¡Hola nuevamente, a mi gente favorita!

Por fin nos encontramos con la tercera y última parte de esta historia, pero antes de comenzar, unas aclaraciones: a diferencia de las dos partes anteriores, que poseían una narración bastante lineal, ésta es un poco "desordenada" con respecto a las temporalidades y perspectivas. Espero que estos saltos no les resulten difíciles o… ¿aburridos?, pero todo es con el propósito de explicitar las intenciones de los personajes y de la historia.

Y por supuesto, tengo que agradecer todos sus comentarios no sólo en el capítulo colgado anteriormente, sino durante todo el proceso de publicación de esta historia. Me hacen sentir responsable de actualizar cada fin de semana, a pesar de que el trabajo me provoca lanzarme de un puente. ¡Muchas gracias!

Ahora sí, ¡a leer!


Capítulo 1: Shiva I

El tercer Dios de la Trimurti: si Brahma es el Dios creador del universo y Vishnú el Dios que lo Preserva, Shiva es el Dios que lo destruye. Pero hay que saber interpretarlo, ya que a pesar de su identidad como destructor, es el Dios más benevolente y sus devotos creen que puede dar muchas bendiciones, tanto materiales como espirituales, a cambio de poco.

Del mismo modo como sucede con los otros dos Dioses que lo acompañan, Shiva tiene varias encarnaciones benignas las cuales comparte con Durga, así como formas malignas que comparte junto a Kali, ambas encarnaciones de su consorte eterna Parvati. Del mismo modo, conocidos son sus tres hijos: Aiapa, Karttikeya y Ganesha.

En su iconografía, tradicionalmente se describe a Shiva en aptitud de meditación, como un Yogui omnisciente. Al cual se le representa como un hombre de piel azul y cuatro brazos, sosteniendo en sus manos y decorando sus vestimentas con infinidad de objetos, como el collar de cobra, la media luna en sus cabellos, el tambor, el tridente, entre otros, cada uno con un símbolo y una histórica relacionada.

Es habitual que Shiva también sea adorado en su representación anicónica de Lingam o "falo".


Esa mañana Changuna Kaur había llamado a todas las mujeres para las sagradas oraciones a Sati en el Templo Matangesvara. Mientras tanto, las novicias tendrían que dedicarse a las labores de limpieza en el Kandariya Maharev, Varaha, Nandi y Devi Jagadambi. En su caso, tendría que barrer desde el gran salón hasta la entrada del Templo mayor a Shiva.

Sabiendo que hacia el mediodía haría un infernal calor del cual todavía no se acostumbraba, Draco había salido fuera de su habitación junto a las demás mujeres y se había encaminado hacia sus deberes. Ciertamente su proactividad y su silenciosa dedicación, habían sido uno de los motivos por los cuales Changuna Kaur lo había aceptado en el Templo, a pesar de ser un hombre. Muchas otras novicias, menos serviles y más ruidosas, habían tardado apenas semanas en ser devueltas a sus casas con el sentimiento de deshonrosa inadecuación.

Así también, el hombre había tenido que aceptar bastantes incomodidades para ser aceptado por la rigurosa mujer: aunque el hecho de dormir en un catre áspero, en una habitación oscura y alejada de los espacios comunes de las demás devotas, estar obligado a usar un sari y tener que realizar actividades domésticas; eran un paraíso después de vivir en la choza de Ahsan, durante meses. Debía agradecer la comida variada, el techo adecuado, el agua accesible y los frescos Templos de oración durante las agobiantes horas de calor. Sin contar con que una vez al mes, eran las novicias quienes debían ir por los suministros del Templo hasta la ciudad más cercana.

Lo cual significaba la posibilidad de contactar con la comunidad mágica de India, adquirir una varita y tal vez enviarle una lechuza a su madre, para que fuera por él o le envíe dinero y lograr salir del país.

En ese momento, Draco levanta la vista y observa la enorme estatua de Shiva. Ya lo conoce tan bien. El Dios masculino que dentro de la Trimurti simboliza la destrucción, pero también es la bondad y el dador de la felicidad.

Su imagen es siempre imponente, maduro, sereno y viril, su piel azulada cubierta de cenizas, sus cuatro brazos poderosos, luciendo el tercer ojo en medio de su frente y acompañado de su montura: el toro. Retiene la impetuosidad del Ganges sobre su cabeza y su cabello enmarañado representa el viento, posee una media luna en su cabeza como símbolo de su dominación sobre el astro y el tiempo, las tres líneas del Vibhuti en su frente como coronación de su inmortalidad, una serpiente enrolla su garganta como recuerdo de su sacrificio al beber veneno para salvar a la humanidad y el collar de semillas de Rudra son los símbolos de la medicina. El sonido del tambor en una de sus manos es el origen de la palabra y el lenguaje universal, mientras que el tridente en otra, representa las tríadas en su poder: el pasado, el presente y el futuro; la creación, la mantención y la destrucción; el espíritu, la mente y el cuerpo. Posee una piel de tigre, porque Shiva está más allá de cualquier fuerza. Posee una piel de elefante, porque está más allá de todo orgullo y una piel de venado, porque está más allá de toda mente.

Mentiría si dijera que no está acostumbrado a ese nuevo mundo, a esa sobriedad, a esa simplicidad, a esa tranquilidad, como tiempo muerto en un espacio indefinido. La tierra volando junto al viento, la aridez, los árboles toscos y las sinuosas llanuras hasta donde se pierde su mirada. El aroma arcilloso en el aire, en el sudor de las personas, en las ropas secándose al sol. No hay nada que le recuerde a Inglaterra, ni a Francia o Italia. No hay nada que le recuerde la elegancia de los museos, la espléndida vanidad de su arquitectura, el regodeo romántico de sus lenguas o el gimnasio detrás de los cuerpos de adonis, en los hombres con los cuales compartió una noche.

En India la vida común es dura, es agridulce, pero en ese momento de su vida, Draco lo prefiere así.

Parece vivir otra vida, donde la magia es innecesaria, donde los límites entre los magos y los muggles parecen diluidos, donde la vida es menos pretenciosa y donde la inmensidad es palpable en la bastedad del paisaje, en la congoja provocada por su propia insignificancia. Ya no puede ser engreído cuando no es nadie, ni egoísta cuando no tiene nada, o mal intencionado cuando él termina siendo el único perjudicado.

En ese mundo lejano, donde nadie lo conoce, no tiene motivos para ser orgulloso o arrogante. Esta desvestido de todo pasado. Como un hombre nuevo.

Con gesto solemne se inclina y barre a los pies de la estatua. Sabe que muy probablemente su madre todavía no se dé cuenta que su hijo esta "perdido" en algún lugar, porque desde casi un año que se ha separado de ella y en ese tiempo, sólo le ha escrito una carta y fue cuando todavía estaba en Grecia, casi al inicio de su viaje. Tal vez por eso sentía que quedarse allí por más o menos tiempo, no le importaba realmente.

El sonido de metal contra el suelo de piedra, hizo ecos profundos en la amplitud de la estancia. Con las fibras de hierba de su escoba, rescató una moneda oculta en una esquina: la ofrenda de un devoto. "Nunca tomarás más de lo que necesitas", se dijo y dejó la pieza de metal junto a los pies del Dios.

-Gulzar…- escuchó a la entrada del Templo, en donde vio aproximarse a Gopal. El rubio ya estaba acostumbrado a responder a ese nombre, Gulzar "Jardín de flores", a todos les resultaba más fácil de pronunciar y también estaba el hecho de que la mayoría parecía creer que una rareza como él, un hombre con energía Shakti, era tan digno de admirar como un jardín bien arreglado. Aunque algunas veces, el rubio pensaba que era una forma irrisoria de referirse a él.

Draco le sonrió, mientras lo veía caminar hacia el interior de la estancia, sus sandalias habían quedado junto a las puertas y sus pies desnudos apenas producían un susurro quedo contra la piedra lisa y fría del suelo. Gopal le respondió con su sonrisa habitual, esa que había encantado a más de una novicia.

Era un hombre inusualmente alto para el promedio de la población, pero aun así ambos compartían casi la misma estatura; era delgado pero en su cuerpo se dibujaban perfectamente los músculos de una vida habituada al trabajo físico. Provenía de una familia de campesinos que residían cerca de los Templos de Khajuraho, su padre devoto de Shiva, había bautizado a su primogénito como Gopal "protector del buey" en alusión a la montura del Gran Dios de la Destrucción y con ello, fue entregado como sirviente al Templo a cambio de una vida colmada de las abundancias que el Dios les quisiera regalar.

Actualmente, Gopal a veces se encargaba de operar como guía para los turistas, de cuidar de los animales y en la mantención de los Templos, así como una vez al mes, llevaba a las novicias a comprar víveres en un pequeño camioncito.

La diferencia entre ambos, es que Gopal era sólo un sirviente y Draco era un devoto, podía participar en los sacrificios, en las oraciones y más importante que eso, podría contraer "matrimonio" ritual con Shiva. Otra de las diferencias era que Gopal podía usar ropas occidentales, en cambio las únicas prendas masculinas que el rubio podía usar, eran unos cortos pantaloncillos de algodón y una camiseta bajo el sari.

Por el contrario, Draco había encontrado en el hombre a su compañero perfecto para las actividades tántricas y mientras Gopal le traducía los escritos en sanscrito, él le permitía ser la parte dominante durante el coito.

-¿Ya terminaron las oraciones?- le preguntó, el hombre negó antes de responder.

-No, pero quería pedirte que hablaras con Changuna, necesito ir a casa. El verano trajo las polillas y mi padre está preocupado de perder el cultivo de sorgo.-

-¿Polillas?-

-Sí, todos tendremos que ayudar a cosechar. Incluso Mayur vendrá a casa durante el fin de semana.- suspiró. –Más de la mitad del sorgo es para vender, sin él mis hermanos no podrán pagar el colegio para el próximo año.-

-Disculpa, pero ¿esa polilla sólo afecta al sorgo?- preguntó rápidamente. Seguro que el hombre querría marcharse pronto, pero Draco necesitaba saber cuál era el rango de alcance de una plaga como esa.

-Las mujeres han estado viniendo a entregar ofrendas y a las oraciones de la tarde… este verano ha sido muy seco,- niega con un gesto lamentable, -es probable que la polilla ataque los frutos y los brotes de los cultivos que estén a su alcance, trigo, arroz, yute, lo que tenga a mano.-

-¿Y no tienen nada para deshacerse de la peste?- para ese tipo de cosas usaban pesticidas, ¿no?

-A muchos no les gusta usar ese tipo de químicos, en el caso del algodón, no se puede usar cuando está abierto o se los rechazarán en las fábricas. Con el sorgo, se mancha o se quema y para la extensión del cultivo de mi padre, sería costoso.- Draco suspiró y entonces miró hacia la entrada. El sol parecía brillante y caluroso al otro lado de la puerta.

-Entonces tengo que ir con Ahsan.- sus cultivos eran pequeños, ya que sólo significaban el sustento para su familia y animales, por el resto del año. Si tenía problemas, el viejo hombre no tendría forma de convocar a sus hijos mayores y serían muy pocas manos trabajando para la cosecha. Apenas tendría a su mujer y a los pequeños Kunal y Vasanti.

-Puedo llevarte.-

-Hablaré con Nanda, le pediré que le avise a Changuna Kaur que nos tuvimos que ir y que no regresaremos en unos días. Ella entenderá.- Gopal asintió y ambos salieron del Gran Templo de Shiva.

Con la urgencia de la salida, el rubio sólo alcanzó a meter una muda de ropa occidental dentro de su bolsa y de paso por las cocinas separó en dos fuentes Yalebis y Naan con curry. Uno para Ahsan y otro para la familia de Gopal. Pronto ambos estuvieron en camino.

Como lo había esperado, Draco no vio a nadie cuando llegó hasta la choza del anciano. Por el contrario, la sensación de vida provenía más allá de la pequeña edificación, más allá de los plataneros, hacia el fondo de la propiedad. Avanzando por los matorrales y la pequeña huerta de la casa, escuchó el característico ladrido de Pushpa y antes de darse cuenta, delante de él saltaba la pequeña perra de corto pelo castaño y ojos cafés. Después escuchó las risas de los niños y el murmullo de la conversación de los adultos. El rubio había sentido la urgencia de la situación, pero una vez que estuvo allí, lo que vio fue completa tranquilidad.

Delante de sus ojos, como en una nostálgica imagen campestre, exótica, veraniega y casi inalcanzable, pudo distinguir al viejo hombre con su dhoti azul y su camiseta occidental, mientras cortaba las espigas del sorgo y las dejaba dentro de un canasto. A su lado se encontraba uno de los hijos mayores del vecino y un poco más atrás, la mujer de Ahsan, Sudarshana, junto a sus dos revoltosos pequeños. Pushpa saltando entre los canastos, tirando del bajo de los pantalones de Kunal y correteando entre los niños y Draco. Ida y regreso, ida y regreso.

No necesitó moverse, ni hablar, ni llamar la atención de nadie, porque en un presentimiento, el viejo levantó la cabeza y lo miró, fue entonces que el rubio pudo ver el brillo de la alegría, de la familiaridad y el reencuentro. Una calidez que sólo Narcissa le había mostrado. Y de algún modo, se sintió en casa.

Pasó toda la semana ayudando a Ahsan con la cosecha: cortando espigas de sorgo, arroz y lentejas, y amarrándolos en fardos para secar. Cortando caña, desenterrando unas pequeñas patatas del suelo árido y limpiando las plantas de berenjena. Cuando se vio con las manos heridas, encallecida y con tierra bajo las uñas, sintió la verdadera ausencia de su varita y de la magia en sí. La pomadas de Madame Pomfrey, las pociones de su padrino, su escoba nimbus, los encantamientos locomotor y los invocadores. Habría sido fácil decir "Accio patata" y tal vez se habrían ahorrado todo un día de trabajo. Tal vez.

¿Sería correcto quedarse el resto de su vida alejado de su mundo, negando la presencia de la magia fluyendo en su interior? Porque puede sentirla, puede percibir la magia en el interior de su cuerpo como nunca antes.

Habían pasado un par de meses desde que había dejado la casa de Ahsan e ingresado como "novicia" a los Templos de Khajuraho. No era mucho tiempo realmente, pero en las noches cuando el trabajo ya había terminado y todos se disponían a descansar, el anciano se le acercaba y le hablaba sobre diferentes cosas, mirándolo con intensidad, con esos penetrantes ojos llenos de sabiduría. Casi como un Legeremantico escudriñando en su mente y su espíritu, en todos los resquicios de su existencia.

Cuando la emergencia ya hubo pasado y el rubio emprendiera el regreso al Templo, el viejo se le acercó con una tela doblada entre las manos y sin decir nada, la guardó dentro de su bolsa, junto a su cepillo de dientes, la camiseta, el pantaloncillo de algodón y el sari que todavía no quería usar.

Sintiendo el resquemor del acto definitivo, Draco escuchó al hombre despedirse con las amables palabras de un padre, con agradecimiento y calidez, para luego apretarle los brazos con un gesto suave y más significativo de lo que habría esperado. Se sintió casi como un abrazo, como estrecharse mutuamente, una primera y última vez. Después se despidió de Sudarshana, de Kunal, de Vasanti e incluso de Pushpa.

No pudo aguantar hasta llegar al Templo y Draco revisó su bolsa apenas subió al autobús rural. La tela no parecía tener nada de importante, estaba hecha de algodón color hueso y bordes de hilo oscuro, pero en su interior, entre sus pliegues apenas suavizados, descubrió sus perdidos lentes de sol y su varita.


No quería verlo. No quería mirarlo a la cara, ni que sus ojos le respondieran sus gestos. No quería. Ya no esperaba nada de él, salvo la vergüenza de ser despreciado. Regresar a casa había resultado ser todo un desastre, incomodidad y resentimiento flotando en el aire a su alrededor. El recuerdo de Draco, la presencia de Colin y el sentimiento de ser inadecuado. Una burla a sus deseos, una desestimación a sus intenciones, a su voluntad; como un destino al cual no le importa su opinión. Todo parecía una lucha sin sentido.

Unas manos que no eran las deseadas le habían despojado de la ropa húmeda y alentado a Kreacher a preparar un baño caliente, el viejo elfo se había movido con desgana, mientras el chico le insistía con un: "¿Qué sucedió ahora?", reiterativo. "Harry dime, ¿qué pasó?", incesante, taladrando su cabeza de la misma forma como el frío había taladrado su cuerpo y las palabras del rubio le habían perforado otro lugar, uno mucho más sensible. Draco. Draco. Era el nombre que dolía en su corazón.

Por eso, esa mañana no había querido aparecerse por el Cuartel, por el contrario hizo todo el papeleo y los preparativos para sacar a Brahms de confinamiento y finalmente, convocar a su División directamente en la sala de interrogatorios.

Cuando todos hubieron llegado dio las directrices de la siguiente acción, pero sin interacciones innecesarias. Todo fue adusto e impersonal.

-Travers y Weasley, vayan por Brahms.- indicó con voz seria y apretada, mientras observaba la ficha de identificación que habían elaborado del hombre, desde el momento de su detención. Hacia el final del pergamino se encontraban las firmas de los dos aurores que se habían encargado de impedir que el sujeto pudiese pegar un ojo durante los últimos dos días. –Finnigan y Malfoy, harán el interrogatorio.- declaró, aun cuando todos sabían que ese sería el procedimiento obvio.

Tal vez fuese su necesidad de mantener el control de todo su entorno, o al menos de aparentar su dominio. Simular que estaba bien.

-Bien.- Ron había estado mirando a su compañero y jefe de División, sabiendo que algo no iba bien. Quizás era el caso y alguna reunión desagradable con Robards. Quizás era el extraño hecho de que se dirigiera al Slytherin como Malfoy y no lo mirara a los ojos, como habitualmente hacía. Esas brillantes miradas de hombre enamorado, de inalterable devoción romántica chorreándole por los ojos y todo su cuerpo.

Algo había sucedido y no haría falta mucho tiempo para que todos se dieran cuenta: como Seamus, que ya había fruncido el ceño, mientras los observaba con mirada escrutadora.

Sea como fuere, el pelirrojo codeó a su compañero y ambos salieron en busca del sangre pura.

-¿Alguna recomendación?- preguntó el irlandés, con cierta necesidad. Harry Potter nunca había sido un derroche de aptitudes comunicativas y por cierto que era un hombre de pocas palabras, pero nunca le había parecido tan distante y apático como ahora. Aun cuando lo más extraño, es que ya no andaba por ahí, paseándose con ese "aire apocalíptico" alrededor suyo.

-No.-

Entonces Draco aprieta sus labios e intenta mirar hacia otro lugar, entretener su mirada y sus pensamientos lejos de aquella ridícula esperanza de encontrar al Harry de las semanas anteriores. Ese que se paraba a su lado y buscaba que sus ojos se encontraran por cualquier motivo, ese que lo tocaba con gesto espontáneo y casi como si fuese un acto normal para los dos, como se toca a un amigo, a un familiar o a un amante. Casi esperaba escuchar su murmullo suave, junto a su oído, diciéndole que tenga cuidado, que no se confíe con Brahms, que no se arriesgue otra vez. Casi puede adivinar el comportamiento del hombre con quien había compartido esos últimos meses.

Por el contrario, su mirada ve a un Harry que lo ignora, que esconde cualquier sensibilidad tras el profesionalismo. Que no lo busca. Que tal vez ya no le interese estar a su lado. El Harry que sería, si ambos no se hubiesen dado aquella "oportunidad". Un Griffindor que odia a los Slytherin. Un Potter que odia a los Malfoy.

Seamus los mira a ambos, como el espectador de una telenovela. Bufa y se aguanta un suspiro, cuando lo comprende casi todo. No dirá que Malfoy es la pareja perfecta para El-niño-que-vivió-dos-veces, ya que indefectiblemente para el irlandés y su educación muggle basado en el catolicismo ortodoxo, donde hombre y mujer eran la base de la familia. Aunque, debía reconocer que en el mundo mágico todo parecía ser bastante "flexible", como hombres y veelas, licántropos y mujeres, centauros y banshees, gnomos y mujeres, elfos y calcetines, etc. ¡Pero!, podía comprender que esa rubia serpiente era lo que su amigo necesitaba para ser feliz.

El ruido al otro lado del muro de observación y la entrada de dos hombres casi arrastrando a un tercero, les dieron la pauta para comenzar con el interrogatorio.


-Brahms.- saludó el irlandés, apenas ingresó a la sala.

-¿Otra vez?- respondió el hombre, con una risa oscura y burlona, a pesar de sus ojeras y el cansancio que se veía en su rostro. Su cuerpo parecía vacilar tembloroso, sobre el asiento. –Pensé que se habían cansado de fallar, de obtener siempre la misma respuesta: nada.-

-Sabes que nos gusta ir probando, cada cierto tiempo.- sonríe el Griffindor y entonces toma asiento frente al sujeto, abriendo la carpeta de la investigación delante suyo, como si hubiera algo interesante en ella, como si hubiera un propósito y no fuera sólo una simulación para presionar un poco más a su mente estresada y falto de descanso.

Era probable que Brahmns quisiera continuar con la mofa, destilar veneno con la única arma que todavía podía usar contra esos aurores, pero antes de poder decir nada más, vio a cierto rubio entrar por la puerta. La sensación de estar viendo a otro hombre, muy parecido a él, lo congeló en su asiento.

-El hijo de Lucius Malfoy.- pronunció y su rostro fue surcado por gestos de desagrado.

-Señor Brahms.- el rubio lo observó, no recordaba haberlo visto antes, pero el hombre parecía reconocerlo perfectamente. Tal vez era uno de los "amigos" del bueno de Lucius.

De hecho, Simon Brahms debía tener la edad de Lucius o quizás más, poseía una abundante y muy enmarañada cabellera castaña rojiza y pequeños ojos café. Tenía una boca grande, a pesar de que sus labios eran pequeños y delgados, casi como si ambos pertenecieran a personas distintas y la disparidad de ambos atributos tuvieran el único propósito de insinuar sus blancos y enormes dientes.

-Escuchamos el rumor de que habías regresado, que estabas en el Ministerio, pero pensé que estarías haciendo algo más digno. No siendo el perro de los aurores.- sus palabras se arrastraban y destilaban el desprecio de ver a un sangre pura cooperando con los hombres que habían derrocado a Quien-no-debe-ser-nombrado. -¿Te tiran huesos cuando obedeces?-

-No quisiera discrepar con usted, pero es difícil pensar en la dignidad cuando se vive como un forajido y trabaja junto a un "Perdiguero".- Brahms gruñó quedo y miró hacia Finnigan tan sólo el tiempo suficiente, antes de enfrentar nuevamente al rubio. Sus ojos eran dos bloques de piedra. –Ahora a lo que vinimos.- indicó Draco y sacó de su bolsito de cuero un pequeño vial y un pañuelo. De igual forma como lo hiciera con Roukin, extendió en el ambiente un agradable aroma a Espliego, a comodidad forzada y recuerdos obligados. –Quiero que me mire durante todo el proceso.- y eso no era una petición.

-La Legeremancia no funciona… ¿no te lo han dicho?-

-No voy a usar la Legeremancia, sólo una lectura superficial.- sonrió. –Sólo necesito traer las palabras a flote.-

-¿Qué palabras?- el hombre se replegó inmediatamente. Sí, sus ojos eran piedra fría y cruel, pero lucían inesperadamente intimidados y fijos en la plateada mirada de su interlocutor.

No era Legeremancia, pero se acercaba lo suficiente. No era nada tan profundo o invasivo, pero lograba tocar aquella zona limítrofe para incitar a los recuerdos y provocar las reacciones. Con tan sólo murmurar las palabras, el rubio podría tirar de los hilos hasta desentrañar ese tejido de protecciones y misterios. La Cabeza podría estar resguardándose bajo encantamientos de censura y manipulación, podría creer que su método era infalible y su cerebro superior, pero la mente de sus seguidores era vulnerable y quebrarlos era posible. Draco estaba seguro de poder hacerlo.

-La clave del encantamiento de censura.- el hombre lo miraba directamente a los ojos, impávido. Analítico. Si en algún momento Brahms pensó que el rubio estaba mintiendo o hablando de otra "palabra", ya podía darse por equivocado. Ambos lo sabían. Ambos podían sentir la sensación del reconocimiento hacia el fondo de sus cabezas. Allí, lejano, oculto, pero presente. -¿Él obligó el encantamiento sobre su mente o fue una solicitud voluntaria, para protegerlo?-

El hombre tan sólo mantuvo el silencio. Seguramente no podía responder o el Veritaserum ya lo habría forzado. ¿Habría en su comentario algún rastro que delatara a La Cabeza? ¿Era capaz de tanto para cuidar su espalda o era algún tipo de acuerdo de protección mutua?

-Protector, ¿eh? ¿Cómo Kalen, el que posee las llaves del Reino?- indicó, pero el hombre no hizo mayor gesto que tragar saliva. –¿No lo recuerda de la Historia de la Magia? ¿Del orgullo sangre pura?- su respiración era profunda e intensa, quizás inquietante, pero su rostro se mantenía quieto. –Sé que escucha el sonido de los cascos sobre la tierra, los granians, los jinetes.- y esta vez el hombre apretó los labios. Los escuchaba, de la misma forma como el rubio había sentido el conocido sonido del tropel en la mente de Roukin. Los jinetes de Kalen iban de caza. –In Kalen equites.-

-¿Qué pretendes… asqueroso amante de muggles?- se agitó en su asiento, moviéndose adelante y atrás, pero sus ojos continuaban sobre los del rubio. Sólo por precaución, Seamus tomó su varita.

-¿Latín, cierto?-

-No… no eras digno para Él.- el rubio sonrió, ante el burdo intento de ofensa, de despiste. -… de nuestro Señor.-

-Algo que compartían tú Señor y Kalen, era el gusto por el fuego.- insinuó. –Al principio los jinetes sólo amedrentaban a la gente encendiendo hogueras en la noche, alrededor de los poblados, cerca de las casas y en los cerros, a lo lejos se distinguían pequeños puntos de luz incandescente. Ignis nocte. Iudex ignis. Punitorem ignis.-

Draco sabía que la forma de su método era riesgoso, ya que debía enunciar todo lo que sabía sobre el protagonismo de Kalen en la Historia de la Magia, desde que había sido poseedor de las llaves del Reino, hasta que silenciosa y clandestinamente había reunido aquel grupo de magos y brujas disidentes, que habían recorrido Gran Bretaña causando terror.

El mago a quien habían encomendado las llaves de todo lo que era valioso en el Reino, había repudiado las decisiones que Mael el Príncipe del Mundo mágico, había adoptado para mantener la paz dentro del Reino. Aquel que había cedido al clamor popular al aceptar Niall como El Campeón, un mago sin clase, ni herencia, ni dinero o posesiones y cuyo único valor, era ser un héroe de guerra. Un simple sirviente. Así también, el Príncipe había cambiado el dominio efectivo a través de la posesión militar y el tributo de las tierras marqueñas de Gales, Escocia e Irlanda, a cambio de la participación ejecutiva de sus representantes locales: Meredith, Kendall y Elbius. Salvajes y provincianos.

Eran cincuenta años de inconformidad, que debía mencionar y saber guiar.

-Kalen guió a catorce jinetes a través de las tierras marqueñas de Gales hasta Cardiff. Equum quattuordecim homines.- las pupilas en aquellos pequeños ojos castaños se habían dilatado casi imperceptiblemente. -Los muggles pensaban que el fuego provenía de las sombras, un designio maligno que dejaba negras marcas sobre la tierra. Ignis de umbra. Secretum malum. Notas mortis. La tierra parecía yerma bajo las oscuras marcas del fuego, de la muerte acechante.-

-No lo sabes…- gruñó el hombre, sus labios parecían pelear contra cada palabra pronunciada. –Nunca podrás… saberlo…- esos ojos temblaban bajo la intrusión de su mirada escrutadora. Titilaban ante el reconocimiento de la verdad, ante el desciframiento y la exposición, ante la posibilidad de ser desarmado con un par de simples palabras. Aquellas que lo resguardaban todo. La seguridad de sus creencias dependía únicamente de la suspicacia, de esos malditos ojos llenos de astucia. Los granians corrían los senderos más íntimos de su mente, los escuchaba, el sonido de los cascos e incluso el restallar de los látigos y los gritos que incitaban el ritmo del galope.

-Los catorce jinetes.- repitió el rubio, habiendo reconocido el inicio del miedo en las pupilas del hombre. Ese era el punto de inflexión, pero al parecer no tenía nada que ver con los estragos que Kalen había dejado en sus incursiones. ¿Hacia dónde debía ir ahora? Movió sus dedos sobre la mesa, acariciando la madera y distinguiendo aquellas nimias formas sobre relieve, que la lija no había logrado pulir. Tal vez debía probar con algo más personal. –Kalen había querido un ejército,- inició recordándose los pasos que tomara el hombre, hace casi novecientos años, -un alférez, una mano derecha, pero encontró a su igual en una mujer: Walburga, hija de Cadeyrn el Rey de las batallas. Flagellum mulier. Stella tormenta.- lo sabía porque su abuela Walburga Black había recibido su nombre en honor a ella: "La mujer de los flagelos", "La estrella de la tortura". –Danzaba en torno a las hogueras como en un aquelarre, invocando magia secreta para su caudillo. Insecutores dux. Fue entonces que Kalen le dio siete de sus jinetes. Septem equus homines. Septem walburgae equites…- dijo y mientras pronunciaba las palabras, los ojos de Brahms volvieron a realizar ese involuntario y pequeño movimiento, casi insignificante. En sus enunciados iba el suficiente estímulo para dilatar sus pupilas, otra vez. –Reconoce a Walburga, ¿cierto?- dice, pero esta vez no ve la reacción esperada. -¿No es ella?-

-Cállate…- pronuncia con los dientes apretados.

-Sus ojos lo dicen todo.-

-Traidor… ¡traidor a la sangre!- el hombre se inclinó hacia adelante, pareciendo lo suficientemente amenazante para que Seamus presionara la punta de su varita contra el cuello del sujeto. Y aunque Brahms, no podía apartar los ojos del rubio, sí lograba percibir lo que sucedía a su alrededor. -¡Pronuncias sus nombres con tú boca sucia! ¡Deshonras el linaje!- insistió el hombre, empujando la mesa con su cuerpo y escupiendo las palabras. Presionando una intimidación. ¡Debía hacerlo retroceder! –¡Escupes sobre las tradiciones!-

-Calma las pasiones Brahms… o te haré sentir mucho dolor, lo prometo.- le aseguró el irlandés y casi deseaba que el hombre realmente lo pusiera a prueba. Entonces Draco presionó una de sus manos sobre el antebrazo de su compañero. Él tenía otras intenciones.

-Provóqueme.- le respondió el rubio, con una sonrisa y la calma de quien lo sabe todo. –Continúe maldiciéndome, sacando todos sus rencores a la luz. Hágalo. Porque entre sus palabras está la verdad: sí, es su sentimiento de impotencia quien pica su orgullo, pero es el Veritaserum quien habla.-

-¡Traidor! ¡Perdiguero!- apretó los dientes y bramó en su interior.

-El linaje, las tradiciones, Walburga… traicionar la sangre de los primeros.- lamió sus labios y honestamente, el rubio parecía disfrutar ese pequeño juego de insinuaciones y huellas. Puzzles. –Ya hablé de ello, lo dije en mis palabras anteriores- pensó cuidadosamente en sus oraciones previas, sólo debía presionar un poco más, -Walburga danzaba alrededor de las hogueras, como en las tradiciones del aquelarre… noches de invocaciones, de Beltane, fuego renovador y fertilidad, fervor y noches de brujas… Noche de brujas.- repitió, las pupilas de Simon Brahms parecieron pelear entre las contracciones y las dilataciones y Draco lo comprendió todo. Su corazón se aceleró. Lo sabía y no podía perder tiempo. –Walburga. Noche de brujas… Walpurgisnacht.- pronuncia suavemente y eso fue suficiente para que el hombre se volviera loco en su asiento.

Sus gritos eran ensordecedores, mientras se balanceaba en la silla, empujando contra la mesa y haciendo fuerza hacia los costados, como si quisiera volcar su asiento y el impulso físico lo obligara a alejarse de esos ojos grises. Algún modo de defensa, cuando sus palabras ya no son un arma. Gritar. Patalear. Retorcerse con desespero, con violencia. Como si sufriera un ataque de terror contra el esclarecimiento, pero nada podría evitarlo, mientras Draco Malfoy tuviera sus ojos fijos en él.

-¡Hay que retenerlo!- gritó Seamus, levantándose de su silla rápidamente. Pronto Harry, Ron y Travers, entraban a la sala y contenían la violencia de su desesperación. Espasmos. Agitaciones. Aullidos horrorizados.

-No utilicen magia.- indica el rubio y sus miradas continúan unidas con el detenido. Gris y castaño, enlazadas a través de la superficial lectura de sus mentes, de la sutileza del íntimo contacto y con la verdad pendiendo de un hilo. Mientras Draco mantenga el vínculo, Brahms estaría imposibilitado de observar y atender a nada más.

El jaleo fue notorio, las demostraciones de fuerza y los intentos por contener los rugidos del hombre, parecían no surtir resultado. Por el ímpetu de sus movimientos y la potencia de sus gritos, Simon Brahms lucía el vigor de una juventud que no poseía y una energía que ellos mismos se habían encargado de quitarle, en base a la imposibilidad de dormir. Tal vez fuera sólo un golpe de adrenalina.

-¿Qué le pasa a este hombre, joder?- gruñe Travers, quien mantiene una de sus rodillas sobre los muslos del detenido, impidiendo su pataleo. Por su parte, Ron y Seamus le presionaban los hombros, manteniéndolo quieto contra el respaldo del asiento.

-Manténganlo quieto y sólo dejen que grite, se cansará en algún momento.- dice Harry, alzándose de hombros. Por las reacciones que ha visto en el hombre, no cree que el impulso ardoroso de su ánimo dure mucho más.

Precisamente, cinco minutos después, el hombre volvía a lucir demasiado exhausto para gritar o removerse agitado, para resistirse o luchar. Respira con la boca abierta y cada inhalación y exhalación era igual de intranquila que la anterior. La calma parecía difícil de recuperar, sabiendo que con ella vendría una nueva incursión de preguntas y desciframiento. La cabeza le pesa sobre sus hombros y con el imperativo de mantener sus ojos sobre el hijo de Lucius Malfoy, Brahms sólo permite que su cuello se incline ligeramente hacia atrás.

En un intento desesperado el hombre trata de engañarse a sí mismo, deseando poder balbucear alguna mentira, oponerse al suero de la verdad y alejar el sonido de caballos de su mente. Si tan sólo no reconociera esos nombres, esos lugares y hechos, si no supiera de qué le habla ese traidor, entonces sería mucho más fácil que la verdad pase desapercibida. Intenta que sus labios burlen la certidumbre y que su lengua obedezcan, pero lo único que logra murmurar es: "Él lo sabe".

-Bien, el tipo se estará tranquilo por un rato.- comenta Harry observando al detenido con ojo crítico. Entonces invoca su carpeta con el caso, que ha quedado en la salita adyacente y se sienta en el lugar donde Seamus se había sentado antes, junto al rubio. Luego hace un gesto con la mano, hacia sus compañeros. –Ahora, con cuidado, invoquen del asiento una nueva serie de correas para mantenerlo sujeto.-

-Claro.- respondió el irlandés y se encargó del asunto.

-Voy a continuar.- anuncia el rubio, considerando que es el mejor momento para continuar con la indagación, cuando las fuerzas del hombre han menguado y está sin posibilidad de recuperarse pronto. –Sólo me tomará un momento.-

-¿Un momento?- Ron intercambia miradas con su mejor amigo y Jefe de División.

-No hay muchas opciones relacionadas con el Walpurgisnacht.- respondió. -¿Cierto señor Brahms?- sonríe y quienes miran esa interacción, casi sienten pena por la vulnerabilidad del hombre. –La Noche de las brujas, de las hogueras y de Belenos, Dios del fuego, la renovación y el protector de las brujas. Et pavet haemonias nocte. Deum Belenum. Ad tueri walkirias.- ahora que estaba delante del hombre, Harry podía ver claramente los gestos en su rostro, la vacilación de sus ojos nerviosos y la desesperante imposibilidad de apartar la mirada. La intimidación y la fascinación. –Si no es Walburga danzando en la Noche de walpurgis, Walpurgis nox, entonces son los jinetes que la acompañaron: los Jinetes de Walpurgis, Walpurguis equitatus… ¿no?- incita y lo observa como si la mente del hombre le perteneciera. Buscando con inclemencia, como dentro del desordenado cajón de un escritorio. Ultrajando sus secretos. –No… "jinetes" es muy pueril, son sólo hombres a caballo. El legado, el linaje de la herencia… del caballero envestido…- escucha el gruñido ahogado, bajo, dificultoso. –Milites. Los Caballeros de Walpurgis… Milites walpurgis.-

Entonces las cejas del hombre se arquearon y sus pupilas se ampliaron imposiblemente, por un segundo todo fue negro rodeado por una delgada franja de castaño resentido. Derrotado. Luego todo regresó a la normalidad. La boca de Simon Brahms se abrió lento e irremediablemente, dejando un "Sí" en el aire.

-Ya está…- Draco jadeó.

-¿Qué quieres decir?- Ron miró al rubio y luego al recluso. Luego a Harry y a Seamus y a John. ¿"Ya está"?

-Señor Brahms,- comenzó el rubio y todos pudieron ver la emoción en su voz, la excitación, -¿cuál es la clave del encantamiento de censura, que le fue impuesta por el mago detrás del contrabando de pociones?-

-Milites walpurgis…- su voz había salido apretada, pero lo suficientemente fácil y clara.

-Ahora responderá al Veritaserum.- comentó Draco y Harry dejó salir una profunda exhalación.

-¿Quién es La Cabeza…? ¿Quién es el hombre detrás del contrabando de pociones?- eso era lo obvio a preguntar.

-No lo sé…-

-No puede ser que no sepa.- se quejó Travers. –¡Es un sangre pura y un mortífago!-

-¡Él se protege!- se quejó el hombre y era evidente que intentaba retener sus palabras. –Él se cuida de todos… y nosotros somos su escudo…-

-¿Conoce a Thomas Roukin?- preguntó Harry.

-Sí…-

-Dígame cuál era su función detrás de todo esto.-

-Él es mi… contacto en la recepción de las pociones y maneja la distribución por chimenea, entre Twickenham y Slough.- lamió sus labios y continuó, porque ya no importaba cuánto intentara resistirse, no iba a funcionar. –El manejaba Steines y era el contacto con Bracknell.-

-¿Bracknell? ¿Qué hay en Bracknell?-

-Es… es la casa de seguridad… que se contacta…- traga duro y respira fuerte, -con el que ustedes llaman La Cabeza.-

-¿Cómo lo sabe?- pregunta esta vez el rubio.

-Roukin fue un fiel sirviente para nuestro Señor Oscuro, él quería y tenía el derecho de conocer quién es nuestro nuevo Señor.-

-"Nuevo Señor".- repitió Draco y siente un desagradable presentimiento. –Entonces en Bracknell hay otra casa de distribución, como la de Steines. ¿Manejada por Sangre puras?-

-No esperaría… menos…-

-¿Dónde está?- Harry desplegó un mapa y buscó hacia la zona sur-oeste de Londres, hasta encontrar el pequeño suburbio mencionado. -¿Cuál es su dirección? ¿Está protegida?- frunció el ceño. –Es probable que tenga un Fidelius o medidas de protección similar.-

-Sí… y no…-

-¿Cómo se llega?- pregunta Seamus, ya con algo de frustración.

-Hay sólo una… entrada…- suspiró y sabiendo que de todas formas se lo preguntarían, dejó que el suero de la verdad tomara el control. Su boca se movió con fluidez. –La chimenea principal en Gjallarbrú.-

-¿Qué es Gjallarbrú?- pregunta nuevamente y es Draco quien le responde.

-Es la Mansión de los Mulciber, en Northchapel.-

Harry se inclina hacia adelante y mira al hombre con sus impresionantes ojos verdes, brillantes de una emoción que creía desvanecida por la frustración y el fracaso.

-¿Me estás diciendo que a través de la Mansión de los Mulciber, se puede ingresar a una de las casas de distribución?-

-Sí.-

-¿Cuán cerca está de La Cabeza?-

-No lo sé.-

-¿Cuántas casas de distribución existen?-

-No lo sé.-

-¿Dónde se elaboran las pociones?-

-No lo sé.-

-Bien.- asiente finalmente y se reclina en su asiento. Mira el mapa y observa todo el entretejido de esa tela de araña. –Weasley, Malfoy, lleven a Brahms de regreso a confinamiento. Finnigan y Travers, interroguen a Roukin, corroboren la información e indaguen algo más sobre esa casa en Bracknell.-

Los primeros en marcharse habían sido Finnigan y Travers, después que Harry les extendiera el consiguiente permiso para un nuevo interrogatorio sobre Roukin. La importancia del documento y la ausencia del rubio Slytherin entre los aurores interrogadores, radicaba en que el viejo sangre pura todavía estaba recuperándose de las laceraciones, los dientes flojos y los huesos rotos, que Malfoy le había dejado como perfecto recuerdo. El Departamento de Defensa de los Derechos de los Magos y Brujas, no estaba muy contento con ese nuevo proceso de tensión, uso de sustancias coercitivas y vulneración mental, que Harry ya había solicitado más temprano. Por suerte Robards los había obligado a darle carta blanca en todo lo que quisiera: después de todo Roukin había descendido varios niveles en la condición de ser humano, al descubrirse que era un maldito asesino de niños.

Harry se levantó de su asiento y recogió su carpeta, cuando vio a Ron y Draco comenzar a liberar a Brahms de las correas de seguridad.

-Lucius sentía vergüenza de su hijo.- dijo y los tres espectadores se quedaron quietos ante las repentinas palabras del hombre. ¿A qué venía eso? Draco tragó duro y por un momento no supo qué hacer. –Pensó que serías digno al encomendarte la misión del armario evanescente, pero eres una desgracia… siempre has- -

Sus palabras fueron detenidas por el golpe de un encantamiento sobre su pecho. El color rojo flotando junto a la manifestación mágica, le dijeron al rubio que había sido un hechizo aturdidor. No necesitó girarse para saber que había salido de la varita de Harry. La sensación de su encantadora magia todavía flotaba en el aire a su alrededor, cálida y protectora.

-Habrá una reunión de emergencia, a las tres en la Sala de Conferencias. Quiero el ingreso a Bracknell para mañana.-

Eso es todo lo que el moreno dice antes de salir. Tiene una redada que preparar.


Saben que continuará =D

Bien, ¡por fin Draco logró resolver la clave! Y por si alguien no lo sabe, según la sra. JotaKá, a los Mortífagos anteriormente se les llamaba Caballeros de Walpurgis. Era algo obvio, pero no tanto… jajaja

También pudimos ver un poco del pasado del rubio, en India y la desidia de Harry Potter, después del nefasto encuentro con Draco. Creo que empiezo a sentir un poco de lastima por el moreno =/

¡Nos leemos el otro sábado!

¿Me merezco un comentario? =3