Título: Refranero Hetaliano.

Categoría: Colección de One-shots.

Autora: Naa-chan (Mundo Yaoi), Kira KuroNeko (Amor Yaoi) y Kira KuroNeko666 (FanFiction). Esto es para que sepan que NO es plagio, sino que lo publicaré en otros foros.

Fandom: Hetalia.

Clasificación: M (irá variando en cada capítulo).

Género: Humor (o al menos intento) y romance.

Resumen:"A cada cerdo le llega su San Martín", y en esa ocasión desgraciadamente le había tocado a él. [Significado de este refrán: "Esta frase lo que significa es que en algún momento todo se acaba, si estás haciendo algo malo te pillan o la vida te pone en tu lugar."]

Advertencias: Yaoi, chico x chico, así que si no gustas del género lárgate por dónde has venido (Es por tu bien, pequeña mente inocente). El malhablado de Romano, las idioteces de papi Toño; y insinuaciones hetero (SÓLO insinuación, ¿por quién me toman?)

Bueno, esto se me ocurrió hace poco cuando estaba leyendo fanfics SpaMano desde mi amado e idolatrado móvil; y cómo pensé que sería divertido decidí poner esta idea en marcha. Todos los one-shots serán de temática YAOI. Cada capítulo girará en torno a algún refrán o dicho popular e irá dedicado a una pareja que pondré en el título, para que ustedes lean el que quieran de la pareja que gusten.


Buscaba las llaves, ansioso, entre los bolsillos de sus pantalones, deseoso por poder entrar de una vez en la casa. Mientras, su acompañante se dedicaba a observar curioso hacia el vacío de la calle, cubierta por la bruma nocturna y el frio del invierno que cada vez se aproximaba a más velocidad.

Debido a las altas horas de la noche, no había ni un alma rondando por el lugar, lo que les facilitaba bastante aquella incursión que estaban a punto de hacer en la casa del mayor.

El español sonrió abiertamente, indicando con un gesto de cabeza que ya había logrado su objetivo. Abrió la puerta lentamente, cerciorándose de que no había nadie dentro de la casa. Entrelazó sus dedos con los del italiano, tirando de él de manera sorpresiva y empujándole hacia la entrada mientras caminaba a gatas por el vestíbulo. Lovino se sentía como si fuera un ladrón al entrar de ese modo en una casa ajena. Eso o que sin duda el español ya había perdido la cabeza.

La segunda opción le resultaba más tentadora.

─ ¿Qué demonios crees que…?─los reclamos de Lovino fueron acallados por los labios del mayor, quién con insistencia, intentaba colarse en su boca.

El menor se dejó llevar por las manos expertas de Antonio que le alzó hábilmente del suelo con una mano; y quien pese a estar completamente a oscuras conocía cada palmo de aquella casa, guiando así a su amante mediante besos y caricias. Pero en el caso del italiano era muy diferente.

No entendía el porqué, pero parecía que las cosas se cruzaban en su camino haciéndole ver aún más torpe de lo que era. Como si de por medio hubiera algún tipo de maldición, -propinada probablemente por un inglés sin mejores cosas que hacer-.

─ ¡Maldición! ─se quejó Lovino, al tener un doloroso encuentro con la esquina de uno de los muebles de la entrada. Frunció el ceño molesto, mientras su queja era seguida por un estruendo y un sonido de cristales rompiéndose.

El mueble había temblado debido al golpe, llevándose estrepitosamente un portarretratos al suelo. El de ojos esmeralda se agachó, tanteando el suelo hasta dar con aquella foto que descansaba entre fragmentos de cristal. La alzó, intentando verla con claridad.

Lo que se temía.

En ella salían él y su mujer sonriendo de manera "feliz" en su luna de miel. Ambos mirando hacia la cámara cogidos de las manos y deseando que aquella tortura acabara pronto. Sí, aquel había sido un matrimonio concertado por el padre de ella, quien buscaba desesperadamente a un candidato para futuro yerno -ya que cierto holandés los aterrorizaba a todos con su sola presencia-. Y luego de tanto buscar y rezar a dioses de existencia dudosa, prometió dar la mano de su hija a la primera persona que se le cruzara por delante.

Y desgraciadamente, Antonio estaba allí en el momento y lugar adecuados. Porque obviamente, nadie con dos dedos de frente dejaría a su hija a manos de alguien como él.

Escondió velozmente aquel pedazo de papel a sus espaldas, mientras se incorporaba deseando que su amante no lo hubiera visto.

Antes siquiera de que pudiera interrogar a Antonio, éste dirigió su mirada hacia la cima de las escaleras, quedándose estático en su propio lugar al igual que el italiano. Había una luz; una luz proveniente de su habitación, aquella que casualmente, era la misma que compartía con Bel. El español comenzó a sudar frio; ¿acaso Emma no se había ido a ver a Govert? Sí, ese medio-hermano suyo holandés con cara de póker y complejo de tulipán que sólo sabía fulminarle con sus miradas amenazantes -y hacer sucias trampas al futbol*-.

Unos pequeños pasos resonaron en los escalones. Sin darse cuenta, Emma apareció azorada en medio de las escaleras, bastante sorprendida por la llegada de su "marido". Parecía haberla cogido por… ¿sorpresa? Llevaba su cabello rubio alborotado, y su largo vestido azul se encontraba rugoso.

El español no logró captar el estado en el que se encontraba su esposa -su propia preocupación por ser descubierto no se lo permitía-, en cambio Romano logró captar a la perfección todas aquellas señales.

Reprimió como pudo una sonrisa sarcástica. Todas aquellas pesquisas llevaron a Romano a la conclusión definitiva; ella también le era infiel a él, menuda ironía. Pero eso no le quitaba a Lovino la incomodidad de estar frente a la mujer del bastardo, con quien mantenía una relación a sus espaldas.

─An-Antonio…─tanto la belga como el español estaban sorprendidos de verse mutuamente. Emma dirigió su vista instintivamente hacia el acompañante de su marido, quien desvió la mirada algo temeroso de encontrarse con aquellos ojos verdes que escrutaban su cuerpo en silencio.

─ ¿Tú no estabas con Govert? ─preguntó con inocencia Antonio, logrando que ella dejara de mirar al italiano, manteniendo el rostro con una seriedad inusual en él.

Bel se sonrojó levemente ante lo dicho, comenzando a abrir sus belfos sin emitir sonido alguno mediante ellos. Para Lovino estaba muy claro, había sido descubierta descaradamente y se encontraba frente a la espada y la pared y sin ninguna excusa.

Pero el idiota de Antonio seguía sin darse cuenta de nada, lo que la ayudó a buscar una vía de escape entre aquel problema en el que se acababa de meter.

─ Yo acabo de… volver. Eso es. ─dijo, aun sin estar convencida de sus propias palabras, acercándose al español y dándole un beso en la mejilla junto a un cálido abrazo, algo dubitativa de sus propias acciones. Sin duda, parecía la perfecta escena amorosa final sacada de una película de esas empalagosas que tanto le gustaban a su hermano Feliciano, y estaba claro que él sobraba en ella.

A Antonio le bastó esa simple confesión por parte de la chica, mientras Romano les miraba a ambos, deseando tirarse de los pelos y gritar que aquel al que estaba besando aquella furcia era "su" hombre.

El menor se sorprendió al verse pensando en ese tipo de cosas, mientras el mayor se daba cuenta de su ceño fruncido y le dedicaba una de esas sonrisas seductoras que tanto le hacían enloquecer -aunque obviamente nunca admitiría tal cosa-.

Romano entonces, enfurecido cual bestia nórdica, subió los escalones a saltos antes siquiera de presentarse ante la mujer de Antonio o siquiera esperar una invitación.

Y nada más llegar, observó unos ojos verdes que le escrutaban desde el umbral de la puerta y un dedo que le silenció con un solo movimiento.


Mientras tanto, Emma intentaba seguir a aquel desconocido y zafarse del pesado agarre al que Antonio la tenía sometida, quien la abrazaba, comenzando a decir lo mucho que la había echado de menos -entre muchas otras excusas baratas y mentiras varias-. La belga entretanto ignoraba el comportamiento de su esposo, deseando que a Govert le hubiera dado tiempo de fugarse de la casa.

─ ¡Bastardo! ─fue el grito que Lovino dejó escapar al lograr salir de la habitación, con medio cuerpo fuera de ella y agarrándose como podía al barandal de las escaleras. ─¿A que no adivinas a quién me he encontrado al otro lado de la puerta intentando fugarse? ─una sonrisa maquiavélica asomó por las comisuras de sus labios, mientras el mayor le prestaba toda su atención y fruncía el ceño.

Parecía que alguien más tiraba del sensual cuerpo de su italiano… pero la pregunta era, ¿quién osaba tocarle?

Y cómo si hubiera sido llamado, un peculiar tupé sobresalió de la puerta junto a un ceño fruncido. Así que el holandés inútil quería guerra, ¿eh? ¡Pues la iba a tener!

Ignorando -de nuevo- a su encantadora esposa, el español subió las escaleras y le plantó un puñetazo en pleno rostro a quien pronto sería su ex cuñado. Éste se tambaleó por un momento, soltando así al italiano, para luego volver a su pose normal y mirarle como si con eso lograra que se fuera a esfumar ahí mismo.

─ ¡No vuelvas a tocar lo que es mío, tulipán! ─exclamó con una furia atípica en él, mientras abrazaba de manera posesiva al mayor de los hermanos Vargas.

Un mutismo extraño e incómodo se apoderó del ambiente. ¿Lovino había oído bien? Seguro que no había dicho eso, probablemente no se habría lavado bien los oído esta mañana y por eso…

Sus pensamientos fueron interrumpidos ya que, de la nada, la mujer de Antonio comenzó a reír de la misma manera idiota que su esposo. ¿¡Qué demonios pasaba en esa familia!? Primero el violador de Antonio, luego el holandés que casi lo mata... Lo dicho, ¡todos locos! ¡Locos!

─ ¿Emma? ─llamó el holandés, ignorando el dolor en su mandíbula y bajando a socorrer a su media hermana, mientras esta seguía riendo y mostrando sus hoyuelos y las lágrimas que querían escaparse de sus ojos.

─ ¡Tiene gracia! ─finalizó, señalando a la pareja conformada por el ibérico y el italiano. ─Ellos están igual que nosotros, Govi ~.─se abrazó del fuerte cuello de su hermanastro, bailoteando de una manera extraña.

Definitivamente, en la casa de Antonio estaban todos mal de la cabeza. Pobres padres de ambos; la hija les salió incestuosa y el hijo un depravado en potencia que incluso le podría hacer competencia a cierto chico francés.

Govert entonces les miró con mala cara a ambos amantes, mientras se llevaba en brazos a la belga a la planta de arriba como si recién se acabaran de casar, para hacer "cosas no demasiado santas" con ella.

─Bueno… ─Antonio se giró para ver a su pareja, con las manos metidas en los bolsillos. ─ ¿Prefieres quedarte aquí y escucharles hacer "cosas" o salir con la mente intacta y sin ningún trauma irreversible? ─preguntó, como si le estuviera proponiendo que decidiera entre el cine o el teatro.

─Lo segundo, por favor…─se excusó, abriendo la puerta y tapándose bien con su abrigo.

Caminó un par de calles, sintiendo la presencia ardiente de Antonio pisándole los talones. Se detuvo, dispuesto a hablar con él sobre aquel tema.

─Eso que has dicho antes al tulipán…─se sentó en el borde de la acera algo avergonzado. Sin duda Romano no iba a admitir que lo dicho por Antonio le había puesto caliente, ni aunque fuera a morir ahí mismo.

─Te ha puesto cachondo, ¿eh Lovi? ─el muy idiota le guiñó el ojo de manera sensual poniéndose a su lado, logrando que al nombrado se le subieran los colores al rostro. ─Vamos, ven aquí y dame tu calor ~.─canturreó extendiendo sus brazos y dejando que su pareja se acomodara en ellos.

Porque Antonio no perdía las ganas de más con aquella droga italiana ni aunque fuera de noche, se encontraran tirados en la calle y a casi dos grados.


* Referente a la final del Mundial; España VS Holanda en el que un jugador holandés metió una patada "karateka" en el pecho a uno de los jugadores de La Roja.

N/F: Y… fin. ¿Habrán muerto congelados? ¡No! La llama de la pasión de Antonio es inapagable(?) Y aparte, si no nos quedamos sin Spamano y eso no sería cool ;A; Y bueno, intentaré actualizar lo más pronto posible.