Holaaaa! Estos personajes no me pertenecen, sino a Masami Kurumada, yo los pido prestados para cambiarles las vidas por unos instantes.
Antes de empezar: vuelvo a hacer una incursión en el semi-melodrama. Caramba que me gustan las cosas sufrientes, en esta historia hay separaciones, zombies, lágrimas y mucho, mucho alcohol. No alcanza a haber lemon, eso sí, porque soy mala pa eso, sólo me alcanza pa lime...
En esta historia, Seiya está muerto. En serio. Se murió después de lo de hades, así que estoy ignorando olímpicamente las nuevas historias de los santitos.
Es, en cierta forma, secuela de dos historias que he escrito: "El tiempo no lo cura todo", centrada en Shiryu (me encanta él) y "Te mataré!", protagonizada por los hermanitos no gemelos más famosos de la serie (Shun sobre todo). Ahora es el turno del rubio con la mirada de hielo. Y un poco de Seiya, que me empezó a reclamar que jamás lo pescaba.
-¿Quién es?
-Jamás lo creerías...
Hilda y Fler observaban al joven que dormía profundamente en el calabozo.
-Tal vez sólo sea alguien que se le parece – dijo Fler.
-¿Sólo alguien que se le parece? Vamos, hermana, es él. No hay más que pensar. Estamos en un país que está en la frontera con el reino de los muertos, según dicen las leyendas, y no es la primera vez que un muerto vuelve a la vida.
-Jamás en nuestros tiempos. Y no hay casos documentados, sólo cuentos de niños. Es imposible que sea él – repuso Fler, mirando tercamente al suelo.
-No podemos tenerlo acá eternamente. Sería injusto. Sí, hirió a tres guardias, pero fueron ellos los que lo atacaron primero. Reconocimos sus técnicas, hermana. Sabes que es él y que debemos contarle a su Diosa. Ella ha esperado su vuelta por tantos años...
-Deberíamos, entonces, dejarle ir e indicarle como llegar a donde se encuentra su Diosa.
-¿Y nuestro deber de hospitalidad?
-No se merece la hospitalidad aquel que nos ataca.
-Tú no eres así, hermana. Lo correcto es lo correcto.
-Sí – susurró Fler – Lo correcto es lo correcto, como lo hiciste siempre tú. Y yo no. ¿Verdad?
Hilda no respondió, pero su silencio fue de lo más significativo para Fler.
-Haz lo que quieras, Hilda; comunícate con Saori y cuéntale lo que sucedió. Sabes que ella no vendrá, sino que mandará a sus santos.
-Y eso es lo que tú temes – respondió Hilda, sin mirarla – Lamento enfrentarte a eso, pero nuestro deber es contarle a Athena lo que ha pasado.
-Sí, cumple con tu deber, hermana. Pero no me obligues a compartir con los visitantes.
Y sin querer oír más a Hilda, Fler se dio la vuelta y salió del calabozo.
Hilda suspiró y miró hacia el lugar donde había estado su hermana. Luego se acercó a Seiya y al sentir el olor a muerto que despedía, se tapó la boca con asco.
Fler volvió poco después y, sin hacer caso del hedor de Seiya, comenzó a limpiarle las heridas del rostro.
De pronto, miró hacia una de las ventanas, sonrió tristemente y murmuró:
-Dentro de unos días, quizás él venga a este lugar.
La noticia de la vuelta de Seiya no produjo la alegría esperada. Saori, que durante años había imaginado cómo sería de feliz si él estuviera vivo, no estaba segura de lo que debía hacer. En un momento de cruel sinceridad para consigo misma, se sorprendió pensando que Hilda debería mantener a Seiya bien seguro y contento en el Polo Norte, y ojalá tirar la llave. Pero su conciencia se impuso, forzándola a sonreír y a contarles a todos los que quisieran oírla la buena nueva: Seiya estaba vivo. O, al menos, tenía vida.
La alegría de Shiryu fue total. Sonrió brevemente y cerró los ojos, dejando que una lágrima corriera por su mejilla. Todos concordaron en que era la mayor muestra de emoción que podía dar.
-¿Seiya es ahora un zombie, Saori? - preguntó Shun, levantando la mano para atraer la mirada de la Diosa.
Saori no se dignó a contestarle.
-No seas idiota, Shun; lo que pasa es que ni siquiera en el Mundo Espiritual aguantan a Seiya – dijo Hyoga, con una media sonrisa.
Como Saori pensaba algo parecido (y se sentía culpable por eso) se enfureció con Hyoga.
-Vaya, Cisne Hyoga, veo que te ofreces de voluntario para ir a Asgard a ver qué hay de cierto en las palabras de Hilda.
A Hyoga se le borró la media sonrisa.
-¡Pero, Saori, si Shun empezó!
-Shun no empezó nada; tú te burlaste de aquel que tanto hizo por nosotros...
Saori se limpió una lágrima imaginaria, tratando de sentir lo que alguna vez sintió.
-Eso no es justo, Saori; no es culpa de Hyoga que el regreso de Seiya te arruine el noviazgo, emparejamiento, concubinato o lo que sea que tengas con mi hermano – reclamó Shun.
-¡Cómo te atreves! - exclamó Saori, mirando de reojo a Ikki.
-Pero si todos lo sabemos – repuso dulcemente Shun – No se hablan en público, evitan mirarse, tus pupilas se dilatan cuando aparece mi hermano, y él tiene una pantaleta tuya entre su ropa.
Ikki le pegó en la cabeza a su hermano, pero no dijo nada.
Saori maldijo mentalmente al Fénix por no tener la decencia de mostrar aunque fuera un poco de celos. Un diálogo como este le hubiera encantado a ella:
-Y ahora, ¿a cuál de nosotros elegirás, Saori?
-No sé, Ikki, sabes que tú y yo...
-Yo no soy plato de segunda mesa, lo sabes bien.
Saori suspiró levemente y decidió que definitivamente no tenía criterio para elegir hombres.
-Seiya está vivo, está vivo... - decía Shiryu de vez en cuando, soltando más lágrimas.
Shun, que se había quedado meditando sobre el asunto, alzó la mano para preguntarle a Saori si Seiya ahora era un come-cerebros.
-¿Come-cerebros? - preguntó ella.
-Claro, los muertos-vivos comen cerebros. ¿Crees que él haya adoptado esa dieta?
-Vaya, Shun, parece que también quieres ser voluntario para acompañar a Hyoga, partirán esta tarde – dijo Saori con un tonito sarcástico insufrible, dándose media vuelta para marcharse.
-¡Yo quiero ir con ellos! - pidió Shiryu – Él es mi amigo, deseo ser el primero en verlo.
-Deberíamos llevar una buena cantidad de mascarillas, el olor debe ser nauseabundo, lleva más de quince años muerto – dijo Shun.
-¡Cállate, Andrómeda! Él es nuestro amigo, nuestro compañero de armas, nuestro hermano, ¿cómo puedes expresarte así de él? - rugió Shiryu, mirándolo amenazante.
Shun palideció un poco, pero defendió su postura:
-Las leyendas dicen que la tierra de Asgard es una de las frontera con el reino de la muerte; si Seiya volvió, es un zombie, y eso no puedes negarlo. ¿Me quieres culpar por buscar la manera de que el encuentro con un muerto-vivo sea menos traumática? Cuando te acerques a él, me vas a suplicar que te pase una mascarilla. A mí también me alegra, pero no por eso voy a cegarme a la realidad.
Shiryu resopló sin dignarse a contestar y se marchó siguiendo a Saori. Hyoga, que se había quedado en blanco cuando Saori le ordenó viajar a Asgard, volvió en sí y exclamó:
-¡Yo no puedo ir allá!
Ikki, que también estaba sumido en sus propios pensamientos, lo miró tristemente y le dio un fuerte golpe en la cabeza.
-Lo siento, Cisne, pero necesitaba desahogarme – le dijo a un aturdido Hyoga, mientras salía del salón.
Shun se arrodilló al lado de su amigo y le pasó la mano por la frente.
-Parece que Saori no es la única que le teme a su pasado – murmuró.
Fler se paseaba por el palacio, por las habitaciones de los invitados (que llegarían al día siguiente) y por el calabozo donde aún dormía Seiya. No es que no desearan atenderlo mejor, era que en verdad despedía un olor nauseabundo y nadie se atrevía a tenerlo cerca, sólo ella. Quizás el hecho de que tuviese una fuerte alergia crónica ayudaba a que no le sintiera tanto el hedor. El asunto es que sólo Fler se ocupaba de Seiya, aseándolo, cambiándole los almohadones de lugar y acompañándolo en su sueño. Claro que no pensaba en Seiya en esos momentos, sino en el hombre que le había roto el corazón hace más de diez años. El mantenerse ocupada con Seiya, con los preparativos para la visita, con lo que fuera, le impedía sentirse miserable.
Hilda, que a veces podía ser muy sabia, no habló con ella una palabra. Fler lo agradecía.
Tampoco le había dicho nada cuando pasó lo que pasó. Pero en ese momento, a Fler le habría agradado una palabra amable. Claro que Hilda nunca le reprochó lo sucedido.
No me arrepiento de nada; o más bien, de casi nada – pensó Fler por enésima vez durante el día, limpiándole a Seiya la pus que le supuraba de un ojo.
Hyoga sudaba frío y sentía la frente ardiendo. Dos veces le alegó a Saori que tenía un ataque de meningitis, pero ésta se negó a escucharle. Shun lo tomó de la mano y lo ayudó a subir al avión.
Shiryu, que estaba molesto con ambos, se sentó lo más lejos que pudo y sacó una revista de sopas de letras para entretenerse durante el vuelo. Shun se sentó al lado de Hyoga y puso cara de "te escucho".
-Así que vamos a ver a Seiya, ¿no? - dijo nervioso Hyoga.
-Sí, pero a ti te altera la idea de ver a Fler. Vamos, cuenta qué pasó entre ustedes.
-No te importa – murmuró Hyoga, mirando por la ventana.
-Claro que no, pero tengo curiosidad – repuso Shun, sonriendo alegremente.
Rindiéndose a las ganas de saber, Shiryu se acercó.
-Yo también quisiera que lo contaras – confesó – Lo de ustedes fue muy raro. Cuando le preguntábamos a Saori por ti, ella sólo decía que estabas en misión de paz en Asgard, eras muy feliz y te ibas a quedar con Fler por un tiempo indefinido. Todo hacía pensar que Fler había logrado cazarte.
-Sí – dijo Shun – Llegaba a ser raro saber que eras feliz. Tú no eres en esencia una persona feliz, Hyoga. Eres depresivo crónico y cuando encuentras la felicidad, de inmediato buscas una manera de perderla para sentirte miserable y digno de compasión, porque...
Hyoga le dio un golpetazo en la cabeza.
-Deja de analizarme, doctor Freud. Y no estoy nervioso por Fler. De hecho, apenas me he acordado de ella en estos trece años, tres meses, diez días y quince horas que hemos estado separados. Digo, no me acuerdo de ella ni la he extrañado. Ella prefirió su posición social, su vida cómoda como princesa y a mí me dio lo mismo. Jamás la necesité. Ahora, por favor, ¿podríamos hablar de otro tema? Como, por ejemplo, de lo que vamos a hacer con Seiya cuando nos encontremos con él.
Shiryu de nuevo puso ojos soñadores.
-Nunca dudé de que si alguien podía vencer a la muerte, ese era mi amigo Seiya...
-Seiya el Zombie – murmuró Shun, ganándose un nuevo golpetazo en la cabeza.
Shun miró a Shiryu, molesto. ¿Qué ganaba al hacerse todas esas falsas ilusiones? Él se había documentado sobre los extraños casos de muertos que volvían a la vida. Los únicos testimonios modernos eran de los zombies de Centroamérica, que ni siquiera estaban muertos, sino que drogados. Y por lo que pudo leer en la Biblioteca del Santuario, los casos de los muertos-vivos de Asgard siempre tenían mal pronóstico.
Eran cadáveres que volvían a la vida. Su apariencia era la de muertos, olían como tales, y de vez en cuando aparecía en ellos la inteligencia. Una de las leyendas mencionaba que esos cadáveres duraban poco tiempo en el mundo humano, porque la Muerte siempre perseguía a aquellos que habían logrado fugarse, y los atrapaba.
Y Seiya había vuelto a la vida, pero como un zombie. Shun, a su pesar, sentía un poco de miedo. Seiya siempre había sido el mejor de todos ellos. Los buenos mueren jóvenes, decía el refrán. ¿Seguiría Seiya siendo el mismo?
Shiryu, por su parte, sólo deseaba abrazar a su amigo, cuidarlo y ayudarlo a recuperar su vida.
Hyoga, en cambio, no pensaba ni en Seiya ni en la misión; sólo recordaba a Fler, y lo mal que terminó todo para ellos.
Eran dos chicos menores de veinte años llenos de sueños y esperanzas. Ella era la princesa de Asgard y él, un simple caballero de Bronce (vencedor de innumerables batallas, sobreviviente de Inframundo, futuro dueño de la Armadura Dorada de Acuario, claro, pero sólo un caballero de Bronce).
Por eso es que el mundo se había empeñado en separarlos.
Él tuvo que vivir en Asgard por una temporada, en una de esas misiones eternas y ambiguas a las que enviaba Athena a sus elegidos de cuando en cuando; y aunque al principio se negó a quedarse en el palacio Walhalla, la insistencia de Fler, a pesar de la reticencia de Hilda, lo hizo cambiar de opinión.
Al menos no le dieron la habitación de Hagen, pensó una vez instalado.
No estaba acostumbrado a ese lujo. Alfombras en los pisos de piedra pulida, tapices en las murallas, gruesas cortinas, calefacción central... Él casi extrañaba su cabaña helada en Siberia.
No ayudaba en nada el que Saori no hubiese especificado la misión. Así que pasaba el tiempo vagando en los jardines evitando encontrarse con Fler. Y las noches, después de cenar, se dedicaba a mirar las estrellas y a reconocer las constelaciones.
Todo para tratar de no pensar en ella. Fler lo volvía loco, pero tenía muy clara su posición y no pensaba hacer el ridículo tratando de conquistar a esa rubia inalcanzable.
Pero la rubia inalcanzable no estaba dispuesta a dejarse vencer, y se le cruzaba por delante en cada ocasión. Así que Hyoga, de repente, se vio conversando con Fler todo el tiempo, acompañándola al pueblo, a recoger flores, ayudándola a hilar, a hornear, incluso jugando con ella en los pasillos del silencioso castillo.
Y ella era la que lo reconfortaba cuando caía en depresión, lo que le ocurría cada vez menos seguido. Cuando estaba con ella, casi no se sentía culpable de toda la muerte y destrucción que había creado entre aquellos que lo querían.
-Deberías alejarte de mí – decía él, de vez en cuando – Sólo traigo dolor a los que amo.
-Deberías componer canciones románticas – se burlaba ella – Tienes el don de deprimir a quien sea.
Hilda los miraba y trataba de poner el corazón duro. Jamás había visto a su hermana tan feliz, ni siquiera con Hagen. Pero ese amor entre su hermana y Hyoga no podía continuar. Llamaba casi a diario a Saori para preguntarle más detalles sobre la misión de Hyoga en Asgard, pero la Diosa de la Sabiduría sólo respondía con evasivas.
Porque a Hilda no le hubiera gustado saber que la misión de Hyoga en Asgard era enamorarse y ser feliz. A Saori le había parecido una estupenda idea, pues en esos tiempos estaba convencida de que su deber de Diosa era procurar la felicidad de sus caballeros.
Pasaron algunos meses y ya Hilda perdió la paciencia; Hyoga debía irse. La relación con Fler estaba demasiado seria. De hecho, había sorprendido a su hermana tatareando la marcha nupcial, y Hyoga le había preguntado cuál era el rito de matrimonio entre los prosélitos de Odín.
-¿Hasta dónde has llegado con él? - le preguntó una tarde, sorpresivamente.
Fler fingió demencia.
-¿Con quién?
-Tú lo sabes bien, Fler. Con ese plebeyo. Con Hyoga, el Caballero de Bronce. De Bronce, hermana. ¿Tú, la hermana de la sacerdotisa de Odín, princesa de Asgard, quieres unir tu valiosa vida a la de él?
Fler palideció de ira.
-Más bien pregúntate si él está dispuesto a unir su vida a una simple mortal como yo – repuso ella.
Hilda se dio cuenta de que debía cambiar de estrategia.
-Sólo lo estorbarías en su crecimiento como Santo de Athena, hermana. Él fue elegido para caballero de Cisne, y ahora que es soltero y libre, es enviado a múltiples misiones que le permitirán labrar su fortuna. Si te comportas como una egoísta, y te unes a él, lo condenarías a una vida de mediocridad. ¿Crees que él sería feliz viviendo como un simple ser humano en su pequeña cabañita de Siberia? ¿Serías tan cruel como para condenarlo a abandonar su amada Orden de Athena?
Fler la miró confundida. Hilda siguió atacando.
-Tú sabes que su destino es combatir el mal, sólo se siente completo cuando está luchando por la Diosa, tiene el derecho a cumplir sus sueños. ¿Y quieres que renuncie a todo eso sólo por hacerte feliz a ti?
-Pero yo... yo lo amo – murmuró Fler.
-¿Qué amor es ese, hermana, que pretende que el ser amado se despida de toda su esencia y deje de lado sus sueños?
Fler se sentó, tratando de pensar.
-Si lo amas, déjalo libre, él tiene una misión que cumplir en el mundo y tu amor terrenal no debe impedírselo.
-Él no querrá dejarme – dijo Fler.
-Pues entonces es tu deber obligarlo. Luego él te lo agradecerá.
Entonces Fler decidió que era su deber apartar a Hyoga de ella. Era por el bien de su amado.
Él la notó rara, pero creyó que era por los nervios de tener que hablar con su hermana y contarle que pensaban casarse.
Casarse. Era tan joven , lo sabía, pero realmente quería casarse con ella, mudarse a una tierra cálida (estaba harto del frío), conseguir un trabajo honesto y dedicarse a hacerla feliz, formar una familia con ella y convertirse en una persona común y corriente.
No tenía idea de cómo reaccionaría Athena cuando le confesara que deseaba dejar de lado su voto de fidelidad, pero no le importaba. Jamás en toda su vida se había sentido en paz consigo mismo, y ahora, por fin, junto a ella sentía que había encontrado su hogar.
Un hogar junto a Fler. Casi sentía que no lo merecía. No era digno de ella. ¿Qué pasaría cuando Fler se diera cuenta? Y ahora estaba tan callada... seguramente ella no estaba tan contenta como él con la idea de casarse e irse lejos de todo lo conocido.
Mientras estaba sumergido en esos sombríos pensamientos, Fler se había puesto de pie, con una expresión decidida en el rostro
Ella no se opondría al destino de Hyoga. Lo amaba demasiado como para arruinar su vida. Pero antes, deseaba demostrarle con hechos lo mucho que lo amaba, antes de que ambos se rompieran mutuamente el corazón.
Sin atreverse a mirarlo a la cara, le entregó una nota y luego huyó.
En la nota había sólo un corazón que decía "Tú y yo".
Hyoga sonrió, enternecido. Ella lo amaba, ¿cómo podía dudarlo?
Esa noche, Fler se bañó con sales perfumadas y se cepilló cien veces el cabello, hasta dejarlo suave y brillante. Hyoga siempre había admirado su pelo.
Esa sería su primera y última vez, y estaba dispuesta a hacerla memorable. No sabía mucho de la mecánica del asunto, pero era empeñosa y tenía esperanzas de que él supiera un poco más que ella.
Hyoga dormía a pata suelta cuando sintió el ataque. Acostumbrado a reaccionar rápido, lanzó un golpe contra el intruso, o más bien, la intrusa. Por suerte se contuvo justo antes de romperle la nariz.
Fler comenzó a reír histéricamente, mientras él le pedía mil perdones, hasta que se le ocurrió preguntarle cómo rayos andaba metiéndose en la cama de él en medio de la noche. Entonces ella, para acallarlo, le dio un beso.
Hyoga se desligó de ella, algo asustado.
-Fler, más vale que te vayas o aquí va a pasar algo que a ninguno de los dos le conviene.
Fler, por toda respuesta, lo abrazó y apoyó su cabeza en el pecho, ronroneando suavemente.
Por un instante, él pensó que estaba poseída por algún demonio depravado.
-Fler, ambos decidimos que lo mejor era esperar hasta el matrimonio – murmuró él, tratando de tranquilizarse.
Fler volvió a besarlo, y esta vez se recostó sobre él para impedirle alejarse de ella.
-Fler, si no paras vas a arrepentirte – trató de decir él, apartando las manos de la chica que se reía de él.
Ella se incorporó, se acomodó en las caderas de él (asustándolo un poco con la reacción de su cuerpo) y se sacó la fina camisa de dormir por la cabeza.
Hyoga cerró fuertemente los ojos, decidido a respetar a su novia hasta las últimas consecuencias.
-¿De verdad me encuentras tan repulsiva? - preguntó ella, con una nota de dolor en la voz.
Hyoga la miró, pero sus ojos se desviaron al torso de la chica, y de nuevo cerró los ojos para evitar la tentación.
-No es que te encuentre repulsiva, y lo sabes – repuso – pero ambos quedamos de acuerdo en esperar hasta la boda, y si tú perdiste la cabeza, yo voy a cuidarte de hacer algo de lo que te arrepentirás después.
No sonaba tan convencido como antes, y es que el agradable peso de la chica moviéndose suavemente sobre sus caderas estaba haciéndolo olvidar todos sus ideales.
-Los Santos de Athena debemos cumplir con nuestras promesas – dijo, tratando de apartar a la chica sin tocar demasiado.
-Sé que eres un Santo de Athena y que ese es tu destino – susurró ella – Pero, ¿no podríamos ser simplemente un hombre y una mujer, aunque fuera esta noche?
Hyoga no supo que responderle, su cerebro parecía haberse dormido. Lo único que atinó fue a abrir un poquito los ojos, sólo para darse cuenta de que sus manos habían comenzado a obrar por si mismas y acariciaban tímidamente las caderas de Fler.
Definitivamente, la piel de las caderas era más suave que la del rostro.
Dejó que sus manos subieran por la cintura de la chica, que lo miraba con timidez. Entonces, ella comenzó a desabotonarle el pijama.
Las manos de ella le hicieron cosquillas, así que se vengó haciéndole lo mismo. Ella rió y atacó con más fuerza. De pronto comenzaron a reír mientras seguían con las cosquillas, hasta perder el aliento y quedarse muy serios, mirándose con algo de miedo por lo que querían hacer.
Esta vez fue él quien comenzó el beso, largo y profundo, enredando sus dedos en los brillantes rizos de Fler. Ella acarició su nuca y su espalda, rogándole a todos los dioses que le dieran la valentía suficiente para llegar hasta el final.
La mañana los encontró abrazados, él reposando con una sonrisa de paz en el pecho de ella, y ella con los ojos muy abiertos, asustada por lo que ahora venía.
Hyoga abrió los ojos y besó el cuello de la chica.
-Buenos días, princesa – susurró en su oído, haciéndola estremecer de placer.
Y de miedo; seguramente pronto se borraría esa sonrisa de su rostro.
Fler sabía que no podía decirle a Hyoga las verdaderas razones para romper con él; con lo noble que él era, seguramente le mentiría y le diría que no deseaba seguir siendo un Santo de Athena. Al menos, Hilda la había convencido de eso.
Así que le dijo que lo había pensado mejor, que una princesa como ella no podía rebajarse a contraer matrimonio con un simple caballero de bronce, que no tenían futuro juntos, el dinero, la sociedad, la posición económica...
"Te advertí que esto pasaría", le dijo a Hyoga su conciencia depresiva.
Miró a Fler con expresión vacía y la dejó sola en la cama. Iba a irse sin decir nada, pero estaba demasiado furioso. Quería dañarla, que ella se sintiera tan miserable como él en ese momento.
-Así que sólo me usaste como un pedazo de carne – le dijo, tratando de sonar tranquilo -. Sólo fui uno más de tus amantes. Quién sabe a cuántos has engañado con tu carita de niña buena. Adiós, puta.
Fler no se esperaba eso. Sabía que él se enfadaría, pero no creyó que él acabara insultándola. Dolorida en el alma – y en el cuerpo – pensó en sacar la sábana y hacerle meter las narices en la perfecta prueba de su virginidad, pero no se decidió. Así que, envolviéndose en sábanas y mantas, abandonó la habitación lo más dignamente que pudo.
Hyoga dejó el palacio esa misma mañana. No se despidió de nadie. Al llegar a Japón, se presentó a Saori y le pidió una misión en algún país donde no hubiera mujeres.
Saori trató de sacarle la verdad de lo que había pasado, pero nada. Fue entonces que apareció una chica rubia llamada Anne, que le curó el alma por un par de meses, hasta que él se aburrió de ella. Luego vino otra, y otra, trató de regenerarse con Eri, luego con Sheena, hasta anduvo con June, pero en el fondo de su corazón él sabía que jamás podría curar realmente la herida que le dejó la primera y única rubia que lo hizo sentir un estropajo.
Claro que ahora, con el correr de los años, se había dado cuenta de que su comportamiento no fue para nada educado. Él había sido el primero para ella (y ella para él), no era tan ingenuo como para no darse cuenta de las señales de la virginidad de la chica. Haberla tratado de puta aún lo llenaba de vergüenza.
Y aquí iba, rumbo a Asgard, a encontrarse con ella... no, perdón, a buscar a Seiya que había vuelto del mundo de los muertos. Más le valía recordar la verdadera razón de su misión.
Pero, sin poder evitarlo, sacó su billetera y ahí, detrás de una foto de él y sus hermanos cuando niños, estaba el papel que alguna vez le había pasado ella, el corazón dibujado que decía "tú y yo".
-Oh, rayos... – murmuró.
Nota de la autora: Es mi deber reconocer que me estoy inspirando descaradamente en la ídola Jane Austen, "Persuasión".
Próximo capítulo (la otra semana):
Conoceremos a dos primas de Bud y Cid (o se escribe Syd? Lo averiguaré) que están buscando marido.
Veremos el encuentro entre Hyoga y Fler!
El reencuentro del zombie y Shiryu.
Hilda quiere conseguir pareja.
Seiya tiene hambre.
Eso.
Gracias por tener la paciencia de leer, nos vemos en una semana (o un mes).
Chau!
