Título: Subastado

Autor: Anyara

Fecha Inicio: 06 de Febrero de 2012

"La regla es; Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas. Pero no siempre puedes cumplirla."

Capítulo I

"¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, les deseamos todos, que los cumplan feliz!"

Las voces de Georg, Gustav se escuchaban claramente en medio de la habitación de hotel, celebrábamos nuestro número veintitrés y como regalo, nos habíamos aventurado a venir, nada menos que a Las Vegas. Tom y yo nos sentíamos rebosantes de alegría. La última vez que habíamos estado aquí, ni siquiera habíamos podido entrar a un casino, más que para hacernos fotos, simulando que estábamos en uno.

Cuando los chicos terminaron de parodiar la canción, apagamos las veintitrés velas. Miré a mi hermano, estaba pidiendo mi deseo más profundo, poder disfrutar finalmente del amor. Tom estaba pidiendo también el suyo, aunque seguramente no se parecía en nada al mío. Observé a los demás y les agradecí con una sonrisa.

—¿Y los regalos?—pregunté animado, luego de beberme parte de mi copa de champagne.

No solíamos hacernos regalos, pero era una forma de molestar un rato y comenzar la fiesta.

—¿Regalos?—pregunto Georg a Gustav con una sonrisa sarcástica.

—¿A no ser que quiera los cordones de mis zapatillas?—respondió Gustav, mostrando una escasa sonrisa, pero que yo sabía que era la suya cuando se divertía.

—¡Que tacaño!—Exclamó Tom—encima tendremos que compartirlos.

—Para mí el derecho—dije siguiendo el juego—parece más largo.

—Claro… necesitas compensar otras cosas ¿no?—se carcajeó Tom y Georg le siguió.

Georg siempre le bailaba las bromas a Tom, aunque la mayoría de las veces era víctima de ellas.

—Tú no digas nada, que no soy yo el que toma viagra—me defendí, estirándome en la silla.

—Ya salió el temita otra vez—dijo Tom fastidiado.

A mí se me cortó el estiramiento, cuando solté una carcajada, acompañándome de las carcajadas de Georg.

—Tú calla—le dijo Tom a Georg—que te he sacado del anonimato.

Georg seguía riendo.

—Le hemos—aclaré yo en medio de las risas.

—Nah—me hizo un gesto con la mano Tom—tú eres mi apéndice, no cuentas.

—¡Idiota!—reclamé riendo.

—Esto degenera—escuché decir a Gustav desde su lugar, pero no lo miré, tomé un paquete con servilletas de papel y se lo arrojé a Tom. Éste lo desvió con el brazo sin hacerme caso.

—¡Ya, ya, seguro que mi habilidad con el bajo no cuenta!—reclamó Georg, intentando ser escuchado en medio de las risas.

—¡Cuando yo toco la guitarra, a ti no te mira nadie!—siguió Tom.

—Sí, sí… como tú digas—le cortó Georg.

—¡Perdona! – Exclamé poniéndome de pie, para ser oído por encima de los gritos de los demás—¡Pero cuando yo estoy en el escenario ustedes tres desaparecen!

Realmente me estaba divirtiendo. Esta clase de discusiones tontas, nunca sabíamos a dónde nos iban a llevar. Tom, Gustav y yo, lo llevábamos muy bien, nos lo tomábamos como era, pero a Georg sabíamos que podíamos molestarlo hasta que se quedaba callado, eso significaba que se había fastidiado, y su fastidio era difícil de desenmarañar. Los otros tres podíamos arrojarnos cosas a la cabeza, que a los veinte minutos estaríamos compartiendo una película y riéndonos con ella.

-¡Ahhh!... – grité, mientras huía fuera de la sala, cuando los otros tres chicos se me venían encima. Me detuve en el umbral de una puerta, cuando vi que se habían detenido.

—Cobarde—me dijo Tom.

—Pero vivo—me reí, desde mi lugar.

Comencé a caminar al interior, cuando vi que se habían calmado un poco los ánimos.

—¿Y cuándo podré probar el pastel?—preguntó Gustav, acomodándose en una silla.

—Pues yo lo que quiero, es bajar—anuncié con entusiasmo.

Me sentía eufórico, completamente entusiasmado. No estaba seguro de si sería el champagne con el que habíamos brindado o la libertad que parecía otorgar el lugar, a pesar de la cantidad de personas que circulaban por todas partes.

—Come algo primero, luego bajamos—me habló Georg, cortando el pastel para los cuatro.

—Gracias.

Aparte mi plato a un lado en la mesa, pero no le hice demasiado caso. Me perdí en las luces que brillaban desde todos lados, como un espectáculo de fuegos artificiales en tierra.

—¿Están listos?—me giré y les pregunté.

Encontrándome con los ojos de Georg que tenía la boca abierta y el tenedor con tarta a punto de comer. Gustav no me respondió, concentrado en su plato y Tom revolviendo su propio trozo, en el plato, con el tenedor.

—Si que tiene prisa—comentó Geo, antes de meter la tarta a su boca.

Tom se encogió de hombros.

—Es Bill, ¿qué esperabas?

Yo sonreí de camino a la puerta.

.

—¿A dónde iremos primero?—preguntó Gustav, con su andar pausado y si expresión indolente.

—Yo voy a aquella tienda—les avisé, sin mirar si alguno me acompañaba o iba sólo.

Una vez dentro y cuando había mirado algunas de las prendas expuestas, fue cuando reparé que el único que venía conmigo, era Tom.

—Los chicos fueron a las máquinas—me avisó, mirando lo que yo.

—Ajap…—fue lo único que me salió decirle, demasiado eufórico por todo lo que podía hacer en este lugar. Más aún, por la libertad que sentía que tenía ahora mismo.

—¿Tardarás mucho?—preguntó.

—Sólo una vuelta a la tienda.

—Voy fuera a fumar.

—Ok.

Rato más tarde y con un par de compras a cuestas, me encontré con Tom.

—¡Al fin!—se quejó, apagando a la mitad, el cigarrillo que fumaba—pensé que tendría que ir por otro paquete.

Lo vi tirar la caja de cigarrillos vacía. Antes de comenzar a caminar hacía el sitio en el que estarían los chicos.

—Lo siento, salí lo antes posible—me disculpé.

—¿Compraste algo?—miró mis manos libres de bolsas.

—Algo, sí…—acepté sonriendo.

—Recuerda que pusimos un límite para el gasto de hoy.

—Sí, ya lo sé… no me dejarás olvidarlo…—contesté con cierta displicencia.

Tom, siempre era el encargado de poner orden en las finanzas, no es que yo fuese particularmente desordenado, pero él sabía que cuando perdía la cabeza, la perdía del todo. Sin medio tiempos.

—Dijeron que estarían por aquí…—comenzó a decir Tom, pero al ver la cantidad de máquinas que había ahí, supinos que sería imposible encontrarlos, al menos en poco tiempo.

—Llamemos—me apresuré a decir, sacando mi teléfono y marcando el número de Gustav.

Luego de un segundo intento, ya que al primero no respondió, la voz de Gustav se escucho.

—¿Gus?

—¡Tienen que venir aquí!—Escuché que gritaba por encima de el ruido de fondo.

—¡¿A dónde?—le grité también, pensando que si no lo hacía no escucharía. Tom arrugo el ceño sin comprender.

Hablo, pero no llegué a comprenderle, Georg habló también, justo en ese momento.

—¡¿Qué?

—¡Pregunta por la subasta!—gritó Gus y me cortó el teléfono, en el momento en que me pareció escuchar a Georg silbar.

Miré a Tom, que me hizo un gesto que claramente me preguntaba qué pasaba.

—Dicen que pregunte por ¿una subasta?—le dije a Tom, preguntando más que respondiendo.

Mi hermano rió.

—¿No querías venir a Las Vegas?—me instó, mirando alrededor, comenzando a caminar cuando visualizó a un guardia.

Pocos minutos después, estábamos entrando en un enorme salón, que parecía un sitio de espectáculos, con un escenario central y mesas de póker franqueándolo. Las personas gritaban, silbaban, reían y bebían como si no hubiese mundo después de hoy. Yo no podía borrar la sonrisa de mi cara, ante tanto escándalo.

—¡Busca a los chicos!—gritó Tom en mi oído.

Comenzamos a mirar alrededor y a internarnos en medio de las personas, buscando a Georg y Gustav, con poco éxito. En tanto la voz de un animador, se escuchaba por todo el salón, gracias a los amplificadores estratégicamente instalados.

¿Quién será el valiente, que entré en la siguiente subasta?

A la distancia me pareció ver el cabello de Georg, así que me abrí paso un poco más entre las personas, para llegar junto a él. Aún no lograba ver a Gustav.

Recuerden que están en Las Vegas, un lugar para arriesgar y ganar

Continuaba vociferando el hombre sobre el escenario, aún no comprendía bien que era lo que estaban haciendo.

—¡Georg!

Grité, en cuanto lo tuve a la vista. Él alzó la mano, con una amplia sonrisa.

Usted señorita, acérquese. La señorita necesita un caballero que comience la puja, para que ella salga de la quiebra.

—¡¿Y Gustav?—pregunté, cuando estuve junto a Georg.

—¡En la barra!—me indicó tras él. Encontré a Gustav, luego miré alrededor buscando a Tom, deteniéndome un momento a observar el escenario.

Una chica de largo cabello oscuro y pantalón ajustado, se encontraba junto al hombre, haciendo gestos a alguien bajo el escenario con ahínco.

¿Cómo te llamas, señorita en apuros?

Volví a mirar alrededor, buscando a Tom

Morgana

—¡Ayúdame a ver a Tom!—le pedí a Georg.

¿Un interesado en acompañarse de Morgana?

Hasta que finalmente a la distancia divisé a mi hermano. Le hice un gesto, alzando la mano, para que nos viese.

Ahí veo a un interesado

Tom me vio y me hizo un gesto con la mano.

¿Señor?, acérquese, sin timidez, esto es Las Vegas.

Escuché que las personas aplaudían de pronto.

—¡Bill!—llamó mi atención Georg. Lo miré.

—¡¿Qué?

Me hizo un gesto con los ojos, para que mirara a mi espalda, encontrándome con cientos de ojos puestos en mí. Debería estar acostumbrado, pero nunca te acostumbrabas del todo.

—¡¿Qué has hecho?—preguntó Gustav, llegando junto a nosotros.

Me encogí de hombros.

—Vamos, aquí está esta señorita esperando, no la hará esperar ¿verdad?—se dirigió, directamente a mí, el animador.

¿Esperando a qué?

Miré a los chicos tras de mí y les hice un gesto.

—¡Ve!—me empujó Georg. Creo que lo miré esperando a que mis ojos lo agujerearan.

No entendía nada.

Caminé, por el espacio que las personas, que una vez más comenzaba a aplaudir, algunas incluso silbaban, me dejaron para llegar al escenario.

Sonreí con poca gana, cuando me encontré sobre el escenario. Tom tenía una sonrisa que parecía imposible de borrar, me dieron ganas de alzar mi dedo e insultarlo, pero había demasiadas personas mirando.

—No sé qué es esto—le dije al hombre.

—Muy simple—me animó sonriendo—¿cuál es tu nombre?

—Bill.

Contesté, con la certeza de que no sería el único Bill en el salón.

—Bill, esta es Morgana—le sonreí desconfiado, ella me respondió casi del mismo modo—ella está aquí, para ser subastada—¿Y qué tenía yo que ver en eso?, no había entrado en ninguna subasta, al menos de forma consciente—y tú, Bill, comienzas la puja.

Alcé ambas cejas, ella me miró con su mejor semblante de inocencia. Ya, inocente.

—¿Y si nadie más ofrece?—pregunté con cautela.

—Se va contigo, por la suma que hayas ofrecido—respondió el hombre—¿Cuánto vale, para ti, Morgana?

Vaya pregunta. Miré a Tom que continuaba sonriendo, ya e iba a encargar de borrarle esa sonrisa a golpes.

—Doscientos dólares—dije, sin saber si estaba bien o no la cifra.

Ella puso ambas manos en su cadera y me dio una mirada ladina. Me encogí de hombros.

—¡Bien señoras y señores, se abre la puja en doscientos dólares!—vociferó el hombre, dejando a Morgana a mi lado.

—¡Yo doy trescientos por él!—escuché una voz, desde el grupo de personas.

—¡Vaya! ¡¿Tenemos una subasta doble?—preguntó el hombre al público.

—¡Helena!—reclamó Morgana junto a mí. Al parecer la conocía.

La chica bajo el escenario, era una muchacha rubia de ojos claros, bonita por lo que pude ver. Me sentí de pronto animado con todo este jueguecito.

¡Cuatrocientos, por Morgana!

Se oyó una voz en medio de la multitud. Ella sonrió.

¡Quinientos por Bill!

No pude evitar mirar a Morgana a mi lado, de alguna manera, esto se había convertido en una competencia, y a mí me encantaban las competencias.

—¡Quinientos cincuenta por Bill!—escuché la voz de la chica rubia.

—Gracias—modulé sonriéndole.

—Te voy a matar—escuché que mascullaba Morgana, entre dientes.

—¿A mí?—le pregunté divertido.

—A esa traidora—no dejó de mirar a la chica rubia.

—¡Mil por Morgana!—fijé, de inmediato, la mirada en mi hermano, cuando reconocí su voz.

—¿Mil?—me preguntaba si había escuchado bien, ¿no era él, quién imponía mesura?

—¡Gracias!—agitó su mano Morgana, con entusiasmo y Tom le sonrió, con su mejor sonrisa de galán.

Así que quería jugar.

¡Setecientos por Bill!

Se escuchó en medio de los asistentes. Yo miré a la chica rubia y le hice un gesto con la mano, para que subiera su oferta.

—¡Setecientos cincuenta por Bill!—gritó, ¿pero qué insulto era ese?

¡Mil doscientos por Morgana!

Se oyó.

—¡Dos mil!—se atrevió a decir Tom.

Miré a la chica rubia y moví mi mano con más ahínco. Ella arrugó el ceño, observó a Tom y pareció comprender nuestra pequeña batalla personal.

—¡Dos mil…—vaciló, observándome. Yo le indiqué que subiera—¿trescientos?

Asentí suavemente.

Continuará…

Bueno. Aquí comienzo una nueva historia que no aspira a ser una super producción, ni mucho menos, su única aspiración es divertirnos, para que liberemos la carga emocional tan densa que tuvo la anterior. Así que espero que me acompañen y que la disfruten.

Besitos y muchas gracias por continuar acompañándome y por leer.

Siempre en amor.

Anyara