Experimentos fuimos, nuestro propósito fue el de ser armas de guerra, guerra que estallo antes de lo previsto y nosotros aprovechamos para escapar.
La guerra puede ser un mártir, ser un refugiado que escapa constantemente del conflicto. Inocentes que huyen de sus hogares para no ser atrapados por el fuego cruzado, escondiéndote de aquellos cazadores para no ser asesinados.
Mi madre y yo teníamos que evitar toda clase de peligros e incluso teníamos que evitar a otros refugiados que nos atacasen. Tenía que defenderla aun siendo yo tan joven e inexperto, ella no podía usar su magia y yo no sabía controlaba la mía.
Días difíciles, y al parecer algún ser superior nos sonrió pues encontramos un hombre amable que nos recibió, pero más que una bendición fue una broma del destino. Pues aquel hombre murió por protegernos de aquellos cazadores. Mi madre uso su magia, pero esos cazadores eran mucho más hábiles y yo en la desesperación por querer protegerla estalle en llamas, una espiral incandescente arraso con la cabaña que se encontraba en medio del bosque. Todos muertos solo yo y mi madre vivos.
Continuamos con nuestro viaje y por descuido fui atrapado por una trampa de los cazadores, mi madre se asustó y eso los alerto. Miedo, terror, una corta y triste vida, cerré mis ojos a esperar mi final, final que nunca llego —Oye— alguien me llamo, abrí un ojo y me tope que era una zorra de siete colas. La primera que conocí y mi primera maestra que me enseñó a usar mi poder de fuego.
