Extraña y hermosa amistad

Francis es... como un fresca lluvia en primavera.

Antonio siempre recordaría aquella metáfora con la que había despertado una mañana después de soñar con Francis, con una fina lluvia cayendo lentamente por su cabello y su rostro, volviéndolo hermoso.

Acarició el cabello de Gilbert, con el sueño tan pesado como una roca, apoyado sobre su pecho y abrazándole dormido. A su izquierda era Francis el que le acariciaba el pelo a él, además de sus mejillas, y le daba suaves besos en su cuello, que como siempre, España ni se alarmó ni le apartó. Estaba más que acostumbrado a que le tratara así.

Francis pegó un poco más su cuerpo al cálido del chico bronceado, pasando a acariciar su pecho con lentitud y cariño, cuando una sonrisa triste apareció poco a poco en sus labios, mirando a Francia con pena.

—No me gustó lo que pasó hoy... —susurró casi sin voz para no molestar a Gilbert. Sintió un pinchazo en su pecho y un progresivo ahogo que subía por su pecho. No había sido agradable aquella reunión, ni lo que había pasado en ella. Francis no cambió de expresión, siguiendo con sus caricias y sus mimos como si ahí no pasara nada.

—Tranquilo, Antoine, era una simple discusión.

Le miró con los ojos aguados y las cejas arrugando su tersa frente con expresión dolida.

—No era una simple discusión... —apretó fuerte a sus dos amigos contra él, y el rubio aprovechó para acomodarse sobre el pecho de España.

—Lo era, mon ami. No tuvo nada de especial —sonreía mientras decía eso, sonaba tranquilo, pero Antonio no acababa de creerle.

—Nunca podré perdonarle —sentenció solemnemente, con los ojos clavados en la expresión de Francia, que por fin mostraron un poco de sorpresa y decidió bajar la vista y acomodar su cabeza en su hombro para no encarar esos enfurecidos y tristes ojos, que al resplandor de las farolas anaranjadas de la calle que se colaba por las ventanas le daban un profundo color caramelo, como las botellas de cerveza que tanto amaba Prusia—. Me gustaría...

Pero no pudo llegar a saberlo. Francis se incoporó nuevamente y le calló con un beso que fue tan efectivo como cuando Antonio le espetó a Arthur que se callara en aquella reunión y dejara de hablar de aquella manera a su amigo. España dejó que hiciera lo que quisiera, su lengua introduciéndose lentamente en su boca y lamiendo con dulzura la suya. Su brazo izquierdo, reposando enroscado alrededor del cuerpo de Francia, apretó más sus cuerpos desnudos, no porque hubieran tenido sexo, sino por el calor de la noche de verano y aquellas viejas costumbres que tenían los tres cuando estaban juntos.

Con una lentitud que les dejó sin aliento volvieron a separarse, apoyando sus frentes juntas, respirando un poco entrecortadamente.

—No llores, Antoine, yo estoy bien —dijo sobre sus labios, sonriendo cálidamente, y de los ojos aguados por fin salieron lágrimas.

—Me has hecho llorar tú... —se quejó y al tener las manos ocupadas abrazando a sus amigos no pudo enjugárselas. Fue Francis el que las fue secando con sus labios húmedos, besando sus mejillas y sus ojos.

—Te adoro, Antoine —dijo con simpleza. España se negó a verlo, tenía la vista agachada, todavía ofuscado—. Duerme, mañana ya habrá pasado todo.

Asintió, todavía sin mirarle, mientras acomodaba nuevamente a sus dos amigos sobre su pecho, acariciándoles el pelo con tranquilidad hasta que los tres se quedaron dormidos.

FIN

Entre líneas se deja entender, pero por si acaso... a grandes rasgos, Inglaterra se comportó mal con Francia y fue España el que reaccionó en su defensa porque sabe lo que siente Francis por Arthur. Dedicado a una amiga muy querida.