Los gritos eran lo peor, no los gemidos de aquellas criaturas, a ese desquiciante sonido podías llegar a acostumbrarte porque, a fin de cuentas, no era más que el lamento de los muertos. Lo que a Milán Carter le hacía perder el juicio eran los gritos de las personas vivías, aquellas a la que tenía que proteger y que estaban muriendo. Todo había fallado porque no estaban preparados, creían que sí, pero era mentira, un engaño, una ilusión. Las defensas no resistieron el embiste de los muertos al otro lado, las puertas acabaron cediendo y las miles de personas que habían buscado refugio estaban muriendo delante de sus ojos. Allí fuera los muertos se contaban por decenas y tenían hambre de carne viva.
Escuchaba claramente los perturbadores gritos de auténtico terror y sufrimiento: llantos de niños y adultos, de hombres y mujeres, de compañeros que trataban salvar a toda costa a los pocos civiles que quedaban en pie.
Un hombre y una mujer pasaron corriendo frente a él. El hombre cargaba en sus hombros a un niño que no tendría más de cinco años y que no dejaba de lloriquear. Milán podía ver el miedo y la desesperación en el rostro de los tres mientras corrían intentando salvar sus vidas de la masacre que se estaba produciendo a tan solo unos metros. Lo vieron acurrucado en mitad del pasillo, tan asustado como ellos y completamente paralizado por los nervios, y ni siquiera tuvieron la decencia de lanzarle una mirada de reproche por no estar peleando, como era su deber. Sin prestarle ninguna atención siguieron corriendo hacia los vestuarios, pero Milán sabía que era una carrera inútil. Estaban muertos, estaban todos muertos. Los reanimados eran demasiados.
Como soldado su deber y el de sus compañeros era proteger a toda esa gente que estaba muriendo, pero habían fallado. Los pocos sobrevivientes que aun seguían en pie tratando de escapar solo habían ido al refugio United Force, ubicado en Decatur, Georgia, porque era el único lugar donde creyeron que estarían a salvo, pero el refugio se había convertido en una trampa mortal. Y entonces, llegado el momento de combatir a los seres, a Milán Carter le falló el valor y acabo buscando un escondite. No fue algo racional, sabía que estaba condenado, pero aun así el instinto le decía que se escondiera, que se aferrara al poco tiempo de vida que le quedaba.
Alguien había encendido fuego, lo veía arder en la oscuridad de la noche entre las gradas. El fuego acababa con ellos, pero ya era imposible acabar con todos; Los reanimados habían ganado.
Otro grupo de personas, por lo menos diez en esa ocasión, pasaron corriendo también en dirección a los vestuarios. Dos de ellos tenían manchas de sangre en los brazos, y otro se agarraba una herida reciente. Lo primero que paso por la mente de Milán fue que el herido había tenido mala suerte, pero la verdad era que todos en aquel refugio la tenían. La herida del hombre era irrelevante, pero todos iban a tener heridas similares en cuanto no quedara lugar al que correr. Él al menos ya había catado lo que los demás iban a sufrir tarde o temprano. Uno de los hombres que se encontraban cerca del herido había cogido un fusil, seguramente de un compañero caído o quizá se lo habían robado a uno que seguía en pie. Qué más daba ya, Milán sabía que si fuesen inteligentes se pegarían un tiro, sería una muerte rápida, indolora, mucho menos cruel que la que la mayoría iba a sufrir esa noche.
Nunca fue religioso, pero rezo, rezo con todas las fuerzas de las que disponía. ¿Qué otra cosa se puede hacer cuando ya no se puede hacer nada? No rezo por su vida, eso ya estaba perdido. Rezo porque alguien hubiera podido salir de aquel infierno, rezo porque los gritos se detuviesen y rezo por encontrar el valor cuando le llegara la hora.
Como si hubiera escuchado su plegaria, uno de aquellos seres apareció en el pasillo doblando la esquina. Podía jurar que Cuando aún conservaba vida debió haber sido una chica mona, con un bonito pelo castaño y un cuerpo esbelto. Pero en ese momento no era más que un cadáver andante que se tambaleaba como alguien que ha bebido demasiado, con la mirada perdida y un gesto inexpresivo perpetuo grabado en una cara demacrada por la descomposición.
Cuando el ser giró la cabeza, Milán pudo sentir como sus pupilas se clavaban en el. Se había enfrentado a seres como ella demasiadas veces desde que toda aquella locura comenzara, pero nunca se había sentido tan asustado ante uno. Definitivamente había perdido el valor por completo.
La mujer estiró torpemente las manos y su boca se abrió para liberar un lastimoso gemido; su cabello estaba lleno de coágulos de sangre y medio pómulo le había sido arrancando de un mordisco. Gotas de sangre resecas le manchaban toda blusa que había sido desgarrada por varios sitios. Su aspecto era tan lamentable que costaba pensar que alguna vez había sido una persona viva.
Debió ser el miedo lo que a Milán le impulsó a actuar, pero casi sin darse cuenta levanto el fusil, apunto a la cabeza de la muerta y disparo. El impacto le entró por la frente, destrozándole lo que le quedaba de cara y salió por detrás acompañado de sangre y sesos. El cuerpo cayó al suelo, inerte y definitivamente muerto mientras alrededor de su destrozada cabeza se formaba un charco de sangre negra y espesa.
"Descansa en paz, fueras quien fueras, descansa en paz por fin" pensó mientras contemplaba el cadáver de esa desafortunada mujer.
Deseaba tener la suerte de aquel cadáver: que alguien lo matara del todo cuando esos seres lo cogieran.
Más allá del pasillo, en el campo principal, la situación seguía siendo horrible. Miles de personas gritaban de terror al ver la muerte sobre ellos, gritaban de dolor al ver a sus seres queridos siendo devorados vivos por esa jauría de muertos hambrientos y también gritaban cuando eran ellos los devorados.
Estaba consciente de que en algún lugar del refugio se encontraba su familia, pero ni así se decidió salir en busca de ellos. Los creía muertos, los creía siendo devorados por los reanimados.
Mostro una leve sonrisa mientras veía como la sangre coagulada fluía como un espeso jarabe de la cabeza de la muerta. Estaba seguro de que lo que acababa de hacer fue una estupidez. La mujer que había matado llevaba mucho tiempo muerta; si, quizás aun se moviera, pero estaba muerta, su consciencia ya estaba muy lejos de todo aquello.
De pronto comprendió que matar a los muertos era tan estúpido como sonaba, era desperdiciar balas inútilmente. Matarlos para salvar tu vida o la de otros tenía sentido, pero allí ya estaban todos perdidos ¿Por qué seguir matándolos? a ellos les daba igual.
Quizá fuera la locura fruto del miedo, pero vio muy claro lo que tenía que hacer, de hecho, era lo único que había visto claro desde que comenzó la invasión del refugio. Solo podía hacer una cosa estando todos condenados: librar del sufrimiento de una muerte dolorosa a cuantos pudiera antes de caer el mismo.
Impulsado por esa repentina convicción se puso en pie y salió al césped, al campo de juego. Pero la escena que tuvo que contemplar le encogió el corazón: los reanimados habían tomado casi todo el campo y lo habían teñido de sangre a su paso. Antes de que las defensas se vinieran abajo ya tenían un pequeño problema de hacinamiento, había ido demasiada gente y apenas quedaba espacio y recursos para alojarlos a todos en el área que disponían. Pero para los muertos andantes eso era como un banco de peces para un barco pesquero.
Las tiendas de campaña distribuidas por todo el campo que antes alojaban a los refugiados habían sido derribadas por la marabunta humana que intentaba huir. Algunos aún corrían de un lado para otro entre gritos y sollozos intentando escapar de sus perseguidores, que aunque más lentos eran, también más implacables y estaban por todas partes.
No vio a ninguno de sus compañeros en los alrededores. Lo más probable era que la mayoría hubieran muerto defendiendo la entrada pero aun así se podían oír disparos a los lejos. Alguien aun debía estar luchando por su vida.
Un hombre calvo cubierto por un abrigo negro salió corriendo de entre dos tiendas medio derribadas y tres muertos vivientes le seguían. El hombre al ver a Milán se sintió aliviado.
—¡Por Dios, ayúdame! —Suplicó señalando a sus perseguidores con una mano temblorosa. Su cara cambió a un gesto de confusión cuando Milán a quien apunto fue a él. Un gesto que no le duró mucho cuando la bala le atravesó la cabeza. Como se lo había atravesado a la mujer muerta.
—De nada. —Dijo con un hilo de voz.
Aun habiéndolo hecho de forma piadosa, quitar una vida a alguien no era fácil. Las manos comenzaron a temblarle y la idea que en su cabeza había estado mucho más clara un momento antes se volvió dudosa. Temía haber hecho una verdadera locura.
Cuando los tres reanimados que antes deseaban devorar al hombre llegaron a su altura tuvo que reaccionar y moverse. Moralmente cuestionable o no, no iba a desperdiciar balas con ellos, era una tontería. Correo entre reanimados y tiendas de campaña como no había corrido nunca y paso al lado de un grupo de seis o siete de ellos que estaban devorando a otro desdichado en el suelo: el pobre aún movía el brazo hacia el aire, como rogando ayuda mientras los seres le estaban destripando vivo. No iba a tener suerte y Milán no tenía forma de acercarse hasta él sin que alguno de sus asesinos se le echara encima.
Un poco más adelante, una mujer de piel oscura corría dando gritos e intentando evitar que dos muertos la agarraran pero sin poder evadirlos terminó acorralada por otros tres con los que se topó de frente. Los reanimados se abalanzaron contra ella y comenzaron a desgarrarla a base de mordiscos. Milán Pudo meterle una bala entre las cejas antes de que acabara como el hombre destripado. Le fue más sencillo hacerlo la segunda vez.
"Fue una estupidez haber dudado, ¿acaso no es más piadoso acabar con ellos de un indoloro e instantáneo disparo que dejarles morir descuartizados como animales?" Se pregunto, tratando de convencerse y creer que lo que estaba haciendo era correcto.
A lado de la portería todavía quedaba una tienda de campaña de buen tamaño en pie y un grupo de muertos estaba entrando dentro. De su interior surgían gritos, que por lo agudo que eran atribuyo a niños. Los cadáveres, por lo menos cinco o seis, acudían como locos atraídos por los gritos y los ocupantes de la tienda comenzaron a patalear histéricos hasta que la tienda cedió y cayó sobre ellos convirtiéndose en bultos atrapados con un montón de muertos dentro deseando devorarlos.
No sabía cuándo había comenzado a llorar pero tenía lágrimas en el rostro. No podía entrar ahí a matarlos pero dejarlos morir de esa forma le parecía aún peor, solo eran críos tratando de luchar por su vida. Normalmente no les permitían llevarlas dentro del refugio, pero cuando los reanimados llegaron a las puertas se armó a todos los soldados con una granada de mano y Milán aún llevaba la suya colgando del cinturón.
No sabía si tendría la fuerza suficiente para hacerlo pero la cogió y se acerco a la tienda con ella en mano. Dos de los reanimados que atacaban a los niños seguían fuera, cuando la tienda se les desarmó delante de sus narices fueron incapaces de encontrar la forma de entrar. Milán Intento evitarlos no yendo hacia la entrada sino hacia el flanco posterior. Los gritos de terror de aquellos críos le desgarraban los oídos mientras se retorcían bajo la tela acompañados por los cuatro muertos que si habían logrado entrar. Tenía que darse prisa o aquellos chiquillos lo pasarían muy mal antes de morir.
Con su machete rajo la tela, abriendo un pequeño hueco por el que podía meter la granada. Le quito el seguro y respiro profundamente. La explosión y la metralla a tan corta distancia serían suficientes para matarlos al instante, sin sufrimiento, sin dolor.
Llegado el momento abrió el hueco de la tela y echo la granada en el interior. Ya iba a salir corriendo cuando una pequeña manita logró encontrar el agujero y sacar la mano fuera.
No podía creer lo que acababa de hacer.
—Lo siento, lo siento mucho. —Susurro aun sabiendo que no podía escucharlo por encima de los llantos de sus amigos, familiares o lo que fueran entre si esos niños.
Milán se levanto y se marcho corriendo de allí, no quería pensar en lo que había hecho porque podía volver a derrumbarse y no se podía permitir eso otra vez. La granada explotó y cayó al suelo de rodillas. No por la explosión, se había alejado lo suficiente como para no tener que preocuparse por ello, sino porque necesitaba agacharse para vomitar. Trataba de borrar aquellas imágenes pero le era imposible. Tal vez dentro de aquella tienda se encontraba su hermana menor de tan solo doce años. Aunque bien ya la hacía muerta junto a su otra hermana y sus padres, estaba dispuesto a dar todo por verlos por última vez y ahorrarles el sufrimiento por el que pasarían o estarían pasando.
Por culpa de la distracción un reanimado le clavó una mano putrefacta a Milán en el hombro y se abalanzó contra su cuello pero pudo reaccionar a tiempo y con un empujón lo tumbo en el suelo y pudo verlo cara a cara: Andaba descalzo, con unos pantalones imposibles de reconocer de lo destrozados y sucios que estaban, tampoco llevaba camisa y su pecho estaba cubierto de heridas infectadas, seguramente mordiscos. Su cara era tan inexpresiva como la de todos los suyos. No pudo determinar su edad pero probablemente había pasado los cuarenta hacía tiempo. De nuevo no se molesto en dispararle. Se marcho de allí lo más rápido que pudo en parte por el reanimado y en parte por alejarse cuanto antes de la tienda de campaña. No quería ni mirar atrás para ver los efectos de su granada, prefería no saber cómo había terminado aquello.
Al otro lado, cerca de la tienda de campaña que había sido explotada se encontraba Mara Carter tirada en el piso boca abajo a causa de la explosión. Se levanto lo más rápido que pudo y miro con horror los restos que deban de la explosión: pies, manos y más partes humanas de los cuerpos de aquellos críos salieron volando y quedaron esparcidos junto con los restos de los reanimados.
Por instinto llevo ambas manos hacia su boca, intentando evitar volver lo poco que había alcanzado a comer antes del caos. Cerró fuertemente los ojos para evitar seguir contemplando aquellos restos y comenzó a caminar con prisa hacia el lado contrario de la tienda con las mejillas envueltas en lágrimas. No podía creer como alguien había sido capaz de hacer explotar aquella tienda con personas dentro.
Después de alejarse lo suficiente de la explosión abrió los ojos segura de haberse alejado de aquella escena aterradora, pero algo provoco que parara en seco: reanimados, por todos lados, algunos ocupados devorando gente, otros deambulando en busca de alguna presa.
Mara comenzó a bajar lentamente ambas manos de la boca. No se necesitaba ser inteligente para saber que estaba perdida, no tenia escapatoria. En ese momento solo quería imaginar que su familia al menos había logrado escapar de aquel infierno. Se llevo ambas manos a los oídos intentando mitigar los desesperantes gritos desgarradores que emitían las personas que se encontraban siendo devoradas. Cerró lentamente los ojos, dejando caer algunas lágrimas.
A quince metros de distancia, a espaldas de Mara Carter, Anya Patterson, una soldado compañera de Milán llevaba el seño fruncido mientras se dedicaba a disparar con un viejo fusil a los reanimados que veía cerca de ella o de algún civil. Las manos le temblaban y el corazón se le quería salir. Una mezcla de miedo, rabia y tristeza le revolvía el estomago. Le quedaban un par de cartuchos, veinte balas en total. No le importaba morir, quería ayudar a escapar de ese infierno a cuantas personas pudiera.
Los gritos desgarradores habían disminuido, sin embargo, aun veía correr entre la oscuridad de la noche a pocas de las personas que quedaban aun en pie verdaderamente aterradas tratando de salir por donde fuera. Anya miro a su alrededor con desesperación en busca de mas seres. Rápidamente su mirada se quedo clavada en cinco reanimados que se encontraban a trece metros de distancia.
Comenzó acercarse lentamente hacia ellos mientras empuñaba su fusil; Parpadeo un par de veces tratando de distinguir que era lo que aquellos seres querían devorar. Se detuvo para tratar de distinguir aquella sexta figura.
Mara Carter aun con ambas manos sobre los oídos se encontraba arrodillada ajena a los cinco caminantes que cada vez estaban más cerca de ella.
Anya al ver que se trataba de alguien realmente vivo se echo a correr lo más rápido que sus pernas le permitieron.
—¡He tu, muévete! —Le grito cuando se encontraba a siete metros de ella. Su respiración era pesada y su cabello negro y largo se encontraba empapado en sudor.
Mara no pudo escuchar la advertencia, ambas manos en sus oídos se lo impedían.
Anya al no ver intenciones de moverse en Mara paró en seco, empuño el fusil y comenzó abrir fuego contra los reanimados corriendo el riesgo de meterle un disparo a ella también.
Aquellos disparos habían atraído la atención de más seres que se encontraban deambulando sin rumbo. Uno de los cinco muertos que se encontraba aún en pie y más cerca de Mara logro agárrala por la espalda causando que esta se girara horrorizada. Sin perder tiempo, el reanimado se lanzo hacia ella causando que ambos cayeran completamente al suelo.
Mara trataba de evitar que el muerto que llevaba encima la mordiera; un gesto de desesperación se encontraba plasmado en su rostro acompañado de pequeños jadeos de esfuerzo.
Anya trataba de apuntar a la cabeza del ser pero le era imposible con tanto forcejeo.
—¡Joder! ¡Mantenedlo quieto! — Le grito frustrada, consciente de que al menos cerca de quince reanimados se acercaban hacia ellas.
Al escucharla gritar Mara Carter se altero aun más. Comenzó a sollozar intentando de mantenerse quieta, le estaba costando evitar ser mordida. Cada vez que el ser abría la boca Mara intentaba voltearle la cara, en parte por el olor nauseabundo y para evitar verle lo que le quedaba de rostro.
Finalmente escucho un fuerte sonido y sintió como el reanimado dejaba de moverse. Sus ojos se abrieron más de lo normal al sentir como un gran chorro de espesa sangre caía por todo su pómulo derecho. Casi por instinto aparto al cadáver que segundos antes deseaba devorarla.
Anya contemplaba con el ceño fruncido a los reanimados que cada vez estaban más cerca.
—Debemos irnos. —Le anuncio acercándose y teniéndole la mano para que pudiese levantase.
—Gra..
—No hay tiempo para agradecer. —La interrumpió comenzando a caminar hacia el lado contrario a la horda que se estaba formando. —Hay que movernos, y rápido.
Mara contemplo con miedo a los seres para luego reaccionar y salir corriendo hacia su salvadora.
—Posiblemente aun haya una salida sin Sellar y libre de reanimados, debemos encontrarla o morir en el intento. —Sentencio Anya echándose a correr hacia el campo de juego.
