Hola a todos! Este es mi nuevo fic AAML n.n . El cuarto que hago en mi vida y el tercero que publico. Espero les guste.
(Lean To be a Princess for Dummies, ya casi terminado n.n)

Disclaimer: Cualquier cosa que tenga que ver con Pokemon no me pertenece. Los demás personajes, sí.
Pairing: Ash/Misty


Divina Tentación
By Maureen

"¿Dónde está Dios? ¿Qué es Dios? Es quien nos ha hecho a mí y a ti, y nunca destruirá lo que ha creado. Descanso en su poder y confío ampliamente en su bondad. Cuento las horas que me separan de esa hora ansiada que me ha de llevar a El."

- ¿Estás seguro de que tienes que irte, hijo? Sabes que yo no tengo problema alguno en que te quedes un mes o dos… - su voz era insistente, una petición.

Él suspiró. Odiaba ver a su madre rogándole que se quede. Lo haría, pero él necesitaba tomar responsabilidad en su vida. La misma que su padre refutó… Odiaba dejarla sola, pero él debía estar solo…

- Sé lo que hago, mamá. – tomó una de sus manos. – Te llamo apenas llegue, son solo cuatro horas de viaje en carretera, nada del otro mundo. -
- Ten cuidado, sabes que me preocupo mucho por ti. – alcanzó su mejilla con su mano. – Ya eres un hombre, pero sigues siendo mi hijo. -

Los ojos castaños de su madre brillaban de tristeza. Se acercó para abrazarla por última vez, hasta que la vuelva ver quien sabe cuando, si es que volvía…

- Se me hace tarde, no quiero manejar de noche. – le dijo. Besó su mejilla y se separó de ella rápidamente. – Adiós, mamá. -

Su madre se despidió con la mano mientras él subía al auto y arrancaba. Necesitaba dejar ese pequeño pueblo lo más rápido posible, su pasado. Quería una nueva vida y eso era lo que se había encargado de buscar. Una vida propia. Sonrió al ver el cartel que despedía a aquellos conductores que cruzaban la línea fronteriza del pueblo. Se relajó.


La tarde era cálida y húmeda. Gracias a Dios por la brisa fresca que entraba por aquella pequeña ventana del departamento que había comprado hacía dos semanas. Era de lo más tranquilo vivir en esa ciudad. Tan reducida, no había muchos habitantes por lo que el tráfico no existía y había mucha paz. En ese edificio de cinco pisos, contaba con dos vecinas muy amistosas, una vieja gruñona y un hombre de unos treinta que era médico. Gente agradable. Pero aquellas chicas lo traían loco…

Una de ellas se llamaba Cristina. Rubia de ojos pardos y cuerpo esbelto. Bastante agradable a la vista, pero bastaba que abriera la boca para desquiciar a cualquiera. Sin mencionar que intentaba entrar en su departamento en cualquier oportunidad. Él la aceptaba de vez en cuando para tener algo de compañía, pero ya se había aburrido.

La otra, Anika, era morena y de ojos azules. Bellísima. Había tenido oportunidad de hablar con ella unas dos o tres veces, pero la chica parecía aterrarse cada vez que lo veía. Ash perdió el interés tan rápido como le llegó a la mente. Y así entonces aquellas dos chicas no eran más que eso, chicas.

Después de todo, no sabía si estaba listo para involucrarse con alguien aún…

- Rayos. – bufó Ash. Habían golpeado la puerta, y él sabía de quien se trataba. – Ya va… -

Detestaba que hiciera eso. Ya había tomado por costumbre llamarlo cada vez que él llegaba de su trabajo. Abrió la puerta y ni siquiera hizo esfuerzo de sonreír. Ahí estaba la despampanante rubia, balanceándose sobre sus pies con una sonrisa.

- Hola, Ash. – lo saludó. - ¿Se puede? - preguntó insinuando que quería entrar, otra vez.

- Uhh… -

'Invéntate algo… ¡Lo que sea!'

- Si, claro. – abrió la puerta lo suficiente para que ella pasara.

- Estupendo. – festejó con voz aguda. – Veo que has redecorado. –

- Si, algo… - se frotó el cuello con una mano. – Tuve que deshacerme de algunas cosas viejas. –

- Siempre eres tan aplicado en todo lo que haces. – dio un giro para encararlo y se acercó a él. – Te ves tenso. ¿No quieres un masaje? Soy bastante buena… -

- Estoy bien, muchas gracias. – se apresuró a la cocina a tomar un vaso de agua sin ofrecerle antes uno.

- Mmm… - se relamió los labios. – Ya veo. – sonrió.

- Oye… - suspiró.

¿Qué hacer para repeler visitas no deseadas? Ya era caso perdido con aquella chica.

- Te tengo algo. – volvió a hablar ella con voz suave y se acercó a donde estaba él. - ¿Quieres saber que es? – alzó una ceja. Ash tragó saliva.

- Bueno. – la rubia sonrió más aún. - ¿Qué dirías si te digo que encontré el sitio perfecto para una nota? –

Ash abrió los ojos sorprendido. Se esperaba cualquier cosa menos eso. ¡Una nota! ¿No era eso lo que había estado esperando? Tan sólo era el fotógrafo, claro, pero el conseguir una nota y presentarla como sugerencia seguro le daría algo de prestigio para que su trabajo aparezca en la primera portada… Y ese pueblo pasaban tan pocas cosas interesantes que era difícil encontrar algo de que escribir, y él, fotografiar.

- ¿De veras? – esta vez sonrió. - ¡Vaya! -

- Yo podría facilitarte el acceso, sabes. – un paso más cerca. – Conozco a la dueña. –

- Dime antes de que se trata. – le dijo él. - Eso me gustaría. – añadió a sabiendas de que ella no negaría nada que le complaciera.

- Bueno ya sabes que no puedes esperar grandes sucesos aquí, pero me tomé la libertad de hacer una pequeña encuesta a las chicas de mi instituto y pues está este nuevo Spa que conozco… -

'Genial, se trataba de un Spa.' Ash movió la cabeza.

- Cristina, te lo he dicho antes. Lo mío es el periodismo social. A la gente le interesa saber sobre ella misma, no sobre centros de belleza. -

- A la gente también le gusta cuidar de ella misma. – reiteró ella. – Vamos, Ash. ¿Qué más tienes? ¿Crimen en las calles? Tan sólo uno que otro mínimo atraco. ¿Política? Esa no es tu sección. – se cruzó de brazos. – Yo creo que la inauguración de un nuevo Spa es algo de lo que vale la pena escribir, y fotografiar. –

Ash suspiró y puso los ojos en blanco. Estaba harto de tomar fotografías de recepciones de bodas o algún otro evento social, pero un Spa…

- Voy a pensarlo, ¿Si? – le dijo Ash. – Esta última semana ha sido un trajín y quiero descansar un poco. -

Esperaba que con esa indirecta ella abandonara el lugar.

- Podemos hacer algo juntos, si es que quieres despejar tu mente una hora o dos… - sugirió relamiéndose los labios.

- Necesito ver algunas cosas y… - esto se le ponía difícil. – Dejémoslo para otro día, ¿Está bien? –

- Seguro. – dijo Cristina algo decepcionada. Se balanceaba en las puntas de sus pies con las manos entrelazadas por detrás de su espalda. – Te veo luego. –

Se acercó a besar la mejilla de Ash rápidamente, sonrió y voló hasta la puerta. Ash se despidió con una sonrisa media forzada y un gesto de la mano. Esa chica era un dolor de cabeza innecesario. Tomó la chaqueta que se había quitado al llegar del trabajo y salió por la puerta trasera para evitar encontrársela otra vez. Daría un paseo por la ciudad…

¿Qué tan aburrido podía ser vivir en aquella ciudad tan pacífica? Los conductores respetaban las señales de tráfico, la gente paseaba hasta la madrugada, no había ningún tipo de diversión insana – con excepción de un par de bares que cerraban a las doce de la madrugada… Todo era tranquilo. Decidió ir a la tienda de la señora Marsh y hacer las compras de esa semana, tenía que matar el tiempo con algo. Al cruzar vio la vieja casa de la anciana Amelia. Era todo un misterio. Nunca la había visto abandonar la casa en los tres meses que ya iba viviendo en esa ciudad. Nunca salía y nunca nadie entraba. ¿Cómo se mantenía viva? Buena pregunta. Se estremeció. Buscó en la ventana, pero ese día no había silueta que observara a los peatones.

Llegó a la tienda, y aquella señora de cabello castaño oscuro le sonrió al verlo. Era de lo más amable. Se llevó una sorpresa cuando vio aquella bella chica ayudarla a ordenar las frutas en cada puesto correspondiente. Se sonrojó cuando este la miró a los ojos.

- ¡Anika! – dijo Ash sorprendido. - ¿Trabajas aquí? - La chica vaciló antes de responder.

- Sí… Desde hace unos días. Necesitaba el dinero. – respondió con timidez.

Su voz era ronca, pero bastante melodiosa. Claro, cualquiera se esperaría lo contrario con solo verla a la cara.

- Dinero… el problema de todos. – suspiró Ash y tomó uno de los diarios que estaban ala venta.

- ¿Acaso tienes problemas? – preguntó Anika con lentitud. Ash hizo una mueca.

- No se me ha presentado la oportunidad de mucho últimamente, es todo. – le explicó. – Y la verdad me esperaba mucho más… -

- Ya veo. – dijo la chica con la mirada baja, mientras acomodaba las manzanas por color verde, rojo y amarillo.

Esta había sido, hasta ahora, la conversación más larga que tenían. Tal vez era porque no estaban solos, o por el mismo hecho de que él le daba más oportunidades de hablarle.

- ¿No te han sugerido nada? –

- No, que va. – bufó Ash y se le escapó una risa. – Tan sólo me llaman para lo que es Sociales. Tyler me hace la competencia en todo lo demás. Se encarga de todo lo que sea periodismo político, ambiental, cultural y deportivo. –

Anika parpadeó con los ojos abiertos, esos ojos color zafiro tan bellos. Tyler era un compañero suyo de trabajo, también fotógrafo. Lo cierto era que Ash era la verdadera competencia, ya que él era el nuevo y Tyler llevaba ahí más de dos años, por eso le daban las mejores notas.

- Deberías buscar algo en lo que destaque tu talento y no el de él. – sugirió con una media sonrisa. – ¿Sociales, dices? -

- Sí, ya sabes: festividades del pueblo, bodas y otras celebraciones, obras sociales, a veces algún robo… - aclaró su garganta. – En otras ciudades seguro las notas de mi rango serían sobre drogas, alcohol, escándalos, crímenes mayores, maltrato familiar o la contaminación… Pero no tenemos nada de eso en esta ciudad tan chica. –

- Yo estoy contenta con eso, sabes. – Anika lo miró con cierto reproche. Se quedó pensativa por un momento. – Me gustan las notas sobre bodas… - sonrió. – Tomas fotografías muy buenas. –

- Gracias. –

- Hay un lugar… -

Se detuvo. Ash la miró con curiosidad. Anika se mordió el labio inferior y prosiguió con su tarea en la tienda. Hizo como si no hubiera dicho nada en absoluto.

- ¿Qué lugar? – Ash no estaba dispuesto a quedarse con la intriga. Anika suspiró.

- Le prometí a la hermana Jeanelle que no le diría a nadie más sobre el hogar. – dijo muy bajo para que nadie excepto él pueda escucharla.

- ¿Hermana Jeanelle? ¿Te refieres a aquella novicia que se la pasa merodeando por el hospital? –

- La misma. – confirmó Anika. – Pero se la pasa ahí por una razón… - vaciló un momento. Cerró los ojos con fuerza y suspiró. – Esta ciudad es casi como el cielo, pero no muy lejos, unas tres o cuatro ciudades tal vez, no tienen la misma suerte… - hizo una pausa. – ¿No has visto que detrás del hospital hay otro edificio? No es tan grande como ese pero, bueno. Es en ese lugar donde la hermana Jeanelle y otras religiosas atienden a todos aquellos heridos, enfermos, o necesitados de otras ciudades vecinas sin recursos para hacerse ver por un médico. –

La mirada de Ash se iluminó. ¡Eso era perfecto! Todo el mundo hablaría de aquel sitio si él se encargaba de hacerle publicidad. Le pagarían una buena suma y posiblemente le abran el campo hasta donde trabajaba Tyler…

- Tienes que llevarme ahí, Anika. -

- ¡No puedo! Se me escapó de los labios, pero no hay forma de que puedas hacer una nota sobre eso. No tienen verdadero permiso legal… Tan sólo unos médicos las apoyan y ayudan propinándoles medicamentos y otras cosas necesarias. Pero si el alcalde por algún motivo no les dejara… tantas personas quedarían desvalidas… -

- ¿Es que no lo ves? Anika, yo podría solucionar eso. Con un poco de tu ayuda… -

- No depende de mí, Ash. – lo interrumpió secamente.

- Si me llevas yo podría hablar con la hermana Jeanelle… - le sonrió y esperó a que, por una vez, cayera bajo su trampa.

Anika puso los ojos en blanco y trató de ignorarlo dándose la vuelta y terminando de acomodar las últimas frutas en la canasta. Ash se colocó frente a ella y le mandó de nuevo esa sonrisa suplicante. Anika bufó.

- Está bien, te llevo. – dijo de mala gana. Le apuntó con un dedo. – Pero ninguna palabra a nadie hasta que hayas hablado con ella primero. -

- Lo juro. – le dijo sin dejar de sonreír. – ¿Estás libre mañana? –

- Trabajo hasta las cinco. – se encogió de hombros. – Pero puedes pasar por mí a las siete si quieres. –

- Es una cita, entonces. – dijo Ash.

No quería darle falsas esperanzas, él no buscaba nada en ese momento. Pero la chica en realidad era bella, y hacía mucho tiempo que no salía con nadie. Ella se ruborizó levemente.

- Claro. – respondió sin verlo directo a los ojos. – Avisaré a la hermana Jeanelle. -

- Muy bien. – Ash soltó una risa. – Nos vemos mañana en la noche, Anika. –

Ella lo miró, deslumbrada, y tan solo sonrió como respuesta. Ash se dio media vuelta con el diario en mano, no antes de pagárselo a la señora Marsh. Al pasar de nuevo por la vieja casa de Amelia Acatolli, la vio mirando por la ventana. Con ese cabello que tiraba para gris y blanco, y esos ojos opacos, le clavo la mirada. Ash le hizo un saludo – gesto de respeto – y siguió su camino sin mirar de nuevo. Esa anciana le ponía los pelos de punta a cualquiera.

Llegó a su departamento y sacó una lata de cerveza helada del frigorífico. Se tumbó al sofá a descansar. La historia de Anika resultaba ser mucho más tentadora que el tonto Spa de Cristina. Y además había salido con una cita… Sonrió. La vida en aquella ciudad parecía un poco más interesante…


La llegada del crepúsculo trajo consigo una ráfaga de aire frío. Ella abrió la ventana para poder sentirlo en su rostro. Le gustaba el frío…

- Señorita… - una débil voz la llamó.

Tos. El hombre se ahogaba tan sólo por intentar hablar. ¡Qué frágiles resultaban ser los humanos! Tan propensos a todo tipo de daños físicos… y emocionales. Empezaba a convulsionar… la falta de aire para aquel cuerpo debía ser algo doloroso de soportar… Se acercó rápidamente para y apretó su mano con fuerza. Cerró sus ojos mientras se concentraba en aquella electricidad que le corría por el cuerpo, e intentaba pasársela a él a toda potencia.

No duró más de un minuto, y el hombre recuperó el aire. Inhalaba pesadamente, grandes bocanadas de aire. Ella deshizo la tensión en su mano y la cambió por un suave apretón. El hombre la miró con ojos entrecerrados, y apenas pudo verla. Pero aquello que vio le hizo sentir una paz que parecía infinita… dio un último suspiro antes de quedarse dormido. Se sintió satisfecha, el anciano ya estaba respirando bien y parecía que recuperaba el color en su rostro.

- ¿Querida? – una voz aguda hizo que volteara hacia la puerta de aquella habitación. – Oh, no deberías quedarte hasta muy tarde. Y has hecho bastante. – la mujer echó una mirada al hombre del que ella se había ocupado. – Y muy bien debo agregar. Siempre haces tan buen trabajo… -

La mujer sonrió. Traía puesto hábito gris que parecía barrer el suelo y el cabello rubio corto como el de un chico que en ese momento estaba cubierto con un velo del mismo material que el hábito. Ella no sonrió, nunca lo hacía.

- Ve a casa, cielo. – le dijo la hermana Jeanelle.

- No hay necesidad. – su voz era suave y melodiosa. – Puedo ayudarla hasta que los demás se hayan ido, no tengo problema. –

La hermana Jeanelle no pudo batallar. Era imposible cuando la miraba a los ojos, y eso hacía justo en ese momento. La prendían como un imán y rehacía sentir tanta paz y alegría, sin que ella la demostrara si quiera…

- Agradezco mucho tu disposición para ayudarme, querida. – le dijo Jeanelle. – Dios te bendiga, pequeña. -

Y con esa sonrisa llena de dulzura, se marchó del lugar. Ella volvió a aproximarse a la ventana para sentir una última brisa antes de cerrarla. Aunque un enfermo más de pulmonía tampoco sería mucho problema…

- Buen trabajo, Miztahuel. -

Alzó un poco ambas cejas, pequeña sorpresa se había mandado. Y eso que ella se había dedicado a evitar cualquier tipo de emoción…

Dio un giro para encontrarse con un hombre vestido con una larga túnica blanca que parecía flotar. Su cabello largo y negro como el ébano contrastaba con su pálida piel y hacía juego con sus ojos grisáceos. Estaba tan serio como ella. Pero claro, ¿Quién de su clase no lo era?

- No uso ese nombre en este lugar, Eyael. – respondió con su voz hermosa y monótona.

- Lo sé, pero vamos a mantenernos formales por ahora. – dijo él.

Si se hubiera tratado de un humano, eso hubiera sido una ironía, pero no en su caso.

- ¿A qué has venido? – preguntó, pero parecía más una demanda que una pregunta, viniendo de ella.

- Haamiah me mandó con un mensaje. – respondió Eyael. – Dice: Ya falta poco. –

No puedo evitar sentir alivio al escuchar eso. Esa parte suya que tanto intentaba reprimir, luchaba por gritar de alegría en ese momento. Eyael pareció darse cuenta de eso.

- Cuidado, no muestres debilidad justo en estos momentos. No será que se arrepientan de haberte dado una oportunidad. -

- Todo está bien. – aclaró ella.

- Haamiah es muy compasivo, pero conoce las reglas. No te fíes sólo porque cuentas con su apoyo. – sus ojos plateados parecieron resplandecer.

No respondió. 'Ya falta poco.' Había luchado tantos años… Y cómo deseaba que Eyael se marchara en ese mismo segundo, aunque sabía que eso tampoco debía ser y detuvo el pensamiento apenas apareció en su mente.

- ¿Sólo viniste por eso? – preguntó ella.

- Hay algunos niños aquí… - dijo Eyael. – Me encargaré de algunos antes de volver. –

- Los huérfanos… -

- Existe uno entre ellos que, va a necesitar de tu toque muy pronto. – el hombre se acercó hasta donde ella. – Atenta. No cometas errores. –

Ella pestañeó un par de veces, con ese rostro serio pero puro. El cuerpo de Eyael se llenó de luz y se desvaneció en el aire, dejando un tenue resplandor. Miró a través de la ventana como el cielo se había llenado de estrellas. El cielo… ¡Qué maravilloso se veía desde la tierra! ¿Qué tanto más maravilloso sería ver la tierra desde allá arriba? Al parecer, estaba muy cerca de descubrirlo…


Continuará...

La frase del inicio es de Charlotte Bronte.
- Maureen