Esta historia no es mía es de una escritora llamada Delilah Marvelle. Yo solo la modifique y adapte al NARUHINA.

Ella era la última mujer a la que debería desear, pero Naruto se atrevía a soñar con casarse con una aristócrata. Un hombre que había terminado en las calles más pobres y peligrosas de la ciudad de Nueva York de principios del siglo XIX tendrá que reinventarse a sí mismo para ser merecedor tanto moral como económicamente del amor de esta singular mujer.

Todo el mundo se merece una segunda oportunidad en la vida. A veces la vida nos estafa las oportunidades que merecemos. Pero incluso entonces tenemos derecho a soñar y a ser más que lo que todo el mundo espera de nosotros. Tal es la historia de Naruto Namikase. Cultivado, gallardo y verdadero caballero en el fondo, descubre que ser simplemente un hombre bueno no basta para sobrevivir en un mundo que pretende arrebatártelo todo. Así que, ¿qué es lo que haces para resistirte? Rediseñarte a ti mismo, incluso al coste de tu propio ser. En eso, Naruto y Hinata son iguales, sin saberlo. Ambos tuvieron que rediseñarse a sí mismos, solo para descubrir que habían enterrado demasiadas cosas.

Prólogo

Supervivencia, caballeros. La vida es pura supervivencia.

The Truth Teller,

un periódico de Nueva York para caballeros

Junio de 1822

Ciudad de Nueva York. Orange Street

Cuando se descubrió que su contable y viejo amigo, el señor Orochimaru era en realidad un canalla y un ladrón, Naruto y su padre avisaron a las autoridades para que fueran a su casa a arrestarlo. Orochimaru, consciente de que estaba a punto de ser colgado, ensilló un caballo y partió al galope, dejando atrás un desbarajuste de muebles y ropa elegante que no valían nada. El resto del dinero saqueado de las arcas de los Namikase, unos dos mil dólares, hacía tiempo que Orochimaru lo había dilapidado en juego y en incontables prostitutas, cuyos extravagantes gustos incluían todo tipo de bisuterías imaginables.

Cuando los guardias armados atraparon finalmente al canalla en las afueras de Broadway y Bowling Green Park, fue allí mismo, delante de toda la ciudad, cuando el caballo de Orochimaru hizo justicia al encabritarse y alzarse sobre sus patas traseras, derribándolo. Orochimaru se rompió el cuello y murió inmediatamente. Ese fue su fin y el del antaño exitoso periódico de Namikase, The Truth Teller, caído en la bancarrota.

Ojalá hombres semejantes pudieran morir dos veces. Quizá entonces Naruto Namikase se habría sentido algo vindicado, después de saber que tanto él como su padre, antiguos propietarios del mencionado periódico y perceptores por ello de una renta anual de trescientos dólares, no poseían en aquel momento más que ocho dólares y cuarenta y dos centavos.

Deteniéndose junto a su padre en la acera de la calle de su nuevo barrio, Naruto cerró los dedos con fuerza sobre la tosca lana de los sacos que cargaba en cada hombro. Miraba fijamente el edificio sin pintar que se alzaba ante él, con un acre hedor a orines flotando en el aire caliente de la tarde.

¿Tan cruel podía llegar a ser el buen Dios?

Oh, sí. Sí que podía serlo. Lo era.

El calor sofocante del sol abrasaba el ceño fruncido de Naruto, haciendo correr pequeños regueros de sudor por sus sienes. Hombres sin camisa holgazaneaban con los pies descalzos y apoyados en el alféizar de las ventanas abiertas, trasegando botellas de viejo whisky irlandés, mientras que otros fumaban morosamente cigarros cortados por la mitad.

Era como si todos aquellos tipos relajados parecieran estar descansando en una verde pradera al pie de un lago. Uno de los hombres barbados de las ventanas le sostuvo amenazadoramente la mirada, se inclinó hacia delante y escupió ruidosamente. Un charco de saliva marrón se formó en el suelo a muy escasa distancia de Naruto.

El tipo había apuntado hacia él.

Naruto miró a su padre, que seguía cargando un cajón de periódicos de la imprenta.

—¿Es esto lo mejor que pudo conseguirnos tu socio? Yo habría esperado algo mucho mejor.

Su padre, Minato Namikase, contempló el edificio y sacudió lentamente la cabeza, agitando los mechones de su pelo rubio que ya empezaba a encanecer. Era evidente que su padre estaba tan poco preparado para penetrar en aquel inmueble como él.

Pero al menos uno de los dos tenía que ser optimista. Naruto le dio un codazo en plan de broma, aparentando la mayor seguridad que fue capaz de reunir.

—Podría ser peor. Habrían podido encarcelarnos por deudas.

Su padre le lanzó una mirada desanimada.

Naruto se interrumpió cuando un chiquillo de unos seis o siete años, de pelo castaño y apelmazado que le caía sobre los ojos, pasó a su lado vestido con una ropa demasiado grande y calzando unas botas enormes, que arrastraba por el suelo en su esfuerzo por no perderlas.

Cuando vio a Naruto, el crío se detuvo en seco, con su inmensa camisa de lino que le llegaba hasta las rodillas colgando sobre su flacucho cuerpo. Se lo quedó mirando durante un buen rato, recorriendo en silencio con sus grandes ojos oscuros su pañuelo de cuello y su chaleco bordado como si estuviera tasando su valor.

Algún día, Naruto sabía que tendría una casa llena de niños como aquel. Algún día. Aunque ciertamente esperaba que, para entonces, pudiera permitirse vestirlos algo mejor. No pudo evitar sonreírse.

—¿Cómo se encuentra usted hoy? ¿Bien?

El niño puso unos ojos como platos. Retrocedió un paso y luego salió corriendo, tropezando varias veces con sus botas.

Su padre, que marchaba detrás, lo empujó con el cajón.

—¿Qué pasa? ¿Qué le has hecho?

—Nada. Simplemente le pregunté cómo estaba. No debe de estar acostumbrado a que la gente sea… amable con él.

Volvieron a caer en un hosco silencio.

El traqueteo de los carros y las ocasionales procacidades y gritos de los hombres de la calle les recordaron que ya no estaban en Barclay Street. Se habían acabado las amplias plazas arboladas, los carruajes primorosamente lacados o los caballeros y damas elegantes de las clases mercantiles. Solo tenían aquello.

—Nunca debí haber confiado en Orochimaru —le confió su padre con tono cansado—. Por culpa mía, ahora no tienes nada. Ni siquiera una perspectiva de matrimonio. De no haber sido por mí, ahora mismo estarías casado con la señorita Shion.

Naruto dejó caer de golpe ambos sacos en el suelo cuando oyó el nombre de la mujer.

—Puedo soportar la miseria, papá. Puedo soportar el hedor y todo lo que va asociado con él, pero lo que no puedo soportar es oírte decir que todo esto es culpa tuya. Al diablo con la maldita señorita Shion. Si me hubiera querido, como yo estúpidamente la quise a ella, me habría seguido hasta aquí. Como yo le pedí que lo hiciera.

Su padre se detuvo para mirarlo.

—¿Tú te habrías seguido a ti mismo hasta aquí?

Naruto siseó por lo bajo, intentando disimular el dolor que le producía saber lo poco que él había significado para ella.

—Solo tengo veintiuno años, papá. Tengo la vida entera por delante. Algún día encontraré a una mujer capaz de respetarme por lo que soy, y no por el dinero que tenga.

Su padre rebuscó en el bolsillo de su chaleco, sosteniendo el cajón contra su cadera.

—Dios te bendiga, Naruto, por saber siempre ver lo bueno incluso en lo más malo de todo —le lanzó una moneda—. Compra algo de comida. Y procura racionarla. Todavía tenemos que buscarnos un empleo. Mientras tanto, yo me encargo de nuestra instalación. Dame esos sacos, ¿quieres?

Naruto levantó ambos sacos del suelo y los colocó encima del cajón.

Su padre sostuvo el saco superior con la barbilla y entró en el portal para empezar a subir de lado la estrecha escalera.

Suspirando, Naruto se volvió hacia la polvorienta calle: una calle ancha de edificios bajos forrados de torcidas tablas de madera. A lo largo de las puertas abiertas se alzaban cajones de frutas y verduras medio podridas. Un enjambre de moscas revoloteaba sobre cada cajón antes de lanzarse a por el siguiente. Parecía como si hasta los insectos estuvieran poniendo en cuestión la calidad de aquella comida.

Ya estaba echando de menos a su cocinera.

Un sollozo ahogado le hizo volver la mirada hacia un tumulto que parecía haberse formado al otro lado de la calle. Un tipo de pelo verde con una camisa deshilachada y un pantalón remendado estaba agarrando a un crío por el pelo, sacudiéndolo con fuerza.

Naruto se quedó sin aliento. Era el chiquillo de las botas enormes.

Cuando una carreta de carbón pasó al lado, el gigante volvió a tirar del pelo al niño y siguió haciéndolo mientras le decía algo. El niño sollozaba con cada sacudida, tropezando en sus esfuerzos por mantenerse derecho.

Naruto cerró con fuerza los dedos sobre la moneda que le había lanzado su padre. Nunca había practicado el boxeo más que como deporte, pero estaba seguro de una cosa: no iba a quedarse cruzado de brazos contemplando aquel espectáculo. Después de encajarse la moneda en el bolsillo interior del chaleco, Naruto esquivó a las mujeres que portaban cestos tejidos y atravesó la calle sin pavimentar hacia ellos.

—Dile a la mujerzuela de tu madre —vociferaba el hombre —que quiero el dinero y lo quiero ahora. Me debe quince centavos. ¡Quince!

—¡Ella no los tiene! —sollozó el niño.

Naruto se plantó ante ellos, con la sangre atronándole los oídos. Se esforzó por permanecer tranquilo, para no dejar que aquello se convirtiera en una pelea que el chiquillo no necesitaba ver.

—Suéltelo. Yo le pagaré lo que le debe su madre.

Una cara redonda, atezada por el sol y cubierta de sudor, se volvió de repente hacia él. Un hedor a coles podridas infectaba el aire. El hombretón empujó al niño a un lado y se dirigió hacia él. Le sacaba una cabeza a Naruto.

—Ella me debe veinte centavos.

«El muy canalla», pensó Naruto.

—Yo he oído quince —hundió una mano en el bolsillo de su chaleco—. Pero esto es lo que le daré —alzó la moneda de cuarto que su padre la había dado—. Le daré diez centavos de más a cambio de que deje en paz al chico de ahora en adelante. Hágalo y esta moneda será suya.

El hombre titubeó antes de estirar su tosca mano. Apoderándose de la moneda, se la guardó en un bolsillo.

—Por mí está bien. Él no tiene nada que yo quiera. La bruja de su madre es el problema.

—Entonces sugiero que lo arregle con ella. Y no con él —Naruto se giró hacia el niño, se agachó y le alzó suavemente la barbilla—. ¿Te encuentras bien?

El chiquillo retrocedió rápidamente, con las lágrimas corriendo todavía por sus mejillas ruborizadas. Asintió, llevándose las manitas a la cabeza.

El hombretón agarró entonces a Naruto del brazo y tiró de él hacia sí. Con una sonrisa de suficiencia, le ahuecó el pañuelo de cuello de lino blanco.

—Qué elegante. Yo siempre he querido uno de estos.

Naruto se apartó bruscamente, poniéndose fuera de su alcance, y entrecerró los ojos.

—Le sugiero que se marche.

El hombre bajó la barbilla y frunció sus pobladas cejas Verdes. Alzando de repente una mano, esgrimió un afilado cuchillo muy cerca del rostro de Naruto, con el acero relumbrando al sol. Luego se inclinó sobre él y apoyó la punta en su mejilla.

—¿Vas a quitártelo? ¿O prefieres que te lo arranque yo?

Era increíble. Apenas llevaba veinte minutos en aquel distrito y ya lo estaban atracando por haber ayudado a un niño. Cerrando los puños, replicó con voz baja y templada:

—Retire el cuchillo y hablaremos.

Un puñetazo impactó en su cabeza. Naruto perdió el aliento, tambaleándose.

El hombre se cambió el cuchillo de mano, como anunciando que lo peor estaba todavía por llegar.

—Vamos, quítatelo ya, si no quieres que el chico vea algo que no debería.

A regañadientes, Naruto se desató el pañuelo. No era ningún estúpido.

Se lo quitó y se lo tendió en silencio.

El hombre se lo arrancó de las manos y se lo anudó con gesto engreído en torno a su poderoso cuello. Retrocedió luego un paso, guardándose el cuchillo.

—La próxima vez, haz todo lo que te diga.

Como si fuera a quedarse esperando a esa próxima vez… Consciente de que el cuchillo ya no constituía un peligro, Naruto apretó los dientes y le lanzó un directo a la cara.

El gigante interceptó su puño en el aire.

—Estás muerto.

Naruto recibió varios puñetazos en la mandíbula, la nariz y un ojo en rápida sucesión, con sus botas de piel patinando en el suelo con cada tremendo golpe.

Todavía lo atacó de nuevo, pero su golpe se perdió en el aire cuando el gigante lo esquivó.

El niño, que estaba a su lado, agitaba sus puñitos mientras le gritaba a Naruto:

—¡Vamos! ¡Acaba con ese matón! ¡Pégale fuerte!

Un inesperado puñetazo dirigido contra su ojo izquierdo no solo le hizo retroceder, sino que de repente lo vio todo blanco, de un blanco neblinoso. Cristo. Se descubrió agarrado a una farola, con sus manos desnudas deslizándose por el hierro recalentado por el sol.

—¡Basta! —tronó de pronto un hombre, acallando los gritos del niño.

No hubo más golpes.

Respirando a jadeos, Naruto se esforzó por distinguir algo más allá del lacerante dolor que le atenazaba la cara y la cabeza.

Una ancha figura de cabello negro, ataviada con un abrigo remendado de color verde, estaba apuntando con el cañón de su pistola a la cabeza del agresor de Naruto.

—Devuélvele a este respetable caballero su pañuelo, Zetsu — pronunció el hombre en un depurado acento neoyorquino, con un punto de sofisticación europea—. Y, de paso, entrégame tu cuchillo.

El gigantón de pelo se había quedado paralizado con el cañón de la pistola presionando contra su sien. Su mano palpó y sacó el cuchillo, que le entregó junto con el pañuelo de Naruto.

Apartándose de la farola, Naruto se compuso la chaqueta de su traje mañanero, intentando sobreponerse a su aturdimiento y vislumbrar algo a través de la neblina que nublaba su único ojo sano. Estiró una mano para recoger el pañuelo.

—Recoja el cuchillo —le ordenó el hombre de la pistola.

Naruto no quería el cuchillo, pero tampoco deseaba discutir con un hombre. En su opinión, estaban todos locos. Parpadeó varias veces, intentando fijar la mirada. Aunque podía ver que los dos hombres estaban cerca, una densa y fantasmal sombra persistía, de manera que tenía la sensación de estar viendo el mundo desde un ángulo. Recogió el cuchillo.

Apretando el cañón de la pistola contra la sien del gigante, el hombre masculló:

—Si vuelves a tocar a cualquiera de los dos, Zetsu, tú y yo nos pegaremos de puñetazos en los muelles hasta que uno de los dos caiga muerto. Y ahora, lárgate.

Zetsu se retiró, abriéndose paso a empujones, hasta desaparecer.

El hombre se giró entonces hacia el chiquillo.

—Vete, Konohamaru. Y, por el amor de Dios, no te metas en problemas.

El chiquillo vaciló. Buscando la mirada de Naruto, sonrió con un brillo en sus ojos castaños.

—Le debo una moneda de cuarto —sin dejar de sonreír, el niño se retiró atronando la calle con sus botas enormes.

Naruto soltó un suspiro exasperado. Al menos había conseguido que el chico sonriera, porque dudaba que alguna vez volviera a ver aquella moneda.

El hombre bajó la pistola y la desamartilló cuidadosamente.

Recolocándose su largo abrigo, clavó en él sus ojos azul hielo.

—¿Dónde diablos aprendió a pelear? ¿En un internado de niñas?

Aturdido, Naruto se guardó el pañuelo en un bolsillo de la chaqueta.

La mano le temblaba con el descubrimiento de que la densa sombra de su ojo persistía.

—Allí de donde vengo, el boxeo no es una exigencia —palpó el mango de madera del cuchillo que todavía sostenía—. Le agradezco la ayuda que me ha prestado.

—No lo dudo —el hombre señaló con la pistola el chaleco bordado de Naruto—. Bonito chaleco. Véndalo. Esos refinamientos no importarán ni un pimiento cuando esté usted enterrado, y se lo advierto desde ya: es una simple cuestión de tiempo que se lo roben. Y ahora, váyase.

Naruto vaciló, percibiendo que aquel hombre no era como el resto de aquella gente. Le tendió rápidamente la mano, la que no tenía el cuchillo.

—Mi nombre es Naruto Namikase.

Su salvador se enfundó la pistola en su cinturón de cuero.

—No le he preguntado por su nombre. Le he ordenado que se vaya.

Naruto siguió con la mano tendida.

—Solo estaba intentando ser amable.

—Yo no lo soy, y por si no lo ha notado, aquí tampoco lo es nadie.

Naruto dejó caer la mano, incómodo.

—¿Hay algo que pueda hacer por usted? ¿A cambio de lo que usted ha hecho por mí? Insisto en ello.

—¿Insiste? —enarcó una ceja oscura—. Bueno, me vendría bien una comida y un whisky, ya que dentro de poco tengo un combate.

—Hecho —dijo Naruto—. ¿Un combate? ¿Usted boxea?

El hombre se encogió de hombros.

—Combates de apuestas, con los puños desnudos —se palpó el cinto de cuero con la pistola—. Esto no es que me haya vuelto perezoso. Solo lo llevo para cuidarme las manos. Una herida significaría no boxear. Y si no boxeo, no como.

—Ah, pero los combates de esa clase… ¿no son ilegales?

El hombre se lo quedó mirando fijamente.

—Le diré que los mismos bastardos que van por ahí condenando públicamente mis peleas son habitualmente los primeros que se gastan fortunas en ellas. Sé de tres políticos y dos comisarios que lo hacen. Así que no, no es ilegal. No mientras ellos sigan apostando en ellas.

Conocer a un boxeador profesional en aquel ambiente podía ser una buena cosa. Una muy buena cosa.

—¿Y cuál es su nombre, señor?

El hombre tensó la mandíbula.

—Tengo varios. ¿Cuál prefiere usted?

Vaya. Parecía que aquel hombre estaba envuelto en toda clase de actividades ilegales.

—Deme uno por el que no vayan a detenerme por saberlo.

—Sasuke. Sasuke Uchiha. No me confunda con ese otro Sasuke Uchiha que gobierna estos barrios, y que es como el asesinato andante. Aléjese de ese engendro de Satán.

—Er… lo haré. Gracias.

Sasuke lo apuntó con el dedo.

—Le sugiero que aprenda las reglas del lugar. Sobre todo teniendo en cuenta que parece usted un alma caritativa. Hasta aquí todo es sencillo: no vista con lujos y lleve siempre un arma consigo.

—Le haré caso —Naruto le tendió el cuchillo que llevaba en la mano

—Excepto en lo del arma. Tome. Yo no voy a…

Agarrándole con fuerza la muñeca, Sasuke le alzó el brazo de manera que la afilada punta del cuchillo quedó peligrosamente cerca del rostro de Naruto.

Naruto se quedó paralizado, con la mirada clavada en aquellos ojos negros como la noche.

Sasuke esbozó una sonrisa mientras le delineaba juguetonamente la curva de la barbilla con la punta de la hoja.

—Debería conservarlo. Nunca se sabe cuándo la necesitará uno para cortar…. Verduras —le soltó la mano, dejando que el propio Naruto bajara el arma—. Yo le enseñaré a usar un cuchillo, a boxear y a hacer unas cuantas cosas útiles más a cambio de comida.

Naruto cerró con fuerza los dedos sobre el mango del cuchillo.

—Yo sé usar un cuchillo.

Sasuke saltó entonces sobre él. Con un rápido golpe en la muñeca, la hoja fue a parar al suelo. La alejó entonces de una patada y lo miró.

—Lecciones a cambio de comida.

La comida no iba a serle tan útil si estaba muerto.

—De acuerdo.

Estaba Naruto comiendo tristemente y en silencio un frío y grasiento estofado en compañía de su padre y de Sasuke, cuando de pronto el lado izquierdo de su mundo quedó sumido en una honda negrura.

La cuchara escapó de sus dedos y rebotó en la mesa, para terminar cayendo al suelo de tablas. Oh, Dios. Se le cerró la garganta mientras parpadeaba rápidamente, mirando a su alrededor con expresión incrédula.

La visión de su ojo izquierdo… había desaparecido. Lo veía todo… ¡Negro! Su padre bajó su cuchara de madera.

—¿Qué pasa?

Sasuke dejó de comer de golpe.

—No puedo ver —Naruto se levantó precipitadamente y se tambaleó, chocando con la alacena sin puerta que tenía detrás—. ¡No puedo ver por mi ojo izquierdo! —miró la pequeña y desolada vivienda que ocupaban, capaz únicamente de distinguir el muro mal enyesado que estaba a su derecha.

Se padre corrió hacia él.

—Naruto, mírame —agarrándole de los hombros, lo acercó hacia sí

—. ¿Estás seguro? El ojo sigue hinchado.

Naruto se lo tocó con dedos temblosos, pero por el amor de Dios, no podía ver…

—A la izquierda de mi campo de visión no veo nada. ¿Por qué? ¿Por qué está todo…? —jadeaba, incapaz de decir nada más. Ni de pensar. Sasuke se levantó lentamente de la mesa.

—Cristo. Es por los golpes.

Naruto giró del todo la cabeza para poder ver bien a Sasuke.

—¿Qué quiere decir con eso de que es por los golpes? No tiene sentido. ¿Cómo pueden unos cuantos…?

—Lo he visto en el boxeo, Naruto. Un tipo que conocía recibió demasiados golpes en un combate y se quedó ciego al cabo de una semana.

Naruto empezó a jadear de miedo. Había pasado una semana.

Sacudiendo la cabeza, Sasuke recogió su abrigo, que había colgado del respaldo de la silla.

—Voy a dar caza ahora mismo a ese canalla.

Pese al pánico que le embargaba por haberse quedado medio ciego, Naruto protestó con voz ahogada:

—Eso no va a cambiar nada.

—No se trata de cambiar nada —Sasuke se acercó hacia él—. Se trata de enviarle un mensaje sobre lo que resulta y no resulta aceptable.

Su padre empujó suavemente a Naruto hacia la puerta.

—Si esto es lo que usted dice que es, Sasuke, lo primero que tenemos que hacer es buscar a un médico. ¡Ahora mismo!

—Hay uno en Hudson —Sasuke se les adelantó y abrió la puerta que llevaba al corredor—. Aunque, la verdad, no sé qué es lo que podrá hacer ese hombre al respecto.

Se había acabado el dinero. Y con él, también la visión del ojo izquierdo de Naruto. En aquel momento se tocó el parche de cuero que le había puesto el médico, después de decretarlo permanentemente ciego de ese ojo. El cirujano se mostró de acuerdo con Sasuke al afirmar que los golpes que había recibido tenían todo que ver en ello, lo que significaba que él, Naruto Namikase, iba a convertirse en un mísero tuerto por el resto de sus días.

Apretando los dientes, se levantó de un salto del cajón de periódicos en el que había estado sentado, se giró y descargó un puñetazo contra la pared. Y siguió golpeándola una y otra vez hasta que logró no ya hacer saltar el yeso y el chamizo que se escondía detrás, sino destrozarse también los nudillos.

—¡Naruto! —su padre se abalanzó sobre él, agarrándolo del brazo y apartándolo de la pared.

Naruto se quedó sin aliento cuando tropezó con la mirada de su padre. Este le alzó la mano, obligándolo a que viera las contusiones, la herida y la sangre que le corría por los dedos.

—No te dejes arrastrar por la ira.

Naruto retiró la mano, que en aquel momento le dolía terriblemente.

Tragó saliva, intentando recuperarse, y desvió la mirada hacia Sasuke, que no había pronunciado una sola palabra desde que el médico dictaminó su ceguera.

Sasuke pronunció al fin:

—Lamento todo esto —apartándose de la pared en la que había estado apoyado, añadió con tono sombrío—: Los atracos, así como los asesinatos, la violación y cualquier otra villanía imaginable, son aquí moneda común, y ni siquiera la policía puede con todo ello. Esa es la razón por la cual, al margen de mi habilidad para el boxeo, siempre llevo pistola. Esos canallas no se arredran ante otra cosa.

Naruto sacudió la cabeza, incrédulo.

—Si la policía no puede con ello, eso quiere decir que no es lo suficientemente fuerte. Obviamente es necesario organizar algún tipo de fuerza con los hombres del distrito.

Sasuke suspiró escéptico.

—La mayoría de esos hombres ni siquiera saben leer, y mucho menos pensar racionalmente sobre lo que se debe o no se debe hacer. Sería como invitar a una manada de sementales salvajes a entrar en una cuadra y pedirles que se alineasen mansamente para dejarse ensillar. Créame, he hablado con ellos. Solo están dispuestos a pelear por ellos mismos.

—Entonces encontraremos hombres mejores —Naruto flexionó los dedos, esforzándose por sobreponerse al dolor—. Aunque probablemente debería invertir primero en una pistola. ¿Cuánto cuesta una, por cierto?

—Naruto —su padre le puso una mano en el brazo—. No puedes tomarte la justicia por tu propia mano. Si lo haces, puede que te detengan o, peor aún, te maten.

Naruto se giró hacia su padre.

—En mi opinión, estoy atado de manos. Y si muero, será bajo mis propios términos, papá, que no bajo los suyos. No sé qué diablos hay que hacer aquí, pero no voy a quedarme sentado en un cajón lleno con los restos de tus malditos periódicos.

La expresión de su padre se entristeció. Asintiendo con la cabeza, le soltó el brazo y lo rodeó en silencio para abandonar la habitación.

Consciente de que se había comportado de una manera tan estúpida como cruel, Naruto le gritó:

—Lo siento, papá. No era mi intención decirte eso.

—Me lo merezco —replicó su padre.

—No, tú… —Naruto se paso una mano por la cara, interrumpiéndose.

Sus dedos tropezaron con el parche de cuero. Dios. Su vida era un desastre.

—Una buena pistola cuesta entre diez y quince dólares —le informó

Sasuke—. Al margen del plomo que necesitará.

Naruto esbozó una mueca.

—Ya me han desplumado. No podré permitírmelo.

—La mía no la compré.

Naruto ladeó la cabeza para mirarlo mejor.

—¿Qué quiere decir? ¿Dónde la consiguió?

Sasuke enarcó una ceja.

—¿Tan ingenuo es?

Naruto se lo quedó mirando fijamente, asombrado.

—¿Quiere decir que la robó?

Sasuke se le acercó, le puso una mano en el hombro y se inclinó hacia él.

—No es tan grave, Namikase. ¿Sabe a cuánta gente he salvado con esta pistola? Cientos. Dudo que Dios vaya a castigarme tan pronto. Si quiere una pistola, le conseguiremos una. Una buena.

Naruto le sostuvo la mirada. Por muy loco que estuviera, aquel hombre estaba a punto de iniciarle en una etapa trascendental. Algo que cambiaría no solamente su vida, sino también las de los demás.

Esta historia no la actualizare tan seguido pero tratare de actualizar lo antes posible.