Cuando Matt se ofreció para ayudar a Mello, éste sólo le miró con dureza y se cruzó de brazos. Quiero ir contigo, pidió Matt. Si eso es lo que quieres, habrá que poner ciertas reglas, contestó el menor.

Regla número uno: Mello manda. Da igual la situación, el momento o los de su alrededor. Palabra de Mello es la que permanece.

Matt, evidentemente, acató esa norma. Aún se pregunta si podía ser de otro modo cuando el rubio lo empuja contra la pared más cercana con una sonrisa maliciosa.

Regla número dos: Mello es violento, dominante y, en consecuencia, peligroso. Así que no se le pueden pedir muestras de afecto si no es que él mismo va a buscarlas –lo cual, sinceramente, Matt cree que jamás a sucedido-.

O quizás sí. A veces resulta difícil diferenciar si esos labios fríos y duros que impactan contra los suyos tratan de mostrar algún tipo de amor o sólo necesidad. De todos modos, nada de eso le importa a Matt.

Y por último, regla número tres: Mello no ama. Mello no siente. Por tanto, todo lo que Mello pueda hacer por Matt es por puro interés. Si le besa es porque le apetece, y tanto podría besarle a él como a cualquier otro. Si se cuela por las noches en su habitación y le aprisiona sin palabras, es porque hecha en falta sentirse más fuerte. No hay otro motivo.

En principio, las reglas terminan ahí. Ah, pero Mello puede tener derecho a añadir de nuevas o suprimir algunas si le apetece.

En principio.

Pero hay una regla recóndita de la que solo Matt sabe la existencia. Una regla secreta, insolente, que si Mello supiera cual es, probablemente Matt terminaría por las mañanas con algo más que un par de moratones en el pecho.

Mello ama. Mello siente tras esa coraza de metal. Matt lo sabe porque no encuentra otra explicación al hecho de que, ayer mismo, cuando Mello regresó al apartamento y lo encontró tumbado en el sofá, con la videoconsola sobre las gafas –obviamente, fingiendo dormir-, en lugar de despertarlo de una patada, fuese a buscar una manta para arroparle. Y le acariciase los cabellos pelirrojos con algo parecido a una mezcla de cariño y tristeza. Y abandonase un pequeño, tierno, cálido beso en sus labios estáticos.

Ah, sí, Mello ama. Le ama. Pero, claro, eso no está en las normas. Y, recordemos, las reglas de Mello son sagradas. No irá a contradecirlas y, evidentemente, Matt tampoco.

Así que todos felices.