Helena
Esta hubiera sido la historia convencional de un amor prohibido por las clases sociales, de no haberme involucrado con ciertas personas, pero el hubiera no existe y no puedo volver atrás, me di cuenta muy tarde que tendría que elegir una cosa u otra, pero no lo hice, así que ahora pago las consecuencias, ahora me doy cuenta que hay peores cosas que morir.
Mi nombre es Gerard Way, y mi historia tendrá que comenzar con el final, la muerte de mi amada Helena. Y esto se debe a que fue en ese momento que toqué fondo, que vi algo que desde hacía tiempo atrás evitaba ver.
Mi trabajo no era muy legal, a decir verdad, pero dejaba ganancias suficientes para vivir, ya después, me imaginaba, cuando ganara un rango más alto, podría ganar muchísimo mejor. Harto de vivir en miserias, comencé a relacionarme con la gente que se dedica a proveer a todos esos adictos de su sustancia vital. No era muy riesgoso mi trabajo, a decir verdad, solo encontraba a los compradores y los contactaba con mis jefes. Solo era ir y venir, de una ciudad a otra… con una pistola cargada.
Esto era porque de vez en cuando las cosas se ponían demás tensas y de pronto toda la escena se veía envuelta en una lluvia de balas. Gracias a mi buena suerte siempre me vi bien librado de ellas, solo en una o dos ocasiones llegué a casa levemente herido. Llegaba a ese horrible lugar que llamaba casa. Desde que nuestros padres habían muerto, Mikey, Mariah y yo, hermanos, vivíamos juntos. Mikey tenía una pequeña librería que había heredado de papá y Mariah estudiaba enfermería (ella era la menor).
Era una vida que no me molestaba, hasta que la conocía a ella, a Helena, la mujer que cambió mi vida.
Serían como las once de la noche, una vez que llegué a la bodega donde guardaban los camiones de carga. Conocería por fin a la persona para la que trabajaba, el verdadero detrás de todo esto. Era un hombre de unos sesenta años de edad, de cabello negro entre cano y piel blanca. Gregorio Greenleaf, el gran empresario de los hoteles y jefe de uno de los más exitosos y numerosos cárteles del narcotráfico. Llevaba entrelazada de su brazo a una mujer mucho menor que él. Ella –Samantha- había sido quien me metió en todo este embrollo. Era una mujer realmente atractiva, que logró atrapar al viejo Greenleaf y desposarlo.
-Como te lo dije… aquí está nuestra nueva estrella – dijo Samantha, mientras adelantaba la mano derecha, donde portaba el anillo de diamante, señalándome. – Gerard Way.
-Mucho gusto, hijo- estreché la mano de Greenleaf. No sé por qué en ese momento se me vino a la mente algunas de las escenas de "El padrino", las famosas películas de mafiosos. – Espero que sepas en lo que te has metido, porque de aquí ya no hay vuelta atrás
- Le aseguro que lo se muy bien, señor
No reparé en esos comentarios. ¿Quién querría abandonar ahora lo que había comenzado yo? Al fin me sentía superior a los demás, estaba metido en algo realmente grande. Mis viejas amistades sabían poco, solo Frank, mi mejor amigo, estaba en esto conmigo. Él era como la mano derecha de Greenleaf.
Gregorio y su esposa se encaminaron a su coche, salían a cenar esa noche. Era un auto negro, de lujo, en el interior iba el chofer… y alguien más… no distinguía más que una silueta a través de los vidrios ahumados y con blindaje. Finalmente el pasajero bajó la ventanilla y la pude ver… era una joven de cabello negro y ligeramente rizado, de ojos verdes esmeralda. Por un instante me miró y la miré… sólo un instante antes que abriera la portezuela y saludara a su tío Gregorio… en el momento en que declarara que estaba totalmente fuera de mi alcance... Me quedé como atontado, de pronto sentí una palmada bastante fuerte en a la espalda:
-Mejor deja de soñar, consejo de amigo – era Frank
-Pero… ¿Quién es…?
-¿Ella? Me parece increíble que no sepas, es su sobrina, jajaja de la misma edad que su esposa, la ramerita de Samantha.
-Si, pero ¿Cómo se llama? – pregunté
- Helena… y ya no preguntes más.
-¿La conoces?
-Claro, de vez en cuando me cambian y me convierto en su niñero, o con palabras más altas, su guardaespaldas… es que es de esas niñas caprichosas que… momento –se detuvo en seco – te dije que no preguntaras más.
-No te voy a dejar de fastidiar hasta que me hables más de ella.
-Y sí que eres fastidioso… Está bien, ¿qué quieres que haga? ¿Qué le diga que tiene un admirador secreto que trabaja para su tío y que tiene una condenada vida, con un condenado trabajo y sin un condenado centavo?
- No, solo pregúntale si me recuerda.
-¿Tan siquiera estás seguro que te miró?- preguntó incrédulo Frank
-Sí, pregunta eso por favor.
Esa fue la primera vez que la vi, a Helena Greenleaf. Un sueño no es malo (Helena era mi sueño), pero se convierte en pesadilla cuando es un sueño imposible y uno se aferra en alcanzarlo, en atraparlo, en cazarlo.
