Disclaimer: I do not own Sweeney Todd

Copyright: Please, do not copy



Encuentro

Y allí estaba, justo como esperaba, justo donde la esperaba; en la barandilla del barco. Tal vez esperaba no volverle a ver, o simplemente que no hubiese podido regresar. Pero allí estaba también él, mirándola como si no hubiese pasado nunca. Se acercó por detrás. Era noche cerrada, las estrellas brillaban, justo como la última vez. Solo que "aquella" última vez, él había llegado a ser feliz.

Vio que un hombre se acercaba a ella, le daba un tierno beso en la sien y pasaba su brazo alrededor de su cintura, un brazo cuya mano poseía un anillo… un anillo dorado. La ira recorrió su sangre y los celos su corazón. Y aunque sabía que no tenía derecho, se sentía así. Sobre todo cuando ella apoyó la cabeza en su hombro. Les vio susurrar algo, pero jamás supo qué.

Ella era suya. Suya. Suya y de nadie más. Estuvo tentado a acercarse. Pero aún no, debía ser fuerte, aguantar, y pronto, cuando ella menos lo esperase, volvería ser suya, su Eleanor.

Se escondió en el pasillo. Habían pasado quince años desde su último encuentro, en el mismo barco, en el mismo día, en el mismo puerto. Ahora él tenía 40 años y ella tendría 35 si echaba bien los cálculos. Todavía eran lo suficiente jóvenes para jugar, sin duda.

Vio que se metía en su camarote y la imitó, ocupando el suyo propio, pequeño pero acogedor, lo que él quería.

No tenía navajas, no tenía mujer, tampoco a su dulce, tierna (y pesada) Eleanor, ¿qué más le quedaba? Dinero, mucho dinero, pero eso no importaba.

Se sentó en la cama, recordando la primera vez que la vio.


Eleanor estaba exhausta, llevaba todo el día cabalgando y sus piernas no daban de más, tenía que llegar cuanto antes al barco. Subió jadeando.

-Venga, hija, has de aguantar un poco más… -le decía su madre.

Benjamin disfrutaba de la cubierta mientras bailaba con su novia, Lucy, la cual lucía cabellos brillantes como el sol de un amarillo trigo. Sus ojos azul marino era todo lo que abarcaba su mirada.

Eleanor fue con paso cansado hasta la cubierta principal donde había una pista de baile. Sin embargo, se apoyó en la barandilla, mirando las estrellas.

Amor, tengo que ir a la habitación un momento, ahora vengo dijo Lucy con una sonrisa perlada y se fue dando saltitos. Benjamin la miró embelesado hasta que desapareció por la esquina.

Ah… mujeres suspiró.

Una respiración pesada captó toda la atención de su oído, era molesta y ruidosa. Se giró completamente asustado para ver quién era.

Una bella muchacha estaba dormida en el suelo de la cubierta, con la cabeza contra la barandilla y al abrigo de las estrellas. Se acercó lentamente e intentó despertarla, pero ni siquiera se dio cuenta de su toque.

Miró a todos lados, allí no había adulto alguno, ¿qué podía hacer una muchacha tan joven sola? La cogió en brazos y la llevó a su camarote con la esperanza de que despertara pronto.


Suspiró, cansado. No, él no podía hacer nada para remediar aquello, no podía remediar el haberse enamorado perdidamente de una mujer que le había querido desde el momento que despertó en un camarote extraño, pero que le había traicionado en el último momento, entregándole a los cuervos carroñeros de la ley, a la escoria de Londres.


Ah… cuán maravillosa era la vida en el mar, cuan bella era, de hecho. Su mayor sueño y pasión siempre había sido ir a vivir al mar. Pero, desgraciadamente, solo tenía una vez cada quince años para ir. Y esta sería la única vez en la cual el hombre al que ella amaba no se encontraba.

Apoyada en la barandilla del barco de vapor, mientras respiraba pacíficamente, evocó las largas tardes con su compañero de penas y alegrías bajo aquel manto de las estrellas.

Desde el día en el cual ella despertó en un camarote extraño, en uno que no era el suyo, había empezado a amarle. Sus ojos marrones y su pelo la habían encandilado desde el momento en que lo vio. Y siempre, siempre había llorado porque él estuviese enamorado y en noviazgo con otra de cabellos rubios como el sol.

De aquello, hacía ya treinta años. Treinta años en los cuales nunca le había olvidado. Y aquí estaba, de nuevo. El mismo día, a la misma hora, en la misma cubierta, bajo las mismas estrellas. Se había enamorado con cinco, sí, ¿pero acaso hay edad más tierna y sincera para hacerlo?

Y dejó escapar una lágrima en recuerdo a él. Ella le quería tanto. Había sido una verdadera desgracia, hubiese sido llevado por segunda vez a la cárcel y ella no hubiese podido hacer nada para evitarlo. Llegó incluso a ofrecerse a cambio de él, pero nadie hizo el menor caso, y por supuesto, él no sabía nada de esta proposición.

Y de aquello hacía ya treinta años, treinta años del día en el cual se encontraron, Benjamin Barker y Eleanor O'Rourke en la cubierta del barco de vapor.

Y cumplían ya, aquél día, quince años del día en que volvieron a encontrarse esta vez Sweeney Todd y Eleanor Lovett en la cubierta del mismo barco de vapor.

Un brazo y un beso en la sien la devolvieron a la realidad.

— Vamos, no pienses más en eso le sugirió el hombre—. Él se fue, no había nada que pudieras hacer para evitarlo.

— Pero, padre, es que yo le amaba susurró ella.

— Lo sé, hija, lo sé susurró él. Pero no puedes seguir torturándote por eso. Hace ya trece que lo deportaron y miles de hombres han buscado tu amor, pero tu sólo les estampaste la puerta en las narices. No puedes seguir comportándote así, tienes que madurar.

— ¿Madurar? preguntó con desgana, mirando el cielo. Hace ya mucho maduré y sólo me sirvió para cometer crímenes. ¿Qué más dará si ahora me comporto como una cría?

— Ay… mi niña… suspiró él. La dio la vuelta suavemente al tiempo que una sombra se escondía en el pasillo, sin que ninguno lo notase, y la abrazó. Cuánto tienes que aprender sobre el amor…

Se abrazó a su padre y sollozó quedamente, seguía observando el cielo desde su posición. Aquél sería el único viaje en el que Él no estuviese presente.

— Ya pasó la media noche, cielo, él no va a aparecer dijo, una vez se alejó.

— Lo sé se limpió las lágrimas.

— Vamos, es necesario descansar, mañana profundizaremos en el tema aseguró, y ambos se dirigieron al camarote asignado.

Fue una noche intranquila para Eleanor. Los recuerdos volvían una y otra vez a su ya sobreexplotada mente y no conseguía conciliar el sueño.


Buenos días, Srta. Dormilona la despertó un chico bastante guapo—. ¿Puedo pedirle su nombre?

Sí, claro —susurró ella, aún conmocionada—. Eleanor, Eleanor O'Rourke —le tendió la mano y la estrecharon.

Yo soy Benjamin Barker, pero todos me llaman Ben —sonrió él.

Encantada, Ben —dijo ella, devolviéndole la sonrisa.

Dime, ¿cuántos años tienes?

Cinco, tengo cinco —respondió ella.

Ah… te ves tan bonita para tu edad. Yo tengo diez y a los cinco distaba mucho de ser tan hermosa como tú… quiero decir, hermoso —ambos rieron.

¿Qué hago aquí? ¡Mis padres deben estar preocupados! —y salió corriendo de la habitación perseguida por el pequeño Benjamin…

Quince años hacía de aquello, y hoy día, ella estaba en la misma cubierta, el mismo día que se durmió en la misma, rememorando aquello, y sollozando audible y tristemente, en el mismo suelo que aquella vez. Una mano se posó en su hombro suavemente, y ella alzó la cabeza. Se topó con la mirada del hombre al que amaba, y no supo qué hacer.

Buenas noches, Sra. Lovett —dijo fríamente el hombre frente a ella—. ¿Cuánto tiempo, verdad?

Ella no pudo hacer más que lanzarse a su cuello y llorar de alegría.

Oh, Benjamin, creí que habías muerto, creí que ese Juez… —notó como la ira le recorría y se ponía tieso.

¿Y mi Lucy? —preguntó.

Ella… se envenenó… —susurró en su oído, aún contraída por el terror de la reacción de él.

¿Por qué? —se dejó caer al suelo, aún con ella en brazos.

Él… el Juez… la invitó a su casa, alegando su terrible sentimiento de culpabilidad. La engatusó… y no era verdad. Había una de esas fiestas raras… —tembló ante el recuerdo, y ante la impasibilidad de él, que de momento aún no le había devuelto el abrazo.

¿Y Johanna? —se saltó la parte dolorosa deliberadamente.

La adoptó… como hija propia… —susurró. Él la apartó suavemente, pero para ella significó un duro golpe—. Benjamin, lo siento, yo… no pude…

Cállate ordenó bruscamente, ella lo hizo inmediatamente, pero un par de nuevas lágrimas inundaron su rostro. Llevo quince años tratando de volver, y ahora, que por fin lo logro, encuentro que mi hija está en manos de ese bastardo, mi mujer muerta ella quiso replicar ante aquella afirmación, pero él la calló con un movimiento de mano, ¿y tú estás aquí, sin hacer nada por remediarlo? Me es repulsiva, Sra. Lovett.

Pero Benjamin, yo…

No —se dio la vuelta—. No más Benjamin. Ahora soy Todd, Sweeney Todd, y se hará venganza.