Disclaimer: ni los personajes, ni las canciones que aparecen en este documento me pertenecen. Son propiedad de George R.R Martin y los respectivos artistas que las inventaron.
Aclaración: esta serie de fanfics pertenece al reto nº 8, "el cancionero" del foro Alas Negras, Palabras Negras.
Aclaración (2): como esta serie corresponde a songfics, la letra irá entre corchetes ([-]). La pondría en negrita, pero como no veo, ni siquiera sé cómo se hace.
Dedicatoria: con todo mi cariño, esta parte de Sansa se la dedico a Lucy/Myownqueen. No he escrito nunca nada serio sobre ella, este es mi primer fic enfocado en Sansa; así que si no está bien, sepas disculparme :)
Canción: Someday, my prince will come.
Artista: Ashley Tisdale.
Personaje: Sansa Stark.
[Algún día encontraré a mi príncipe.
Tal vez él esté lejos.
Pero yo sé que vendrá
algún día…]
Sansa Stark soñó siempre con enredar sus dedos temblorosos en el pelo rubio de un guapo joven, que la amara con los labios, los ojos y el alma entera. Quería un te quiero y un beso; una corona lucir sobre el cabello de fuego Tully, exhibir vestidos lujosos y pasear sobre un caballo, lanzándoles monedas y sonrisas al pueblo. Oh ¡Qué afortunada, qué dichosa fue cuando le anunciaron su compromiso con el príncipe Joffrey! ¿Quién otra podría ser más venturosa que ella? Pronto sería la reina, de esas que en las canciones entonaban los bardos. Damas de generaciones futuras cantarían sobre la gallardía de su rey venado y la hermosura de aquella sabia reina que en el pueblo suscitaría amor. Aguardaba el día con anhelo, toda la impaciencia de sus once días del nombre acumuladas en el instante en que los ojos verdes del por el momento príncipe, se fijaran en ella.
[Príncipe de mis sueños.
que está lejos.
PARA SER LLAMADO POR MI MISMA
algún día
Príncipe de mis sueños.
que está lejos.
PARA SER LLAMADO POR MI MISMA
algún día…]
Llega el príncipe Joffrey a Invernalia y a Sansa le parece un sueño… más bien, una canción. Una de esas que entonó el bardo que permaneció medio año en el castillo y por quien ella lloró tanto cuando marchó. Hermoso como una melodía, sus cabellos dorados le caen sobre la frente nívea; viste de oro y ónice, declarándole al mundo entero que pronto será rey tan solo con una mirada de aquellas que dejarían sin filo al propio espadón Hielo. Y Sansa no sabe más que suspirar para sus adentros mientras lo mira embelesada, en el gran banquete que su padre ha dado para recibir al rey y sus acompañantes. Hasta en el modo de tomar la servilleta, Joffrey parece diestro cual si una danza estuviera efectuando. Tiene solo un año más que ella, aunque parezca mayor y fuerte. No alberga ninguna duda siquiera, de su valor como hombre y como guerrero. Está segura, como quien sabe que el verano es cálido y que las flores son bonitas, de que en las justas los derrotará a todos y no habrá jinete que se le resista montado en la cabalgadura. Sabe cuando lo mira, que está enamorada de él y haría cuanto esté en su mano para ser buena reina y mejor esposa. Y cuando Baratheon le dedica una sonrisa apenas esbozada, alzando un poco las comisuras de sus labios gruesos y bonitos, tiene la certeza de que él también la ama. Es amor a primera vista, tal como se entona en las canciones. Es lógico ¿no? Vivirán felices para siempre.
[Algún día mi príncipe vendrá.
algún día encontraré un amor.
¡Y qué emocionante será ese momento!
cuando el príncipe de mis sueños venga a mí…]
Desembarco del Rey le parece un paraíso de damas, caballeros y nobles señores. Ama los vestidos hermosos, adora las risas de las mujeres y cuánto la halagan. Siempre ha sabido que tiene bonito pelo, pero dicho de la boca de gente a quien admira suena hermoso. Un día en el Torneo, Ser Loras le regaló una rosa roja, diciendo que no era más linda que ella. aquello hizo saltar su corazón de alegría. El Caballero de las Flores era mayor que su Jofrey (su príncipe, el futuro marido que siempre soñó), sin embargo, pese a toda la galantería que ostente el joven de Altojardín, Sansa sabe que no le llega ni a la zuela de los zapatos a su príncipe. Bajo la luz de las antorchas se veía sublime, el ángel que era y que siempre sería. La cascada de rizos dorados enmarcando su sonrisa, que tiene algo de peligrosa y dulce. Le toma la mano y le besa los dedos, rozándoselos con la punta de los labios. La niña tiembla de expectación, con la confianza ciega de que ha encontrado el amor. En él y ese orgullo felino con que anda, en las cosas que dice y hasta en lo que calla. Joffrey Baratheon no solo será su rey, sino también su marido, el único dueño de su corazón y su alma. ¿cómo decirle que lo ama, con sus tiernos once años? ¿Cómo demostrárselo? Tiene la respuesta, siempre la ha sabido. Comportándose como una dama, siendo cortés, como sabe que agrada a todo el mundo.
[él me susurrará un te amo.
y me robará un beso o dos.
creo que tal vez él está lejos.
yo encontraré a mi amor algún día…]
Parece mentira (sí, a veces se lo parece. Aunque la realidad esté allí y es palpable como el espadón que decapitó a su padre, todavía no logra creérselo) pero Joffrey no era el príncipe que había estado buscando. No. Ahora es rey (¡Rey! ¡Aquel que sería su niño de pelo dorado y sonrisa preciosa!) y por uno de sus designios caprichosos, el padre de Sansa se convirtió en un cadáver y su recuerdo, en síntomas de la traición. Por ende Sansa era una hija de perjuros, familiar de rebeldes y un continuo utensilio de aquel por quien lo había dado todo, incluso sus secretos a la reina Cersei. su Joffrey, con labios tan gordos como gusanos y voz imperiosa de niño pequeño, es en realidad un monstruo de apariencia agradable y nada más. No le da besos en la mano, no le acaricia el pelo. La última vez que dieron un paseo juntos, él la obligó a contemplar las cabezas de su padre y septa, y ella por poco lo habría tirado cada vez más abajo. Pero Sansa era demasiado buena; no se habría atrevido a hacerlo. Lo único que podía hacer en su posición, rehén del destino y de aquellos leones, era intentar sobrevivir. Mintiendo y soñando, soñando y alimentándose de sus fantasías. Le decía a la reina que amaba a su hijo pero era mentira. En realidad, cada noche soñaba con algún príncipe que la rescatara. ¡Lo necesitaba con urgencia! Si las canciones existían ¡Que alguien se apiadara de ella!
[Él espera por mí en algún lugar.
allí hay alguien a quien deseo ver.
alguien a quien yo no puedo ver pero sí adorar
¿Quién será el que me emocione desde ahora y para siempre?]
Hay alguien que la desconcerta y la vuelve loca… del miedo. Teme que descubra sus mentiras –sabe que miente cuando dice que lo ama; sabe que no es sincera, se lo ha dicho– pero más le teme a su gris mirada. Una mirada que parece quitarle cada capa de ropa, que la acaricia, la roza y la posee. Una mirada que le acelera la sangre por el pavor y que le hace pensar en qué es peor y en qué manos estaría más en peligro: Si en las del amo refinado, que usa para martirizarla a su guardia real, o en las suyas, que le harían todo lo prohibido y repugnante sin pensárselo dos veces. Le cuesta entender que la desea. No es una experimentada en esos temas y apenas está conciente de que sus pequeños pechos incitan a pecar. Pero cuando lo entiende –esa noche, esa fatídica noche del fuego verde y los barcos ardiendo– siente tal miedo que se pone a temblar. El Perro, le dicen. La lástima que siente por él y su vida miserable solo es comparable al miedo que le provoca, al asco que siente por su aroma a vino, vómito y sangre, sangre, sangre. Recargada contra la cama con un daga en la garganta, Sansa puede sentir la firmeza de su cuerpo enorme presionando contra el suyo pequeño y frágil. Amaría gritar. Amaría decir que no la puede tomar, que su doncellez está reservada para un príncipe, que siempre esperó a un guapo caballero para que la desvirgara, pero la boca está seca y solo puede cantar, como le ordenan. Sandor Clegane la llama pajarito y no es un príncipe. Tampoco es dulce el roce de su barba o la presión que hace para que el hilillo de sangre brote de su cuello. No es aquel hombre que esperó desde pequeña y, sin embargo, cuando le propone huir duda un poco. Aunque la duda, claro, se desvanece al comprender que le da miedo. No podría, ni aunque quisiera, emprender un camino con él. Sus manos no serían suaves, ni soportaría tenerla sin poseerla. Y eso, la aterra más que nada. ella quería un príncipe, y sin embargo, cuando el hombre de rostro quemado se marcha, abraza la capa de un perro.
[algún día haremos y diremos.
Las cosas que hemos estado deseando.
y yo lo conoceré, y en el momento en que nos encontremos.
mi corazón empezará a latir rápido.
algún día, cuando mis sueños se hagan realidad…]
Willas Tyrell se llama, o así le ha dicho la Reina de las Espinas. El heredero de Altojardín, un respetable caballero dulce y cortés, aunque tullido. Ya hacía un tiempo se había roto su compromiso con el rey Joffrey (loados sean los Dioses), y Sansa estaba en edad de casadera. Es increíble cómo le emociona la idea de pertenecerle a Ser Willas. Dicen que disfruta la cetrería y ama a los pájaros, que es valiente y generoso. Solo logra imaginárselo como un Loras más crecido, aunque sabe –no por nada ha vivido tantas decepciones. Aprende casi imperceptiblemente; pero de algo le sirven los errores, recoge experiencias– que no será así. en el fondo sabe que algo del gentil caballero de que le hablan la desilusionará. No obstante aquello, la noche en que se lo comunican se acuesta en su cama, pronunciando su nombre hasta dormirse, intentando imaginarlo. La vida no es una canción, se lo han dicho en más de una ocasión, aunque de su alma no desaparece la esperanza de encontrar a su amor. Un guapo príncipe que la haga sentir una dama, una reina. Un joven alto y bien parecido que le haga olvidar los golpes y las magulladuras, que cure su corazón lastimado de tanto llorar y sangrar. Uno al que pueda darle hijos tan fuertes como él, eso espera. A eso se aferra, ansiando contra toda esperanza que se cumpla su fantasía. Los Dioses… reza a ellos pidiéndoselo. Si son bondadosos, Ser Willas la hará feliz. Sonríe contra la almohada, pensándolo, disfrutándolo, saboreándolo.
[Algún día mi príncipe vendrá (algún día mi princesa vendrá).
Y yo encontraré a mi amor (y yo encontraré a mi amor).
Y yo lo conoceré en el momento en que nos encontremos (el momento en que nos encontremos)…]
Está parada frente al altar con Tyrion Lannister. ¡Dioses! ¡¿por qué la han abandonado?! Es el miembro de la familia asesina de su padre. Es un enano contrahecho que la mira con compasión, es cierto, pero aún así no deja de doler. Porque Sansa soñó siempre con un príncipe y en cambio, los dioses en su crueldad infinita la entregan al consejero de la moneda, tan león como el que ordenó la muerte de Lord Stark o como la reina que tras la faceta dulce y manipuladora escondía al demonio. La jovencita no dobla la rodilla cuando el enano se lo pide; no está dispuesta a hacerlo, lo considera un pequeñísimo acto de rebeldía. Siempre comportándose como una dama, guardando las apariencias aunque dolieran los golpes de Ser Meryn, intentando decir frases corteses al mundo entero. Pero el mundo no fue cortés con ella, la arrebataron demasiado pronto del seno materno y la arrojaron al foso del león, desarmada y sola. por un instante se siente casi tan traviesa como Arya cuando se niega a arrodillarse. No es un gran acto, pero ha humillado a un Lannister, después de todo cuanto le han roto el corazón a ella. Al final consiguen ponerle la capa –una rojo y dorado que no debería, no quería, odiaba llevar– y su pequeño esposo sale con ella del salón. Le teme a la ceremonia, le teme al encamamiento y a su olor a vino en el aliento. Sabe que él frecuenta burdeles –lo ha oído susurrar a las doncellas– y tiene miedo de que la confunda con una… hasta le cuesta pensar en la palabra. Sansa quería un príncipe y le dieron a un enano; Tyrion en cambio, solo ansiaba una prostituta y su padre le entregó en mano casi a una princesa. Las ironías del destino son impresionantes.
[Príncipe de mis sueños.
Que está lejos.
Para ser llamado por mí misma.
Algún día…]
¿Debería confiar en Lord Petyr? La ha salvado de la cárcel, quizá hasta de la muerte, y le prometió un matrimonio. Pero a estas alturas de la vida la gente siempre le promete cosas, cosas que no se cumplen. Su padre le prometió un príncipe, pero resultó ser un demonio; la reina Cersei le prometió casarla con su hijo, pero en cambio, la denominó traidora. Joffrey le juró misericordia y escupió en ella, al darle la cabeza de Lord Stark en sus manos. La Reina de las Espinas… todos prometieron sin cumplir, no había por qué confiar esta vez en aquel hombre que la miraba con ojos de Meñique y que le pedía tanto. La rescató cuando más lo necesitaba y, como bien se enteró más tarde, estuvo urdiendo ese plan desde un principio. Su consternación fue suprema y su miedo en mayor medida. Lady Lysa había muerto por su causa y al parecer Lord Meñique no quería otra cosa sino su felicidad. Intentar darle su casa, ese hogar que perdió. También quería darle un príncipe –o lo que aparentaba serlo. Harry el Heredero, un caballero presuntuoso y simpático– sin que Sansa supiera por qué. No era que su deseo por los príncipes hubiera muerto. Todo lo contrario, allí sola en el Valle, haciendo el papel de una bastarda, con tintura de pelo para disfrazar lo Tully que llevaba dentro, el anhelo de tenerlo era más vívido que nunca. Casi la asfixiaba. Quería que le devolvieran todo cuanto le pertenecía, ansiaba a aquel joven de rizos dorados y caballo blanco que la salvaría y con el que montaría el camino devuelta a su casa.
[Príncipe de mis sueños.
Que está lejos.
Para ser llamado por mí misma.
Algún día…]
Lo que Sansa ignoró hasta el final, fue que su príncipe no tendría el cabello dorado sino plateado, y que no montaría con ella en un caballo, más bien en un dragón color crema. Viserion. Lo que ella no supo hasta el último instante, fue que Joffrey Baratheon, Sandor Clegane, tyrion Lannister y Harry el Heredero solo eran el precio por pagar antes de alcanzar la felicidad de su sueño. Aegon, el sexto de su nombre.
