¡Buenas a todos, compañeros del famoso Fanfiction! Dejen primero que nos presente, porque no es una sola quien escribe sino dos, dos mentes retorcidas y de alta peligrosidad que se han juntado para traerles una historia que, esperamos, les rompa la cabeza. Somos "Infernalis Adversarii", los Inmortales Adversarios que han escapado de lo más hondo del Infierno hace aproximadamente una semana cuando dos pobres mortales abrieron la Puerta que nos mantenía cautivas, y se han unido en una sólida sociedad de dos co-autores… nuestros nombres mortales los conocen, somos Liindrey (idea original y planificación general) y RenaissanceLady-K (autora no-intelectual y material), y el propósito general de todo esto es producir una historia entre las dos, por fusión de cerebros y oscuros pensamientos. Sin más, abrimos paso a un pequeño resumen de lo que van a presenciar, para que tengan tiempo de salir antes de quedar definitivamente ATRAPADOS PARA SIEMPRE…
"A una semana de la apertura de la Puerta del Infierno, Sam y Dean se embarcan solos en un viaje por el puro placer de cumplir con las voluntades del hermano mayor… pero lo que los Winchester no esperaban, era que un talentosísimo escritor de Los Ángeles se ha suicidado de un modo que, para Sam, comienza a ser demasiado sospechoso. A escondidas de su hermano, y con toda la Fe puesta en salvarlo de su muerte, el más joven de los Winchester comenzará a investigar en secreto esta muerte que (él cree) no es más que el fruto de otro pacto con el Demonio de las Encrucijadas; pero, en realidad, esta aventura podría convertirse en un laberinto mucho más profundo y enredado de lo que él piensa… acción, emoción, paranoia y, sobre todo, quebraderos de cabeza al por mayor. El desafío está abierto. Ahora, TÚ DEBES ADIVINAR QUÉ SUCEDE."
Disclaimer: "Nada de esto nos pertenece, sólo el guión ficticio y las ganas de entretener a una panda de buenos amigos de esta página. Felicitaciones, directo a Kripke por inventar a los Winchiboys"
"INK, SECRETS AND BLOOD"
By: Infernalis Adversarii
CAPÍTULO PRIMERO
(Soundtrack especial: "Numb" de Linkin Park… le pega y no con moco)
Desde que era muy pequeño, Sam siempre había visto a su hermano mayor como algo similar a Dios. Para los infantiles ojos pardos del menor de los Winchester, no había nadie más fuerte, valiente y protector que Dean, exceptuando quizás al padre de ambos. Pero como John casi nunca estaba ahí cuando Sammy tenía los problemas, éste había crecido amparado por el cariño y la disciplina de su hermano.
Porque siempre eran ellos dos, y nadie más.
Porque Sam estaba seguro de que, aún en la más pálida de las situaciones, siempre iba a tener el apoyo de su hermano ahora que John ya no estaba.
Porque Sammy sabía que no tenía que pedir lealtad, que por parte de Dean ya la tenía asegurada.
Había lazos muy fuertes entre ellos dos. No era broma.
¿Tan fuertes como para obligar a Dean a someterse, y entregar su propia vida para sacarlo del hoyo?
DEFINITIVAMENTE.
Cuando alguien preguntaba en son de broma "¿Meterías las manos en el fuego por X persona? ¿Serías capaz de sacrificarte por X persona?" no sabía realmente lo que estaba diciendo.
No tenía ni idea de cuán importante era la pregunta, de verdad.
Por eso, ¿Tan fuerte era la responsabilidad que Dean sentía hacia su hermanito?
ESO ERA UN CATEGÓRICO "SÍ".
Si no, cualquiera podía ir y preguntarle al mayor al respecto. Éste le respondería con una sonrisita misteriosa y perturbada, simplemente asintiendo con la cabeza. No había palabras para describir una inmolación como ésa. Nadie ajeno a ese dolor podía explicarlo, excepto aquellos que habían pasado por semejante tortura. Primero, John. Ahora, Dean sería el siguiente. Tenían apenas trescientos cincuenta y ocho días para encontrar una solución. Y Sam decía que "apenas" porque se daba cuenta de que ese tiempo nunca les iba a alcanzar, si esa zorra de los Ojos Rojos no quería que así fuera.
Porque ya habían perdido siete días
Y no es que hubieran hecho mucho más en aquella semana que siguió al día que Sam daba en llamar "Día Negro" (sería "Rojo" una vez que el Demonio de Ojos Rojos viniera por la cabeza de Dean, se decía a sí mismo). No. Lo pasaron recuperándose de la tristeza, tratando de mirar hacia delante. A Dean le importó menos que a Sam; total, él ya lo tenía bastante asumido.
Parecía que en siete días se hubieran distanciado setenta años.
Sam creía compartir el auto con un extraño, mientras Dean desaprovechaba el día número ocho del resto de su corta vida en conducir alegremente hacia Los Ángeles. No tenía todavía del todo claro cuál era el motivo de ir a meterse en una ciudad tan grande. Inevitablemente, una que otra persona podría reconocer sus rostros de los avisos policiales y estaba casi seguro que terminarían en un lío.
Porque le quedaran trescientos cincuenta y siete días de vida, a Dean no se le había esfumado mágicamente el prontuario criminal. Y menos que menos ahora que a él también lo estaban buscando por cómplice. Sam tenía miedo.
PERO UN MIEDO QUE NUNCA ANTES HABÍA SENTIDO.
Más que nunca Sam recordó poderosamente las palabras que su hermano le había dicho a una de las víctimas del Demonio de Ojos Rojos, hacía tiempo atrás: "¿Así que lo hiciste porque creías que no podrías vivir sin ella, eh? ¿Y no se te ocurrió pensar que luego de esto, será ELLA quien tendrá que seguir adelante sin ti?" Sam se preguntaba muy recurrentemente si, al momento de cerrar su autodestructivo trato, Dean había pensado siquiera en eso. En cómo iba a hacer su hermano pequeño para continuar con su vida, sin su irritante pero necesaria compañía. ¿De qué manera esperaba Dean que él aceptara su muerte tan inminente? Si le hubieran dado diez años, quizá no se habría molestado tanto…
Oh, sí. Porque Sammy se había molestado horrores con el otro.
Y ahora estaban así, sin cruzar palabra, con el silencio cortado por un estridente rock de Black Sabbath sonando en el estéreo del Impala. Bueno, más bien eso fue casi ocho días atrás, cuando finalmente dejaron a Ellen y a Bobby. O sea que a Dean ya sólo le quedaban trescientos cuarenta y nueve días.
No podía dejar de pensar en ello, de contar las horas. Era mecánico y perverso.
Como quiera que fuera, la mañana los atrapó finalmente en Los Ángeles.
Y en medio de otra frecuente discusión, para variar:
—… me molesto, porque tendríamos que estar haciendo ALGO, Dean. ¿Y para qué diablos vinimos a Los Ángeles, de cualquier modo? —decía el más joven, indignado.
—Suena como si hoy no te hubieras tomado tu píldora, nenaza. —le despreció Dean, cuyo sarcasmo no había decrecido ni en medio decibel a pesar de estar perdiendo la vida a cada minuto que pasaba— Relájate, Sammy. No hay nada qué hacer, de todos modos. Vinimos a ver la costa pacífica, ¿Ya suena mejor para ti? —
El otro pensó que podría estallar de la ira. ¿Y encima se lo decía así de campante, mientras comía quién sabe qué directamente del envase, al lado del fregadero sucio?
—… ¿¡Vinimos de vacaciones!? —se atrevió a decir, porque no quería soltar todos los improperios que se le ocurrían en ese momento.
—Claro. Estuve pensando… —
— ¡Vaya! ¡ES UN MILAGRO! ¿Estuviste pensando, Dean? ¿¿Y crees que yo no he estado pensando, que me la pasé durmiendo los últimos dieciséis días?? Tú… ¡Tú no tienes remedio! ¡¡PARECE QUE NO LO ENTENDIERAS!! —detonó Sammy— ¡Vas en camino a morirte! ¿Lo sabías? —
Dean lo observó tranquilamente, y se llevó otro pedazo de ese lo-que-fuera a la boca antes de decir nada. De hecho, no dijo nada: sólo se encogió de hombros. Luego le dio la espalda, porque no quería tener que ver la mirada rabiosa de Sam directamente clavada en su cara. No quería tener que lidiar con él todavía. NO ESTABA LISTO PARA ESO.
—… estuve pensando que, ya que es el último año de mi vida, podría disfrutarlo. No más cacería, no más perder el tiempo. Voy a hacer todas esas cosas que siempre quise hacer, empezando por ver el Gran Cañón. Hice una lista, la dejé en alguna parte… las cincuenta cosas que quisiera hacer antes de morir. —acabó por contestar, en tono más que tranquilo y apacible— No más cacería… bueno, quizá una última, y bien buena. Sólo para despedir el año, por decirlo así. Y quiero que vengas conmigo, Sammy. Esta vez sí vamos a emprender un viaje de carretera, recorreremos todo el país y la pasaremos en grande. Así no será tan malo al final. —
— ¿Que no será tan malo…? —empezó Sam, procurando retener esas lágrimas en sus ojos— ¿ESTÁS DEMENTE? No, espera… ¡Sí lo estás! ¡Te vendiste a un demonio para revivir a un muerto, debes estar más que demente! No puedo creer que hables de ese modo. Tú no eres mi hermano. —
Dean se volvió. Había percibido el tono tembloroso de la voz de su hermano. Desde que tenía cinco años, que podía identificar exactamente en su voz cuándo estaba a punto de llorar como una niñita. Pero esa vez no iba a burlarse, porque el asunto era muy serio y mucho estaba en juego. Necesitaba a Sammy consigo por el resto de ese año, ahora que ya no tenía más familia que él.
—No me mires así, Sam. Y no quiero escuchar más al respecto, ya lo discutimos y ya pasó. Llevamos quince días peleando por esto. Déjalo ir de una vez, y acéptalo. No puedes conmigo. —
Sam sintió inconscientemente un punzante dolor en su espalda, recordatorio del frío cuchillo de plata que Jake había enterrado en su espina dorsal. Cada vez que se fastidiaba violentamente por algo, le palpitaba y ardía la carne precisamente en la zona donde, por lo menos, debería tener una cicatriz. Apretó los puños, con rabia. Ese maldito hijo de…
—No puedo con la estupidez que padeces. —escupió Sam, cabreado.
—Claro. —sonrió Dean, y volvió a masticar algo, indiferente— Acéptalo, nenaza. Así ha sido siempre, ¿No? Yo cuido de ti, porque papá dijo que tenía que hacerlo. Cuando él no estaba, siempre venías a meterte en mi cama, ¿Recuerdas? Déjame hacer mi trabajo en paz, y asunto resuelto. —
—Llevas una semana diciendo eso, pero no lo entiendes realmente. —casi lo cortó el otro, con el ceño peligrosamente fruncido— No entiendes que eso es basura, que papá nunca te pediría que te mataras para ayudarme. Si mal no recuerdo, él te dijo que ME MATARAS A MÍ. Debería haber sido suficiente cuando Jake lo hizo en tu lugar, así no te habrías sentido como un cobarde al momento de tener que matarme tú. Debiste haberlo dejado como estaba, ¡Habría sido mejor! —
—No me tires golpes bajos, Sam. —lo amenazó Dean, duramente— No lo hagas. —
— ¿De qué golpes bajos me estás hablando, eh? Se supone que la verdad no debe ofender a nadie. Es así, tú sólo… —empezó Sam, remedándolo.
— ¡Cierra el hocico! Tú no sabes cómo me siento yo, así que no puedes juzgarme ni decir nada tampoco, ¡NO PUEDES! —dijo Dean, y le lanzó a su hermano un periódico recién comprado directamente a la cabeza.
Sam atrapó el diario con habilidad, anticipando la movida. Se quedaron mirándose a los ojos, de manera que si Bobby los hubiera visto habría dicho que parecían dos pitbulls rabiosos y a punto de comerse entre sí. Finalmente, la tensión acabó por romperse y todo terminó, al menos sin que nadie saliera herido:
— ¡DEMONIOS, DEAN! Estoy harto de tu porquería, yo… —el más joven se cortó, y miró hacia el suelo por un segundo, antes de finalmente apretar los dientes y soltar una maldición que el otro no alcanzó a oír— Al demonio contigo. Ya no sé qué hacer para que lo entiendas, estoy harto de esto, de que todo el tiempo quieras jugar a ser Highlander... ashh, olvídalo. —
El muchacho le dio la espalda, caminando en dirección a la salida.
— ¡Oh, vamos, hombre! Sam... ¿Sammy...? ¡¡SAM!! —lo llamó Dean, irritado.
Sin decir más, el más joven de los Winchester se metió el periódico bajo el brazo y salió de la habitación del hotel, azotando la puerta con un golpe que hizo temblar la pared y los adornos clavados a ella. En ese preciso instante, Dean descubrió lo que acababa de suceder: se dio cuenta de que sin quererlo ni pensarlo, estaba alejando de su lado a la única persona que podría acompañarle por el resto de su corta vida, a decir verdad… ¡La única que quería cerca! Su hermanito. Su pobre y consternado hermanito. Sammy no lo hacía a propósito, sólo se sentía culpable y estaba enojado. MUY ENOJADO.
¡Pero no tenía por qué…! Bien, Sam sí tenía por qué preocuparse y enojarse. Eso se lo pasaba y hasta se lo respetaba. ¿Y de qué manera pensaban convivir el resto del año, si el clima sería ése? No quería (ni podía) quedarse solo. Ni soñarlo. No podría seguir adelante por su cuenta, sin el apoyo de Sam. Si se quedaba solo, el otro podría hacer cualquier cosa, ¡Hasta pasarse al Dark Side y convertirse en uno de los Sith freaks ésos que había por ahí! Se sonrió al pensar en ello, inconscientemente.
Igual, lo asumió con orgullo. No tenía remordimiento alguno por nada.
Dean Winchester era un buen soldado. UN EXCELENTE SOLDADO.
Maldiciendo algo innombrable por lo bajo, Dean arrojó el paquete de lo-que-fuera en la mesa y se puso la chaqueta. Tenía que sacarse todo eso de encima. ¿Qué más era tan relajante y satisfactorio como para quitarle ese peso de los hombros?
¡Por supuesto…! Tenía restaurador de cubiertas en la guantera.
Y hacía meses que venía diciéndose a sí mismo que "su nena" necesitaba una renovación completa. Sí. Trabajar con el auto, ahora que estaban tranquilos y al vicio, era lo único que podía sacarle aquella rabia, desolación y vacío de adentro.
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Con un revoltijo de ira en vez de pensamientos coherentes, Sam salió del edificio e intentó soltar un suspiro para aliviar un poco la presión que se le hacía en el pecho. No era lo más acertado, pasarse las horas muertas solamente discutiendo con Dean. Si ese idiota no pensaba hacer nada para solucionar su situación, entonces la responsabilidad recaería enteramente sobre él y lo menos que podía hacer era ponerle empeño. A fin de cuentas, por algo eran hermanos y ambos tenían promesas puestas en el aire.
Cuando finalmente pudo suspirar y la presión se esfumó, Sammy notó que todavía traía el periódico bajo del brazo. Lo había comprado muy temprano esa mañana, cuando fue por el desayuno, y ni siquiera le había echado una mirada… pero ya no era importante. Enojado hasta con la sombra que aún no echaba sobre el piso, el muchacho lanzó el diario dentro de un cesto de basura y se pasó las manos por el pelo en un gesto de impotencia. ¿Y ahora qué podía hacer? Pasarían horas hasta que a los dos se les bajara lo bastante el enojo como para volver a juntarse, entonces… ¿Cómo matar esas horas? No tenía nada qué hacer, no trabajaban en ningún caso (por primera vez en mucho tiempo estaba tan sólo de ocioso; y eso le asombró en cierta medida) y tampoco tenía ganas de hacer nada en especial. Dean seguramente se iría a recorrer los bares de la zona en busca de alguna pobre chica que cayera fácilmente en sus garras, pero, ¿Qué se suponía que hiciera él? Ni mediodía era.
Pensaba intensamente en esas cosas, cuando la extraña mezcla de letras enormes en uno de los titulares del periódico llamó su atención. Frunciendo el ceño, Sammy volvió a tomar el ejemplar del Los Ángeles Herald y leyó "Los Ángeles llora a su hijo pródigo" en el titular en cuestión.
— ¿Hijo pródigo? —se dijo Sam, y buscó la página donde se ampliaba la noticia.
Era increíble que un periódico con tanta importancia como el LA Herald dedicara una página completa de su tirada diaria a un acontecimiento como aquel. El ceño fruncido de Sam se arrugó todavía más, a medida que iba leyendo:
—… "ayer en horas de la madrugada fue descubierto el cuerpo sin vida del famoso novelista Mark Harrison, quien según reportes oficiales decidió terminar su propia existencia aproximadamente a las 10:30 de la noche del Jueves en el estudio de su casa en el complejo Athena, en Santa Mónica. La causa de la muerte fue declarada por los forenses como electrocución inducida, puesto que su ama de llaves lo encontró sentado frente a su escritorio de trabajo con la cabeza sumergida dentro de una tina portátil con agua y con el brazo derecho enlazado al tomacorrientes de una lámpara." —un frío indescriptible cayó por la espalda de Sam, en lo que trataba de recordar por qué el nombre del tipo le era en extremo familiar—… Mark Harrison… Harrison… ¡Claro! —
Tenía algunos libros de ese autor. En otra época, cuando disponía de más tiempo libre y lo podía usar para leer, Sam había coleccionado unos cuantos volúmenes escritos por aquel que mencionaba la noticia. Harrison era un excelente escritor, tenía muy buena madera y un ingenio fantástico para describir situaciones, sensaciones y psicología en general, y una imaginación fabulosa para crear tramas y personajes; quizá eso era lo que hacía a todas sus lecturas tan atrapantes e imposibles de soltar. Era uno de sus autores preferidos, aunque no tenía idea de que fuera tan reconocido.
Prefirió seguir leyendo, y sacarse algunas dudas.
—… "todos sus colegas y amigos en la empresa Phoenix Editions se encuentran en extremo consternados, pues nadie puede imaginar por qué un hombre tan talentoso y en la cima de su carrera literaria como lo era Harrison pudiera decidir suicidarse. Su esposa ha declarado a las autoridades que no tiene conocimiento de cuáles puedan ser los motivos del occiso para cometer tan salvaje acto contra la propia existencia… " —el muchacho tomó asiento en una banca pública, y procedió a leer con más interés todavía— "… ya que la Policía no ha encontrado ninguna clase de nota de despedida ni evidencia de que haya sido un homicidio muy bien disfrazado, pero este periodista presume que aún es pronto para sacar conclusiones." —
»El oficio funerario será esta tarde a las 16:00 horas…" —concluyó, porque pensó que el resto de la noticia no hacía más que resaltar aspectos de la carrera del autor.
Mark Harrison. Muerto.
Nunca se lo hubiera creído, es decir… se había suicidado.
Le pareció sorprendente, porque aunque el hombre escribía maravillosamente y las escasas entrevistas que había leído acerca de él lo mostraban como un hombre atento, de amabilidad y franqueza incomparables, nunca se pensó que fuera capaz de caer en algo como el suicidio. Quizá y lo que a Sam le sorprendía era el hecho de que ya no volvería a leer algo suyo, o de que alguien famoso que él "conocía" había fallecido. Ojeó rápidamente una lista que el redactor de la nota había adjuntado a la noticia, donde se detallaba toda su carrera como escritor y había breves reseñas de sus principales obras.
¡Diablos! Eran cerca de treinta. Sammy sólo recordaba haber leído cinco o seis. Y eso era todo lo que había podido encontrar. Harrison había empezado como muchos: de ser un don nadie que publicaba en revistas y rogaba que alguien leyera sus historias, en menos de diez años había dado el salto a la fama y podía ser nombrado junto a autores de la talla de J. K. Rowling y Stephen King, entre otros. De veintisiete novelas, Mark Harrison había publicado veinte en los últimos cinco años y eso haciendo malabares para repartirse el tiempo que compartía con su carrera como profesor de Literatura y Filosofía en la Universidad de Santa Mónica. ¿Cómo se podían escribir veinte libros (once best sellers) en menos de cinco años, siendo profesor en una Universidad? Resultaba increíble, y no era que le extrañase: Harrison era excepcional. El hecho de estar consumido en la cacería y los asuntos demoníacos le habían quitado a Sammy un poco de su interés por todo eso que le gustaba, y quizá por esa razón no estaba tan al tanto de la carrera de uno de sus autores preferidos.
Bueno, mal asunto. Si Harrison estaba muerto, los únicos que se beneficiarían de un suicidio serían su esposa y sus acreedores, y todos aquellos que harían dinero a expensa de sus libros. Y el Diablo, si tenía su alma.
Con ironía, Sam se sonrió al decirse a sí mismo que empezaba a actuar a lo Policía.
—Como quiera que sea. —lo zanjó, y se levantó de la banca pública.
Se llevó el periódico. Igualmente, deseaba echar otro vistazo a la lista de libros.
Caminar y alejarse de los problemas no era su costumbre. De hecho, resultaba una acción desfavorable: a veces las personas caminaban para dejar de pensar; Sammy, en cambio, pensaba demasiado si echaba a andar. Y con el diario bajo el brazo, de pronto eso de que Dean se estaba yendo por un caño dejó de parecerle tan importante, porque momentáneamente lo había olvidado. En ese instante, le llamaba más la atención que uno de los más famosos escritores de todos los tiempos se hubiera quitado la vida, con tan sólo treinta y tres años de edad.
Es decir, ¡Era ridículo! Pero quién sabía lo que pasaba por la cabeza de un suicida.
Él no tenía idea. Con inusitada malicia, se le ocurrió que quizá Dean pudiera decirle qué se sentía estar suicidándose en diferido, exactamente lo que él había hecho. Qué era lo que dolía más, en ese momento. MUERTE. SUICIDIO. ESTAR EN LA CIMA. NO SACAR PROVECHO DE ELLO. HACER QUE OTRO CARGUE CON LOS PROBLEMAS DE UNO. De pronto, todas esas palabras se amontonaron en la cabeza de Sammy como si un conserje las hubiera barrido bajo su cuero cabelludo.
Y se le ocurrió que quizá este tipo no hubiera sido víctima de su propia locura.
Empezaba a ver demonios por todas partes, sin llamarlos siquiera. Sin pensarlo, se le hizo la mágica idea de que Mark Harrison quizá hubiera pactado con un demonio. Es decir, en sólo diez años se había hecho muy famoso… el Demonio de Ojos Rojos también daba diez años de vida y éxito, si estaba de buen humor. En menos de diez años, Harrison había publicado once best sellers. Once libros que causaban sensación, que eran éxitos de venta y volcaban premios literarios por doquier.
Caminar cuando estaba tan de curioso sin duda no le hacía bien.
Se detuvo frente a una vidriera y se apoyó en la pared, para frotarse la mano sobre la frente. Quizá el mismo mecanismo que solía usar para "espantar a las pesadillas" fuera útil para destrozar aquellas ideas macabras y sin sentido.
—… lo sé, es terrible. Me enteré esta mañana. —
— ¿Entonces "Secreto en el Río Azul" no saldrá a la venta? —
—Ni idea. El vocero de Phoenix dijo que estaba sin terminar, que Mark ya casi tenía listo el último capítulo, y de pronto… ¡Bam! Se mata. No sé qué diablos está pasando. Es lo más deprimente que he oído en meses. —
—No es posible, ¡Era el final! ¡La Saga del Viento quedará inconclusa! —
—Si mal no viene, encontrarán un modo de terminar la historia. Mark siempre hacía notas con sus esquemas de argumentos y todo eso, ¡Si encuentran algo sobre el final, lo más probable es que Phoenix lance la novela dentro de poco! —
— ¡Por favor! Pobre Marky, ¿Qué diablos puede ser tan malo como para suicidarse? ¿No quería tener un bebé con Marianna? —
—Quizá estaba demasiado presionado. Siempre le han dicho que terminaría por reventar con ese ritmo de publicación y sus demás obligaciones. Quizá Marianna no ha querido tener hijos por eso… no sé, es horrible. Terminar matándote porque no puedes con tu ritmo de vida, qué sé yo. ¿Y qué tal que lo hayan matado, y la Policía lo cubre todo? No me extrañaría. —
— ¿Y quién querría matarlo, por Dios? —
—… ¿Quién no? Su mujer, para empezar. A mí nunca me gustó esa buscona de la Krakóvatos. Tiene pinta de que vendería a su propia madre por un poco de dinero. Con la cara de prostituta griega que se carga, ¿Tú qué crees? —
—Ya basta, ¡Se suicidó, por más feo que suene! Lo encontraron electrocutado, y no precisamente por escuchar la radio en la ducha. Ahora hay que concentrarse en encontrar una tienda que todavía tenga un volumen disponible de "El Canto de la Sirena", ¡Y rogar que ninguna otra zorra nos los quite! —
Sam levantó los ojos con el ceño fruncido en cuanto esas dos chicas pasaron a su lado, hablando airadamente. Les siguió la corriente, así también como los pasos, por espacio de varias calles mientras las dos muchachas continuaban con su discusión sobre el último libro de Harrison. Muchos de los palos que lanzaban iban a parar sobre la esposa del escritor, como si la mujer no fuera la más apropiada… pero Sam se figuró que lo decían porque eran un par de fanáticas que no soportaban ver a su ídolo casado con otra chica que no fuera una de ellas. El camino de las muchachas lo llevó directamente a una librería en Hollywood Boulevard, llena a reventar de adolescentes y otros prospectos no tan jóvenes.
A fin de cuentas, ¿Por qué había seguido a esas chicas?
Tenía asuntos más importantes por los qué preocuparse que un escritor muerto. Su hermano definitivamente iba a morir en menos de once meses y medio, ¿Y ahora se hacía la cabeza con un suicidio? Igual, para cuando se le ocurrió esto, Sammy ya estaba dentro de la librería y ojeaba uno de los volúmenes de la llamada "Saga del Viento", aquella que estaba compuesta por sus once best sellers y sería rematada con el último dentro de unos meses (eso, si todo lo que estaba oyendo de los comentarios de los fans era cierto).
Se acercó al mostrador de la dependienta, una mujer con gafas pequeñas.
— ¿Buscabas algo más, encanto? —le dijo la señora, con una media sonrisa.
—En realidad… me llevo este libro, y… vaya, estoy shockeado. Quiero decir, todavía no me creo lo de Mark Harrison. —balbuceó, sacando la fibra de cazador en busca de una o dos pistas.
¿POR QUÉ DIABLOS LO HACÍA? No tenía sentido alguno.
—Nadie se lo cree. De hoy en adelante, el mundo se ha convertido en un Infierno. —
— ¿Por qué dice eso? —inquirió Sam, en lo que la mujer envolvía el libro.
—… jah, ¿No concuerdas con los otros miembros de tu "especie", jovencito? Sin las historias de Harrison, millones de adolescentes volverán a pensar que la fantasía no es real, que sólo la pueden hallar en éxitos comerciales trillados y sin mucho argumento como los de Rowling. Es una verdadera pena que Mark Harrison se haya suicidado. —comentó la mujer, ampliando un poco la sonrisa.
—Bueno, podría decirse que fueron diez años muy buenos, en todo caso. —
— ¿Buenos? Si Bill Gates tuviera que pedirle dinero a alguien, ¡Cómodamente ese alguien podría haber sido Mark Harrison! Pero como quiera que sea, lo peor sin duda viene ahora: ¿Qué conejo sacará Phoenix Editions de su galera, para que sus problemas se hagan humo? —rió la mujer, y le entregó el paquete— Son 24.90, cariño. —
Sam pagó con un billete de a cincuenta, y esperó por el cambio.
— ¿Problemas? ¿Qué problemas? —se le ocurrió preguntar.
— ¿Cómo harán para que esos millones de adolescentes no les tiren abajo el edificio, si no tienen idea de cómo terminar el último capítulo de "Secreto en el Río Azul"? Va a arder una hoguera enorme, me figuro. —contestó ella, preocupada—
—Bueno, si de veras les interesa… pondrán un equipo de escritores a terminarlo. —
—Esperemos que sí. Lo malo es que Harrison no es un autor cualquiera… él era un condenado genio, ¿No es así? En fin, aquí está tu cambio, es 25.10, muchas gracias por la compra. Que tengas un buen día, encanto. —
Sam Winchester abandonó aquella tienda abriéndose paso entre los chicos. Aún en su chaqueta llevaba el periódico, y el paquete con el libro en su mano se le hizo un poco pesado de pronto. UN CONDENADO GENIO. Mark Harrison se había convertido en UN CONDENADO GENIO en menos de diez años, sólo escribiendo historias sobre un reino fantástico en la mitología griega.
EL DEMONIO DE OJOS ROJOS TAMBIÉN ESTABA EN LOS ÁNGELES.
Fue fácil concluirlo. Tenía que encontrar a Dean, y convencerlo de hacer algo. ALGO PARA SALVAR SU VIDA, PARA ENGAÑAR A ESA MALDITA.
-:-»CONTINUARÁ«-:-
OK, MY FRIENDS! Esto se viene con todo, ya vieron… ¿Podrá Sam Winchester convencer a su hermano de no ir a la playa? ¿Tendrá que sacar una nueva tarjeta de crédito después de haberse gastado sus últimos dólares en un libro? Me parece que no todo es color de rosa en esta historia, y menos si empezarán con las cosas a escondidas, ¿No les parece? ¿Descubrirá Dean qué está tramando su hermano, y se enojará con él (al ver que no incluye chicas en ninguna parte)? Todo esto y mucho más, mis pequeñas larvas de reaper, dentro de quince días cuando podamos dar con el satélite que nos retransmite la acción, directamente desde la Boca del Infierno (que quedaba en Sunnydale, pero la tuvimos que cambiar porque no teníamos buena recepción 9.9), ¡A la misma hora, y por el mismo canal!
Atte: Infernalis Adversarii
A.K.A: "Las Escapadas de la Tiendita del Horror"
