudad y pasamos más tiempo juntos, hemos pensado en comprometernos. La idea es tentadora, muy tentadora. Considerando que adoro sus ojos verde intenso, sus manos «tipo pianista», su cabello alborotado y que él tiene un fetiche con el color y aroma de mi cabello…, supongo que, dar el siguiente paso, no es una idea tan descabellada. Lo sé, también hay cosas más importantes qué considerar y, en serio, lo he hecho. He pensado mucho al respecto y estoy segura que nos complementamos a la perfección. Veremos lo que dice el tiempo.

Mi celular está sonando e incluso antes de levantarlo y ver la pantalla sé que es él… Sí, Edward espera que le conteste mientras Making love out of nothing at all llena el silencio de mi improvisada habitación.

—Hola, amor. —No puedo evitar hablar con ese tono cariñoso-empalagoso ¡Lo amo!, ¿qué quieres que haga?

—Hola, ¿cómo estás? —Suspiro. Es inevitable, juro que si pudieras escucharlo harías lo mismo.

—Bien. Muy aburrida, sentada sobre mi colchón y hasta hace un minuto esperando tu llamada.

—Pobrecilla, supongo que dormir en un colchón sobre el piso no será lo más cómodo que has experimentado en tu vida. —Me gustaría tenerlo enfrente para que pudiera ver el mohín y la mirada asesina que hago en su honor justo en este momento.

—Si te hubieras quedado tendríamos una experiencia más que compartir y yo no estaría aburrida. —Hablar entre dientes es mi única manera de dejarle ver lo molesta que me he puesto.

—No, por supuesto que no estarías aburrida. De seguro a estas horas ya habríamos probado la calidad de los resortes de tu colchón. —Aprieto los ojos y… ¡oh, ahí está! Un sonrojo que sube desde mi cuello hasta mis mejillas.

—Edward…

—¿Qué? ¿Te pusiste roja? ¿Te arden las mejillas? ¿Te estremeciste? —¡Maldito mil veces! ¿Cómo se le ocurre usar ese tono insinuante? Sabe perfectamente que me vuelve loca…, y eso es lo que me hace amarlo tan intensamente: que me conozca tan bien.

—Sí. Me hiciste enrojecer y temblé porque pude recordar…

—¿Qué? —¡Vaya, qué impaciente!

—Muchas cosas. —Al juego de insinuar podemos jugar dos.

—¿Cómo qué?

—Como aquellas que te contaría si estuvieras aquí. —Resopló. ¡Bingo! Apuesto lo que sea a que lo haré venir.

—Te recuerdo que fue tu papá el que prácticamente me corrió de tu departamento. —Pongo los ojos en blanco. A Charlie por ser tan testarudo y a Edward por obedecer como cachorro recién entrenado—. Como si no pudiera regresar después. —Lo sé, ahora mi sonrisa se parece a la del gato Cheshire.

—Amor, ¿vendrás a hacerle compañía a tu pobre, indefensa y solitaria novia?

—Amor… —¡Uh, oh! Ese tono como si estuviera realmente cansado me advierte que no piensa venir. Aún así mi sonrisa no se ha borrado, sé exactamente cómo hacerlo venir.

—Vas a venir, ¿o no?

—Es que…

—¡Ya entendí, Edward! No te preocupes. —¡Oh, sí! ¡Preocúpate!—. No quieres venir a pesar de que mañana es sábado y no tienes que trabajar. Lo entiendo.

—Bella, yo te propuse que te quedaras aquí, en mi casa, hasta que llegaran los muebles y tú no quisiste. —¿Con que tratando de culparme a mí? ¡Ya verás, amorcito!

—¿Y perderme la experiencia de pasar mi primera noche en mi nuevo hogar? —chillo y puedo imaginar claramente la mirada de «¿cuántas veces hemos hablado de eso?» que debe estar haciendo—. Amor, te dejo para que hagas lo que sea que estabas haciendo.

—Está bien —dice resignado y al parecer satisfecho de que no discutiéramos «en serio».

—Yo iré a buscar la caja en la que dejé a Pinky gummy y más al rato me iré a dormir —le dije como si fuera una niña buena contando una proeza.

—¿¡PiPinky gummy!? ¿Trajiste esa…, cosa? —¡Ja! ¡Lo sabía! Es algo que simplemente no puede evitar—. ¡Isabella Swan, no quiero que uses…, eso! ¡Es más, te lo exijo! —Hum, suena molesto y completamente celoso.

—Ay, amor, ¿cómo quieres que no lo use? Es un regalo de tu hermana y muy considerado, por cierto. Me ayuda tanto con mis días y noches de soledad. —Un suspiro es mi broche de oro. Estoy segura de que está tan cegado por los celos que no puede percibir la sonrisa en mi voz.

—¡Ni se te ocurra, Isabella! ¡Ni se te ocurra! ¡Voy para allá! —Colgó y voilá, Edward viene en camino. ¡Te dije que lo haría venir!

Aún no entiendo sus celos asesinos por mi nada inocente juguete. Pinky gummy es el nombre que mi cuñada y yo decidimos darle al vibrador de goma rosada que me regaló en mi cumpleaños pasado. Acertó cuando me dijo que sería un buen pretexto para provocar a su hermano y alentarlo a hacer pequeñas cosas; como venir a mi casa a mitad de la noche para evitar que gaste las pilas de Pinky gummy, hacer el «trabajo duro» él mismoy luego dormir conmigo sobre un colchón en el piso. Creo que es el mejor regalo que Alice me ha hecho, me ha servido en tantas ocasiones…

Sólo para sacar a relucir mi vena malvada me puse a buscar a Pinky gummy y ahora paseo por el departamento con él en la mano.

Ya es tarde, mis vecinos están profundamente dormidos después de un largo día de trabajo o por andar corriendo detrás de sus hijos. Cuando recién llegué al edificio, vi a una pareja relativamente joven entrando a su departamento seguida de sus hijos, pude contar siete niños, ¡siete!, ¿cómo carajos se acomodan en un espacio tan reducido como el de estos departamentos?

Un momento, ¿es un coche estacionándose lo que escucho? Camino hacia la ventana de enfrente y…, sí, a pesar de la altura distingo el coche de Edward. ¡Wow, sí que ha llegado rápido! Hizo la mitad del tiempo. Cuento los minutos que faltan para que toque como poseso la puerta, es más, me estoy acomodando justo a un lado, ¿será demasiado si la dejo, entreabierta?

Alcanzo a escuchar sus pasos retumbando en los últimos escalones.

6, 5, 4, 3, 2, 1… ¡Y ahí lo tienen, señoras y señores! Está a punto de reventarme los tímpanos con semejantes golpes.

—Tranquilo, cariño, no voy a ninguna parte. —Le digo en cuanto abro.

¡Deberías verlo!

¡Dios mío! Esa mirada oscurecida, fiera y ansiosa es tan, tan… ¡Ragwrr! Si nunca te han mirado así, te lo recomiendo, es muy excitante.

Edward no tarda en prestar atención en la posición que he adoptado. Eché la cadera ligeramente hacia un lado y doblé el codo para sostener a Pinky gummy a la altura de mi rostro. De repente me lo arrebata, lo agarra con ambas manos y lo… ¿sacude?

—Tú…, maldita cosa de… —farfulla sin dejar de sacudir a mi inocente juguetito.

Cierro la puerta y me giro hacia él para ver cómo aprieta y sacude a Pinky Gummy. Es inevitable fruncir el ceño, ¿qué intenta hacer? ¡Quién sabe! Pero luce tan juguetón, molesto, celoso y adorable. Suspiro.

—¡Edward! Lo vas a asfixiar —digo fingidamente indignada.

Él lo avienta por algún lugar y me mira. ¡Oh, cómo me mira! ¿Alguna vez has sentido ese anhelo de querer acelerar el tiempo por la mera necesidad de tener a la persona a la que amas? ¿O has sentido que, literalmente, te derrites ante una mirada?

Todo comienza con un inexplicable cosquilleo-estremecimiento en el cuello que se esparce fugazmente por el cuerpo, eso te da la sensación de haber sufrido una descarga eléctrica leve, extraña y placentera.

Edward da un largo paso hacía mí, siento que la descarga eléctrica me recorre otra vez y luego otra; él pone una mano en mi cintura, su mano arde como si desprendiera su propio calor y enciende mi piel, me hace sentir cálida y sensible. Las descargas no paran. Ahora su rostro se inclina hacia el mío, noto su respiración cada vez más cerca y soy consciente de que la mía es prácticamente inexistente, tengo una sensación en la entrepierna que dura lo mismo que un parpadeo y me hace respingar. Veo sus labios, sé hacia dónde se dirigen y experimento algo similar a lo que pasa cuando se te hace agua la boca; casi puedo advertir la suavidad de sus labios, la presión de su boca cuando cubre la mía; sé cómo son sus besos. Cierro los ojos y sucede, el primer roce de nuestros labios; ahora hay un hueco en mi estómago y la necesidad de acariciarlo. Desde que aventó el vibrador e inició el beso han pasado segundos.

Con la mano libre sostiene mi rostro, la mano que está en mi cintura desciende hasta la bastilla de mi camiseta y se cuela por debajo de la tela para palpar la piel de mi espalda baja. Mis manos no se quedan atrás, las deslizo gentilmente por su estómago y las muevo hasta que estoy tocando la piel de su espalda. Edward suspira en mi boca y no puedo evitar gemir cuando sus dedos hacen erizar mi piel cuando rozan uno de mis costados, desde las costillas hasta la cadera.

Me gusta tomar la iniciativa y después ceder a él, a sus deseos. Mostrarle lo que quiero y permitirle que también me muestre a mí. Una de las mejores cosas de nuestra relación es el entendimiento que hay entre nosotros, con un simple gesto o sonido somos capaces de saber lo que sucede y qué debemos hacer. A la hora del sexo no nos quedamos atrás.

Comienzo a subir las manos por su torso, barriendo la tela de la camiseta por su piel, él inmediatamente alza los brazos y me ayuda a quitar la prenda. Lo miró por unos segundos y sonrío. Es, sin lugar a dudas, el amor de mi vida.

—Te amo —le digo, incapaz de ocultar la vehemencia en mis palabras.

—¿Más que a tu Pinky gummy? —dice en un tono de niño pequeño y la última parte como una burla.

Me río. Sus celos por mi vibrador me resultan absurdamente adorables.

—Muchísimo más —aseguro mirándolo directamente a los ojos.

Me acerco más a él, me estiro lo más que puedo en las puntas de mis pies y acerco mis labios para besarlo. Cada vez que nos besamos es tan explosiva e intensa como la ocasión amerite. Pero siempre siento como si por dentro tuviera una tropilla de miles de diminutos caballos galopando enloquecidos en todas direcciones.

Edward retoma el hilo de lo que teníamos pensado y masajea mis glúteos. En un sorpresivo movimiento me alza para que lo rodee con las piernas, me abrazo a él y nos seguimos besando.

—A la habitación —digo sobre sus labios. Edward se separa un poco y me mira con una chispa traviesa en su mirada.

—¿Qué diferencia hay de hacerlo aquí o allá? Lo único extraordinario en la habitación es el colchón —dice serio. Sé que está jugando y que busca una réplica de mi parte.

—Tú lo has dicho, hay un colchón. Además, ¿quién dijo algo sobre probar la calidad de los resortes? —respondo y una gran sonrisa se extiende por su rostro.

—Tienes razón, chica lista. —Me da un beso en la nariz y camina conmigo a su alrededor como si fuera un mono.

Al llegar a la habitación me baja para mirarme por unos segundos. La luz de la sala se cuela por el pasillo y apenas nos alcanzamos a ver, pero es suficiente. Con ansias se deshace de mi camiseta y mi brasier; luego cada uno se hace cargo de su ropa entre besos apresurados y caricias desenfrenadas.

Poco a poco vamos construyendo algo con caricias, aruños, besos, lamidas, mordiscos y gemidos. La sensación es como si estuviéramos formando una pirámide bloque por bloque; la primera piedra la pusimos en el preludio, luego continuamos con caricias, después uniéndonos en uno y, al final, con cada empuje vamos añadiendo un bloque. No faltan las palabras, ya sea para pedir o sugerir algo; mucho menos faltan los sonidos: nuestros cuerpos chocando, nuestros labios unidos, nuestras respiraciones agitadas, nuestros resuellos, nuestros gemidos. Edward me hace sentir completa, adorada y amada. Es realmente bueno y sabe lo que hace; sus manos saben dónde y cuándo tocar, sus labios cómo besar y su corazón cómo latir a la par que el mío.

¿Alguna vez te has atrevido a abrir los ojos, a pesar del placer, y has mirado directamente a la persona que está contigo, amándote? ¿Alguna vez te has perdido dentro de una mirada de apasionados ojos entreabiertos y has sonreído? ¿Has sentido esa unión que va más allá de lo físico, en la que no sólo entregas tu cuerpo, sino que también entregas el alma? ¡Es maravilloso!

Los gruñidos y gemidos me indican que estamos por terminar nuestra construcción, llega un momento en el que ambos estamos en la punta de la pirámide, nos tomamos de la mano y nos lanzamos al vacío. Espectacular.

Edward cae sobre mí, por un momento nos sacudimos al compás de mis espasmos. Cuando finalmente él logra recuperar el aliento se separa de mí gentilmente, se levanta para encender lámpara que está en el piso, a un lado del colchón; apaga la luz de la sala, luego busca una manta, me cubre con ella, gatea sobre el colchón y se acurruca a mi lado. Estoy acostada sobre mi lado derecho, de frente a él, Edward está sobre su lado izquierdo, me mira y nos sonreímos. Alargo la mano izquierda, acaricio su rostro y echo hacia atrás las mechas rebeldes de cabello que le caen sobre la frente.

—Entonces, ¿los resortes pasaron la prueba de calidad? —dice. Me río. Descarado.

—No sé, dímelo tú. Hoy estuviste muy…, efusivo. —Edward asiente y suelto una risita.

—Seh, pasaron.

La calma después de tanto ajetreo se me antoja deliciosa.

—Déjame abrazarte —pide Edward. ¿Cómo es que puedo negarme a que me mime?

Sin pensarlo dos veces me acerco a él, siento su piel contra la mía, su temperatura, dejo que me rodee con sus brazos y que me acaricie la espalda. Alzo el rostro para poder verlo a la cara, me relamo los labios y puedo sentir su sabor y la hinchazón por sus besos. Edward me mira, sonríe y deja un beso en mi frente.

En serio, una sonrisa suya es cómo para infartarse, morir y revivir para verlo sonreír de nuevo.

—Te amo —murmura. Lo sé, sé que me ama, pero cada vez que me lo dice es como si fuera la primera y no puedo evitar emocionarme.

Sonrío y dejo un beso en donde mis labios alcanzan, queda en su cuello.

—Y yo a ti —susurro.

Sus dedos no han dejado de rozarme la espalda. ¡Qué encanto! Me acomodo para dormir, subo una pierna por su cadera y paso el brazo izquierdo sobre su pecho.

—Bella, ¿mañana llegan los muebles? —pregunta de repente.

—Sí —digo con voz ronca.

Estoy a punto de quedarme dormida, suspiro, siento un par de besos en mi cabeza y no sé más de mí.

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Lo sé! Esto no compensa en nada la tardanza con el cisne, pero tengo un GRAN motivo.

Estoy trabajando en un proyecto personal y eso me consume mucho tiempo, además que me dio la locura de vivir en dos lugares simultáneamente y es un tanto... pesado atender dos casas.

Bueno, les dejo esto por aquí y si veo que han sido muy buenos intrusos les subo dos capítulos más (sí, son super cortitos). La primera idea de esto era otra... pero decidí hacerlo mini fic.

Besos de bombón!

Gracias!

Los/as quiero!

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