Renacer

Capítulo I

Habían pasado seis años desde aquel terrible día, pero Candy lo recordaba como si fuera ayer.

Estaba sola en el cuarto de una pequeña cabaña recién construida aledaña al Hogar de Pony y con su mente perdida en lejanas ensoñaciones se miraba al espejo y se daba cuenta que ya era toda una mujer.

Pero el rostro en el espejo le decía que había algo en ella que no era igual, su candidez ya no era la misma, y todo el mundo se lo decía, sus amigos, su querido Albert… Albert que siempre estuvo allí viendo que su corazón pertenecía a Terry aún, con todos los años que habían pasado. Había hecho demasiado, no sólo la rescató del compromiso que Neil le impuso sino que también logró que Candy fuera aceptada otra vez como enfermera en el hospital de Chicago. Hacía todo lo que podía para que ella olvidara las injusticias y las trampas a las que había sido sometida toda su vida, y luchaba también porque no la discriminaran en este mundo de desigualdad… aunque muchas veces aquello fuera una lucha inútil, pero Candy apreciaba con todo su corazón aquel apoyo honesto y el esfuerzo y el cariño sincero de su amigo Albert. El día de su cumpleaños número veinte Albert le hizo una fiesta hermosa en el pueblo, y bailaron, y él estaba tan guapo y ella ya no era una niña…

Candy apartó bruscamente esos pensamientos de su mente y se dedicó a trabajar, se recordó una vez más su decisión: para ella no habría nada más que los niños del Hogar, para los cuales era como una madre. No podía pensar en Albert así, estaba volviéndose loca.


Una noche de verano mientras el bosque oscuro de la montañas susurraba en medio de un silencio negro, en la cena donde todos estaban reunidos después de una jornada de trabajo arduo en El Hogar, la señorita Pony comentó que los tiempos estaban cambiando vertiginosamente. Gracias a la ayuda de Albert, el pequeño orfanato había sido remodelado y ahora albergaba a más niños, por lo tanto se requeriría de más profesores. Necesitaban un profesor varón que las acompañara y que enseñara a los niños y niñas deportes, equitación y además guiara a los niños que estaban ya cerca de la pubertad. Candy ensimismada no prestaba atención a eso, y la hermana María constantemente le preguntaba "¿Qué te pasa Candy?" . Candy en realidad no sabía qué le pasaba esa noche en específico, era como si los árboles de allá afuera le murmuraran algo.

Todos extrañaban las risas y el ánimo inquebrantable de la querida pecosa, aquello hacía tiempo que se había marchado.

A solas con la señorita Pony, la hermana María decía "Candy no ha vuelto a ser la misma desde lo de Terry. Hay algo dentro de ella que no ha podido sanar", y la señorita Pony agregaba con preocupación "Y desde que los Leagan le hicieron aquello tampoco ha querido regresar al hospital ni a su profesión de enfermera ".

Y así decían.

Para colmo de males a la chica le llegaban rumores acerca de Terry, gracias a Eliza Leagan que se ocupaba de eso, y mientras peores fueran los rumores pues mejor. Chismes y noticias que salían en los periódicos, las críticas negativas sobre el trabajo de Terry que había pasado de ser un aclamado actor a ser el centro de múltiples quejas. Terry no era feliz, y Susana había muerto ya hacía cuatro años y nada sabían ellos de él, sino un mar de chismes ¿Había valido la pena su sacrifico? Se preguntaba constantemente. Ya era demasiado tarde para que Candy se pusiera a pensar en eso… demasiado tarde. Pero no podía ignorar ni olvidar eso, tal vez Terry era lo que era ahora por culpa de ella.

Esa mañana de verano en la Colina de Pony el sol brillaba caluroso. El establo estaba vacío pues no había dinero para comprar caballos y la señorita Pony ya no quería molestar más a Albert que tanto ayudaba con el mantenimiento del Hogar. Pero Candy pensaba que sería bueno tener caballos, ella ya había superado lo de Anthony y ya no le traían recuerdos tristes, sino felices, de cuando ella y Terry montaban por los jardines del colegio San Pablo. Afanosa ese día trabajaba limpiando el lugar y cargando paja que sentía que no extrañaba para nada los hospitales ni los enfermos, ella ahí tenía una paz absoluta y estaba rodeada de amigos. Annie y Archie no vivían lejos y se reunían con mucha frecuencia.

Se preguntó cómo le iría a Patty pues la última vez que supo de ella estaba en Nueva York para tomar un barco a Inglaterra.

Suspiró, lejos no estaba el cementerio, donde reposaban Stear y Anthony… Candy iba todos los domingos después de la misa a verlos. Pero tampoco estaban lejos los hermanos Leagan y Candy resopló. No volvería a ser la misma tonta a la cual le arruinaron la vida y separaron de Terry.

Retomó su trabajo, los pájaros cantaban y la chica se sacudió todos esos recuerdos otra vez, llevaba unas bragas de jean muy ceñidas al cuerpo y eso le daba calor. Deseó estar en el lago y darse un baño como lo hacían los domingos de picnic.

Volvió a sentir que aquella mañana era extraña, tal vez persistía la sensación de anoche en la cena, pero no, algo sentía y estaba allí. Visitas, alguien venía. Cansada dejó el establo y se acercó a la entrada y no había nadie del Hogar por los alrededores, pero a lo lejos distinguió una figura en el medio del sendero.

Y hubo entonces un silencio inusual en todo el bosque y Candy supo que no era ni el cartero, ni Tom, ni nadie de Lakewood. Era una figura alta y solitaria y a medida que se acercaba ella pudo ver que cargaba una maleta.

-Dios mío, no puede ser- soltó sin voz cuando aquel hombre llegaba, y se quedó parada junto a cerca sin moverse.

El hombre llegó con su maleta y se quedó parado frente a ella. A Candy le dio un vuelco el corazón de la sorpresa, era Terry.

-¿Qué haces aquí?- fue lo que pudo decir cuando pudo respirar.

-Hola Candy- oyó su voz. Era sin duda ahora más gruesa.

Candy lo observó, Terry estaba más alto y vestía elegantemente, pero ¿Qué pasaba? ¿Qué había sido de él? Estaba delgado y algo demacrado, y a pesar de que su hermosura era la misma sus ojos estaban apagados y ojerosos. Lucía muy cansado.

La emoción de Candy estaba mezclada con la sorpresa y por la tristeza.

-Terry… ¿Qué pasó contigo? Ha pasado tanto tiempo-

Él dejó la maleta en el suelo y suspiró:

-He regresado a la vida, Candy- fue lo que dijo.

Candy sintió mucha rabia, estaba molesta con él y no quería aceptarlo allí, pero a la vez estaba muy feliz y no sabía cómo actuar.

-Supe lo de Susana y lo sentí mucho…-

-Sí bueno, eso es lo último que quiero recordar ahora- le dijo él con suavidad.

-He leído tantas cosas de ti. Dios, Terry dime qué pasó- no dejó que sus emociones la dominaran, necesitaba ser muy comprensiva con él que estaba allí totalmente perdido -¿Qué has hecho estos cuatro años?-

-Hice lo que pude ¿Sabes? Yo le cumplí, traté de hacerla feliz, pero no pude. No pude- él bajó la mirada, pero necesitaba hablar- Cuando murió me perdí, Candy. Yo… no supe qué hacer-

Ella no replicó, lo dejó que hablara. Pero la rabia estaba allí, pues si tan sólo hubiera regresado cuando Susana murió, que le hubiera escrito una palabra, todo hubiera sido diferente.

-Creí que te habías casado con Albert… que un hombre mejor había llegado a tu vida. Yo vi esas fotografías…- soltó de repente tratando de controlar su rabia y celos.

-Fotografías de las fiestas en la mansión Andrew ¿La boda de Annie con Archie tal vez?- adivinó Candy –Acompañé a Albert , es mi amigo y lo quiero mucho-

Entonces Candy lo miró como si él fuera un niño y soltó con fastidio:

-No me casé con Albert, ni con nadie, Terry. Mírame- le dijo y Terry alzó sus ojos azules y la miró, y ella creyó ver una chispa de vida en sus pupilas.

-¿Qué pasó contigo, Terry?- volvió a preguntarle muy consternada –¿Era verdad todo eso que leí? Dime, nadie sabe de ti desde hace un tiempo. Abandonaste la compañía de teatro otra vez-

-Sí, lo siento mucho, yo me perdí, yo creí que ya no te merecía, que tú debías estar con un hombre mucho mejor que yo, que te lo diera todo, que te cuidara y amara y estuviera siempre contigo. Lo que yo nunca pude hacer- se reprochó- Yo era un niño, pero ahora soy un hombre. En el colegio San Pablo me decía que si tan sólo yo fuera un hombre no te dejaría, pero todo se puso en nuestra contra- recordaba con dolor y aquellas palabras para Candy eran demasiado dolorosas- La vida en el mundo del espectáculo me arrastró, fracasé muchas veces y lo creí todo perdido y me refugié en el alcohol. Y tenía pesadillas que me atormentaban- Terry se avergonzó mucho y jamás le diría que sus pesadillas eran de ella con Albert- Pero un día me encontré con Patty allá en Broadway y ella me dijo toda la verdad. Y entonces reviví y vi que fui un tonto y un inmaduro, pero ahora soy un hombre, Candy-

Candy se estremeció de pies a cabeza pues aquello Terry lo dijo con una mirada penetrante y segura.

-Ahora soy un hombre y he regresado-

Hubo un silencio profundo entre los dos que sólo el viento se oía en todo el bosque.

-Tienes que recuperarte de esa vida- dijo ella al fin muy preocupada –Esa vida casi acaba contigo ¿Qué vas a hacer con el teatro?-

-No puedo regresar ahora, yo escapé, sino escapo no sé si hubiera podido sobrevivir… Candy, no tienes idea de cuánto daño me causó esa vida… si lo supieras. En un aspecto no podré ser el que era - en sus ojos Candy vio desesperación y unas lágrimas brotaron de sus hermoso ojos y supo lo mucho que Terry la necesitaba. No podía abandonarlo, simplemente no podía.

-Estás enfermo, debes recuperarte. Yo te cuidaré, Terry…- dijo sin saber mucho lo que haría, pero sus instintos la guiaban -¿Dónde te quedas? ¿En el pueblo?-

-Yo… no estoy en ninguna parte. Llegué y caminé y caminé porque sólo quería llegar a ti sin que nada más me detuviera- dijo con agotamiento pues ni él mismo sabía cuánto había caminado para llegar a ella.

Su expresión sincera, de un hombre renovado y seguro, la hizo sonreír.

-El Hogar es más grande ahora ¿Sabes? Hay una pequeña cabaña junto al establo que Albert… bueno, que se construyó allí para mí. Está libre, yo puedo quedarme en un cuarto junto a los niños- entonces Candy recordó lo que había dicho la señorita Pony anoche en la cena y sonrió ilusionada aún más.

-Todo está por aquí casi igual- comentó él- La Señorita Pony, la hermana María, Annie y Archie son muy felices según supe, y tienen una preciosa hija-

-Sí, así es- Candy sonrió –Tienes que conocerla-

-Y los niños. Candy es una labor tan hermosa la tuya y la de este Hogar- Terry se expresó con mucho amor por el Hogar, recordando- Es lo más hermoso que puedas hacer-

Candy se emocionó aún más y de repente quiso llorar, pero ya no era esa niña que toda la vida tenía que llorar.

-Y Eliza y Neil…- Terry se retorció de disgusto al mencionar a los Leagan.

-Están allá en su mansión, solteros y amargados-

-¡No me extraña! ¿Quién se va a casar con esa bruja y ese pelele?- torció el gesto Terry.

De repente Candy y Terry se rieron, se rieron ante todo aquello que ahora lo que hacía era causarles gracia.

Y entonces al fin una hermosa y amplia sonrisa de felicidad iluminó el hermoso rostro de Terry. Las montañas, el Hogar era todo tan tranquilo y hermoso, pero por sobre todo eso estaba su Candy, ya mujer, allí con él, tan hermosa, y su pasado quedó atrás como una sombra. Estaba ante una nueva vida que se presentaba tocando a la puerta, donde todos sus temores y celos fueron infundados, y donde los que consideraba rivales y enemigos eran ahora amigos.

Candy sonrió y volvió aquella candidez de siempre a brillar entre sus pecas

-Aquí todos somos tus amigos, Terry- le dijo con amor.