Vengo con "fic" nuevo. Esta vez, al igual que utopía, es una colección de viñetas independientes y sin autonomía temática. Una tabla nueva. Elijo Ron y Hermione porque para lo mucho que me encantan, escribo poco de ellos xD.

Cariño.
Faltaban dos días para las vacaciones de Navidad. La sala común de Gryffindor había sido decorada en consecuencia. Los alumnos quizás extrañaran que no hubiera ningún tipo de saboteo por parte de los gemelos Weasley. Era en momentos como ese, fechas idóneas para travesuras, cuando la gente empezaba a ser consciente de que habían abandonado ya el colegio.
El tiempo pasaba deprisa.
Harry, Ron y Hermione estaban ya en séptimo. Y había mucho que estudiar en muy poco tiempo.
Las ventanas de la torre dejaban ver un cristal cubierto de nieve. Hermione Granger tenía frío.
Sí, Ron podía verlo. Insistía en que estudiaran en la sala -al menos hasta las once y media de la noche-. Ella tenía el ceño fruncido y le obligaba a prestar atención al libro pero, cuando la desobedecía y alzaba la vista, la veía frotarse los brazos con las manos. Quería decirle algo, ofrecerle su jersey, pero sabía que para ello tendría que buscar una excusa a por qué la estaba mirando y… a decir verdad, él mismo no estaba muy seguro de por qué lo hacía.
Preocupación. Sí. Tenía que ser preocupación, porque Hermione llevaba varios días con dolor de cabeza y el pañuelo en la mano. Tenía un resfriado que parecía bastante molesto pero ni aún enferma era capaz de descansar. Ni mucho menos de darles un respiro. Aún no sabía cómo Harry había conseguido librarse de la sesión de estudio; probablemente fuese asunto de Ginny.
-¿Has hecho ya los esquemas?
La miró, aprovechando que entonces sí tenía excusa. Tenía la nariz roja, al igual que el comienzo de sus mejillas; y parecía cansada.
-Nn… Bueno… he… más o menos.
-Oh, por Merlín, Ronald. Llevas con ellos una hora. Si no los terminas, tendremos que estar aquí de por vida.
Le gustaría decirle que deberían descansar. Pero temía que se enfadara.
-Ya voy.
Después de todo, llevaba casi tres cuartos de hora sin gritarle. Y le gustaba la cara que ponía cuando bostezaba. La miró de reojo, garabateando vete a saber qué en el pergamino donde tendría que escribir los esquemas. Su nariz enrojecida se arrugaba, sus labios se abrían y sus ojos se cerraban. Los rizos se disolvieron en el sofá.
¿Por qué tenía que ser tan tozuda?
Miró su papel unos segundos. Unos minutos. Haciendo algo parecido a los deberes que le había impuesto. Volvió a mirarla. Todavía no había abierto los ojos. Frunció el ceño y miró a su alrededor. Eran las diez de la noche y la sala estaba vacía.
-¿Herm…ione? -susurró, indeciso.
No obtuvo respuesta. El pecho de Hermione subía y bajaba de forma lenta y profunda. Se había quedado dormida, con los libros en la mano, un poco de tinta en la barbilla y las piernas encogidas. Ron contuvo el aliento.
Temeridad. Sí, tenía que ser temeridad. Si no de ninguna forma se explicaba que fuera capaz de apartar los libros de sí con cuidado de no hacer ruido, ni que se quitara la capa y se levantara sigiloso hacia ella.
Si se despertaba y le veía escaqueándose de sus deberes probablemente le gritaría, se indignaría, y dejaría de hablarle al menos por tres semanas. Pero no podía evitarlo. La capa cubría el cuerpo de Hermione por completo y tapaba sus piernas. Probablemente después olería a ella.
La observó. Ella no se despertó pero sonrió en sueños. Y Ron quiso dejar un beso en su frente.
Para… para ver si quemaba o… Merlín. Cariño. Tenía que ser cariño. Esas ganas de abrazarla para que no tuviera frío. Querer acompañarla y arroparla en la cama.
Tragó saliva, recogiendo los libros de los dos en una fría noche, dos días antes de Navidad. Sí. Tenía que ser cariño.

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