Roy Mustang es un pecador. Él lo sabe.
Dirige fuerzas enteras dentro de encuentros manchados de sangre y miseria, casi lo hace sin compasión. La masacre de Ishbal le recuerda lo desgraciado que es, a veces como sueños, otras simplemente como recuerdos esporádicos que se esfuerza en eliminar.
También tiene vicios, uno de sus favoritos es la nicotina, adquirido poco después de que Hughes muere. Aquella sensación de tibieza dentro de una noche helada, brindada por un buen cigarrillo, no la reemplazaría por nada.
Sin embargo, Roy Mustang es un hombre de pocos escrúpulos. Gran comandante cuando le da la grandísima gana y, según Edward Elric, un gran hijo de puta.
Edward era un caso especial, sinceramente.
Cuando lo conoció, fue inevitable reírse.
Era sencillamente gracioso que un niño de doce años viniese a su despacho exigiendo un título de Alquimista Nacional. Roy era consciente de que nunca debía subestimar a un "oponente" o en este caso, a un colega alquimista. Mas sin embargo, fue imposible.
Edward es un niño que ha vivido cosas demasiado duras para su edad. Tiene dos miembros metálicos y practica la alquimia con una destreza digna de admirar. Siendo lo suficientemente valiente –o estúpido-, como para retarlo.
Edward podía definirse como un tipo de adicción.
Una adicción que había probado. Por supuesto.
Lo había hecho una noche cualquiera, cuando ya no había nadie y aquellas cuatro paredes llamaban al pecado. Hacía calor, por todos los demonios, y Edward parecía insinuársele a cada momento, como si la serpiente le invitara a probar la fruta prohibida.
Lo hizo. Y al final, se sintió sucio.
Porque acaba de hacerlo con un niño que no podía llegar siquiera a la categoría de adolescente. Porque al final, lágrimas mal disimuladas recorrían su rostro y el peso de la culpabilidad fue tan grande que se sintió incapaz de enfrentarle en semanas.
Incluso ahora, por mucho que lo intente, las mismas imágenes se repiten y la angustia le carcome el alma.
Como si aquello no fuera suficiente, se repitió. Y más de una vez.
Le gustaría decir que no fue su culpa, ni tampoco la de Edward, pero estaría mintiendo bárbaramente.
Los detalles se vuelven vívidos casi todas las noches y entonces siente la inmensa necesidad de llevarse una mano a la entrepierna y saciar los bajos instintos. Imaginar que tiene su cuerpo entre los brazos y que lo domina, haciéndole susurrar su nombre bajo las sábanas.
Por eso lo prefiere así, porque al día siguiente no sabría de lo que es capaz.
Una adicción. Justo eso es lo que es.
Frunce el ceño, arrugando ligeramente el papel entre sus manos. Hawkeye le mira interrogante. Al frente suyo, con una pequeña sonrisa maliciosa, permanece Edward Elric.
Juraría que se lo está rogando en la cara, de verdad.
-Y dígame, Elric ¿Qué tal la misión?
Parece meditarlo, junto con esa sonrisa que no desaparece de su rostro.
-Tentadora, Mustang.
Comienza a detestarlo, y con ganas.
