Disclamier: Twilight y sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer. Este es un TWO SHOT que está participando del concurso New Year´s Elite Contest organizado por el grupo Élite Fanfiction ( facebook groups / elite . fanfiction / ) y su autor será revelado una vez terminadas las votaciones del mismo.

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Ultimátum de año Nuevo

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Summary

Disponía de un mes para casarse, tener hijos y ser feliz… o moriría. Al menos eso es lo que Isabella Swan creía cuando en sueños una viejecita se le apareció y le dio el ultimátum. Ahora Edward es su única salvación… ¿o será más que eso?

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Capítulo 1

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Ahí estaba mi chica de pasarela, sonriendo con sus labios perfectos, tan rosados y apetecibles. Caminaba directo a mí, su cabello castaño oscuro se movía con el aire y sus ojos chocolate brillaban como siempre.

¡Ángel! —grité, abriendo mis brazos para recibirla después de tanto tiempo. Sin dudarlo y sin importarle las cámaras que nos rodeaban, se dejó envolver en mis brazos y besó mi pecho. Como siempre, mi cuerpo reaccionó ante su contacto. Le besé la frente y me separé de ella—. Debemos irnos a casa, muñeca, no me gusta sentirme vigilado.

¡Vamos, playboy! Esa ni tú te la crees, siempre rodeado de chicas que están vigilando tus movimientos. —Comenzó a caminar hacia el coche. Detrás venía nuestro personal con las maletas. Aceleré el paso pasándole la mano en la cintura. Ambos llegamos a Los Ángeles a pasar navidad a nuestro departamento. Ella dejaba las pasarelas por estas fecha y yo las grabaciones.

Quita tus manos de ahí, Cullen, dejé que me abrazaras... —Levanté una ceja, ella jamás me había prohibido algo—. Pero no dejaré que hagas eso. No quiero que piensen mal de mí. Por si no has visto los titulares de hoy, te informo que me caso en un mes. Así que por favor, compórtate como un amigo. —Y esa fue la gota que derramó el vaso. Mi Isabella se iba a casar, iba a pertenecer a otro. Se iba a ir de mi lado.

¡No, por favor! —grité sin importar que todos me vieran, sin importar las cámaras ni la gente —, ¡no te cases, Bella!, ¡no te cases! —imploré, y sentí unas manos frías en mi pecho.

—Edward, estoy aquí. —Abrí los ojos tratando de ver, el sol entraba por la ventana. Me orienté y vi a mi castaña sonriéndome como en el sueño.

—¡Mierda! Bella, me dormí, preciosa. —Me senté en el sillón. Viendo la tele me quedé dormido y no fui por ella al aeropuerto. Era principios de diciembre y ya pedíamos a gritos vacaciones.

—No hay problema, me trajo Emmett y él me ayudó con las maletas. —La invité a sentarse a mi lado y fue ahí cuando la vi. Estaba más preciosa de lo que recordaba, un vestido rojo, sencillo que dejaba ver sus piernas blancas bien torneadas y su carita sin una gota de maquillaje, siempre tan natural—. ¿Estás bien, playboy? Cuando entré gritabas que no me casara. —Sonrió burlona y entrecerré los ojos—. Lo siento, pero fue gracioso.

—Era una pesadilla, pero ya pasó. —¡Gracias a Dios que lo fue! Ella no se podía casar, por esa razón nuestro intento de relación había fallado. Se quitó sus tacones negros y subió los pies sobre la mesa de centro, los jalé para comenzar a masajeárselos—. ¿Qué tal el viaje? —Se encogió de hombros y sonrió con pena. Incómodo fue el silencio que nos rodeó.

—Edward... —habló temerosa y la piel se me erizó, una mala noticia venía—. Yo...

—¿Qué pasa, Bella? —Bajó su mirada y suspiró.

—Me voy a vivir con Erick a principios de año. —Y mi pesadilla se hizo realidad. No la pude mirar, pero mi cabeza comenzó a trabajar. Tenía un mes para lograr que Isabella volviera a mí. Un mes para comenzar con un plan y creo que ya lo tenía.

En el momento de mi llegada a Los Ángeles le di a Edward la noticia. No reaccionó como yo pensé que lo haría, comenzando a despotricar a diestra y siniestra. En cambio solo me deseó suerte y ya. Guardaba una pequeña esperanza de que me pidiese que no lo hiciera y que lo volviéramos a intentar, pero una vez más me di cuenta que solo quería mi amistad.

Erick solo era un amigo con derechos. Apenas hacía unos días, después de unas rondas de besos, decidimos intentar vivir juntos sin etiquetas. Él no quería hijos, ni casarse. Así que era mi alma gemela. Porque yo no necesitaba nada en mi vida para poder sentirme plena. No me veía casada ni con hijos, me veía libre viviendo sola, de vez en cuando con alguien. Siendo una modelo aún más exitosa y mi carrera en el estrellato.

Mi madre siempre me regañaba, ni qué decir de Edward. Ambos decían que yo necesitaba un hombre a mi lado para que me diera cariño, comprensión y apoyo, pero que era lo suficientemente cobarde para aceptarlo. Había tenido unas cuantas citas a mis veinticinco años, y tal vez no lo quieran saber, pero había tenido sexo dos veces en toda mi vida, y ambas con el mismo hombre y por una borrachera. Era aburrida... y mucho.

—¡No me jodas, Swan! —gritó Edward entrando a la cocina con mi agenda en mano—. ¿Esto es en serio?, ¿tan controlada tienes tu jodida vida? —Me volteé a mirarlo de mala gana. Puso el cuaderno en la encimera y lo abrió—. Once quince, ¿ir al baño? —Me miró de forma reprobatoria—. Estás loca, mujer. —Se sentó y siguió leyendo en voz baja. Maldita la hora en que le di bandera blanca para desempacar mis cosas.

Ese era Edward "playboy metiche" Cullen, mi mejor amigo de toda la vida. Mi amor platónico imposible. Mi compañero de apartamento. Y un aclamado actor de Hollywood. Cambiaba de mujer como cambiar de calzones, y no por eso no andaba con él, ¡no!

Una vez lo intentamos y me rompió el corazón cuando me habló de hijos y boda. Fue después de un accidente que tuve en carretera, estuve en coma por unas horas y él no se despegó de mi lado. Cuando desperté, me pidió que fuera su novia y acepté. Era atento, cariñoso y comprensible, además vivíamos juntos desde la preparatoria, nuestra relación era amor-odio. Yo nunca llevaba chicos al departamento y él hacía una pasarela cada semana con distintas chicas, pero como siempre, nada serio. Cuando su carrera de actor y la mía de modelo despegaron, ambos cambiamos. Él trató de ser más centrado y dejó sus conquistas, yo me enamoré más de él. Lo veía cada mes y compartíamos muchos momentos juntos.

Después de un mes, las cosas iban viento en popa, hasta que dijo las palabras prohibidas: ¿Te casarías conmigo? Y el anillo brilló, burlándose de mí. Para mí eso eran palabras enormes, ese no era mi sueño. O tal vez sí, pero tenía miedo. Lo mandé al carajo sin importarme sus sentimientos, él sabía muy bien que yo no quería nada de eso y me salía con que quería una familia y blablabla, era un egoísta que solo pensó en él. Y ese era el problema, no me comprendía. Aparte, ¿quién propone matrimonio al mes de comenzar un noviazgo? ¿No se supone que los hombres son lo que tienen miedo al compromiso?

Pero no le importó mucho, a la semana siguiente ya salía con una rubia plástica y ahí me di cuenta que no había amor en nuestra "supuesta" relación. Él siempre buscaba caras bonitas con quien relacionarse, y yo le convenía por ser una cara famosa también, pero aparentemente ya era historia pasada.

—Deja de meter tus narices en donde no te llaman. —Le arrebaté mi agenda de las manos y fue ahí donde lo miré por primera vez en la mañana. Estaba tan sexy como siempre, una camisa polo color negra y un pantalón desgastado de mezclilla. Su sonrisa torcida moja bragas y ese cabello cobrizo que gritaba sexo a todas horas. Pero no, ya era prohibido para mí—. Además, como dices, es mi jodida vida y yo sé lo que hago con ella. —Metí mi preciosa agenda en la cintura, quedando apretada con el elástico de mis pantalones de yoga, ella era mi amiga incondicional. Ahí controlaba mi vida y todo lo tenía planeado, y cuando digo todo, ¡es todo! No me gustaba que nada se me saliera de control. Hasta mi cuerpo lo controlaba bien, mi corazón estaba bien sellado—. ¿No me vas a decir nada? —pregunté como no queriendo la cosa. Con Edward no sabías qué esperar.

—¿Lo amas? —Me encogí de hombros. Vaya, había reaccionado.

—Tengo veinticinco años y creo que es hora de comenzar a divertirme, sabes que lo mío no es el amor. —Le di la espalda y seguí cocinando—. No quiero quedarme sin disfrutar bien un orgasmo. —Me reí sin que me viera, podía jurar que fruncía el ceño. Sabía que esa broma me costaría cara más tarde.

—No me harás enojar, ambos sabemos que los has disfrutado y muy bien conmigo. —Sentí el calor subir por mis mejillas, pero lo ignoré. Siempre perdía con el playboy.

—Como sea. —Me encogí de hombros—.No hablemos de eso por lo que resta de las vacaciones, quiero disfrutar sin pensar en el futuro. —Se levantó de la silla y bufó. Esa era yo evitando todo lo serio, esquivando mi realidad. Pero así era feliz.

Sabía que lo había hecho enojar. Aunque nunca respetaba mi forma de pensar, lo seguí por las escaleras. Me estaba ignorando por segunda vez en el día y no me gustaba que me evitara.

—Me daré una ducha, nos vemos más tarde para cenar. —Y cuando volteó a mirarme, la garganta se me secó. Sabía el significado de esa mirada. No era posible que siguiera reaccionado así ante Edward. Se suponía que él tampoco sentía nada por mí. Seguro quería jugarme otra de sus bromas y hacerme sentir mal por la decisión que tomé al irme a vivir con Erick, y la broma que le jugué hace un rato.

Conocía lo suficiente a Edward para saber que algo tramaba.

—Deja de mirarme así y vete a duchar. —Pestañeé y asentí. Estaba a punto de lanzarme encima de él. Actuaba como una adolescente hormonal—. Y dátela bien fría que estás sonrojada y te apuesto que estás mojada.

—¡Edward! —grité y corrí a mi habitación ignorándolo. Tenía razón.

Una vez terminamos de cenar, nos pusimos a ver películas. Era lo que amábamos hacer. Ambos en pijamas y Edward babeando bien dormido en el sillón. Era demasiado raro que no hubiese salido o traído una cita al departamento. Hacía cinco años vivíamos juntos y nos funcionaba bien. Solo lo ocupábamos en vacaciones, ya que la mayoría del tiempo viajábamos por el mundo.

Pensando en mi próxima pasarela, no supe cuándo me quedé dormida.

Abrí los ojos y estaba en mi recámara, seguro Edward me pasó en la madrugada. Aún seguía oscuro. Rodé para acostarme boca abajo y casi me hago en los pantalones. Ahí estaba una viejita con un camisón blanco mirándome seriamente. Quería gritar pero la voz no me salía. ¿Y si me mataba?, ¿o era un fantasma?, ¿o una ratera? Lo más lógico hubiese sido gritarle a Edward o correr, pero estaba pasmada en la cama.

—Isabella Swan... —comenzó a hablar en tono bajo y sin dejar de mirarme—, fecha de nacimiento: trece de septiembre de mil novecientos ochenta y nueve. Estatura: ciento setenta centímetros. Peso: cincuenta kilos. Ocupación: modelo. Padres: Renée y Charlie Swan... —Comencé a reír de nervios, esa jodida abuelita me estaba leyendo todo mi historial ¡Todo! Y sin dejar de mirarme.

Seguía y seguía diciéndome toda mi vida. ¿Qué quería? Parecía un holograma programado, hablaba sin pestañar y sin pausas. Juro que me quería mover, pero del miedo y nervios no podía.

—Misión: tienes hasta el treinta y uno de diciembre para encontrar al amor de tu vida, casarte y tener hijos; dejar de ser tan egoísta, quemar tu agenda y perdonar a tu amiga Alice por haberte gritado delante de las cámaras. —Lo único que pude hacer fue asentir y seguir riendo, ya con lágrimas en los ojos y a punto de llorar de verdad—. De lo contrario, el treinta y uno de diciembre, a las doce en punto... morirás. —Jadeé, solo eso pude hacer—. Ahora, volverás a dormir y de ti depende seguir viva. —Cerré los ojos, y cuando los volví a abrir ya era de día y no había ninguna jodida viejita. ¡Mierda! Tenía menos de un mes para casarme, ¡no me quería morir! El pánico me atacó y comencé a gritar, reír y llorar. ¡No me quería morir! Los gusanos no iban a comer mi cuerpecito. Estaba demasiado buena para que me desperdiciaran. Me faltaba mucho por vivir.

—¡Bella! —Edward entró asustado al cuarto y me atrajo a su regazo—. ¿Qué pasa?, ¿tienes un ataque? —Negué.

—¡No me quiero morir! —grité como posesa, no sabía cómo sentirme. Una broma no había sido, yo vi a la viejita, ¡la vi!

—¿Ah?, ¿de qué hablas? —Negué. No se lo iba a decir, no podía, iba a pensar que estaba más loca de lo que ya me creía—. ¿Te sientes bien? —Asentí mintiendo. Tenía que comenzar a cambiar. Un mes, un maldito mes y comenzaría de ya.

Me levanté de su regazo y llegué a mi agenda. Caminé como loca, a toda prisa que casi caigo cuando me enredé con mi ropa sucia tirada.

—¡Voy a quemar mi agenda! —La encontré tirada a lado de mi tocador—. Necesito que me lleves a ver a Alice. También necesito hablar con Erick. —Me movía como loca. Me cambié de pantalones por unos vaqueros y me puse una sudadera. Tenía que salir ya mismo. Volteé a ver a Edward y estaba sentado en la cama, mirándome divertido—. ¿Te estás burlando de mí? —Echaba humo por las orejas. Estaba enojadísima.

—¿Me puedes decir qué te pasa?

—¡No me contestes con otra pregunta! Sabes que odio que hagas eso —espeté, él se puso serio—. No te puedo decir lo que me pasa. Solo no me quiero morir y necesito que me ayudes, ¿de acuerdo? —Le di la espalda y bajé las escaleras. Tenía que hablar con Erick. Casi me caigo otra vez por andar como loca.

—De acuerdo, pero necesito que te controles. Y sí, me burlo de ti. Estás como loca.

—¡Cállate! —grité y llegué al teléfono. Marqué el número de Erick. Necesitaba casarme con él. No me quería morir y tenía menos de un mes—. ¡Erick! —saludé cuando me contestó—. Hola, es Bella. —Escuché un gemido raro en la línea.

—¿Bella? —habló un poco cansado—. ¡Oh, Bella! Claro, la castaña, ¿no? —Fruncí el ceño. Ni siquiera recordaba bien mi nombre.

—Sí, la castaña. Yo necesitaba verte para hablar lo de la mudanza. Quería ver si...

—¡Dame un segundo, Margaret! —Se oyó que habló en un murmullo—. ¿Decías?

—Que quería ver si podíamos mudarnos antes al departamento en Londres —solté lo más fácil. Después lo convencería de casarnos. Le daba la espalda a Edward, no estaba de humor para ver su cara de burla.

—¿Mudarnos? ¿En serio te lo creíste? —chilló, segundos después soltó la carcajada—. ¡Estás jodidamente loca! Yo solo... Era una broma, yo jamás viviría con nadie. ¡Nunca! —Colgó. El muy infeliz ¡me colgó!

—¡Colgó! —susurré atónita, pataleando como niña berrinchuda—. Era mi única esperanza. Me tenía que casar con él, acostarme y tener hijos. Él era mi esperanza, él me tenía que salvar la vida. —Me agarré el cabello y lo jalé—. ¡No me quiero morir! —grité quién sabe cuántas veces y berreé como un chiquillo por su paleta.

—Cállate, Isabella —demandó Edward, y hasta ahí me acordé de él—. Estás más que loca, mujer. ¿Qué sucede contigo? —Me sujetó por los hombros y lo miré—. Nadie se quiere morir, eso lo sé, pero algún día tiene que suceder. —Asentí ida, tenía razón, solo que yo tenía un mes, y de verdad que eso era muy poco tiempo.

—Pero no me quiero morir en menos de un mes —lloré desesperada, realmente desesperada. No quería aceptar mi muerte tan rápido, no podía.

Si de eso dependía tener diez bebés, lo haría. Si tenía que casarme, lo haría. Todo con tal de salvar mi vida.

—Eso no pasará, tonta. Ahora tengo que dejarte. —Me jaló de la mano hacia la sala y me sentó en el sillón—. Voy a ir al hotel a visitar a Alice y a mamá. Llegaron ayer, ya sabes, para navidad y año nuevo —asentí. Su familia y la mía se reunían en nuestro departamento cada año. Mi familia vivía en California y la de Edward en Seattle—. Regreso más tarde, o ¿quieres ir conmigo? —Negué. No estaba en condiciones de ver a Alice así de histérica. Me calmaría y hablaríamos con más tranquilidad.

—No viviré con Erick —solté de pronto. Enojada por el hecho de que el imbécil se burló de mí y no disfrutaría de la vida como es debido—. El maldito me tuvo miedo. —Le quité la mirada y reí sin ganas, tratando de sonar graciosa.

—Te diría que lo siento, pero me alegro. No mereces a cualquier idiota a tu lado, pero no puedo seguir hablando, tengo que ir a ver a mamá. —Iba a comenzar a pelear, pero el muy idiota me dejó con la palabra en la boca.

Me acerqué a la estufa y prendí el piloto, poniendo mi agenda. Comenzó a arder y la tiré en el lavabo, una vez que estuvo en cenizas abrí la llave y el agua no dejó huellas de mi mejor amiga.

—¡Primera parte de la misión: completa! —grité para que me oyera la cabrona viejita—. Dame un día más de vida, quiero llegar al dos mil quince siquiera. —Esperaba un "Sí, Isabella" del más allá, pero no hubo respuesta más que una queja de mi estómago que moría de hambre.

Habían pasado ya dos días desde que vi a aquella viejita y mis nervios no se calmaban. No iba a encontrar al hombre de mi vida ni aunque le bailara al Dios del trueno, y tener un bebé menos.

—Acepto mi muerte con honor —dije dramática mientras caminaba por la plaza en busca de un buen café. Edward había salido con no sé qué plástica esta vez, ¡argh!, cómo lo odiaba. Él sí se podía divertir y yo aquí, como una papa. Sola y a días de morir.

—Pero miren nada más quién está aquí… —Volteé y ahí estaba "la pitufo" Cullen—, ¿porqué tan sola, ángel? —habló con burla acercándose a mí—. ¿Estás buscando a tu próxima víctima? —La razón por la que dejé de hablarle a Alice fue por un malentendido. Ella creyó que yo quería andar con Jasper solo porque en una pasarela me lastimé el tobillo y él lo talló, cuando estaba terminando de hacerlo besó la parte lastimada y ahí entró la dramática de Alice gritando delante de todos que era una zorra, baja novios y no sé qué más, sin dejar que le explicáramos nada.

Ella arregló las cosas con su novio, pero no volvió a ser mi amiga. Edward me dijo que con el tiempo volvería a hablarme, y lo hizo, pero mi orgullo era grande y me negué a hacerle caso en sus intentos de disculpas. En una alfombra roja le hice el desplante y la ignoré. ¡Toma eso, pitufo!

Pero aquí estaba yo, a punto de dejar mi orgullo, tragarlo y pedir perdón. Quizá así tendría más días de vida.

—Alice, yo no soy así —comencé hablando arrepentida—, ya te lo explicamos miles de veces y de distintas formas, yo... —Me acerqué a ella y creí verla sonreír—. Lamento todo lo que sucedió. Discúlpame por...

—¡Cállate, tonta y ven aquí! —dijo abrazándome. Me sentí tan bien cuando aceptó mis disculpas y pude jurar que el aire de la rosa de Guadalupe golpeó mi cara cuando acepté el abrazo, solo faltaba la rosa blanca para saber que estaba salvada. La cual nunca llegó—. Pensé que este día nunca llegaría, amiga. —Nos sentamos a tomar un café. Alice era hermana de Edward y fue compañera mía en la universidad. Era mi ex maquillista, debido a la pelea dejó botado el trabajo, pero ahora esperaba que todo volviera a la normalidad.

Después de ponernos al corriente, con casi un año perdido de nuestras vidas, regrese al departamento.

Quizá tendría más días de vida, pero de todas formas iba a morir. Segunda misión cumplida, de todas las mierdas que me pidieron. Aun con los nervios a todo lo que da, busqué algo en la alacena y encontré tequila. Olvidar un poco me vendría bien.

—No me quiero morir... —cantaba como loca. Mi cuerpo estaba entumido y nada había olvidado—. No me quiero morir… —canturreé otra vez—. Ya quemé mi agenda, me reconcilié con Alice… ¿Me oyes pariente de Joan Rivers? Dame unos días más de vida ¡No me quiero morir! —Estaba tirada en medio de la sala. No sabía cómo quedé solo en ropa interior—. Tengo entumida la lengua. —Reí como tonta—. No me quiero morir. Pero tampoco me quiero casar y tener hijos que comen, cagan y duermen... —Me pareció escuchar que alguien abría la puerta—. Bueno... sí quiero tener bebés, casarme y todas esas cosas románticas, pero tengo miedo, viejita. Miedo que nadie me quiera como yo quería a...

—¿Bella? —¿Podía ser más terrible mi día? Ahí estaba mi única salvación, salvo que ya no le interesaba. Él solo necesitaba a sus rubias de una sola noche.

—¿Con cuántas te revolcaste hoy? ¿Tres, cuatro? —Traté de levantarme, pero me volví a caer. Reí como imbécil—. Seguro con más, por eso traes esa puta cara de satisfacción. Y yo aquí, hablándole a la puta pariente de Joan Rivers para que me perdone y me dé más días de vida. —Él se acercó a mi lado, quitándose la chaqueta en el camino—. Llevo dos deseos cumplidos, ¡no me quiero morir! —Tome más de la botella.

—Tú... no, Bella —comenzó a reír como loco—. ¿En serio creíste... No, Bella. —Edward reía sin parar.

—Cállate, maldito burlón. —Lo empujé y cayó de espaldas en el piso. ¡Es ahora o nunca perra!

Me puse a horcadas sobre él y le golpee con toda mi fuerza el pecho. Derramando el tequila en la alfombra, que ya casi no había nada.

—Por tu maldita culpa estoy así. Si tú me hubieses rogado hace un año que no me fuera de tu lado, que me casara contigo y tuviéramos una maldita guardería en casa, yo no estaría a punto de morir. —Le seguía pegando y él reía como poseso.

—Eres tan ingenua, Isabella. —A él no le importaba mi dolor. Y me dio tanto coraje que decidí que el pagaría por esto.

Lo iba a atar a mí y de esa manera me salvaría la vida. Haría que dejara su vida de playboy.

—Tú también vas a pagar… —Y lo besé. Lo besé con coraje y con sentimientos que no sabía tenía. Edward dejó de reír y me separó de él.

—Cálmate, ángel… —Negué y me desabroché el sostén—. Estás tomada, Isabella. Vamos a la cama y mañana hablamos de esto. —Volví a negar y me levanté a trompicones para poder quitarme las bragas—. Mañana te vas a arrepentir, Bella. —Continué negando—. Estás borracha. —Puse los ojos en blanco.

—Pero no pendeja —dije y regresé a la misma posición—. Además, no habrá tiempo de arrepentirse. No hay mañana. —Comencé a quitarle la ropa y él se dejaba. No metía mano, estaba disfrutando todo eso y yo echaba chispas—. No me quiero morir… —Ya solo quedaba su bóxer y cuando se lo iba a quitar, me sujetó las manos. Se sentó y me agarró la cara con ambas manos.

—No vas a morir, hermosa —negué.

—Tú no sabes nada. —Nuevamente bajé las manos a su bóxer y las metí dentro sujetando su gran erección—. No perdamos tiempo y bésame, playboy. —Uní mis manos en su cuello y lo acerqué a mis labios.

—Te arrepentirás de no haberme escuchado… —diciendo eso me besó. Hacía años que deseaba eso, volver a sentir sus cálidos labios. Me comenzó a acariciar la espalda, que ya estaba desnuda y yo me mecía sobre él, necesitaba atención en esa parte que ya se encontraba húmeda.

Respirábamos agitados y yo gemía desesperada. No sabía si era la urgencia por salvar mi pellejo o porque de verdad lo deseaba tanto, o yo misma me mentía pensando que no sentía nada por, no lo sé, pero lo quería tener dentro ya mismo.

Besó mis senos y acariciaba mi cuerpo, yo hacía lo mismo con él. Grabándome cada parte de su anatomía que amaba y extrañaba. No sé cómo, pero le quité lo bóxer y él se posicionó en mi entrada.

Era magnífica la sensación de nuestros pechos desnudos rozándose. Él me miraba de una manera extraña... como protectora, cariñosa y con culpa. Pero lo ignoré.

—Es la tercera vez que tendremos sexo por una borrachera tuya, ¿te das cuenta? —Asentí—. ¿Qué voy a hacer contigo, pequeño ángel? —dijo penetrándome poco a poco. Me arqueé hacia atrás debido al placer que me estaba proporcionando. Me moví un poco hacia adelante para que entrara más en mí. Él agarró mi culo y empujó aún más.

—¡Oh, Dios! —murmuré, mi piel se puso de gallina.

—Te extrañé, nena… —Asentí—. Mírame —pidió pero no quería mirarlo—. Mírame Isabella o no me moveré. —Lo hice y me dieron ganas de llorar. Me miraba de esa forma que los cursis miran a su novia en las películas, él era actor y podía estar fingiendo como siempre lo hacía. Mis rodillas pegaban en el piso, él lo notó, porque me giró para que quedara debajo de su cuerpo—. Sabes que tú también lo haces, pero no quiero presionarte a que lo confieses.

—Solo calla, playboy, y haz lo que mejor sabes hacer. —Trabé mis piernas alrededor de su cintura.

—Eres una cobarde, Swan —diciendo esto, arremetió contra mí haciendo que apretada los dientes para no soltar un fuerte grito de placer—. Mierda… —Él sentía lo mismo.

Pasé mis manos por su espalda y lo arañé. Él bajó su mano a mi clítoris y comenzó a frotar. Mi vientre se tensó y sabía que estaba cerca. Él de igual manera, ya que la vena de la frente estaba sobresaltada.

En ningún momento nos dejamos de mirar, no aguanté y me solté a llorar. Esto era ajeno a mí, yo seguía amando a Edward, no lo podía negar.

—No me quiero morir… —Sin dejarnos de mover, acaricio mi mejilla y yo uní mis labios a los de él.

—Te amo —confesó y nos dejamos llevar en un orgasmo arrebatador. Seguro era por el momento, él no hablaba en serio, así que ignoré su comentario.

Después de unos minutos abrí los ojos y él me seguía mirando.