A/N: No recuerdo exactamente cuando fue la ultima vez que subi algo pero bueh n.ñ espero que les guste, y no se olviden de dejar review!


I.

Miguel tiene solo seis cuando su madre cae gravemente enferma. No entiende mucho de lo que su padre le explica a él y a su hermano de cuatro. Apenas entiende que mamá tendrá que quedarse en el hospital, que es necesario y que ningún lloriqueo hará que vuelva a casa.

Al comienzo les permiten entrar al pequeño cuarto de hospital para que puedan verla. Miguel le lleva coloridos dibujos de como pasa sus días, y Julio pequeñas flores que arranca del jardín. Su madre acaricia sus cabezas con cariño, dejando suaves besos en sus frentes con la promesa de que pronto volverá a casa. Parado a su lado, Miguel nota que cuando su padre sonríe, las esquinas de su boca tiemblan.

Un día le dicen que no podrán ir a verla por un tiempo, que esta demasiado cansada. Miguel le hace mil preguntas a su padre: que por qué no pueden ver a mamá, cuando volverá a casa, cuando pueden verla de nuevo... Y la voz de su padre suena cada vez más cansada, más irritada. Miguel hace berrinche a diario, Julio llora en las noches, y Antonio empieza a perder la paciencia.

"Mamá los quiere mucho, pronto estaré con ustedes. Mientras, Antonio cuídalos mucho."

Dice la pequeña nota que llega en el correo un día. Miguel y Julio observan con pequeñas sonrisas como su padre pega la nota en el refrigerador.


Su madre muere un día después de que les permiten visitarla de nuevo.

"Una fuerte recaída," Los médicos tratan de explicarle a su padre, "Su recuperación había progresado mucho, aún no entendemos que paso."

Su padre esta devastado. Todos lo están, en verdad. Es imposible no estarlo cuando ella se había ido tan rápido, tan repentinamente.

Miguel no entiende su muerte. No entiende a la enfermedad de su madre. Su padre no les explica nada, ni a él ni a su hermano menor. No responde a sus lloriqueos y preguntas. Simplemente se limita a alcanzarles la ropa que vestirán al funeral.

Miguel sufre un ataque de pánico interno cuando ve el ataúd de su madre descender bajo tierra. Se aferra a su padre y hermano, y llora y llora y llora hasta que empieza a ahogarse entre sus propios sollozos.

II.

Su padre se vuelve distante. Se pierde en su trabajo, y los deja casi todo el día con una empleada que casi nunca les habla. Al final no les importa tanto. Al final, aún se tienen el uno al otro. Miguel recuerda esto cada vez que su pecho se hincha con miedo en las noches, y vuelve a dormir tranquilo.

Poco a poco, el dolor se queda en el pasado.

Miguel tiene quince, su hermano Julio tiene trece. Van al mismo pequeño colegio privado para nada especial. Miguel tiene una buena cantidad de amigos, Julio no tantos. Julio dice que tiene suficientes amigos, pero Miguel lo duda. No ha conocido a más que un par de las personas que frecuenta su hermano menor aunque Julio dice que incluso han ido a la casa un par de veces. Miguel ríe, le revuelve el pelo, bromea diciendo que habla solo-y lo hace, a veces. Julio quita su mano de encima, le pica los costados.

Se desvelan viendo películas, haciendo llamadas de broma, comiendo chatarra y jugando videojuegos. Muchas noches, se doblan de la risa hasta que les falta aire, y se quedan dormidos en los sillones de la sala de su casa.

-Estas pálido.

Antonio comenta a la hora de la cena, apenas mirando a su hijo menor por un segundo antes de meterse otro trozo de pollo a la boca. Esa noche ha decidido agraciarlos con su presencia.

Julio se encoge de hombros.

-Tengo sueño.

Antonio menea la cabeza en desaprobación.

-Les dije que no se quedaran hasta tarde viendo TV y comiendo comida chatarra.

-Es fin de semana.

Defiende Miguel, que tampoco tiene mucha hambre para ser sinceros. Antonio carraspea.

-Que no les hace bien. Se los vengo diciendo desde hace años. Así jamás van a crecer.

Los hermanos comparten una mirada cansada, ruedan los ojos cuando su padre no mira. Miguel suspira, metiéndose otro poco de comida a la boca.

-Lo que tu digas, Antonio.

Antonio ignora el hecho de que Miguel lo llama por su nombre para molestarlo. Puede que Miguel y Julio crean que no ve las muecas que hacen a sus espaldas, como se burlan de su propio padre, pero los esta vigilando siempre.

Antonio observa por el rabo del ojo como Miguel hace muecas mientras mastica, y Julio patea la comida dentro de su plato con el tenedor desde hace ya un buen rato.

-¿Y tu que tienes que no comes?

-Nauseas. Este pollo es nefasto.

-No seas grosero.

-¿Lo has probado? Esta crudo en el centro- Pregunta Miguel conteniendo la risa. Antonio levanta una ceja, y Miguel tiene que evitar rodar los ojos cuando clava su tenedor en el pollo de su hermano. -Mira, esta rojo.

-Que asco...- Repite Julio, empujando el plato lejos de él.

Antonio empuja el plato de regreso con el ceño fruncido.

-Ya, cállense y coman.

Miguel apenas tiene que soportar un par de bocados más de su plato antes de que note como Julio se retuerce en su sitio en la mesa.

-¿Estas bien?- Pregunta Miguel preocupado.

Julio mantiene la vista en el plato. Deja caer su tenedor, su cara se contrae y se sujeta el estomago. Miguel observa en completo horror como su rostro pasa a un color amarillento.

-Estúpido pollo- Es todo lo que alcanza a murmurar Julio antes de salir disparado de su silla con dirección al baño.

Es en la noche, cuando Julio no ha dejado de vomitar y Antonio se mueve de lado a lado por el pasillo mientras habla por teléfono con el doctor, que Miguel siente escalofríos recorrerlo desde la punta de sus pies hasta la cabeza.

En la oscuridad, se siente un niño asustado de nuevo.


-Es genético- Sentencian los médicos. En su voz se escucha claramente la misma desesperanza, la misma derrota premonitoria.

Miguel la escucha claramente y Antonio también.

-No, por favor.

Antonio se pasa una mano por el pelo, su boca tiembla. A su lado, sentado en una silla de plástico, Miguel tiembla también con los ojos fijos en el suelo.

-Tiene que haber algo que puedan hacer. Han pasado años, joder ¡Ya deben de saber algo!¡Debe de haber una cura!

Es entonces que Miguel levanta la mirada para mirar en los ojos de los doctores de bata blanca, de pelo limpio y mascarillas reposando en el cuello.

Debe de haber algo que puedan hacer, por favor.

A diferencia de su madre, los doctores pueden determinar los estados de la enfermedad de Julio. Les explican que si se han reportado unos cuantos casos más de la misma enfermedad en los últimos años. Sin embargo, aún no existe una explicación exacta de cuales son los factores que causan que se desarrolle. Es trágico, porque sin los datos completos, los doctores solo pueden trabajar a ciegas.

-Si nos permitiera usar las medicinas que hemos estado desarrollando para tratar este caso, quizás podríamos acercarnos más a una recuperación.

Explica una doctora de bata impecablemente blanca mientras deposita una carpeta con papeles en el escritorio frente a ella. Sentado al lado de su padre, Miguel escucha con los ojos abiertos.

-¿Que medicinas?

Antonio no oye la pregunta de Miguel, esta muy ocupado revisando los papeles que la doctora le ha alcanzado. Sus ojos se deslizan sobre los documentos rápidamente, deteniéndose únicamente a revisar con particular cuidado una sección en especial.

-¿Es posible que se cure?

Los ojos de Antonio brillan cuando le devuelve la mirada a la mujer que asiente despacio. Miguel, en cambio, la mira expectante de oír los detalles que sabe que ha dejado fuera.

-Es posible...es posible, si nos permite tratar a su hijo con la nueva medicina...por fin podríamos haber hallado una cura.

Eso es todo lo que necesita oír Antonio. No necesita las preguntas de Miguel, ni los detalles, ni nada más. Solo eso.

-¿Te has vuelto loco?- Le pregunta Miguel, furioso, una vez que se encuentran dentro del ascensor del hospital -¡Quieren experimentar con él, como con un mono de laboratorio!

-No me levantes la voz, Miguel- responde Antonio mordaz, apretando sus manos en puños y estirándolas mientras suspira. -Si hay alguna posibilidad de que no pase lo mismo que paso con tu madre...yo-no permitiré que pase de nuevo, ¿oíste?

Miguel maldice, enterrando sus manos en sus bolsillos.

-Por favor, solo ten un poco de fé.

Le pide Antonio despacio cuando ya están en el carro. Miguel, sentado en el asiento del copiloto, con los brazos cruzados, solo puede suspirar y mirar por la ventana.


-Hacemuchofrío.

Es lo último que murmura Julio antes de cerrar los ojos. Sus manos resbalan de la espalda de Miguel, que echado sobre él, llora desconsolado.

Sus gritos retumban en las paredes claras del cuarto, en las ventanas por las que se cuela la primera luz del día, en los oídos de Antonio que se ha apoyado contra una pared y enterrado su cara entre sus brazos.

Miguel solo levanta el rostro para temblar descontrolado, para limpiarse las lagrimas con el brazo y gritarle a su padre.

-¡Te odio!¡¿Me oíste? ¡Te odio!

III.

Miguel no perdona a su padre, no le habla. Cuando hablan, pelean. Las notas de Miguel bajan, sus profesores se preocupan por él. Ya todos han escuchado de la pequeña maldición en su familia. En el colegio, puede escuchar que murmuran a sus espaldas.

"Que pena. La mamá se muere, y el hermano también..."

"Quien sabe y él también podría..."

En la casa ya no hay ni empleada que le haga compañía. En cambio, Antonio parece haber sentido suficiente simpatía por él para reducir sus horas de trabajo. Cenan juntos a diario.

-Te ves mal.

La voz de Antonio derrama preocupación. Miguel no puede levantar la mirada del plato.

-No tengo nada.

-¿En serio? Apenas has probado bocado...

Miguel se encoge en hombros. Han pasado ya tres años. Pronto, Miguel se graduara del colegio. En secreto, Miguel tiene la esperanza de que una vez que se haya graduado, podrá reconstruir su vida.

No más miedo, ni preocupaciones, ni dolor. Nunca más.

-Miguel...- La voz de su padre, el constante miedo en su voz, obliga a Miguel a levantar la mirada -Miguel, quiero que veas a un médico.

Miguel niega.

-Que no tengo nada. Solo se me quito el apetito.

-Estas perdiendo peso.

-No es verdad.

-Ayer estabas algo pálido.

-Es tu imaginación.

A mi no me va a pasar nada.

Antonio traga saliva, toma un sorbo de agua.

-Deberías ver a un médico. No estas bien.

Miguel frunce el ceño. Antonio le devuelve la mirada, y en sus ojos Miguel puede ver que no le va a dar ninguna opción.

-No quiero ver a nadie, ¿ok? Ya déjame en paz.

Antonio quiere decir algo más, pero el sonido del tenedor de Miguel cayendo sobre su plato lo detiene. En un parpadear, Miguel se levanta de su silla y se marcha de la sala.


-¿Sientes mareos constantes?

-No.

-¿Se te nubla la vista?

-No.

-¿Sientes dolor de estomago?

-Me suena la panza cuando tengo hambre. Como ahora, por ejemplo.

-...Eso es normal, ¿Sientes dolor de cabeza a menudo?

-Siento dolor de perder mi tiempo con estas preguntas.


Al doctor lo ve solo un par de veces. Cuando le dicen que todo esta bien, Miguel se niega a regresar. Antonio le ruega que vaya a ver a los mismos médicos que trataron a su madre y a Julio. Miguel se niega rotundamente.

Un día Antonio amenaza con botarlo de la casa si no va al médico, le grita que lo tiene con los nervios destrozados. Miguel se pone a estudiar de nuevo, llena un montón de papeles, habla con el consejero estudiantil. Después de graduarse del colegio, se larga a estudiar a Buenos Aires.

IV.

Le cuesta un poco adaptarse al ritmo de vida de Buenos Aires, a su gente, a la comida... Todo es un poco muy diferente, y a veces Miguel lo ama y otras veces no tanto. Hay cosas que le gustan, y otras que no. Adora la belleza de la ciudad, adora conversar con extraños en el bus, los parques verdes que están siempre llenos de gente, los colores que la adornan...

No le gusta que, a veces, cuando se queda a comer en la cafetería de la universidad, se acuerda de la comida en casa y no la encuentra cerca. No le gusta lo pequeño y frío que es el apartamento donde vive, ni esa vecina que siempre lo acusa de manchar la alfombra del pasillo principal con barro. No le gusta como, a veces, siente como la gente lo mira con los ojos entrecerrados, la nariz en alto, y se oyen susurros.

Miguel tiene un par de amigos en la universidad que atiende. Fue fácil hacerse amigo del pequeño grupo de estudiantes internacionales de la universidad. No son muchos, pero es un grupo bastante amigable y variado. Es interesante. Habla con un par de personas en cada clase, y bueno, no le va tan mal.

Excepto con los exámenes.

Miguel nunca fue muy bueno con los exámenes. No se esforzó mucho en la secundaria, y aún cuando empezó a hacerlo, le costo mucho trabajo sacar notas que apenas eran consideradas como "buenas."

En serio, si no fuera por toda la ayuda que le proporciono su escuela a la hora de aplicar a la universidad, probablemente seguiría en Lima. Miguel divaga en ese pensamiento mientras raya un poco los bordes de su libro de matemática avanzada.

Son un par de golpes en su mesa los que lo devuelven a la tierra. Levanta la mirada para encontrarse con Catalina, su amiga colombiana, que se ha volteado en su silla y lo mira con la boca torcida y el ceño ligeramente fruncido.

-Oye, ¿tu sigues vivo ó cómo?

Miguel no puede evitar sonreír y resoplar una risa.

-Bueno, tu tampoco te ves exactamente como un sol.

Dice refiriéndose a las ojeras que enmarcan los ojos de la chica. Catalina resopla y agita su mano, quitándole importancia al comentario.

-Oye, ¿qué te parecería venir con nosotros al boliche esta noche? Digo, el examen es en dos días.

Miguel apenas piensa por unos segundos en los trabajos de la universidad y todo lo que tiene que hacer. Apenas, y sin dudar en decidir que lo que ofrece Catalina es mucho más interesante.

-¿El mismo grupo de siempre?

-A menos que alguien más decida unirse a último minuto.- La chica se encoge de hombros con una sonrisa, antes de dar una palmada sobre la mesa de Miguel y fruncir el ceño. -Vienes, entonces-mas te vale venir, ¿oíste?


Y sí que va. Miguel ama las fiestas donde toman y saltan y hay mucho ruido. Es el mismo grupo de amigos de siempre, y es divertido hablar con ellos cuando empiezan a tomar porque siempre se acuerdan de las estupideces de la semana. A veces se unen dos o un par más de extraños: chicas o chicos que bailan con sus amigos o con Miguel. A veces, poco a poco desaparecen en parejas entre la multitud.

Depende de cuanto haya tomado, de cuanta adrenalina se dispare por su sangre. A veces se atreve a bailar con una chica linda, de pelo largo y sonrisa amplia, atrapar su cintura entre sus brazos y jalarla hacia él. A veces la chica se abraza a su cuello, le da un beso. Otras lo empuja y se va ofendida. Miguel no la sigue.

Va al bar donde un montón de gente toma y ríe, mirando la pantalla del televisor sobre sus cabezas. Quizás la repetición de un partido. Miguel se sienta y pide más de tomar. Le hace conversa a los chicos que se quejan de lo mal que están jugando los futbolistas últimamente.

Miguel ríe y toma. Dentro de todo es sociable, y no le importa sentarse y hablar con extraños. Y quizás porque esta tomado y no le importa ser cálido con los extraños, no le preocupa mucho el que a veces termine enredándose con uno en el baño.

V.

La primera vez que Migue ve a Martín es extraña.

Es de noche, tarde, y Miguel esta tirado en el sillón de su sala. La cabeza le da vueltas porque estuvo de fiesta y se pico un poco. Esta a oscuras, solo alumbrado por el brillo de la pantalla del televisor. Solo, en su pequeño apartamento.

Hasta que el violento sonido de llaves chocando contra la puerta y empujones contra la madera lo alertan. Levanta la cabeza, mirando hacia la puerta, pensando que quizás fue su imaginación. Pasan unos segundos antes de que el sonido de la perilla siendo forzada de un lado a otro haga que se pare de un salto y de zancadas hasta la puerta.

Prende la luz y mira por el ojito de la puerta, pero no logra ver más que la cabeza de un desconocido. No se molesta en pensarlo dos veces, y listo para encarar a quien sea que este intentando entrar, abre la puerta de golpe.

-¿Que mierda-?

Miguel no logra terminar, porque el pesado cuerpo de un chico le cae encima, casi haciendo que pierda el equilibrio. Empuja al hombre lejos de él, y observa como se tambalea de lado a lado, sujetándose apenas del marco de la puerta. Es un chico rubio, despeinado, más o menos de su edad pero mucho más alto que Miguel. Miguel nota que lleva la camiseta del equipo nacional de Argentina bañada en sudor, y un olor a licor que hace que Miguel arrugue la nariz.

-Che, perdón, - Dice el chico, levantando la mirada para observar todo con confusión. Sonríe y suelta un par de risas tontas. -Perdón, me equivoque de depa. El ascensor se jode justo cuando estoy borracho.

Miguel solo lo observa, torciendo la boca con suspicacia. Algo en el rubio se le hace familiar, pero no esta seguro de que. No presta mucha atención a la gente que vive en el edificio, solo porque la mayoría no le habla y los que le llegan a hablar siempre se mudan.

-¿En que piso vives?

Pregunta Miguel y el chico se queda en silencio, entrecerrando los ojos. Termina por encogerse de hombros.

-Arriba, bien arriba.

Miguel tuerce la boca. Había pensado en ayudarlo a llegar a su apartamento, pero tampoco cree que pueda ayudarlo a subir si vive pisos más arriba. Miguel tantea un poco las ideas en su cabeza, sujetando la manija en su mano. Lo lógico seria cerrar la puerta, porque no conoce bien al tipo y no sabe que intenciones puede tener realmente. Sin embargo, su conciencia lo detiene de echarlo y cerrar la puerta en su cara.

Miguel se rasca la cabeza, no muy seguro de que hacer a continuación.

-¿Oye, tu como te llamas?

Pregunta el rubio, apoyándose contra el marco y sonriendo como estúpido. Si Miguel lo tira al pasillo, quizás termine rodando por las escaleras en un intento por subir.

-Ya, ya. -Se rinde Miguel, abriendo más la puerta y sosteniendo al chico de un brazo. -Pasa. Te puedes quedar en el sillón.

-Gracias, che. Muchas gracias.

Dice el chico, dándole un par de palmadas en la espalda mientras Miguel lo guía hasta el sillón.

-¿Vos, como te llamas?

Pregunta de nuevo el extraño cuando ya se encuentra de espaldas en el sillón de Miguel, entre dormido y despierto. Miguel apaga la luz, convencido de que el tipo no tratara de matarlo ni robarle durante la noche-tampoco tiene mucho que robar ahí.

-Miguel.

Le responde cuando pasa al lado de sillón, antes de entrar a su cuarto y echar seguro. Por si acaso.


A la mañana siguiente, el chico se ha ido. El único rastro que Miguel encuentra del extraño son un vaso de leche sin lavar, la bolsa de pan abierta, y una notita que dice:

Gracias!

-Martin.

Martin no le suena conocido. Pero su rostro sí, y eso es raro porque normalmente es bueno con los nombres y no con los rostros. Miguel se encoge de hombros y se prepara el desayuno. Son las once de la mañana y tiene clase a las dos.

Revisa el celular en lo que saca ropa del cajón para cambiarse y busca una toalla para entrar a la ducha. Tiene un par de llamadas perdidas y un par de mensajes de voz. Y por el código de área, sabe perfectamente bien de quien son.

-Miguel, a ver si me contestas de vez en cuando. Quiero hablar contigo aunque sea una vez por mes, ¿es mucho pedir?

-¿Vas a venir a pasar Navidad en casa? Tu tío Francis va a venir y seria buena idea que tu pienses en hacerlo también.

Miguel rueda los ojos cuando escucha el beep del teléfono. Se mete a la ducha, y cierra la cortina.

En algún momento del día, piensa en eso de todas formas. En casa, y la poca familia que tiene y como a algunos de sus tíos ya no los recuerda muy bien. Tiene tíos por todas partes, y a la familia de su madre no la ve hace años. A su padre no le habla mucho, porque aún no lo perdona y porque siempre es lo mismo con él.

"¿No quieres que te hagan un chequeo?"

"Miguel, estoy preocupado."

"¿Porque tienes que hacer todo tan difícil? Tu no eres el único que la esta pasando mal."

No, carajo. Antonio no entiende. A Miguel no le va a pasar nada. Va a vivir una vida normal. O a intentarlo si quiera. Nada de doctores haciendo preguntas y llenándole las venas de medicina extraña. Eso simplemente no le puede pasar a Miguel.


Miguel lo llama durante uno de sus bloques libres.

-Hola.

-Hola. Pensé que te habías olvidado de tu padre.

Antonio suena entre resentido y molesto, y Miguel solo sonríe de lado.

-He estado ocupado con la uni.

-¿Con la uni o de parranda?

Antonio resopla. Miguel pica de un paquete de galletas.

-¿Vas a venir para navidad?

-Creo.

-Crees.

Miguel se encoge de hombros. Luego se acuerda que Antonio no puede verlo.

-Supongo que sí.

-Ya...- La voz de Antonio se oye cansada. Miguel no lo nota. Hay silencio en la línea hasta que oye a Antonio suspirar bajito. -Ya. Solo quería saber como estabas.

-Ya.- Miguel suspira. -Estoy bien.

-Listo. Cuídate, ¿sí?

VI.

Cuando la semana acaba, Miguel siente que una manada de elefantes le ha pasado por encima. Llega a casa sudado, con el brazo dormido por haber ido parado en el bus todo el trayecto a casa. Es Viernes, gracias al cielo, y Miguel se permite preparar algo tan simple como salchipapas para picar mientras ve el partido de la tarde.

Juega Argentina contra Uruguay. Ya desde el comienzo de la semana Miguel podía escuchar a sus compañeros de universidad apostar-siempre a favor de Argentina-y hacer planes para ver el partido juntos. Miguel, en cambio, se limita a desparramarse frente a la TV a ver lo que promete ser un gran partido y comer sus salchipapas.

La verdad es que en verdad no le importa que equipo gane, aunque en secreto prefiere que sea Argentina. Así no tiene que enfrentar el mal humor de la gente todo el fin de semana.

Los narradores deportivos aún están hablando sobre los jugadores que juegan esa tarde-y los que no-cuando un rápido repiqueteo en la puerta llama su atención. Se levanta del sillón despacio, desganado porque ya se había acomodado bien en su lugar.

Abre la puerta, esperando que sea algún vecino que viene a pedirle molesto que baje el volumen de la TV. Pero basta que abra la puerta para que sepa que no es el caso.

-Che, ¿puedo ver el partido acá? Mi TV se jodió.

Miguel parpadea sorprendido de ver al tipo parado en su puerta otra vez. El mismo rubio alto de ojos verdes, solo que ahora no apesta a licor y sudor, y no esta apunto de caerle encima. No sabe si sentirse halagado de que haya recordado que existe, o pensar que es terrible descarado.

-Anda. Traje empanadas y están calentitas.

Insiste el chico, mostrándole la bolsa que lleva consigo con una sonrisa.

Miguel simplemente no puede resistirse al rico olor que desprende la bolsa. Eso, y ya lo ha dejado entrar antes, así que asume que no hay razón para negarse esta vez.

-Ya, bueno.

Termina por ceder Miguel, sonriendo de lado mientras toma la bolsa que le alcanza el chico y le abre paso para que entre.


Miguel esta seguro que ha visto a Martin antes. Martin insiste en que nunca antes se han visto. Aún así, el rostro de Martin le da esa sensación extraña a Miguel, lo obliga a buscar entre sus recuerdos en vano.

Al final termina olvidándose del asunto. Al comienzo, después de todo, solo hablan cuando se encuentran por casualidad en el edificio. Luego, la cosa cambia.

Miguel no esta seguro de como, pero termina pasando más y más tiempo con Martín. Normalmente su horario consiste en ir dormir, ir a clase, comer, tomar una siesta, comer, salir de fiesta los fin de semanas, y sufrir la resaca por las mañanas. Pero ahora Martin ha pasado a llenar un pequeño hueco entre comer y tomar una siesta. Los días de semana, se ponen de acuerdo para ver partidos juntos en el apartamento de Miguel y hablan de cada tontería que se les viene a la cabeza.

Martín es tan hablador como Miguel, igual de sociable. Simplemente conectan; entre los gritos histéricos a la TV cuando un jugador falla un gol y el silencio que hay cuando sus ojos son hipnotizados por la pantalla.


El sol brilla furioso sobre sus cabezas expuestas en plena mini cancha de fútbol.

Martin corre de lado a lado persiguiendo a la pelota, importándole poco las gruesas gotas de sudor que se resbalan por su frente. Se las limpia con el antebrazo, y con la boca entreabierta y una sonrisa cansada, sigue corriendo y anotando dentro del arco despejado. Miguel se canso de tratar de seguirle el paso hace un rato. Ahora esta sentado a un lado del arco, bebiendo a grandes sorbos de la botella de agua que trajo consigo.

Martin patea la pelota y Miguel esta seguro de que casi le vuela la oreja. Hace una mueca, pero no dice nada porque de la nada Martin esta parado frente al arco con sus manos apoyadas en sus rodillas, mirando hacia al frente. Como si estuviera mirando algo a lo lejos. El argentino se limpia el de sudor de la frente, resopla cansado y va a sentarse al lado de Miguel. Martin es más alto que él, y sus piernas largas se ven extrañas cuando las dobla y le pide que le pase la botella de agua.

Martin bebe agua a grandes sorbos, y Miguel mira por el rabo del ojo como la manzana de Adán del rubio se mueve de arriba abajo. Martin deja salir un suspiro de satisfacción cuando deja la botella de lado. Miguel aparta la mirada, empujando con su mano su propio pelo pegado a su frente por el sudor.

-Estamos hechos un asco.

Martin señala lo obvio y Miguel no hace más que simplemente sonreír y asentir. De la nada se siente ansioso y demasiado consciente de lo sucio que esta. Aún más cuando siente la mirada de Martin recorrerlo, como si lo estuviera estudiando con cuidado. Se pregunta que esta pensando.


Regresan al apartamento de Miguel, a flojear un rato y a lavarse la cara. Miguel pone una toalla alrededor de su cuello, secando detrás de sus orejas mientras mira TV con las piernas cruzadas sobre el sillón. En realidad solo esta escuchando estática, las voces vacías de los reporteros de noticias. Los ve mover la boca, pero todo lo que escucha es el la voz de Martin que viene desde el baño, tartamudeando una canción mientras sumerge su cabeza en el caño.

Se remueve inquieto, sin saber exactamente porque de la nada su atención se pega al argentino como un imán sobre metal. Recuerda las noches en las discotecas con sus amigos, los baños y los extraños encerrados con él en las angostas casillas. Se hace preguntas y se prohíbe responderlas. Se dice que todo es cuestión de curiosidad. Es cuestión de ignorar la curiosidad que lo come a bocados por dentro.

Martin esta silbando cuando sale del baño, secando su pelo con una toalla. Se deja caer en el sillón junto a Miguel. A Miguel le cuesta ahogar la vocecita en su cabeza, poner cara normal.

-¿Tienes hambre?

Pregunta y Martin espera a haber terminado de revolver su pelo antes de responder.

-Nah. Aún no.

Miguel tiene que ahogar una carcajada cuando ve el pelo de Martin como un erizo, con los mechones de su frente aplastados juntos como un Mohawk.

-¿Y vos?- Martin lo observa confundido, como si acabara de perderse de algo. -¿De que te ríes?

-De ti.

Responde Miguel entre risas, y Martin no tarda en entender a que se refiere. Lo empuja, sonriendo de lado y riendo cuando Miguel casi cae del sillón. Miguel le devuelve el empujón, riendo también.

-¿Qué?

Pregunta Martin cuando Miguel se queda mirándolo. Suena ofendidísimo, pero una sonrisa amplia se dibuja en su rostro y Miguel se encoge en hombros.

-Que pareces un-

Y eso es todo lo que Martin necesita oír para lanzarse sobre él, aplastándolo con su peso mientras sus manos le pican los costados. Miguel se contorsiona, tratando de escapar de las cosquillas sin éxito.

-Ya, basta, imbécil.

Es todo lo que Miguel puede articular antes de explotar en risa, sintiendo su cara arder y escuchando a Martin reírse a carcajadas sin poder ver su cara.

Entonces no se puede contener y termina mordiendo el hombro de Martin, empujando sus dedos largos que no dejan en paz sus costillas. La risa de Martin vibra contra su pelo, apenas deteniéndose un segundo para soltar un quejido y maldecir cuando lo muerde. Miguel aprovecha la pequeña distracción para intentar escapar, deslizándose del sillón de costado. Sin embargo, los brazos de Martin son más largos, sus movimientos más ágiles, y en un segundo ya lo esta sujetando de la cintura en un intento por evitar que escape.

Siente la risa de Martin en su cuello, su respiración agitada, y la mordida que le devuelve en el hombro. Deja de pelear y se queda quieto, zafando uno de sus brazos del agarre de Martin pero sin molestarse por hacer más por apartarlo. Martin no se mueve de su lugar en el hueco de su cuello. Sus mechones más largos le pican la cara a Miguel. Huele salado.

Miguel respira despacio, algo asustado por lo rápido que late su corazón. Es como un pájaro atrapado en su pecho. Se relame los labios, respirando agitado.

-Me aplastas, huevón. Quítate de encima.

Intenta librarse del brazo de Martin de nuevo, pero el argentino simplemente no lo suelta. Miguel murmura algo de que le duele el lugar donde lo mordió, entre el cuello y hombro, donde ahora se encuentra escondido su rostro. Lo escucha bufar despacio, bajito, como si aún estuviera apagando su risa. Suena a que sonríe en secreto.

Entonces Martin le da un beso suave, en el mismo sitio donde lo mordió. Miguel se remueve, sus piernas reaccionan como si acabara de sufrir una descarga eléctrica y termina hundiendo su rodilla en uno de los lados de Martin. El argentino se remueve, su mano termina en la rodilla de Miguel, sujetándola en su lugar.

Miguel se queda quieto, sin saber que hacer a parte de mirar a Martin cuando por fin se asoma.

-Vos me tenes ganas.

Susurra Martin. Miguel bufa, pero se remueve incomodo. Trata de reír, de sonreír, pero no puede. Los costados de su boca se sienten débiles, así que termina con un pobre intento de mueca de indignación en su boca.

-¿Quien dice?

-Yo.

-Tu piensas que todo el mundo te tiene ganas.

-Sí. Pero igual tengo razón.

Miguel parpadea despacio, aún sintiendo un revoltijo en el pecho y sin saber que hacer. Martin ríe de nuevo, y una de sus manos peina el pelo negro de Miguel hacia atrás. Le mueve los mechones de lado a lado. Se ríe y algo en el estomago de Miguel se remueve. Sujeta la muñeca de Martin, apartando su mano de su pelo.

-No soy maricón.

Dice Miguel, tragando despacio. Y para su sorpresa la sonrisa de Martin simplemente crece. Casi siente que se burla de él, que se esta perdiendo alguna clase de broma interna.

-Eso es solamente lo que dices ahora.

Miguel aparta sus manos de nuevo, harto de los jueguitos del rubio. Antes de que pueda apartarlo por completo, Martin se las arregla para apoderarse de sus muñecas. Se remueve de nuevo, con su nariz chocando con la de Miguel y le susurra.

-Che, tranquilo. Quedate quieto y ya.

Miguel ya no puede hacer nada cuando los labios de Martin encuentran los suyos. El mundo se apaga y se olvida que le acaba de decir que no es maricón, que no le gustan los hombres. La boca de Martin es caliente, y se siente muy bien cuando sus manos empiezan a hacer una masa su pelo, a bajar por sus costados y meterse en todos lados. Miguel no deja hacer, feliz.

Por un momento todo lo que existe es la piel de Martin contra la suya, sus manos sujetándolo y el remolino en su estomago cuando lo desviste en el sillón y reparte besos en su cuerpo.