Capitulo 1
Era un día frió. Triste, húmedo, desapacible. El viento gemía con tal furia en los escarpados acantilados que parecía un grito de desesperación. El lamento de una bruja malvada, afligida y angustiada. Riza estaba inquieta y, a pesar del viento, la niebla y el amenazante cielo gris, decidió salir a dar una vuelta. Roy la había acusado de ser morbosa, pero en los acantilados de sentía mas cerca de Michael.
Al igual que otros días, tenia la sensación de que la observaban. Le pasaba a menudo.
Rodeo la parte trasera de la casa y subió hasta el punto mas alto, mas allá de las praderas de hierba que le viento azotaba. La hierba y la maleza desaparecían, obligadas por la fuerza del viento, y la roca se alzaba, desnuda y mortal. Abajo, mucho mas abajo, las rocas rompían contra el promontorio. Miro al abismo. El viento revolvía con fuerza su larga melena rubia. Allí se sentía mas próxima a los elementos, mas cerca de Michael. Recordaba perfectamente las bromas y las risas de su primer día juntos. Su primer día juntos… como un sueño. El le advertía contra las hadas malvadas y los duendes, y contra divinidades que se retrotraían al principio de los tiempos, mas antiguas aun que los elementos.
De nuevo la misma sensación: la observaban.
Se giro y miro hacia atrás. A izquierda y a derecha de la casa únicamente se veía el bosque, verde, denso, exuberante. De un verde oscuro, misterioso. Parecía que los árboles tuvieran ojos, que la estuvieran llamando, haciéndole señas, susurrándole, al igual que le viento una advertencia.
Aquella pobre chica asesinada… había muerto por allí, pensó. Como Michael.
Michael no se había caído, ella sabia que no se había caído. Antes de expirar en sus brazos, había susurrado una palabra: Kayla.
El viento comenzó a silbar aun con mas fuerza.
Los chillidos de las hadas, cuyos gritos señalaban la llegada de la muerte. Riza trago saliva y sus dedos apretaron el medallón que llevaba en el pecho: el último regalo de Michael.
Regreso con dificultad hacia la casa. Roy iba a pasar a buscarla. Le había dicho que la llevaría a cenar sin molestarse en esperar a que ella le contestara. Así era Roy Mustang. No esperaba a que la gente dijera "si" o "no"; hablaba y pensaba que todo el mundo se apresuraría a cumplir sus ordenes.
Roy era mucho más complejo de lo que se veía a simple vista, pensó Riza con resentimiento. El tenía autoridad y el hecho de que su familia hubiera vivido tantos años en ese lugar lo avalaba. Roy había crecido convencido de su propia importancia y, al parecer, todo el mundo había descartado decirle que no era si. Y nadie iba a decírselo nunca, reflexiono ella. Los habitantes de ese pueblo estaban contentos con su forma de ser.
Idiotas, supersticiosos, se dijo Riza, y luego se arrepintió, porque Roy se había hecho cargo de todo la noche de la muerte de Michael y se había mostrado infinitamente amable con ella, aunque incluso esa amabilidad estaba teñida de una insolente arrogancia.
Roy Mustang. Su poder en ese lugar era ilimitado, casi como si fuera un dios, y lo cierto era que parecía un ser tan pagano y elemental como los acantilados de granito que el viento azotaba, como el propio e implacable viento. Incluso su aspecto se asemejaba al de un dios antiguo, su imponente presencia y su mirada escrutadora.
A Riza la idea le pareció divertida, pero luego se acordó de Michael, que le había contado historias de seres que bendecían las cosechas y a cambio, reclamaban sacrificios. Se estremeció.
Roy quería que se marchara y por eso no podía dejar que viera lo sola que se sentía. El insistiría en que debía irse pero ella no podía dejar a Michael ahí enterrado. Habían pasado ya tres meses y aun no podía creerlo y por esa razón, no podía marcharse.
Volvió hacia la casa caminando deprisa. Antes de entrar, con la mano en el pomo de la puerta, vacilo. Estaba abierta, y juraría que había cerrado con llave al salir…
Entro, fue a la cocina directamente y agarro la escoba. Como arma no era gran cosa, pero aun así… Nerviosa registro el salón, el dormitorio y el cuarto de baño escoba en mano y, con un suspiro de alivio, la bajo. Era obvio que no había cerrado con llave al salir, como creía. Bajo para hacerlo.
Tenia frió y puso agua a hervir para hacerse un te, encendió el radiador del baño y, en la bañera, abrió el grifo del agua caliente y echo una sales de baño que rápidamente se trasformaron en burbujas. Bajo de nuevo a la cocina y volvió a subir con la tasa de te para beberlo mientras disfrutaba del baño.
Cuando hubo terminado, se recostó en el baño de espuma y una sonrisa curvo sus labios. Por primera vez desde el accidente no sentía ningun dolor. Sentía una deliciosa somnolencia, el calor del agua y las burbujas le hacían cosquillas en la piel. El gemido del viento, afuera, era una melodía grata a sus oídos.
Se sentía… de maravilla.
- De maravilla…- dijo en voz alta, y se rió. Como drogada, exactamente; como si la hubieran drogado, resucitada con una de esas estupendas pastillas que el doctor Marco le había recetado tras la muerte de Michael para aliviar el dolor y la pena.
Aunque no, era distinto. Como si alguien le hubiera puesto algo en el te. Luego empezó a quedarse dormida. Tenia sueño, pero no quería dormir. Quería seguir notando el cosquilleo de las burbujas en su piel, el roce del agua suave, envolvente ya agradable. La tormenta se avecinaba, lo notaba, podía sentirlo. Sentía la pasión del viento, la energía de las olas que rompían en la base del acantilado. Incluso se imaginaba que podía oír su estallido contra las paredes de granito.
Oyó que alguien gritaba su nombre, como si la llamaran desde muy lejos. Quería responder pero era incapaz. Los parpados le pesaban y sus labios seguían esbozando una sonrisa.
-¡Riza!- oyó de nuevo su nombre, mas cerca.
Se obligo a abrir los ojos.
Roy estaba de pie en el umbral del cuarto de baño. Llevaba un abrigo oscuro y, debajo, un traje. Un traje negro como su cabello y sus ojos que acentuaban la palidez de su rostro.
La miraba con el ceño fruncido ¿Por qué siempre tenia que fruncir el ceño? Ella ya no era una niña…
-Riza, ¿Qué te pasa? Llevo horas llamando a la puerta… He tenido que forzarla para poder entrar.
Ella no respondió. Estaba a punto de echarse a reír al ver lo enfadado y exasperado que parecía. Los rasgos de su rostro estaban en tensión.
Se quito el abrigo y se acerco a la bañera, la agarro por los hombros y la zarandeo.
- Riza, ¿has estado bebiendo?
- No seas absurdo- consiguió responder ella alegremente.
-Entonces, ¿Qué te pasa?
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Ya chicas, nueva historia y se que esta medio enredada pero se aclarara pronto. Espero les haya gustado y nos leemos mañana, ciao.
