Disclaimer: El universo de Harry Potter pertenece a J. K. Rowling y a la Warner (Bros). La trama es mía, no robes, no la publiques en ningún sitio sin mi permiso expreso. No escribo con ánimo de lucro.

PEEVES

Los poltergeist no son como los fantasmas. No nacen después de la muerte de un mago. No están allí porque no fueron lo suficientemente valientes como para morir pero sí lo fueron para convertirse en fantasmas.

Los potergeist -la esencia de la travesura aliñada con una pizca de maldad- nacen de la ira. Cuando un mago -o bruja- muere con la rabia fluyendo a su alrededor, nacen los poltergeist. Como un estallido de magia reconcentrada, aparecen en medio de una explosión, algo desorientados al principio.

Pese a todo, no son malos. Son demasiado pequeños para contener la suficiente ira para cometer maldades realmente terroríficas, demasiado pequeños para ser tomados en cuenta como una amenaza -pero eso no quita que se lo pasen estupéndamente jodiendo al personal de mil y una maneras, cada una más original que la anterior.

Peeves, por ejemplo, nació de una mujer que, al ser expulsada de Hogwarts decidió volver y hacerle la vida imposible a sus habitantes llevada por la ira, una ira abrasadora. Con lo que no contaba la pobre mujer, obcecada hasta el punto de no pensar en las consecuencias de sus actos, fue con la de seres mágicos que en esa época pululaban alrededor del Castillo para evitar que casos como estos acabasen en un desastre, así que su venganza se terminó justo dónde empezaban las fauces de un ser terrofrífico del que no osamos ni pronunciar el nombre.

Con eso, completamos la recopilación de todos los ingredientes necesarios (una gran cantidad de ira y una muerte inesperada) para el nacimiento del nuevo tormento (nuevo en esas épocas, ahora ya ni siquiera recuerdan las circunstancias que provocaron su creación) de la Escuela de Magia y Hechicería Hogwarts.

Peeves.

Un diminuto ser que perseguirá a los nuevos estudiantes en su primer paseo por los pasillos del castillo, les tirará tizas a la cabeza, cacareará canciones ridículas (pero tremendamente ofensivas) agitando la cabeza al ritmo de la música, haciendo sonar su cascabel y estirará alfombras para que puedan darse de bruces contra el suelo con toda comodidad.

Peeves no es malo, nos confundamos. Es decir, bueno, quizás sí. Pero en el fondo no es malo. No es tan malo, por lo menos.

A veces hechiza armaduras, molesta a profesores y alumnos por igual, irrita a Sir Nicholas de Mimsy-Porpington (Nick casi decapitado, vamos) recordándole que le rechazaron los del club de cabezas cortadas o, simplemente, se distrae cambiando los platos de comida de la mesa de profesores por unos casi idénticos pero aliñados con una cantidad exorbitante de pimienta.

Es como un niño travieso, decía Dumbledore cuando entró en el puesto de director lleno de optimismo.

Ahora, cincuenta años después y varios desastres causados por el poltergeist a sus espaldas, le considera más bien una especie de tormento que va atado al Castillo y al puesto. Una especie de tormento que es como un niño travieso, por supuesto.

Pero eso no quita que sea un tormento.