La oscuridad lo devoró todo, la luna brillaba imperativa aquella noche de luto ante la masacre en Snowdin, pena, tristeza y podredumbre invadía el pequeño pueblo, la nieve era manchada con la sangre rojiza de las criaturas caídas por ese espíritu maligno conocido como "Chara", el gigante árbol de Navidad con regalos estaba siendo calcinado al igual que las otras casas a su alrededor, un auténtico infierno se desató, el sonido de criaturas en pena comenzó a escucharse, la tristeza dominaba los sentimientos de todas. Papyrus miró la ventisca caer desde el garaje, el frío aire congelaba las ventanas por lo que hacía completamente imposible ver alrededor pero, aún sin saber lo que sucedía alrededor, por acción de su hermano al querer protegerlo, el esqueleto tenía una sensación extraña, muy peculiar, su instinto le obligó a salir del reducido espacio para encontrarse con la inminente tragedia.

No había mucho por salvar, incluso su hogar fue reducido a cenizas, optó por continuar hasta el río del bosque helado y ahí lo encontró. Sans caía débil ante el pequeño niño que no paraba de apuñalarlo una y otra vez, tenía una gran herida en el estómago, a pesar de ello seguía feliz, mantenía esa sonrisa como de costumbre era visto, Papyrus quedó atónito, no quiso hablar, por primera vez sintió miedo, desesperación y una mezcla de sentimientos que lo hacían llorar en silencio. Chara continuo quemando a su paso la nieve, al desaparecer en la oscuridad el hermano esqueleto, acudió a la ayuda del ser que más amaba, Sans se desvanecía poco a poco convirtiéndose en polvo al paso de los segundos, se iba no sin antes ceder una chamarra azul como último recuerdo.

Papyrus lloraba, lágrimas salían de los orificios en su rostro y apretaba con dureza al inerte Sans, no quiso mirarle, no quería que su amigo se fuera. Papyrus recordó cómo le prometió que estarían juntos para toda la eternidad, que aprendería a cocinar mejor y que le haría feliz con mezclas de espaguetis todos los días, al abrir los ojos nuevamente descubrió que ese ser que le leía cuentos cuando era hora de ir a dormir se había ido para siempre, en frente de él este se esfumó diciendo adiós. El hombre de hueso gritó tan fuerte como pudo, golpeaba el suelo con rabia pero, nadie vino a verle, con su mano tomó la chamarra azul y en respeto a su hermano vistió con esta, de alguna forma sentía que aún seguía con él, mirándole detrás pero, no había nadie. El inocente sujeto no creería más en los humanos, pues uno le arrebató lo que más quería en el subterráneo, le dijo adiós a los puzzles, no le importarían más sin Sans, todo comenzaría a cambiar.