El arrepentimiento se apoderaba de mí, y más cuando tú me miraste con tus ojos, negros. Tan oscuros como el carbón, confundiéndose con la noche. Y el dolor me hizo darme cuenta de la verdad. Te quería. Creo que te quería desde el principio.

Y tú, sin embargo, te quedaste allí, en medio de todos.

Y yo no supe qué hacer. Escuchaba los gritos de todos. Escuchaba como me animaban a terminar con todo aquello. Y te pedí con la mirada que me perdonases. Pero tú solamente eras capaz de mirarme con fuerza. De mantenerme en esa encrucijada. Y lo dijiste. Dijiste que lo hiciese. Que lo hiciese de una maldita vez.

Y lo comprendí. Si alguna vez me llegaste a querer, ya no había vuelta atrás. Me enamoré de ti sin pretenderlo, y ahora te perdía. Para siempre.

Y rompí el huevo en tu cabeza. Y tú, simplemente, lloraste.