Un Autentico Texano

CAPÍTULO 01

Jasper Whitlock acababa de bajarse de su camioneta cuando Harvey Tipton, el jefe de correos, salió de la cafetería Sip'n Snack.

— ¿Qué?, a echar un vistazo ¿no? —Harvey ofreció a Jasper una sonrisa que medio escondían su barba y bigote. —O quizá debería decir a echar otro.

— ¿De qué hablas? —preguntó Jasper, perplejo,

—De la nueva pieza del pueblo.

—Supongo que te refieres a la mujer recién llegada, ¿no? — Jasper hizo una mueca.

—Correcto —contestó Harvey, moviendo la cabeza de arriba abajo y sin dejar de sonreír. Obviamente, no veía razón para avergonzarse o pedir disculpas por su forma de expresarse. —Está llevando la tienda de Ruth.

Jasper gimió para sí, Harvey era el mayor cotilla de pueblo. Y el que fuera hombre lo empeoraba aún más.

—No lo sabía — Jasper encogió los hombros, —pero hace tiempo que no voy a tomar café.

—Cuando la veas te arrepentirás de eso.

—Lo dudo —ironizó Jasper.

—No te daba por muerto, Whitlock.

—Dame un respiro, ¿quieres? — Jasper estaba irritado y no se molestó en ocultarlo.

—Pues es despampanante —declaró Harvey. —Está a años luz de cualquiera de aquí.

— ¿Y por qué me lo cuentas? —preguntó Jasper con tono de aburrimiento, esperando que Harvey captara la indirecta.

—Pensé que podría interesarte, dado que eres el único de por aquí que no tiene esposa ni compromiso —esbozó una sonrisa de complicidad y le dio un golpe en el hombro. —Tú ya me entiendes.

Durante un segundo, Jasper deseó aplastarle la cara al cartero pero, por supuesto, no lo hizo. Harvey no era el único que había intentado ser su casamentero.

Era indudable que le gustaría que una mujer batalladora y de sangre ardiente ocupara su cama de vez en cuando, pero la idea de algo permanente le daba escalofríos. Por primera vez, la vida le iba bien, sobre todo en Lane, ese pequeño pueblecito de Texas. Jasper, como guarda forestal, estaba haciendo lo que adoraba: jugar en el bosque y cortar árboles con los que ganaría montañas de dinero.

Además, no estaba listo para asentarse. Con su pasado de vagabundeo, nunca sabía cuándo volvería a entrarle la comezón de moverse. Y si no podía hacerlo se sentiría atrapado. Eso no era para él, al menos aún.

— ¿Quieres que vuelva a entrar y os presente? —preguntó Harvey, soltando una risa profunda.

—Gracias, Harv — Jasper apretó los dientes, —pero en cuestión de mujeres, se apañármelas solo —miró su reloj. —Estoy seguro de que tienes clientes esperando.

—Captado —Harvey le guiñó un ojo.

Sin embargo, cuando el jefe de correos desapareció de la vista, Jasper aceleró el paso hacia la puerta de entrada Sip'n Snack.

Alice Brandon se frotó las manos en el agua calienta y jabonosa, mordiéndose el labio inferior. Había estado colocando bollos en el mostrador y estaba convencida de que estaba pegajosa hasta los codos.

Desde que estaba en el pequeño pueblecito campestre, Lane, hacia tres semanas, se había preguntado una y otra vez si había perdido la cabeza. Pero conocía la respuesta y era un «no». Su prima, Ruth Perry, necesitaba ayuda y Alice había acudido al rescate, igual que Ruth la rescató a ella después del trágico acontecimiento que había cambiado su vida para siempre.

—Ay —gimió Alice, sintiendo escozor en las manos. Las sacó del agua, agarró una toalla y frunció el ceño al ver sus dedos. Las largas y perfectas uñas pintadas y la suave piel de la que tanto se había enorgullecido habían desaparecido. Sus manos tenían aspecto seco y arrugado, como si las tuviera en remojo todo el día. Así era, a pesar de que tenía dos ayudantes, Albert y Dorys.

Echó un vistazo a la cafetería vacía y soltó un suspiro, imaginando cómo estaría minutos después: abarrotada de gente. Sonrió para sí por la palabra «abarrotada». El término no encajaba con ese diminuto pueblo.

Sin embargo, no tenía por qué reírse. La nueva adición de Ruth a esa localidad maderera de dos mil habitantes había sido un gran éxito. Con muy poca inversión su prima ya tenía beneficios, aunque escasos, vendiendo café, pastas, sopas y bocadillos de alta gastronomía.

Según los lugareños, Sip'n Snack era el local de moda, y eso era bueno. Si Alice tenía que estar allí, al menos estaba donde estaba la acción, hasta que cerraba.

Alice odiaba las veladas. Eran demasiado largas y tenía demasiado tiempo para pensar. Aunque entraba en la pequeña y acogedora casa de Ruth tan agotada que apenas era capaz de llegar a la bañera, y menos a la cama, no podía dormir.

Las noches habían sido un problema mucho antes de que llegara a Lane. Y teniendo las tardes libres, el pasado tenía muchas oportunidades de alzar su traumática cabeza. Pero pronto cumpliría con su obligación para con su prima y regresaría a Houston, a donde pertenecía.

Se recordó, con ironía, que su vida personal no había sido mejor allí, de haberlo sido no estaría en Lane. Por dentro, en lo más profundo de su ser, tenía el corazón recubierto de una capa de cemento que nada podía romper.

—Teléfono para ti, Alice,

—Hola, tesoro, ¿cómo va todo? —canturreó la alegre voz de Ruth al otro lado del auricular.

—Va.

—No quiero estar encima de ti, pero no soporto no saber qué ocurre. Estar lejos de la tienda me provoca síndrome de abstinencia.

—Lo imagino.

— ¿Lo has conocido ya?

— ¿Conocer a quién? —Alice hizo una mueca,

—Al guaperas del pueblo —rió Ruth, —el único soltero que merece la pena por aquí.

—Sí lo he conocido, no lo sé —dijo Alice, intentando ocultar su agitación.

—Oh, créeme, lo sabrías muy bien.

—Estás perdiendo el tiempo, Ruth, intentando hacer de Celestina.

—Hace tiempo que deberías estar mirando a otros hombres —su prima suspiró. —Hace mucho tiempo.

— ¿Quién dice que no miro?

—Bah, sabes lo que quiero decir.

—Eh, no te preocupes por mí. Si está escrito que encuentre a otro, lo encontraré —dijo Alice, aunque no creía que fuese a ocurrir en esa vida.

—Seguro —la voz de Ruth se tino de cinismo. —Sólo lo dices porque es lo que quiero oír.

—Tengo que irme —rió Alice. —Ha sonado el timbre. Antes de que Ruth pudiera contestar, colgó. Esbozó una sonrisa y salió de detrás del mostrador. Se quedó inmóvil y con la vista fija. Después no sabía por qué había reaccionado así; quizá porque era alto y guapo.

O, mejor aún, por cómo la miraba él.

Se preguntó si ése era el «guaperas» que acababa de mencionarle Ruth.

La disgustó que los ojos azul oscuro del desconocido miraran la punta de sus píes y subieran lentamente, sin perderse detalle de su esbelta figura. Miró con intención su pecho y su cabello, y ella se alegró de haberse puesto reflejos en los cortos mechones recientemente.

Cuando los increíbles ojos se clavaron en los suyos, el aire estaba cargado de electricidad. Atónita, Alice se dio cuenta de que estaba aguantando la respiración.

— ¿Le gusta lo que ve? —preguntó sin pensarlo. Era una consecuencia de su auténtica profesión. Ser atrevida y directa era lo que la había llevado al éxito.

—Lo cierto es que sí —el tipo esbozó una lenta y sensual sonrisa.

Por primera vez desde la muerte de su esposo, cuatro años antes, Alice se sintió desconcertada por la mirada de un hombre. Y por su voz. Sin embargo, percibía que ese desconocido no era un hombre cualquiera. Tenía algo especial que llamaba la atención. La palabra que se le pasó por la cabeza fue «rudo».

No estaba acostumbrada a ver a hombres con vaqueros desgastados, lavados tanto que apenas tenían color, camisa de franela, botas con puntera de aluminio arañado y un casco en la mano. Incluso en Lane, los hombres de ese calibre escaseaban.

Él seguía mirándola. Alice movió los pies e intentó desviar la vista, sin éxito. Esa rudeza suya parecía encajar con su metro ochenta y cinco de altura, cuerpo musculoso y revuelto cabello castaño, dorado por el sol.

Se sorprendió al pensarlo. Por atractivo o encantador que fuera, no estaba interesada. Si fuera así habría aceptado el afecto de otros hombres, en Houston. Además, incluso en Lane, él debía de estar rodeado de mujeres.

Ningún hombre podría estar nunca a la altura de su esposo fallecido, Eddie. Tras haber llegado a esa conclusión, Alice se había concentrado en su carrera y la había convertido en su razón de vivir.

—¿Qué puedo ofrecerle? —preguntó con seriedad.

—¿Cuál es el especial del día? —repuso él con una voz profunda y brusca que encajaba con su aspecto. Alice se aclaró la garganta, contenta de volver a la normalidad.

—¿Café?

—Eso para empezar —contestó él, adentrándose en el local, apartando una silla y sentándose.

—Los especiales del día están en la pizarra —muy a su pesar, Alice estaba clavada en el sitio. Se sonrojó y consiguió mirar la pizarra que había detrás del mostrador, que listaba los cafés y comidas especiales,

—Hoy no —farfulló él, —a no ser que se me haya escapado un día —hizo una pausa— Es miércoles, no martes. ¿Correcto?

Convencida de que estaba como un tomate, Alice asintió. No había cambiado el cartel. En circunstancias ordinarias, le habría dado igual, pero por alguna razón el comentario del hombre hizo que se sintiera inadecuada; una sensación que despreciaba.

—El café es con leche y aroma de vainilla francesa —le dijo, esbozando una sonrisa empalagosa.

—Es una pena que un tipo no pueda tomarse un café solo sin más —comentó él, frotándose la barbilla.

—Lo siento, no es esa clase de local —se disculpó, consciente de que él intentaba tomarle el pelo. —Pero eso ya lo sabe. Si quiere café de supermercado, tendrá que preparárselo usted mismo.

—Ya lo sé —rió él. —Tomaré el café solo que más se parezca al normal, el de toda la vida.

Cuando regresó con la taza y se la puso delante, Alice no lo miró, para evitar más conversación. A pesar de su atractivo, ese hombre hacía que se sintiera incómoda, y no quería saber más. Le entregó la carta.

Él le echó un vistazo y la dejó a un lado de la mesa.

—¿Así que tú eres la nueva Ruth?

—En absoluto.

—¿Y dónde está ella?

—Fuera del estado, cuidando de su madre enferma. Estoy sustituyéndola durante un tiempo.

—Por cierto, soy Jasper Whitlock —se presentó él.

—Alice Brandon.

—Un placer —dijo él, sin ofrecerle la mano.

Cada vez que hablaba, ella sentía una reacción física. Era como sentir el golpe de algo que podría hacer daño y que rehuía internamente. Sin embargo, no era así en absoluto. De hecho, era agradable.

—¿Eres de por aquí? —inquirió él, tras tomar un largo sorbo de café.

—No —repuso Alice, —Soy de Houston. ¿Y tú?

—No originariamente. Pero ahora sí. Vivo a quince kilómetros al oeste del pueblo. Soy maderero y he comprado la leña de un terreno enorme. Así que estoy atrapado en Lane; al menos por ahora —sonrió y la piel de alrededor de sus ojos formó arruguitas. —Acabamos de empezar a cortar, y estoy tan contento como un cerdito al sol.

Ella se preguntó si intentaba sonar como un paleto o pretendía decirle algo con esa comparación tan burda.

—Me alegro —dijo, por decir algo. A pesar de su reacción a Jasper, le importaba poco quién fuera y qué hiciera. Le pregunto si quería comer algo.

—Tomaré un bol de sopa y más café —dijo él con una mueca irónica en los labios.

Sólo le habría faltado añadir «damita». Alice se preguntó sí resultaba tan obvio que se sentía incómoda o sí él era intuitivo. Pero daba igual. Lo importante era que su condescendencia la irritaba tanto que exacerbaba su empeño en servirlo a la perfección.

Alice fue a por la cafetera y regresó con una sonrisa en los labios. Alzó la taza y se le resbaló. El café que quedaba cayó en el regazo de Jasper Whitlock, que gritó.

Muda de horror, Alice lo observó echar la silla hacia atrás y ponerse en pie.

—Yo diría que ése ha sido un buen disparo, señora.

Aunque se llevó la mano a la boca, los ojos de Alice miraron hacia abajo y se quedaron clavados en la mancha húmeda que rodeaba la compañera.

Ambos levantaron la vista y sus ojos se encontraron.

—Por suerte, no ha causado daños graves —farfulló él. Sus labios se curvaron lentamente.

—Oh, Dios mío, lo siento —tartamudeó Alice con horror y vergüenza. —Espera, iré a por una toalla.

Giró en redondo y corrió al mostrador. Cuando regresó, sus ojos y los de Jasper volvieron a encontrarse.

—A ver, déjame —dijo, estirando el brazo. Se detuvo bruscamente al ver su descarada sonrisa. La sangre se le subió al rostro y alejó la mano de un tirón.

—Es igual. Creo que me cambiaré de vaqueros.

—Ejem, de acuerdo —musitó ella.

—¿Cuánto te debo?

—Dadas las circunstancias, nada en absoluto.

El se dio la vuelta y fue hacia la salida. Alice se quedó mirándolo, paralizada.

—Nos vemos — Jasper le guiñó un ojo desde La puerta.

Ella deseó que no fuera así, aunque admitió para sí que tenía el trasero y los andares más sexys que había visto nunca; incluso recién escaldado por el café.

Por desgracia, usarlos con ella era un desperdicio.