La luna estaba por salir, dejando ver su brillo en medio del despejado cielo. Naruto caminaba con pesadez y cansancio, no había esperado tomarse tanto tiempo estudiando las leyes que regían la aldea, sin la ayuda de Shikamaru, probablemente seguiría allí. Logró, por fin, ver el jardín de su casa, las luces estaban encendidas, indicándole que su familia aún permanecía despierta. Al empujar la puerta, escuchó pasos correr rápidamente hasta que vio un par de cuerpecitos como dos borrones saltar a su pecho. Boruto se encaramó en el pecho de su padre, mientras Himawari se colgó a su pierna, parecían un par de monitos, uno rubio y el otro peliazul, balanceándose como si el fuese un árbol.
- ¡Papi! - la niña le gritó sonriendole.
- ¡Esta vez si me porte bien, dattebasa! - vio la carita de sus niños con una sonrisa y esperó a que subieran hasta sus brazos para darles un abrazo gigante a cada uno.
Hinata apareció y se acercó a su esposo para tomar a Boruto en sus brazos. Hinawari fue testigo de la mirada de amor que compartían sus padres y Boruto le señaló a su padre los labios de su madre.
Naruto se inclinó y plantó un suave beso en los labios de su mujer, que se puso colorada pero aceptó el beso gustosa. La risa de los niños los interrumpió y todos se dirigieron a la sala, con la esperanza de compartir ese hermoso momento.
Naruto estaba en casa.
