CAPITULO 1

Festones negros en los muros de la mansión Andrew. Hasta el aire parecía triste y Candy avanzaba por los pasillos con la mirada ausente, vagando en los recuerdos que tenían demasiado sabor a pérdida. Le hubiera gustado recordar los momentos alegres, pero eran los tristes los que le parecían más fuertes, más intensos. Quizás era por el dolor, porque la muerte golpeaba aquellos muros una y otra vez. Suspiró y salió al jardín, paseó entre las rosas recién florecidas. Tía Elroy había querido arrancarlas, como si haciendo eso pudiera arrancarse el dolor del alma por la pérdida de Anthony. En aquel momento Candy no la había comprendido, en realidad no la había comprendido nunca. Ahora lo lamentaba. Ahora que ya era demasiado tarde.

Había asistido al entierro de Tía Elroy sin derramar una lágrima, mirando los rostros de los miles de desconocidos que luchaban por acercarse a un Albert que intentaba permanecer solo y aislado, digno y tan lejano como en una torre de cristal. Buscó a Archie entre la multitud, estaba unos pasos detrás de su primo. Tía Elroy había sido siempre seria y severa y así era su entierro, Candy sentía pena, sentía la pérdida pero no el dolor inmenso que había sentido tras las muertes de Anthony o de Stear. Sin embargo, aquella mujer la había querido a su manera, había mandado a buscarla para que asistiera a su funeral y, ahora, frente a las rosas, George amablemente le tendía su herencia, un libro forrado de terciopelo negro que Candy aceptó con un nudo en la garganta.

Vio a Albert y a Archie a lo lejos, saludando a una muchacha de cabellos dorados y ojos grandes, rodeados de gente que esperaba su turno para las condolencias. Estuvo tentada de acercarse y unirse a ellos, pero todo lo que podía decir le sonaba a hueco y terminó escondiéndose tras el arbusto de rosas cuando ellos miraron en esa dirección. Había renunciado a ese mundo, esa parte de su vida había quedado atrás, sólo le había traído dolor.

Se fue alejando de la casa, recordando los momentos que había vivido allí, caminó durante mucho tiempo hasta que se dio cuenta de que no podría volver al Hogar de Pony andando, tenía que regresar para que George la llevara en coche. No aceptaría pasar la noche allí, aunque Albert insistiría. Le parecía que la casa estaba llena de fantasmas, que incluso Albert y Archie parecían estar difuminados, como si no fueran del todo reales, como nada fuera real.

El sonido de un claxon la sacó de sus sombríos pensamientos, el coche avanzaba con el camino a gran velocidad y ella se apartó justo a tiempo, mientras él trataba de frenar. Lo consiguió varios metros después y rápidamente se bajó del auto y se acercó a Candy, preguntándole si estaba bien.

Hacía mucho que no se habían visto. El estaba más oscuro, más moreno, su mirada era más sombría y menos desafiante, sus manos, que la ayudaron a incorporarse, eran suaves. Se sintió azorado de pronto, lo que había pasado entre ellos era algo difícil de olvidar.

-Estoy bien, Neal, gracias –dijo ella.

-¿Te llevo? –preguntó él.

-¿Hasta el Hogar de Pony? –Candy rió sin proponérselo, la idea era tan absurda y, sin embargo, si sólo la acercara a la casa de Tom ya le ahorraba un gran trecho del camino.

-Si es necesario –contestó él, más azorado todavía.

-Llévame sólo a casa de Tom, pasaré la noche allí –respondió Candy, subiendo al coche-. ¿Tu esposa no ha venido?

Se había enterado del matrimonio de Neal un año antes, había visto las fotos en los periódicos, siempre había temido que él volviera a buscarla pero en el fondo siempre había sabido que su amor por ella había sido sólo un capricho de adolescente. Como el mío por Terry, pensó, simplemente llega un día en el que la yo recuerdas ni echas de menos.

-Está muy delicada –respondía Neal-. Quedan pocos meses para que nazca el niño y el médico le ha recomendado reposo –dudó un poco antes de seguir-. Puedes pasar por casa si quieres, a conocerla.

Candy sintió que él en realidad no quería que fuera, pero dio una respuesta evasiva.

-No me quedaré mucho tiempo, pero lo intentaré.

El motor se puso de nuevo en marcha y el coche comenzó a moverse por la grava del sendero. Candy miró las manos de Neal sobre el volante, las de Stear habrían estado manchadas de grasa, las de Anthony tendrían arañazos de las rosas, las de Neal en cambio eran limpias y tersas, sólo apretaban con fuerza el volante, como si quisiera romperlo, sus nudillos estaban completamente blancos.

Salieron de la casa, pero a Candy le parecía que viajaban con ella los espíritus de los muertos, apretó con fuerza el libro sobre su regazo.