Luna

Era extraño. No se suponía que los hombres lobo se transformaban cuando había luna llena? Luna. Su única compañía en las noches de soledad en Grimmauld Place, esa cosa redonda y brillante que junto con las estrellas, el adoraba. Luna, esa cosa que hacia sufrir tanto a la persona que mas amaba en ese planeta.

Sirius poso sus ojos grises sobre el astro celestial que despedía una luz roja, contrastando con el azul-casi-negro de la noche de verano. El ojigris trato de recordar su clase de Astronomía. Había una explicación para que la luna estuviese roja, verdad? Recordaba que Andrómeda había preguntado eso en clase. La Profesora Sinistra le había respondido que era porque en el momento más alto de su órbita lunar, los rayos Solares llegaban directamente a ella, y esto la ponía de un color rojizo, algunas veces parecido al de la sangre. El Gryffindor sonrió casi imperceptiblemente, por fin había recordado algo de lo que decían en clase. Era un gran acontecimiento. Qué pena que todos estuviesen dormidos y no hubiera nadie para felicitarlo. Ah, bueno, que después no lo llamaran irresponsable.

Con la sonrisa todavía adornando su rostro, paso su vista por todo el firmamento hasta encontrar su estrella. La contemplo por largo rato y después volvió a mirar la luna. Luna Gótica, como la había llamado Dromeda. Quien por cierto, probablemente estaba en la torre de Astronomía, con su cámara en la mano, tomando cientos de fotos. De pronto, algunos pájaros y murciélagos volaron justo por delante de la luna, habían salido disparados del Bosque Prohibido. Sirius cambio su pequeña sonrisa por una tan grande como la del gato de Cheshire, pensando que si los Merodeadores hubieran estado corriendo por ahí, hubieran sido más que unos pocos. Después, mirando al castaño que dormía plácidamente en sus brazos, decidió que los murciélagos podían esperar hasta el próximo mes para asustarse bastante, y que cada Luna llena debería ser Gótica. Así, el podría tener el placer de sostener a su novio cada noche. Porque si, la Luna podía ser su compañera, y la adoraba porque sin ella, tal vez hace mucho habría perdido la cabeza, pero quien de verdad era responsable por su poca (y cuestionable) cordura era Remus.

-Te amo, Moony- dijo suavemente, acariciando el cabello del licántropo. Cerrando los ojos, al fin pudo conciliar el sueño, con su lobito seguro entre sus brazos, y la Luna, silenciosa y hermosa como siempre, vigilándolos.