Disclaimer: no me pertenece nada de esto. Es todo propiedad de la brillante Joanne Rowling.


CAPÍTULO 1: CASTIGADO, POTTER

Era un auténtico show. Una docena de slytherins, redondos cual pelotas, flotaban bajo el techo del Gran Comedor, vestidos con largas túnicas rojas decoradas con leones dorados y soltando pompas por la boca cada vez que intentaban pedir ayuda. Sentados en los bancos, centenares de alumnos reían a carcajadas y aplaudían preguntándose entre ellos dónde estarían los creadores de semejante broma.

Lily Evans, la prefecta de Gryffindor y estudiante de sexto año, no tuvo grandes dificultades para encontrar al cabecilla de la idea, después de todo, llevaba años perfeccionando la técnica de rastreo. Apoyado en una esquina, junto a uno de los ventanales, varita en mano y con lágrimas en los ojos de tanto reír, James Potter observaba la escena con su habitual pose desenfadada y un tanto altiva.

Lily no vio a ningún otro merodeador cerca, pero no le dio demasiadas vueltas: ya tenía el premio gordo. Se acercó con tranquilidad hacia él, sin prisas pero sin perderlo tampoco de vista en ningún momento —ese condenado tenía una habilidad increíble para desaparecer en cuanto se despistaba medio segundo— y, cuando llegó junto a Potter, puso los brazos en jarra y paladeó las dulces palabras:

—Castigado, Potter—no había lugar a ningún tipo de réplica en su afirmación.


—Señor Potter, ¿no cree que ya es mayorcito para andarse con semejantes tonterías?—le había dicho el profesor Slughorn, un par de días después de camino a su despacho, en las mazmorras.

—El humor no tiene edad, profesor—había contestado él, con las manos en los bolsillos y encogiéndose de hombros, con cierta chulería.

—Pues su humor le está haciendo pasar muchas horas por aquí—contestó con resignación el profesor.—Le devolveré la varita cuando haya acabado el castigo. Hoy le toca limpiar los calderos de mi clase. Buena suerte—terminó antes de marcharse.

Habían pasado ya más de dos horas desde entonces y allí seguía, limpiando la mugre de los estúpidos calderos del aula de pociones.

—Maldita sea, ¿cómo esperan que limpie a lo muggle semejante mierda? ¡Si no saldría ni usando la magia! Me cago en la puta, los alumnos de esta escuela son unos cerdos…—mascullaba entre dientes James, al mismo tiempo que frotaba con ganas el enésimo caldero.

En esas estaba cuando entró Lily, que se paralizó por un momento al verlo de rodillas en el suelo, arremangado, sudoroso y con el uniforme hecho un desastre.

—Vaya una estampa, Potter—dijo con una sonrisilla satisfecha, apoyándose en el marco de la puerta.

James se quedó un momento embobado mirando hacia ella. Llevaba la camisa y la falda del uniforme, pero se había deshecho de la túnica y desatado la corbata, y llevaba el pelo, rojo como el fuego, suelto y colgando por encima del hombro derecho. La sonrisa le llegaba a los ojos, que brillaban más de lo habitual. Estaba claramente divertida y, aunque fuese a su costa, James no pudo dejar de pensar en lo jodidamente sexy que se veía en ese momento.

Evans no era una chica con la que hubiese tenido un trato especialmente bueno en sus años en Hogwarts. De hecho, no habían tenido trato alguno, exceptuando las múltiples veces que ella lo había acusado ante lo profesores por alguna trastada. Durante los tres primeros cursos, le parecía una cría insufrible a la que solía chinchar junto a Sirius diciéndole "cabeza zanahoria" o burlándose de sus piernas delgaduchas. Pero, al final, terminó por resultarle hasta entrañable esa chica incapaz de hacer nada que pudiese perjudicar la imagen de niña modelo que tenían de ella los profesores. Pobre: ella se lo perdía.

Ese año, en el viaje de vuelta al colegio para cursar el sexto año, se encontró a si mismo mirando con poco disimulo el culo y las piernas, ya no tan delgaduchas, de la prefecta mientras se inclinaba para cargar su baúl. Sin duda, durante el verano había crecido… "por detrás… y por delante", se había apuntado, al verla de frente.

—¿Vienes a ayudar? No me lo esperaba de la prefecta perfecta… Menudo detalle, Evans—dijo con ironía, recuperándose del momento de ensoñación, y con una sonrisa de medio lado.

—Ni muerta—afirmó arrastrando las palabras, encaminándose hacia la puerta del despacho de Slughorn.—Vengo a recoger unos libros para el profesor Slughorn. No te preocupes, no te molestaré. Puedes seguir—terminó con sorna.

—Vingui i riquigir inis libris—se burló James.—Eres una lameculos, Evans.

—Pues gracias a la lameculos estás castigado. Te jodes. Sigue trabajando—zanjó entrando en el despacho y cerrando la puerta.

James rió entre dientes y volvió a sus menesteres.


Un par de horas más tarde, James se levantó dando un salto torpe después de tanto tiempo agachado y colocó por fin en su sitio el último caldero.

—Más limpito que las barbas de Merlín—dijo dando un aplauso al aire.

Miró hacia el despacho donde Lily todavía seguía con la puerta cerrada. Preguntándose qué tanto tendría que hacer la prefecta allí dentro, se acercó y abrió la puerta sigilosamente. Lily estaba subida al último peldaño de unas escaleras, alzándose de puntillas para tratar de alcanzar un libro del último estante.

"Bendito uniforme", pensó James, mirando fijamente el balanceo sugerente que hacía la falda de Lily cada vez que se inclinaba para tratar de llegar hasta un libro, dejando al descubierto un nuevo pedazo de piel del muslo con cada movimiento. Volviendo de su ensoñación, el chico carraspeó y Lily se volvió tan rápido que poco le faltó para caer. Algo que, por otro lado, James apenas percibió, atento como estaba al nuevo movimiento que había hecho la falda en el giro.

—¿Querías algo?—espetó, bajando de la escalera y colocándose tras el escritorio, en una pose autoritaria.

—Eh, no, en realidad no—admitió.—¿Quieres tú algo? Parecías tener problemas hace un momento—se burló.

—Me las apaño perfectamente bien. Gracias. Vuelve a lo que estabas haciendo—dijo dándole la espalda y fingiendo revisar uno de los libros que había bajado.

—Pues fíjate que no pareces apañártelas especialmente bien. ¿No se te ha ocurrido usar un Accio para coger el libro?—sugirió con sorna, sin desistir en su intento de entablar una conversación.

—¡Oh, pero qué inteligencia la tuya, Potter!—contestó de mala manera Lily, volteándose.—Para tu información, los libros están encantados: solo los pueden coger las personas autorizadas. Y claro, solo a lo muggle. Imagino que para un niñato sangre pura como tú será difícil imaginar siquiera hacer algo sin tener la varita en mano.

—Joder, ¿naciste con ese palo metido por el culo o se te apareció después?—le espetó, algo cabreado.

—Se me aparece cada vez que te me acercas, gilipollas—gritó, encarándolo, poniéndose frente al escritorio.—Si estás de mala hostia porque te pillé en la última broma a los slytherin, pues te jodes. Estoy harta de tener que estar corriendo detrás de ti arreglando tus tonterías porque no eres capaz de madurar y te pasas la vida haciendo gilipolleces.

—Eres una bocas, no tienes ni puta idea de nada…—contestó metiéndose las manos en los bolsillos y con una sonrisita que enfadó todavía más a Lily.

—Ni puta idea la tendrás tú, imbécil—siguió ella, dando un paso adelante y alzando todavía más la voz.—Acabas de cumplir diecisiete años y parece que tuvieses todavía siete. No piensas en las consecuencias de absolutamente nada. ¿Qué hubiese pasado si alguno de los hechizos hubiese salido mal? ¿Y si alguno de ellos se hubiese hecho daño? ¿Te das cuenta de que se podrían haber matado? ¿Qué harías entonces? ¡Dime!

James negó con la cabeza, haciendo que a Lily le ardiese la mano de las ganas de darle un bofetón que tirase al suelo esas estúpidas gafas de montura de carey. ¿Cómo era capaz de reírse de lo que decía? ¿De reírse de ella?

—Precisamente por eso estaba con la varita en la mano, para asegurarme de que la broma no fuese a más—explicó con tranquilidad, mirándola por encima de las gafas y alzando las cejas.—De todas formas, dudo muchísimo que algún hechizo hubiese salido mal…—Lily lo interrumpió con un bufido hosco —… porque los dos sabemos que Lunático es el mejor alumno de encantamientos de todo el colegio—terminó, consiguiendo que Lily se quedase, por primera vez en toda la tarde, muda.

—¿Qué…?—preguntó, perdida.

—Me has entendido perfectamente, Evans: el de la broma fue Lupin — admitió.

—Pero, pero tú… No dijiste nada—balbuceó apoyándose en la mesa, y sabiendo ya la respuesta de antemano: los merodeadores jamás se delatan unos a otros.

—Si no lo hubiese hecho él, lo habría hecho yo—justificó, encogiéndose de hombros.—Esos mamones se merecían mucho más que una broma, pero Remus es demasiado sensato. De hecho, en cuanto se dio cuenta de la que se había montado, se marchó del Gran Comedor, sintiéndose muy culpable. Yo tendría que haber hecho lo mismo y dejarlos a su suerte—terminó, negando con la cabeza y con una sonrisa.

—Llevas horas limpiando calderos…—siguió, sintiéndose de repente muy culpable. Se había cegado por la ira. Eso no era habitual en ella, ¿no?

—Créeme: muchas veces ha sido Remus el que ha tenido que limpiar por mí—río.—Esto no ha sido nada—aseguró, dando un paso al frente y poniéndose frente a Lily.

La tensión que había llenado la habitación minutos antes, se había esfumado. Lily se sentía mareada. Una parte de ella le decía, "que se joda, otras veces se ha librado", pero había una voz que hablaba mucho más fuerte, y que no dejaba de repetirle lo que llevaba meses pensando: "te estás convirtiendo en una amargada sin sentido ni sentimiento".

Viendo que Lily parecía estar intentado descifrar el origen de la vida en sus pensamientos, James dio otro paso y se agachó un poco para ponerse a su altura.

—Oye, no pasa nada eh, no te ralles—dijo para quitarle hierro al asunto.—Lo único que te pido, es que no te vayas a chivar de que fue cosa de Remus. No lo está pasando bien últimamente, y no necesita más mierda de la que preocuparse.

Sentir a James tan cerca la hizo volver a la realidad dando un respingo.

—¿Qué?—musitó Lily, volviendo a la realidad—.¿Qué? No, no, claro que no. Remus… Yo nunca… Joder, tenías razón: tengo un puto palo metido por el culo—terminó, haciendo un puchero y llevándose las manos a la cara.

James la miró, descolocado. Eso sí que no se lo esperaba.

—Bueno, pero en un culo muy bonito—Lily bufó ante el piropo inesperado.

—Mira, no voy a decir que lo siento—dijo la prefecta, de repente recuperada tras el momento de culpabilidad.—Porque lo que dije antes iba en serio: estoy hasta los cojones de tener que estar arreglando vuestros líos.

James reprimió una risa ante el repentino cambio de actitud y dejó que continuase.

—Pero—dijo con retintín—acepto que me precipité. No diré nada de Remus. Así quedamos en paz—zanjó, resuelta. Y James ya no fue capaz de aguantarse y estalló en una carcajada ante la mirada indignada de Lily.

— Merlín, Evans, estás como una cabra — dijo entre risas. La miró un momento, frente él con el ceño fruncido y pensó "por qué no". Y entonces puso su mano derecha a un lado de la cara de la chica y se inclinó para besarla suavemente.

Lily abrió los ojos sorprendida y llevo ambas manos al pecho de James para apartarlo rápidamente. El chico accedió a su petición, pero apenas se separó un par de centímetros.

—¿Pero qué haces?—preguntó, bajando la voz sin motivo.

—Besarte—susurró haciéndole la burla James, con una sonrisa traviesa. Y, por si no hubiese quedado del todo claro, se inclinó y le dio otro beso breve, esta vez más seguro de lo que hacía. "Sabe a algodón de azúcar", pensó.

Lily lo volvió a separar, intentando reprimir una sonrisa, y lo miró tratando de parecer enfadada. James se rió de su esfuerzo y colocó la mano que tenía libre cómodamente en el escritorio en el que todavía estaba apoyada Lily, medio encerrándola en un abrazo. Se volvió a acercar a su s labios, pero ella puso un dedo sobre la boca de James.

—Potter…—quiso empezar, pero James dejó un beso en su dedo y con su mano izquierda aparto la de Lily a un lado para acercarse otra vez a los labios de la pelirroja.

James puso una mano en la parte baja de la espalda baja de Lily, acercándola más a él y la otra en su mandíbula, colocando la boca de la chica justo donde la necesitaba. Lily entrecerró los ojos y jadeó, sofocada. Cuando los labios de James tocaron una vez más los suyos, ya no trató de alejarlos, sino que se agarró lentamente al cuello de la camisa del chico y cerró los ojos, correspondiendo al beso dejándose llevar por esta situación totalmente inesperada pero más que placentera.

Besar a James estaba mal, muy mal. Era un gamberro, un niño consentido que no tenía ni el más mínimo respeto por las reglas ni la decencia. Y tal vez por eso se sentía tan jodidamente bien, por eso sentía que su estómago estaba totalmente retorcido, y que sus rodillas temblaban, y que la sangre le bombeaba a toda máquina. Porque estaba harta de ser la prefecta, y estaba deseando empezar a ser Lily, una chica capaz de dejarse llevar por sus sueños y deseos. Y en ese momento, todo lo que deseaba era a James Potter.

Por eso, cuando él quiso separarse, Lily lo agarró de nuevo por la camisa, lo acercó a ella con una sonrisa y, para deleite de James, lo besó con más fuerza todavía. Con ganas de más, Lily entreabrió los labios. Al chico no le hicieron falta más pistas y hábilmente coló su lengua en la boca de la pelirroja. Y entonces todo eran labios, y lenguas, y saliva, y suspiros. Pronto los besos no fueron suficiente. En un momento en que se separaron para coger aire, James agarró a la pelirroja por los muslos y la sentó en la mesa del profesor. Lily, ni corta ni perezosa, agarró al chico de la corbata y lo colocó en medio de sus piernas mordiéndose el labio inferior para seguir con lo que estaban. Cuando James decidió ir un paso más allá y empezó a subir una de sus manos por la pierna de Lily, ella reprimió un gemido y llevó una mano al pelo de él, agarrándolo con fuerza y profundizando todavía más el beso, lo que animó a James para seguir subiendo al llegar al límite de la falda. Lily jadeó de placer separándose de los labios de James y levantando la cabeza buscando aire cuando el chico empezó a juguetear con el elástico de sus bragas, que empezaban a estar totalmente empapadas.

Entre tanto, James aprovechó el movimiento para empezar a besa el cuello de la pelirroja, justo bajo la oreja, mientras con la mano libre empezaba a acariciar el estómago de la chica, que pasaba las uñas por su nuca y susurraba en su oído:

—Potter…

—Mi nombre.

—¿Qué?—preguntó Lily, parpadeando confundida.

—Di mi nombre, Lily.—Pidió, sin dejar sus menesteres. Lily rió suavemente y a él pareció el sonido más bonito del mundo. Entonces se acercó a su oreja y obediente le susurró:

—James…—dijo con la voz más sexy que el chico había oído jamás.

James levantó la cabeza de nuevo, puso una mano en el culo de la pelirroja y, arrastrándola a la esquina de la mesa, la apretó hasta lo imposible contra él y se acercó a besarla, sediento de sus labios. Lily gimió en el beso y envolvió el cuello de James son sus brazos y su cadera con sus piernas. Más excitado de lo que se había sentido en su vida, James se inclinó todavía más sobre ella, notando como toda la sangre de su cuerpo se movía sin remedio hacia sus pantalones, queriendo sentirla en cada célula de su cuerpo, tocarla y besarla y todo lo que le dejase. Joder con la prefecta.

En esas estaban cuando el gran reloj de pared de Slughorn anunció con un gran estruendo las ocho de la tarde.

—Joder, qué puto susto—soltó James a bocajarro, sin alejarse un milímetro de la pelirroja.

Lily soltó una carcajada ante la salida de James y se mordió el labio inferior, acalorada, bajando un poco la mirada hasta los botones de la camisa del chico.

James trató de retomar su sesión besando de nuevo el cuello de la prefecta, pero Lily ya había recuperado un poco de la cordura.

—Potter…—empezó.

—Es James—la cortó.

—James—aceptó ella, desenredándose del chico.—Deberíamos irnos. Al menos yo. Pronto será la hora de cenar y tengo que llevarle estos libros a Slughorn antes de ir al Gran Comedor.

James suspiró derrotado, y se apartó para que la chica pudiese bajarse de la mesa.

Lily bajó la mirada para volver a colocarse la camisa y la falda y, al volver a alzarla, se encontró con James, todavía completamente descamisado, mirándola con una sonrisita divertida. Lily volteó los ojos y, algo sonrojada, sacó su varita para recolocar el escritorio, que había quedado hecho un desastre después de su sesión de morreo. Conocía al chico lo suficiente como para saber que estaría esperando a que se relajase para atacar, lo cual la ponía muy nerviosa. No obstante, se agachó a recoger los libros que habían caído al suelo y, cuando los tuvo todos, se dirigió a la salida creyendo, no sin cierta decepción, que, tal vez, la dejaría irse sin más.

Pero el chico, fiel a sus costumbres, se acercó a ella y, tomándola de un brazo, la giró hacia él y la besó de nuevo. Rápido, profundo, pasional. Cuando se separó, Lily no tenía ni una pizca de oxígeno en el cuerpo.

—Ni sueñes con que me olvidaré de esto, Evans—prometió con una sonrisa ladeada y los ojos brillantes.

Lily lo miró un momento a los ojos, pensativa y, sacando valentía de donde lo se sabe dónde, se puso de puntillas y le dio un beso en la comisura de los labios antes de separarse y marcharse en busca de Slughorn.

—Buenas noches, James—se despidió.


Esa noche, Lily no bajó a cenar. Tras entregarle los libros al profesor de pociones, la pelirroja se dirigió directamente a su habitación y se tiró en su cama, donde la encontraron horas después sus amigas.

—Lily, por fin apareces—dijo Alice Prewett con voz aliviada.—¿No has bajado a cenar?

—No os vais a creer lo que me ha pasado hoy…—la cortó Lily, tapándose la cara con las manos.


CONTINUARÁ.