Disclamier: Twilight y sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer. Este es un TWO SHOT que está participando del concurso New Year´s Elite Contest organizado por el grupo Élite Fanfiction ( facebook groups / elite . fanfiction / ) y su autor será revelado una vez terminadas las votaciones del mismo.

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Incertidumbre cuántica

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Summary

De Londres a NYC son solo siete horas de vuelo, por lo que Alice empacó sus cosas en un día de marzo, se colgó su cámara fotográfica, el amor por su ahora exnovio Jasper, y se subió al primer vuelo a la ciudad que no duerme. Representará el inicio de una lucha y el descubrimiento de alguien nuevo. Alguien especial.

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Capítulo 1

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DE LONDRES A NUEVA YORK

"…Marzo 23, 2011

Taly:

¿Sabes, Taly? Yo no soy una mujer de diarios. Mis padres me enseñaron a decir lo que se piensa, vivir lo que se necesita y nunca callar o dejar pendientes. ¡Oh,Taly! Soy tan… estoy tan perdida.

Te escribo desde el asiento del avión. Temo volar… no es la primera vez en el asiento, pero en definitiva… este es el viaje más largo.

Tengo conmigo lo único que quiero. Una foto de mis padres. Jo y Jenn Brandon me saludan desde el modesto apartamento en Londres, abrazados, amorosos y siempre sonrientes… tienen una sonrisa hermosa… me gustaría que pudieses verla. Tengo el brazalete que Isabella y yo compartimos, con esas pequeñas libélulas hechas de vidrio y plata, colgando y tintineando como un lazo de hermandad, que espero nada lo destruya. Tengo mi cámara… y mi amor por él.

Taly… Taly… si supieras lo doloroso que fue dejar la fría Londres…

Sentí mil muertes en el momento en que la última brisa de aire tocó mi cara y él no apareció…"

Alice dejó el bolígrafo de tinta azul penetrante, a un lado de la hoja del cuaderno amarillo y viejo. El tipo de cuaderno que sólo ella compraría en un bazar. Tomó los mechones del cabello que cubrían sus mejillas y los colocó detrás de su oreja. Tenía el cabello largo, casi rozando sus antebrazos, de un color negro igual a la noche.

Suspiró fuerte y miró a la ventanilla. El enorme y absorbente Atlántico se vislumbraba infinito bajo la poca luz del anochecer. Un salto al charco, un salto de vida.

Sintió la pequeña gota de lágrima correr en su propio ojo, casi jugando contra sus pestañas. Alice meneó la cabeza, cansada de volver al mismo punto tantas veces. Era una mujer elástica, gracias al yoga del que su madre era instructora, por lo que no le costó trabajo encoger los pies en el asiento duro de clase turista en el vuelo más barato, hacia Nueva York.

Sus padres, a pesar de ser de corte liberal, se habían opuesto a la loca idea de su única hija. La pequeña y muy minimalista Alice, que se embarcaba en una aventura sin pies ni cabeza. Sin embargo y con todas las aflicciones de cualquier madre, que verá partir a su única hija al otro lado del mundo, Jenn Brandon tomó su bolso de viaje y acompañó el espíritu libre, que bien había heredado de ellos, hasta la última puerta del aeropuerto.

Alice se había arreglado para la ocasión, con su vestido favorito de estampado tribal, unas medias rosas y sus zapatitos coquetos. No todos los días se dejaba atrás la ciudad que acunó sus días de adolescente. No todos los días se esperaba que su enamorado, Jasper,llegase corriendo a la terminal pidiendo que no se fuera. Sí, sus pensamientos eran demasiado rosas si se pretendía que su frío y bastante apático novio hiciera tal actuación, más digna de caballero inglés, que de imponente alemán con complejo de piedra.

Habían dado las seis y diez de la tarde en el Headthrow y, ni una pista de su pequeño león cobarde. Por lo que bastante abatida, cerró su corazón más a fuerza que de gana. Suspiró pesadamente, lamentándose haber esperado tanto de un hombre que no estaba dispuesto a dejar una tarde de su ajetreado trabajo, por ella.

Se iba a NYC. Se iba para no volver, se lo había dicho… se lo había gritado.

La última noche que estuvieron juntos, la noche en que él decidió terminar excusado en el viaje de ella, la necesidad de más tiempo para sus estudios y trabajo. Nunca había odiado tanto a alguien, hasta ese día. Donde un reclamo llevaba a otro, un grito a uno más fuerte. Una lágrima a un llanto profuso. Y su corazón martilleante de amor, a los pedazos desordenados en los que se convirtió su pecho.

Alice había abrazado a su madre, una mujer regordeta con el vestido más estrafalario de su guardarropa. Luego a su padre, un hombre alto con boina a cuadros y lentes de armazón grueso. Tomó su maleta, con más decisión que nunca, levantó el mentón y avanzó a paso fuerte. Necesitado. Ya habría tiempo de derrumbarse a siete mil pies de altura. En ese instante, no daría ni una mirada atrás.

De último momento, los cabellos de su amiga Bella llegaron corriendo y gritando por ella, con su escandalosa actitud de siempre y la determinación de alcanzarla al final. No se detuvo a nada, ni siquiera a pedir perdón por el hombre al que le había tirado el café en su carrera a ella. Bella se había abalanzado al cuerpo delgado de Alice en un enorme abrazo. Alice no pudo contener la nostalgia de su familia, por lo que al final y con un par de lágrimas rebeldes en sus mejillas se despidió de ellos y avanzó al embarque.

Siete horas de vuelo… ¿No son muchas, cierto? Vamos Alí—Alí.

...

Alice aceptó el té que el Sobrecargo le ofreció amablemente, miró su reloj de pulsera e intentó olvidar su vida en Londres.

"…Taly… no sé qué haré allí… ¡Jesús! Nueva York… ¿Puedes creerlo?

Emmett me ayudará. Bella le ha hecho prometer que lo haría… me quedaré en su departamento mientras encuentro algo… Necesito un trabajo, necesito un propósito… debo reconstruir mi vida. Sí, eso es lo que debo hacer. La vieja yo.

¿La ciudad que nunca duerme? Que se prepare… porque Alice Brandon llegó a ellay más le vale superar con creces mis expectativas.

Espero que no viva en uno de esos barrios raros… bueno en realidad, mejor que sea así. Debe haber muchas cosas por descubrir.

¿Sabes Taly?, no me gusta la nueva música de mi reproductor… es tan gris… todo es gris. Lo detesto, yo soy chica de colores. Si pudieses ver mi ropa, creo que es más para una niña que para una mujer de veinte y cacho.

Creo que lo primero que haré en Nueva York será buscar cosas nuevas. Redescubrir las cosas, reinventarme. Sí, eso haré…"

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—¡Eh… enana! —Un hombre cubierto de pies a cabeza, la llamaba desde la entrada del recibidor del aeropuerto. Chamarra gruesa, bufanda, guantes, incluso gorra que tapaba hasta los ojos. Todo en el maldito color gris, del que trataba de deshacerse—. ¡Alice...Alice Brandon!

Ella se cruzó el bolso de viaje por el pecho, cerró el pequeño chaleco de franela que apenas si cubría la mitad de su cuerpo, y vacilante, al oír su nombre, se acercó al desconocido.

Hacía casi siete años que no veía a Emmett Swan. Por lo que observar un hombre que le rebasaba por media cabeza, y con la contextura de tres veces ella, le llenó de algo de precaución. Jasper era alto, Alice también, pero Emmett… él era un gigante. Si Jasper era capaz de cargar su cuerpo sin dificultad cuando… bueno, cuando mantenían esos encuentros casi tántricos, Emmett era capaz de echarla sobre su hombro, cual costal de patatas, llevarla a cuestas al primer puente de la ciudad y, tirarla al río.

¿Hay ríos en Nueva York? Se preguntó misteriosamente ella.

Alice había cruzado el Atlántico sin más conocimiento de América, del que tendría un chiquillo que acababa de salir del instituto.

Sabía que llegaría a una ciudad enorme, a una que mantenía una alta tasa de criminalidad. Conocía Nueva York por los libros leídos, las películas vistas, las revistas ojeadas. Sabía que debía, religiosamente, conocer la Quinta Avenida, Central Park y el EmpireState. Sin contar la estatua de la Libertad y varias cosas, que había anotado en una listita en ese pequeño cuaderno de viaje que usaba a modo de diario, para hablar con ella misma:Taly, su yo interior.

A penas conocía al presidente de EUA. Era un negro bastante chistoso, a su juicio, lo había visto en un discurso por la televisión. Contaba chistes bastante cómicos. Sí, eso era lo único que sabía de Estados Unidos.

Sabía que la electricidad se la debían a los yankees, la bomba atómica y,el bombón de Tom Cruise. La música de Taylor Swift, las maravillas arquitectónicas de los edificios en la gran manzana y, los buenos comics de Batman, del cual era fan.

—¿Eres Alice, cierto? —El chico encapuchado tenía una voz dulce que a Alice no le quitó el miedo de inmediato—. Soy Emmett… Emmett el primo de Bella.

—Sé quién eres,yankee…

Emmett no esperaba la contestación burda de ella. Por lo general los ingleses eran gente amable ¿cierto? Él era inglés… y era lo más gentil que podía.

—Bien, mujer. Uno, no me hables así. Dos… si quieres mi ayuda, bien, será tuya. Pero que quede claro, hago esto por Bella, no por ti.

—Vaya, Emmett… hasta que te salen las garras —le contestó Alice ofendida. No era una mujer rencorosa… no era ella la que hablaba, era el temor de un inicio no calculado.

Emmett meneó la cabeza con desgano. Bonita la hora en que Isabella le pidió el favor… lo que menos necesitaba era levantarse de la cama, a las tres de la mañana para manejar desde Queens hasta el JFK por una mujer que tenía la pinta de una matrona con menopausia, que de joven y galante.

—Y no soy yankee… soy inglés.—Tomó la maleta de color azul que Alice rodaba, con más fuerza de la que debería emplear y comenzó a avanzar con ella a cuestas. Emmett la vio temblar bajo su nada grueso vestido, volvió a menear la cabeza y casi maldecir los buenos modales—. ¿No tienes otra cosa más abrigado que eso? ¿Chica, sabías que venías a la ciudad de los mil climas… no tienes nada?

Alice, que había empacado con demasiada furia y, casi nada de sentido común, se regañó de haber dejado los abrigos al fondo de la maleta. Claro que había traído de todo, no era tan tonta… tenía casi veinticuatro, era responsable, algo olvidadiza… pero, no suicida, eso se lo dejaba a los otros dos locos que se quedaron en el otro lado del mundo.

—Carajo… —Emmett murmuró por lo bajo antes de sacarse la polera sobre la cabeza, llevándose el gorro de entremedio—. Tómala.

Alice cogió entre sus manos la suave y caliente tela, disfrutando ese pequeño contacto y deseando que se propagase por toda su piel, que ahora estaba más helada que el polo norte, agradeció de manera muda el gesto.

—Bienvenida a Nueva York… duende cara pálida.

Alice no pudo evitar reírse un poco al observar al enojado Emmett recolocarse la gorra con demasiada fuerza y llamarla así en el proceso. Siguieron caminando hasta llegar al final y pedir un taxi. Alice, entre tanto, se quedó observando la bonita imagen que le devolvía el vidrio de una de las muchas tiendas del aeropuerto. Un enorme hombre con gorra sobre el pelo caoba, herencia Swan, bufanda, guantes y una camiseta de manga larga, junto a una mujer algo más chaparra que él, con el suéter más calientito y reconfortante que hubiese tenido puesto y, el cabello erizado por el viaje.

¡Vaya par!

La gran manzana.

La ciudad que no duerme.

Manhattan.

La gran ciudad… New York… New York… con olor a maple en el aire.

Alice tomó una rutina una vez instalada. Aceptó el primer trabajo que consiguió, era empleada de Macy'sen el departamento de perfumería y damas.

Usó su gusto ejemplar, para lograr la mayor cantidad de ventas en el piso. Lo cual, rápidamente, la convirtió en supervisora de cierto número de personas. Nadie creía que para Acción de Gracias, la mujer había superado tres puestos de trabajo. ¡Ni siquiera llevaba dos meses en la tienda! Había personas, con mucha más antigüedad, que permanecían en su mismo lugar, una parte por apatía, otra por timidez. Alice opinaba que no había gente sobresaliente por magia, sólo gente que trabajaba más que otras y era más sagaz en la forma de resolver los problemas.

Se sintió muy orgullosa de participar en el famoso desfile de Acción de gracias. En realidad, le gustó ser el mandamás oficial de la sección de esferitas que marcharía al frente de todos ellos. Era una nueva idea, pero ella estuvo feliz de serlo.

De no haber sido por la cámara fotográfica, que la llamaba con más fuerza que el disfraz de esfera luminosa, hubiese optado por el maquillaje, el disfraz y la aventura del desfile.

Pero ella estaba hecha para la parte trasera del lente. Necesitaba hacerlo, inmortalizar ese momento. Que fuera suyo.

—¡Hora de irnos, Alice! —Emmett gritó desde la puerta de su propio departamento.

—Un momento —le gritó ella de vuelta, antes de susurrar para ella misma—. Nunca dejas de ser tan desesperado,Emm.

Emmett y ella habían firmado un tratado de paz.

Sí, bueno, el sexo por despecho de parte de Alice era otra cosa más allá que tratado de paz. Y, por lo que había notado del fiestero, Emmett, no era gran cosa de su parte. Era más el típico y asentimental sexo de una noche. Bien por ellos, llevaban varias semanas intercalando las bromas y el sexo, al menos eso les había hecho no gritarse ni tratarse horrible y despreciablemente.

—¡Alice! —volvió a gritar él—. Es día de gracias, se supone debes ser agradecida y no matar de desesperación a tu casero.

Ella rodó los ojos azules, herencia de su madre;enormes y honestos. Los rodó restándole importancia a los berrinches de un chico que era demasiado puntual. ¿Por qué no podía sentarse a jugar con su X—box, y a ella la dejaba arreglarse tranquilamente? No, él debía estar gritando cual mono a la mitad de la jungla. Estaba segura, la mitad del edificio en Queens, conocía los gritos del joven Emmett. Rió de su pequeña analogía y continuó aplicando máscara a su perfecto y delineado ojo frente al espejo. Ali era una mujer bella, de rasgos algo míticos, que en conjunto creaban la imagen de una chica mucho más joven de lo que era.

Vivían en Queens, entre la 49 y la 11. Emmett había heredado el departamento de su padre, antes de que este se mudara a California, con su nueva novia. Él le había contado muchas cosas de ese viejo estrafalario, del que sólo sabía anécdotas divertidas y varios amores de por medio.

Quizá de allí sacó lo mujeriego, pensó ella.

Alice salió de la habitación que le era asignada. Con un abrigo cernido a su cuerpo, una botas altas y su cabello en un recogido más despeinado que atado. Emmett le dio una sonrisa chueca, de esas que le hacían volverse a ver sólo para corroborar que no tenía nada gracioso encima.

—Ese Jasper Hale sí que es medio estúpido…

—Déjalo ya… ya no importa.—Alice bajó la vista avergonzada. Se apresuró a tomar su cámara y tomó una imagen rápida, de un Emmett sonriendo en la única entrada del departamento—. Hora de irnos fortachón.

—¡Al fin!

El tráfico en NY no era loco de atar. En realidad, el tráfico en el mundo entero, queestaba lo suficientemente poblado, era bastante complejo. Esa era la razón por la que Emmett le hacía tomar la bicicleta y usarla hasta Manhattan. Una total locura si tomaba el tiempo.

Muchas veces, Alice, competía contra el mismo Emmett, metro contra bici. El que llegara último, pagaba la cena, la comida, o el desayuno. Dependía de la hora libre que tuviera ella. Por lo general ganaba Alice con el subterráneo, excepto esas veces en que estaba más loco que el Hospital Mental de Psicópatas empedernidos. Esas eran las veces en que ella debía aceptar la comida chatarra de Emmett, de lo contrario, le hacía comprarle una sana y totalmente normal comida. Vamos, sus padres eran hippies, su madre se había proclamado vegana desde los veinte, poco antes de que Alice cumpliera los tres años. Desde entonces, apenas sí había podido incluir lácteos a su dieta y, eso, por la exigencia del pediatra más que de ella misma.

—¿Estás seguro que quieres ir en bicicleta?

—Cobarde…

—Emmett… mañana tengo turno hasta morir…

El Black Friday… otra tradición yankee, a la que Alice estaba más que dispuesta a sacarle provecho, y un poco de rencor teniendo en cuenta que ella era trabajadora en una de las tiendas que se atestaban de mujeres. Harry, del departamento de música, le había prevenido, incluso incitado a usar máscara protectora, casco y quizá rodilleras. Andy, del departamento de caballeros, decía que una vez una mujer había arrancado varios mechones de cabello de otra con tal de conseguir una blusa en oferta.

Sí… Alice se creía lo suficientemente lista para hacer lo mismo si la blusa fuera bonita.

—Ya pues, sube al asiento detrás de la mía. —Le sonrió petulante mientras le guiñaba el ojo al agregar con tono muy al estilo de galán de novela—. Yo manejo.

Oficialmente el desfile de acción de gracias era el inicio de la temporada navideña, para Alice, fue el inicio de su tratamiento de reestructura.

Cada tarde, después de su turno en la tienda. Usaba los probadores hasta colocarse un vestido y unas altísimas zapatillas. Se rizaba el cabello, colocaba un pintalabios en sus labios de Afrodita, esperaba a su… a Emmett —sin etiqueta— y salían a cualquier club.

Bailaban toda la noche. Alice olvidaba su nombre, su origen, se quedaba en blanco sólo para que él, Emmett niño pintor, coloreara lo poco o mucho que veía dentro de su alma.

Otros días, tomaba la cámara, salía a la ciudad y buscaba las esquinas de lo que sea que le llamase la atención.

Los niños en el parque.

Los edificios que parecían desgarraban al cielo.

Las azoteas perdidas.

Los letreros andantes.

Las sonrisas escondidas de los transeúntes, que al descubrirse acosados de una guapa fotógrafa, no podían hacer más que sonreír. Algunos se detenían a contarle una historia, la historia de su vida, un chiste… lo que sintieran en ese momento. Encontró miles de historias, algunas muy bellas, otras francamente tristes. Algunas otras le hacían replantearse su mundo. Le estremecían, y agradecía por ellas, pues justo ese tipo de sentimientos borraban la imagen de estatua de mármol frío e inhumano, inmóvil… usado y tirado que era su alma en el pecho.

Otras veces salió a Broadway. Lo amó. Era quizá de las mejores cosas que se llevaría de ese lugar. Broadway sus mil aromas, colores, música, vida. Glamour, gente nueva, historias viejas, necesidad de olvidarse. El teatro y, la absurda Alice, se hicieron uña y mugre.