Nada de lo reconocible es mío. Y lo no reconocible, pues tampoco mucho.

Sé que no debería escribir fics nuevos teniendo en cuenta mi historial y mis cosas pendientes, pero, precisamente, esta es una.
Esto va dedicado de principio a fin a mi preciosa Abril, una de las mejores personas que me he encontrado aleatoriamente y una de las mejores amigas que he tenido. Te extraño siempre. Ya sabés, chica cursi.


Punto primero: La resurrección (o, como a mí me gusta llamarlo, 'el regreso a Mi Hecatombe Personal').

Indispensable camarada:

Hace siete años, cuando yo tenía nueve, mi mejor amigo trt me regaló un escorpión. Él decía que era una máquina de matar, pero de mortal no tenía un pelo. Era el escorpión más minúsculo que yo hubiese visto jamás, pero él insistía. Le llamamos Zascandil, porque era un embaucador de arañas y ratas, y, si te acercabas mucho, hacía amago de saltarte a la cara. Descubrí que le gustaban las ratas cuando se comió el hámster de una amiga de mi hermana cuyo nombre ni recuerdo. Lo que hace el tiempo. Al principio, si os soy sincero, me acojonaba bastante. Le examiné con lupa, estudié sus ocho patas, su mogollón de ojos, su cola retorcida y el aguijón puntiagudo. Le construí una especie de edén de arena y rocas que ocupaba un cuarto de mi habitación. Acabé encariñándome del bicho, claro, y es que creció hasta alcanzar unas más que respetables cinco pulgadas de longitud. Creo que Zúper Zeta (le decíamos así o 'ZZ', porque 'Zascandil' era muy largo y 'Zasqui' sonaba a diarrea vomitiva) acabó acostumbrándose a la vida entre humanos, aunque estoy seguro de que nunca se acostumbró a mi madre; si ella se acercaba, él se preparaba para saltar. Claro que, al final, mi madre se espabiló y dejó de acecharle. A ella no le gustaba ZZ; decía que los escorpiones eran la peor mascota que cualquier ser humano podía tener, y se mosqueaba conmigo por dejarle pasearse a sus anchas por mi habitación. Claro, si es que no podía pretender que la dejase metida en la botella en la que Nichrome me la trajo ni en el Edén Lítico de por vida. También se mosqueaba porque Petate (el perro) no podía entrar a la habitación, porque yo no le dejaba; yo sabía que los gatos comían moscas y cucarachas, pero, ¿y si los perros comían escorpiones? ¿Y si pensaba que era crocante y decidía desmenuzarla en muchas porciones para disfrutarlo más tiempo? ¿Y si era venenoso y Petate se moría intoxicado? No, gracias; me aseguré del bienestar de ZZ durante los seis años que vivió, cuidando la salud de Petate de paso.

Pero Zascandil murió. Y, tal vez, me dolió tanto por la reacción en cadena. Por el hecho de que me lo había regalado Nichrome, mi mejor amigo trt. 'Trt', y casi tenía gracia; Zúper Zeta, la reacción en cadena, la vida, Nichrome, su muerte. El hecho de que ya no fuésemos amigos, porque era imposible, porque él ya no conservaba nada, porque se había dejado su vida aquí, con su familia, con ZZ, con Petate y conmigo, y, al mismo tiempo, se lo había llevado todo.

Respiro despacio, porque estoy en mitad del pasillo, frente a la puerta de mi clase, y me doy cuenta de que hay un chaval mirándome desde unos cuantos metros. Al verme pillarle infraganti, sale por patas. Me conoce, a pesar de que yo no a él, y esto sí tiene gracia; hasta hace unos años, eso era completamente al revés. No es que yo fuese un pringado en el instituto o que no tuviese amigos, sino que no llamaba la atención y nunca me había molestado en intentarlo. Conozco a Anna, una de las animadoras, pero por ser amigo de Yoh. Conozco a Hao, uno de los más populares, pero por ser amigo de Nichrome. Y, joder, mierda, no quiero pensar en Nichrome. Porque duele. Duele dentro por la culpa y por el remordimiento, y por pensar qué podría haber hecho y acabar odiándome por no haber hecho nada. Continúo pensando en los populares, o bien porque juegan en el equipo de fútbol, o por el grupo de animadoras, o por ser guapos… Yo no juego a fútbol, no soy animadora, y mucho menos guapo. Antes, dentro del instituto, se me podía clasificar como un chaval normal tirando a conocido: a la gente le gusta la gente que se ríe. Que transmite buenas vibraciones, ¿sabes?

Genial, pues, desde hace año y medio, yo soy todo lo contrario.

Desde aquel entonces, yo había pasado de ser Horo-Horo a 'ese chaval invisible y deprimido que se sienta al fondo de la clase'. Eso no me molesta, porque no necesito que me conozcan ni caer bien a gente que me la sopla, no necesito gente así en mi vida; no lo necesitaba hace dos años, menos ahora. Pero ahora ya no soy 'ese chaval invisible y deprimido que se sienta al fondo de la clase'. Ahora soy 'el chaval desesperado y suicida que acaba de salir de un loquero'.

Sacudo la cabeza dejándome de gilipolleces, me acomodo la mochila sobre el hombro y toco la puerta. Me arrepiento antes de separar los nudillos de la madera, pensando cuán difícil sería hacer pellas hace unos minutos y decidiendo que soy gilipollas por no haberlo pensado antes.

Un chico abre la puerta. Se llama Lyserg, creo (estoy casi seguro), o algo así, y me mira paralizado. Oigo los murmullos, a la gente asomándose, el '¿quién es?' y el 'es Horo-Horo', y me cago en la grandísima puta.

-Hola-el chico parece sentirse violento por haberse quedado como un idiota mirándome, pero me sonríe. Me agrada que se sienta humillado, y me siento mala persona, porque sigue sonriendo.

-Hola-le correspondo, con sonrisa y todo.

-¡Usui!-Lyserg se aparta y se sienta en su pupitre para pasar el relevo al profesor. Éste se detiene frente a mí un segundo, pero lo disimula invitándome a entrar, y yo imagino que ha pensado en si de verdad estoy lo suficientemente loco como para saltarle al cuello nada más acercarse. Tal vez exagero un poco, pero según mi percepción de cómo funciona el mundo, tampoco sería de extrañar:- Me informaron de que hoy estarías de regreso. ¿Cómo te va todo?

¿En serio?

Es decir: ¿EN SERIO, PEDAZO DE UN CAPULLO? ¿No ves la cara que llevo? ¿No ves el aura oscura que sondea cada uno de mis movimientos? ¿No ves lo contento que estoy por estar de regreso y lo divertido que me resulta estar en boca de todos? ¿No ves que hay veinticinco adolescentes cuyas cabezas no da para más que eso, ser adolescente, estudiándome de arriba abajo? ¿No te parece algo inoportuna y prescindible la pregunta, majo?

-Bien-contesto, apretando más el asa de mi mochila.

-Me alegro, me alegro-me palmea el hombro y su compasión se me contagia para con él. No me gusta que me sientan lástima, porque no hay por qué; es mi vida, es lo que hay, es lo que toca, y está bien. Bueno, no, no está bien. Pero el tío me da pena, ahí plantado, sin saber qué hacer, tratando con un adolescente desequilibrado, intentando ser amable-. Ve a sentarte chico.

Asiento y evito mirar a cualquiera. Les oigo. Les oigo callarse, y sé que me miran. No aparto la vista del suelo hasta que hallo el pie de mi pupitre, al fondo de la clase. Como ya he dicho, desde hace diecinueve meses, este es mi sitio. Pero entonces le veo a él.

Le odio.

Le odio muchísimo. Por todo. Por todo, y es egoísta, tal vez, pero él lo es más. Le odio muchísimo más de lo que he odiado a nadie jamás. Más que a mí mismo en este año y medio. O, al menos, lo intento.

Y lo consigo, vamos, un poco. Porque está en mi sitio, al lado de la ventana, como si nada. No le miro, pero, mientras tomo asiento a su lado –no es que no me haya planteado desviarme cagando leches de allí, como quien no quiere la cosa, pero habría sido una actitud demasiado inmadura. Además, ese es mi sitio. Subrayo: actitud inmadura – no puedo evitar preguntarme si se ha sentado allí porque sabía que yo volvía hoy, o si lleva estos últimos tres meses de ausencia por mi parte usurpándome mi pupitre. Tiene un morro que se lo pisa, pero no sé de qué me extraño, como si se tratase de algo nuevo. Ignoro los murmullos que emergen de boca de todos -y que, imagino, intercalan palabras como 'Horo-Horo', 'suicida', 'pirado', 'penoso', y cosas por el estilo- sacando el cuaderno multiusos. Desde MCEUPD (Mi Conversión En Un Pelele Depre), paso de cargar tropecientos cuadernos para nada; en realidad, antes lo hacía por mera cortesía, o algo así, no es que nunca haya sido de los que copian toda la teoría y los apuntes y escuchan atentos y fingiendo interés en cada asignatura. ¿Para qué engañarnos? No es que yo sea un lumbreras, pero tampoco soy taaaan tonto; el quid de la cuestión es que estudios no, gracias. Estoy deseando salir del instituto y currar, o algo: todavía no está muy claro. Y, a pesar de que ya tengo dieciséis, y, legalmente, tengo derecho a largarme de este infierno, mi madre no opina igual. El instituto es, desde el punto en que lo vea, Mi Hecatombe Personal en estado físico, el tormento adolescente concentrado en un territorio espumoso, que rebasa banalidad, gilipollez, hormonas y tortura.

-No permitas que te moleste.

No quiero hacerlo, no quiero que ocurra, pero me pongo frenético al oírle. Es una especie de nerviosismo mezclado con histeria y algo de cólera. Personalmente, no acabo de entenderlo. Porque no se supone que marche así. No se supone que te sientas perturbado e irritable por la persona que… mierda, describirlo es demasiado complicado.

-Ya-mascullo, casi imperceptible, y levanto la cabeza hacia el profesor. Las mesas y sillas chirrían cuando mis lindos compañeritos se giran de golpe. Genial, chicos, fingid que tenéis un mínimo de consideración y que os importa una soberana mierda si os pillo mirándome y cotilleando sobre mí.

Ren, a mi lado, insiste en que mantengamos una conversación:

-No me lo habías dicho.

Me giro, algo mosqueado, porque el hecho de que la segunda oración que te dirige el último amigo que te quedaba y, ya de paso, la última persona que esperabas que te dejase tirado –cosa que (sobra decir, aunque lo diré) ha hecho – sea un reproche desaborido no le gusta a nadie. Entiendo que se está forzando, soltando cualquier comentario mínimamente relevante con tal de hablar. Pero no lo entiendo, o no lo creo, o (y esto me parece lo más probable) no puedo creerlo. No porque sea increíble que me hable, si no por eso exactamente. Dejando de lado quiénes somos, cómo funcionamos, sin involucrar a la persona de por sí; sólo teniendo en cuenta lo que ha hecho, teniendo en cuenta los actos, sólo lo más importante. Me parece increíble que se atreva a dirigirme la palabra.

Él, cuando acaba de escribir algo sobre las enfermedades infecciosas de las que habla el profesor, me corresponde, girando el rostro; y es raro, pero tiene la misma cara de siempre y, aun así, me resulta imposible verlo como siempre. Sin más, dejo de estar enfadado, porque quiero creer que de verdad siente eso, que de verdad lo entiende, que por eso me mira así. Luego, cuando me doy cuenta de lo dócil, maleable, sumiso, penoso y asquerosamente manipulable que soy, me cabreo conmigo mismo. Pero estoy tan acostumbrado que se me pasa deprisa.

-¿El qué?

Él mira un momento al profesor y luego continúa copiando.

-Que volvías.

-Ya.

No va a dejarlo pasar y yo casi -casi- lo agradezco:

-¿Por qué?

-¿Por qué qué?

-Veo que estar en un manicomio no te ha curado el dislate crónico-se mofa, sin mirarme.

-Curan a maníacos, no a memos.

-No sé si preocuparme más por verte asumir que eres idiota o por oírte llamarte maníaco.

-Deja de fingir que te importa comportándote tan condescendiente y te desharás de la incertidumbre. La pena no te trata nada bien, Tao.

Me sale solo. Estoy a la defensiva por cualquier tontería. Y, desde MCEUPD, casi siento que soy bipolar. No bipolar del estilo un día estoy eufórico por ver volar a una mosca y al siguiente se me cae un pelo y ya me odio a mí mismo y quiero morir (no es un ejemplo muy labrado, tómatelo como una bromilla), sino esa parodia de bipolaridad más superficial con la que la gente siempre se identifica. Puedo mosquearme en un momento, como también puedo quedarme trabado en mis pensamientos, acabando agotado en unos pocos minutos; volviendo a cubrirme en melancolía, enfermizamente cómodo en la sensación de no poder hacer nada, de estar agotado y haberlo intentado todo, resignándome, dándome asco, egoístamente.

A veces, pienso en que Nichrome aplaudiría todos mis juegos de palabras, que entendería la sátira que ahora une con hilos mi vida, mis reflexiones, mis hipótesis, mis teorías y mis delirios.

Ren me mira, y veo que eso no le ha gustado. Una de las cosas que más me mosquea de él es que me acuse de haber cambiado cuando él también lo ha hecho. Y él, encima, sin razón. ¡Yo cambié porque vi morir a mi mejor amigo trt! ¡Cambié porque me quedé jodidamente solo, porque me abandonó, porque es injusto! Sé que pensar eso es egoísta. Sé que es egoísta pensar en mí mismo cuando es Nichrome el que está muerto, y sé que es egoísta pretender que alguien venga a rescatarme de toda la mierda cuando estoy tan hundido en ella que prácticamente he desaparecido. Durante un mes, e incluso dos, cuando la pena era insoportable y yo llamaba la atención por ser un muchacho con la convicción de seguir con su vida a pesar de la putada que acababa de interponerse en mi camino, gente que casi no conocía y gente que conocía de muy poco me apoyó, se acordó de mí y me preguntó si estaba bien. Claro, unas semanas más tarde, después de haber superado la conmoción, a nadie pareció interesarle ya mi bienestar; con el pasar del tiempo veía la cara aburrida de mis más allegados, como diciendo 'supéralo ya, Horo'. Pero Ren no. Ren se quedó conmigo, me apoyó todo el rato y no se quejó de que estuviese estancado en la muerte de mi amigo de por vida, a pesar de las condiciones que nos rodeaban. Ren no tiene razones para haberse vuelto así, tan apestosamente condescendiente. Tan… mierda, sí que tiene razones: yo. Sólo es condescendiente conmigo, se comporta como si yo fuese un cachorro maltratado y moribundo por el cual uno no puede sentir más que pena. Entiendo que sienta culpa. Me lo ha explicado. A gritos, discutiendo, de mala manera, sin decirlo pero dejándolo muy claro. Pero que yo sea un jodido imbécil desmoralizado cuyo único foco de desahogo sea mi enamoramiento hacia él, mi único amigo, no es su culpa. Y odio que se sienta responsable, que quiera hacerse cargo, cuando no le corresponde. Tiene que ver con él, sí, pero no es su problema; el problema es mío. Yo lo incubé, está dentro de mí, y sé que él no lo quiere, y pide perdón por eso. Y no tienes que sentirte responsable, Ren, no es asunto tuyo y es mi culpa, mi culpa, maldita sea y pero es mío, yo lo cuido, yo lo quiero, nadie te está pidiendo nada. Y no poder evitar pensar que todo sería mejor si hubiese cerrado el pico, si no hubiese sido débil creyendo ser valiente, si no hubiese cedido a arriesgarme, si le mantuviese conmigo.

-Sabes que sí me importa.

Me derrite. Es horrible, porque lo consigue con cinco palabras; la oración más simple del mundo, y, a la vez... Sé que, siendo Ren como es Ren, cuesta más decirlo que oírlo. Y eso hace que me derrita todavía más. En lo relativo a Ren, yo sé que la culpa de su comportamiento es mía. En primer lugar, porque en vez de mantener la boca cerrada como debí haber hecho (acabo de hablar de eso), me doblegué y cedí a hacerle saber cómo y cuánto le sentía. Y él actuó tan como es, tan predecible, que no sé cómo no lo vi venir. Se calló. No dijo nada, sólo 'entiendo'. Sólo lo entendió, sin inmutarse, sin indagar, sin preguntar nada en lo absoluto, sin mostrar un mínimo de interés, dejándome claro que yo ya le era indiferente, que nuestra amistad lo era, que se había acabado. Pero luego regresó, casi dos meses sin vernos, volvió a dirigirme la palabra, diciendo querer ayudarme. ¡Ayudarme!, ¡ayudarme cuando yo me habría conformado con que no se hubiese apartado!, ¡ayudarme cuando yo habría sido enormemente feliz si tan solo se hubiese quedado! Contagiado de culpa, pretendió tenderme una mano que él creía verosímil y yo tan sólo podía describir como repugnante.

Claro, el chico, acostumbrado a ser primordial en su familia, un muchachito de alta cuna cuya apariencia, vocablo y modales (cuando no está conmigo, al menos) son impecables… es comprensible que infravalore mi amor propio, mi sanidad mental y subestime cuánto le quiero y lo prescindible que es en mi vida.

No es posible subestimar cuánto le quiero. Tampoco es prescindible en mi vida.

Bueno, lo mismo pensaba de Nichrome, y mira…

Y entonces empieza. No pienses en eso, no pienses en eso, no pienses en eso. Me da miedo. Desde Nichrome me da miedo imaginar lo rápido que puede morir una persona, al igual que él. Me da miedo tomar consciencia de lo débil que es la vida de un ser humano, lo frágil y vulnerable. No pienses en eso, Horo, mierda, no pienses.

-Pues tienes una forma realmente franca y admirable de demostrarlo-contesto, sin mirarle, intentando sonar todo lo sarcástico y lo menos endeble posible.

Me ocurre mucho eso, que los sentimientos se mezclen y al final esto parezca una ensalada bien sazonada. Y siempre es en el mismo recorrido, extenuante y agotador; tropiezo, saña, desconsuelo, pifia, culpa, ignominia, afrenta, odio, saña, desconsuelo. Tropiezo, saña, desconsuelo, y volvemos a empezar.

Y, de un momento a otro, me cuesta horrores continuar con la saña y la cosa gira hacia el desconsuelo. La saña sale cuando me siento débil, ya lo he notado; cuando debo enfrentarme a situaciones complicadas con las que no quiero lidiar, y la sucede, inevitablemente, la pena existencial de saberme tan injusto como para desahogarme con cualquiera que esté en mi punto de mira. Y lo peor de todo, es que ese cualquiera, en este momento, es Ren:

-Lo siento-me disculpo, de corazón, hundiéndome un poco en la silla, porque él es una de esas personas con las que, por mucho que lo intente, no soporto enfadarme-. Estoy siendo un cabronazo injusto, y…

-No te disculpes-me interrumpe, apartando la vista-. Tienes razón. No estás siendo para nada injusto.

-Ren…

-Sé que…-vuelve a interrumpirme y suelta aire pesado, echándose hacia atrás en su pupitre. Me mira un momento y luego agacha la mirada- Hablamos en el recreo, ¿de acuerdo?


Punto segundo: La razón que te demora (visor de un pseudosuicida).

Indispensable camarada:

Es como la marea. Es como si fueses a la deriva. Te sientes roto, quebrado y te das cuenta de que estás llorando. Quieres morirte y piensas que tal vez estés muerto, pero no lo estás. Piensas que eres imbécil, porque los muertos no sienten. Los muertos están acabados, y tú aún sientes la pena. Sientes la marea.

A veces calma. A veces calma y casi te olvidas de ella; hay momentos, cuando miras a la familia y te fijas en lo mejor de ellos, o el viento sopla tan fuerte que te empuja, fuerte pero no necesariamente frío, haciéndote de guía, o piensas que sí hay soluciones, que sólo hay que esforzarse, lo olvidas. Olvidas las mareas, el subibaja, el vaivén y la pérdida. Así lo sientes.

Pero a veces…

Después de MCEUPD, después de aquel veintidós de octubre, me convertí en un rompeolas situado en medio de la nada; en una tormenta marina muy lejos de la costa, que se reflejaba en mi entorno, en mi ciudad, en mi casa, en mi escuela. Se reflejaba en mí como una agitación constante; el agobio; el enfado; la tristeza; la autocompasión detestada, la rabia por continuar víctima de ella; el odio, hacia mí y hacia los demás; el odio; hacía mí por odiarlos y hacia ellos por ser como eran, el odio. Había ocasiones en las que creía detestarlo todo. Había momentos en que la situación no tenía nada de gracia, había temporadas en las que nada conseguía animarme; vivía sintiéndome apagado, completamente agotado, sin ganas de estar, ni allí ni en ningún lado; vivía sintiéndome ir, sin esperar nada, como si ya no cupiera opción, como si estuviese demasiado hundido, demasiado apagado para que la suerte, el destino, Dios o lo que quiera que sea que decidiese intervenir pudiese hacerlo. Ni siquiera esa esperanza, tan repartida, tan cotidiana, tan expandida, donde muchos se refugiaban intentando salir adelante. Creer por creer no era una opción, no me infundía nada.

Estaba completamente perdido… Pero claro, soy adolescente.

Siempre intervenía eso y yo acababa peor. Detestar la adolescencia, cuando eres adolescente. Detestar actitudes externas, cuando te rodean, e imitas muchas de ellas pero de modo diferente, porque derivan de lagunas con reacciones profundamente similares. Si sabes a lo que me refiero, eres genial. Detestar ese egocentrismo, ese egoísmo, el rechazo continuo y la aceptación-la apreciación-hipócrita y conveniente, los mecanismos de autodefensa y las actitudes, el poco pensamiento, la poca meditación, el poco utilizar la puta cabeza más que para pensar en cómo destacar en algo.

Porque al final, todos (y no sólo los adolescentes; toda la gente, todas las personas) es lo que buscamos. Aunque esa es otra: ¿qué pasa si no sabes en qué quieres destacar? ¿Qué pasa si no sabes qué te gustaría que ocurriese con tu vida?

Esa es, probablemente, una de las cuestiones esenciales en este momento. Sé lo que me gustaría que ocurriese en mi vida, o lo sabía antes. Antes soñaba con cosas cursis, en realidad: que todo se arreglase; con superar la muerte de mi mejor amigo trt, con decirle a Ren lo que sentía y –vale, quería que me correspondiese, pero con esto me conformaba: – que él se quedase perplejo un momento, pero que comprendiese que, por sobre todas las cosas, lo último que quería era que se alejase y por tanto insistiese en seguir siendo amigos, a pesar de que no sería igual por mi estupidez. Que cambiase, pero no que se acabase, y que yo pudiese seguir cerca de él. Algo penoso, en realidad. Vale, muy penosos, pero ¿qué importa?, era lo que pensaba que me haría sentir bien. Ya lo solucionaría más tarde. Pero todo salió al revés. Todo. Y toda la bruma, toda la ceniza y el polvo de asuntos no resueltos con el mundo y mi existencia salieron a flote, engulléndome, conspirando contra mí para derribarme y deshacerme, como un jodido complot donde el único que no había sido avisado era yo, por supuesto, el capitán de las sensaciones opositoras.

A día de hoy, pensar en lo que me gustaría es tan complicado como mantenerse despierto en la clase de historia. Me gusta historia, pero esta profesora es un muermo, y habla cada vez más lento. Creo que chochea, y mi aprecio va decayendo simultáneamente habla. Pero, volviendo a lo de antes, sigo sin saber qué hacer.

Ren se estira hacia detrás y yo me encojo en poco, evitando que me golpee con el brazo o algo así. Y luego me mira ceñudo por mi actitud, y me doy cuenta de que parece que tengo miedo a que me toque, y me siento algo imbécil.

Vuelvo la vista al cuaderno, molesto, pensando en si debería replicar algo, dar una explicación, resignándome según pasan los segundos.

-Va a tocar. Recoge tus cosas deprisa y sube a la azotea.

Efectivamente, el timbre suena, y no me extraña. Ren siempre parece controlarlo todo, como si fuese omnipresente, lo que también le ocasiona inconvenientes; porque no lo es, y tampoco omnipotente, y tampoco puede influenciar en cosas que, simplemente, están ahí, fuera de su manaza, de su necesidad de ordenarlas y domesticarlas y colocarlas porque, cuando, donde y como está mejor, según él.

Obediente, sin tener otra opción, o sintiéndome así, recojo y salgo de clase. Pero lo hago despacio, esperando a que todos los alumnos salgan, demorando la tarea a pesar de sólo tener un cuaderno y un bolígrafo que guardar, despidiéndome de la maestra con cordialidad y viéndola sonreír gritándome que igualmente, tras pedirme que le repitiese tres veces. No quería cruzarme a nadie, no quería esto. Sabía que mi regreso sería un cotilleo bastante jugoso, dado que me había vuelto un fenómeno en la comunidad, y no me apetecía nada. Me dirigí a las escaleras, entreteniéndome regalando miradas retadoras a todos los que paraban a fijarse en mí, ya fuese mirando, señalando o cuchicheando. DETESTO A LOS MALDITOS ADOLESCENTES, JODER. ¿Qué demonios tengo yo que ver con ellos? ¿Por qué demonios se meten, por qué hablan de mi vida como si fuese pública y reparten mis vivencias como si de correo se tratase? ¿Tan aburridas son sus vidas?, ¿tan poca cosa?, ¿tan ansiosos de problemas, de una existencia mediocre, de limitarse a estar? ¿Por qué me sorprendía, si ellos no tenían absolutamente nada?

Incluso yo tenía más que ellos. Que todos ellos. Yo lo tenía claro, pero no creía que ellos también lo hiciesen. Tal vez ellos lo viesen al revés. Tal vez ellos pudiesen conformarse con lo que yo no pude.

Ya en la última escalera, delante de la puerta metálica, me permito coger aire profundo, infundándome valor a mí mismo, como había hecho antes de entrar a clase.

Ren se gira cuando me oye llegar, y yo me doy la vuelta para cerrar la puerta. Está de pie, justo donde siempre nos sentábamos, y me acerco.

-Pensé que no vendrías-reprocha, y me parece más agradecido que enfadado.

-Estoy aquí.

Él asiente, volviendo la vista al recreo, donde estaba antes de mi llegada. Me mantengo alerta unos segundos, a la espera, pero deduzco por su actitud que no dará el primer paso.

-¿Qué necesitas?-pregunto, tomando asiento en mi sitio, apoyando la espalda en la barandilla de cemento que hace de pared maciza, de espaldas a donde dirige su mirada.

-Quería que hablásemos-explica, sentándose tras titubear unos segundos.

-¿Sobre qué?-le aliento a soltarlo, dejando mi mochila a un lado. Pero él guarda silencio, sin mediar palabra, y cuando le miro él también me mira, con una expresión rara:

-¿Cómo que 'sobre qué'?-inquiere, pareciendo sorprendido por mi actitud. Pero es evidente que no busca una respuesta, así que espero a que acabe de hablar:- ¡Hace casi dos meses que no nos vemos, Horokeu, dos jodidos meses, y la última vez que nos vimos acabamos peleando! ¿Es necesario que te lo explique todo?

-Es que no lo entiendo, Ren-confieso, algo molesto por el tono que emplea.

-¿Qué es lo que no entiendes?-inquiere él, ahora más serio y atento que alterado.

Sé lo que no entiendo, pero tal vez el problema, la manera de entenderlo, sea haciéndoselo entender a él. Tal vez, el que no percibe las cosas de manera objetiva es él. Tal vez, así sea más simple. Tal vez, sólo por esta vez, yo tenga algo de razón y mi planteamiento sea el mejor modo para salir adelante.

-¿Sabes?, me parece que el que no entiende cómo funciona la movida eres tú-confieso, y él frunce el ceño, esperando a que continúe, y es entonces cuando me doy cuenta de que no sé las palabras cuyo apoyo será necesario-… No… Mira, no quiero nada de esto, y sé que tú tampoco. Ya no hace falta que nos andemos preocupando por estas gilipolleces, ¿vale?, hay que superar…

-¿Superar que hayas intentado suicidarte? ¿Superar que hayas atentado contra tu propia vida, Horokeu?-exige él, de pronto muy enfadado, y siento la necesidad de suspirar, porque no me comprende.

-¿Volvemos con eso? ¿Por qué siempre sacas el mismo jodido tema?-exijo, a la defensiva- Mira, Ren, en serio, no sé por qué si te molesto tanto insistes en…

-Eres mi amigo-me interrumpe, con voz seca, como si marcase el punto y final tras la última palabra, como si fuese indiscutible o primordial, como si estuviese claro. Y no puedo evitar soltar una risa, más cansada que otra cosa, porque es un chiste, pero es uno de muy mal gusto.

-No-le discuto. Hay algo que me pica en los ojos y me cuesta pestañear, los párpados deslizándose con dificultad por la superficie ocular casi seca, y me los froto para paliar la incomodidad y también con algo de miedo de acabar llorando por ello. Luego, le miro:-. Tú y yo no somos amigos desde hace meses, Ren, lo sabes. Y está bien-le repito, y no sé ya cuántas veces lo habré dicho-, en serio, lo entiendo. No es nec…

-Sé que no me porté bien-me interrumpe, como si quisiese convencerme de que nuestra amistad continúa firme, uniéndonos con lazos cálidos y abstractos-. Sé que reaccioné mal cuando…

-No-le interrumpo esta vez, cogiendo aire-. Acabo de decirte que lo entiendo. No tiene importancia. Yo probablemente habría reaccionado igual ante una situación parecida, así que…

-Tú no me habrías dejado tirado-replica, sin dar tregua, y me mosquea tanto que, aunque le veo abrir la boca para replicar algo, me adelanto alzando la voz:

-¿Qué demonios quieres, Ren?, ¿qué?-me mira y, por primera vez, parece no tener pensado interrumpirme- ¿Qué demonios estás buscando? ¿Quieres que te diga que sí, que todo esto es tu culpa? ¿Tan importante te crees?, ¿tan importante quieres ser para mí, como para que todo problema mío gire en torno tuyo? ¡No puedes hacerte cargo de mí, ya te lo he dicho, así que deja de intentar algo que…! ¿Por qué demonios me haces creer que te importo una soberana mierda si siempre acabas largándote cuando las cosas se ponen complicadas? ¿Por qué demonios insistes en que seamos amigos si ya ni siquiera podemos hablar sin acabar enfadados?-me doy cuenta de que estoy gritando, pero no me importa. Él está muy serio, mirándome con expresión casi pétrea, como si se encontrase en un trance de análisis sobre mis argumentaciones para discutirlas más tarde- ¡Olvídame!, ¿de acuerdo?-arruga ligeramente el entrecejo, pero continúa callado-, ¡olvídalo! Olvídalo todo. Olvida que fuimos amigos y todo lo que te dije, olvídate de mí, Ren, y todo será más fácil. No tienes que lidiar con la maldita culpa, mierda, es mi vida, es mi problema, no puedes meterte sin más.

-Estoy metido-habla entonces, muy serio.

-Pero tú no hiciste nada para ello-comienzo a hablar bajito, y es un contraste drástico a momentos antes, porque hay algo que crece en mí y se estira, presiona estrujándose, porque a pesar de detestarle por eso, el hecho de que Ren continúe preocupándose por mí me hace inevitablemente feliz. Me llena de una sensación hormigueante y esponjosa, pero se suma a la opresión y la aspereza, una mezcla demasiado conocida, demasiado relacionada con la pena. Me inclino un poco, cogiendo aire, y me acerco, evitando tocarle a pesar de que nuestras rodillas casi se rozan. Vuelvo a hablarle en ese tono bajo y algo húmedo y arrugado, como gastado, que da la impresión de salir muy dentro-. Es mi culpa, Ren, y lo siento. Pero ni tú ni yo podemos controlar esto, en serio. Así que, por favor, olvídalo. Ignórame, no te dirijas a mí, no me mires, no hace falta. No… tienes que tratar conmigo por pena o compasión, Ren, en serio; odio que insistas por lástima, cuando…

-¿Tan poca cosa…?-parece que algo estalla y se expande dentro él, algo cuya onda expansiva consiste en esa consulta de tres palabras. Pero controla el impacto deprisa y arremete, con un tono demasiado frío, demasiado insensible, inmutable, un tono que nunca me ha gustado, mucho menos cuando lo emplea contra mí:- ¿Tan poco te quieres como para pensar que me dirijo a ti única y exclusivamente por pena? ¿Tanto te autocompadeces? ¡No me interrumpas! ¿Por qué insistes en que lo hago por compasión? ¿Por qué insistes en creer que no me import...

-¡PORQUE SÉ QUE NO TE IMPORTO!, ¡PORQUE TE CONOZCO Y NO LO HACES PORQUE SEAS MI AMIGO! ¡PORQUE CUANDO ERAS MI AMIGO ME DEJASTE TIRADO POR HABERME ENAMORADO DE TI, REN, Y ERAS MI AMIGO!-le escupo, poniéndome de pie, ya cansado, impotente, como cada vez que discutimos, agotado de que no entre en razón, de que no se ponga en mi lugar y lo vea como yo quiero que lo haga-¿Qué demonios va a importarte ahora, que ya no soy ni eso?

-¿Vas a irte, sin más? ¿Vas a huir?-me reta, siguiendo mis pasos

-¿A huir?-muerdo el anzuelo, aun sabiéndolo, girándome para verle. Estoy tan, tan jodidamente enfadado, sintiéndome tan, pero tan pequeño, tan imposibilitado. Tragándome las ganas de llorar o partirle la cara a puñetazos o ambas junto a una cantidad de saliva considerable, me lubrico la garganta para contestar:-¡No pienso malgastar un segundo más en esta mierda, Ren, porque no ayuda a nadie; ni a ti ni a mí, porque ninguno vamos a ceder! Si tú te entretienes haciendo del buen samaritano que ayuda a los chicos que no saben lidiar con su puta vida, búscate a otro mamón que te haga de conejillo de indias. Yo estoy harto.

-¿Si piensas eso, cómo es que estás tan lamentablemente enamorado de mí, Horokeu? ¿No te avergüenzas de ti mismo? -suelta, de pronto, en tono burlón y claras intención de hacer daño- ¿Cómo demonios pretendes que alguien te quiera si ni siquiera te gustas a ti mismo, si vas por ahí como una mosquita muerta?

Hay algo, entonces, que se remueve. Es algo que todos guardamos dentro, sin saberlo en un principio y que luego pulimos según pasan los años, decidiendo qué es lo que es según nuestros valores. Es algo tenso y firme, a pesar de no sentirlo, algo que marca la línea de lo que está bien y lo que no. Y es eso lo que se remueve, en mi estómago, creo que empieza, o tal vez en el pecho. Y hay una corriente, una corriente helada como un aguanieve que me recorre de pies a cabeza, que me hiela y casi me hace temblar, y él ha traspasado la línea y no quiero creer que lo haya hecho pero está hecho y ha sido él y después de todo ¿sabes qué?, que está bien. Que se acabó. Que me estoy helando, que me vuelvo húmedo y laxo pero está bien, porque ¿qué esperaba?, ¿acabar con un abrazo, acaso?, ¿acabar con la esperanza de arreglarlo en algún momento? Siento ganas de llorar, porque eso ha sido un golpe bajo, algo innecesario y que él ha soltado sin más, riéndose de mí, burlándose de mí, comportándose como un auténtico capullo, jugando a costa de mi situación por el simple hecho de poder hacerlo, sólo para defenderse, para no quedarse como un estúpido sin saber qué decir.

Entro al edificio cerrando la puerta de un portazo y echo a correr, agobiado, sintiéndome al borde, al borde de todo, dejándolo atrás, a medio camino hacia una disculpa.


Aclaro que es un longfic, y que cada capítulo contará de de dos a cuatro puntos, dependiendo de la longitud de cada uno.

Graaaacias por leer.