Aclaración: J K Rowling es la dueña y creadora de todo lo que tiene que ver con la serie Harry Potter.

N/A: Muchas gracias a Neko90 quien me ayudó con los primeros capítulos; gracias también a Lucía. No me olvido de Exlibris por asistirme en la traducción del primer capítulo y por último, JosBlack quien no solo es una de mis autoras favoritas pero generosa con sus comentarios y sugerencias.

Mi fic es non-canon. La casa de los padres de Harry no ha sido totalmente destruida. Los Malfoy han tenido un desenlace totalmente distinto al de Las Reliquias de La Muerte y lógicamente el epílogo ha sido ignorado por completo.

Mi fic es un experimento de lo que pudo haber sido una vez vencido Voldemort. Tiendo a explorar en detalle los sentimientos y conflictos de mis personajes, especialmente los de Hermione, uno de mis personajes favoritos. Draco y Hermione son la pareja principal pero Harry y Ginny juegan un papel importante en mi historia. Si buscan acción, misterio o sexo sin contexto pues, lo siento, esta no es la historia para ustedes.

Actualizaciones tomarán tiempo. Estoy escribiendo el original de este fic en inglés y por supuesto traduciendo el mismo al castellano. Además tengo hijos, trabajo y otras obligaciones. Comentarios son más que bienvenidos.


Capítulo 1: Y La Lluvia Que No Para.

A pesar del frío y la lluvia su paso era lento. Mayo arribó con la promesa de primavera sólo para arrepentirse y aferrarse a los últimos vestigios del invierno. Transeúntes apresuraban el paso, con los brazos contra el pecho para mantener el calor y las cabezas gachas para proteger sus rostros del embate del viento y el agua.

La lluvia le era indiferente, en realidad nada le importaba demasiado... No... no era cierto..., su hijo John Albus era todo para ella. En cuanto su hijo vino a la memoria, en su rostro que había perdido la capacidad de reír, se dibujó una tenue sonrisa.

Finalmente llegó a su destino. Al otro lado de la acera estaba su hogar. Mamá estaba en la cocina, podía verla a través de la enorme ventana de la sala. El chalét se encontraba en la esquina de St. George y Plum y el enorme roble rodeado de tulipanes que se adivina desde lejos le daba sombra durante el verano. Por más de dos años la casita de ladrillos rojos había sido su hogar y el de su hijo.

––Hola hija ––Su madre dejó la pequeña cocina, con una toalla de cocina en el hombro y un delantal rodeándole la cintura. ––Estás empapada, ¡Te olvidaste del paraguas otra vez! Pero hija, ¡Qué sabías que iba a llover!

En cuestión de segundos su madre le tomaba el abrigo y con la toalla le secaba el cabello y la cara. Sentada en uno de los sillones Hermione entornó los ojos relajando sus hombros por unos segundos, disfrutando de los mimos y cuidados de su madre. Suspirando en silencio abrió los ojos. Estaba empapada y necesitaba cambiarse antes de cenar.

––Mami, ¿Qué tal si me seco yo la cabeza? ––Hermione interrumpió a su madre tomando la toalla percatándose de su mirada ceñuda, señal de que Candice Granger no veía con buenos ojos el descuido de su hija. Su madre conservaba en buena medida su juventud y belleza, después de todo, Hermione nació cuando Candice apenas cumplía los veintún años

––¿Ya llegó Papi? ––y tornando su mirada hacia el corral preguntó, ––¿Y John?

––Tu hijo rehusó dormir siesta. Ha sido un día de no parar, tú sabes lo que él sufre cuando no puede salir. ¡Madre querida la energía de ese chico! Finalmente cayó dormido hace cosa de cinco minutos. Prepárate, mañana estará con los ojos abiertos antes de que salga el sol ––observó Candice volviendo a la cocina.

Hermione levantó un juguete del piso, un bebé dinosaurio. Un sutil atisbo de sonrisa se dibujó en sus labios. La mejor parte de su día consistía en bañar, darle la cena, y leerle a John Albus antes de irse a la cama. John había aprendido a caminar apenas unos meses antes, más que caminar, correr, añadió mentalmente. Corría por toda la casa con sus juguetes en la mano, produciendo toda clase de ruidos. Su cabello rubio platino ondeaba al viento y sus ojos grises brillaban de puro gozo. ¡Merlín! ¡Se parecía tanto a su padre!

––... y lo enterró en mi maceta favorita. Todo lo que hice fue mirarlo enojada, bueno, que error, porque rompió en llanto ––parloteaba Candice desde la cocina.

Hermione parpadeó. Su madre le estaba hablando y ella ni siquiera la estaba escuchando. Lentamente se levantó del gastado sillón y se dirigió a la cocina donde Candice guardaba platos mientras sostenía una conversación unilateral con su hija. Hermione le dio un beso en la mejilla.

––Mami siento mucho que estemos invadiendo tu espacio... yo...nosotros deberíamos...

Su madre puso un dedo sobre sus labios acallando sus protestas.

––Tú eres nuestra única hija, John Albus nuestro nieto y este es su hogar ––Los ojos de Candice irradiaban amor y compresión.

Sabía de la mal disimulada tristeza que aquejaba a Hermione y del vacío que imperaba en su vida. Algo importante faltaba, porque la joven no parecía estar completa y el tormento que la aquejaba a sus veintiún años no parecía disminuir. John, su esposo, maldeciría por todo lo alto si se enterara de que Hermione se sentía como una intrusa. Casi la habían perdido una vez, y aunque no tenían idea de todos los detalles, las cicatrices apenas visibles en el cuerpo de su hija eran suficiente evidencia de que lo que aconteció tres años atrás tuvo que haber sido algo horrible y traumático. Fuera lo que fuera Hermione regresó a ellos embarazada y sin ganas de explicarse, no porque no lo deseara sino porque cada vez que lo trataba rompía en llanto. El amor que ellos le abrigaban no disminuyó y decidieron darle el espacio emocional que evidentemente ella necesitaba. Fue así como durante conversaciones Hermione, a veces sin darse cuenta, dejó escapar unos pocos detalles de lo ocurrido durante su estadía en Hogwarts.

Sabían que hubo una guerra y que muchos no habían sobrevivido. Resultaba complicado, casi imposible de creer, escuchar sobre batallas en las cuales estudiantes y profesores sucumbieron. Harry Potter y la familia Weasley habían estado involucrados, los Granger sabían que eran amigos cercanos de su hija. Eran, tiempo pasado, porque sabían que su hija ya no quería nada que ver con el señor Potter o con los Weasley. Sea lo que sea que haya ocurrido el dolor de Hermione al relatar parte de lo acontecido no solo indicaba que ella no deseaba ningún tipo de contacto con Harry Potter o los Weasley pero que la joven no deseaba ser parte del mundo de brujas y brujos.

El único deseo de Candice y John era que Hermione volviera a ser la chica vivaz, ávida de conocimiento y llena de vida que ellos recordaban. Hermione era una sombra de la joven que siete atrás los dejó para estudiar magia. Quizás con el paso de el tiempo y la presencia de John Albus esa joven comenzaría a aparecer.

––John Albus me mantiene activa y ocupada, y tú sabes que tu padre no puede esperar a que crezca para llevarlo de pesca. Ustedes dos nos hacen muy felices ––agregó Candice.

Ambas mujeres estaban sentadas en la pequeña mesa de la cocina, Candice sostenía las manos de Hermione entre las suyas observándola detenidamente ––Querida, todo cuanto tenemos es tuyo, te amamos y deseamos que seas feliz. Sabemos cuánto sufres, ––señaló limpiando suavemente las lágrimas de su hija––. Jamás pienses que eres un problema o que nos arrepentimos de tenerte con nosotros. Puedes estar segura que no permitiremos que nadie te haga daño otra vez.

La determinación y el resentimiento en la mirada de su madre inquietaron a Hermione. ¡Cuán cambiados estaban sus padres! Cuando recibieron la invitación para Hogwarts se consideraron los padres más afortunados de la tierra. ¡Su hija tenía poderes de bruja! Cada misiva que recibían les confirmaba que Hermione estaba en el lugar correcto.

Las cosas habían cambiado desde entonces. Hermione hablaba de humillación y traiciones a manos de aquellos que ella consideraba sus mejores y más leales amigos. Candice y John Granger le dieron la espalda al mundo mágico y estaban seguros que Hermione sentía lo mismo.

––Me voy a cambiar ––dijo Hermione forzando una sonrisa––. Pero antes le voy a dar un beso de buenas noches a mi ángel ––añadió en un tono bromista

Candice la observó dirigirse al cuarto que compartía con su hijo. Con expresión pensativa dejó escapar un suspiro y se incorporó, la mesa no estaba lista para la cena y John seguro que llegaría en cuestión de en minutos.