Resumen:
Sufro de TEP (Trastorno Esquizoide de la Personalidad), aunque disfruto de autodenominarme Sociópata. Vivo recluido en el Hospital Psiquiátrico Newland… a raíz del incidente. No quiero acordarme de ese incidente. Después de lo que ocurrió esa noche entiendo lo que realmente soy. Pero no tengo el valor de quitarme la vida, pues lo conocí a él, John Watson, el practicante de psiquiatría. Y en contra de toda probabilidad debido a mi enfermedad: lo amo. Mi nombre es Sherlock Holmes, y soy un monstruo.
AVISOS:
*Personajes con depresión y otros trastornos mentales; intentos de suicidio; pensamientos autodestructivos.
*Johnlock, relación (HombrexHombre)
*Será un long-fic; no sé cuántos capítulos irán a aparecer en mi desquiciado cerebro pero aproximadamente serán unos 20 ó 25.
*Espero que les guste, lo escribí lo mejor que pude.
*Dejen REVIEWS ;)
~Capítulo~
1
"El Practicante de Psiquiatría"
Otro día. Otra mañana observando la ventana rectangular de la sala de "sociabilización", el sol aparecer detrás de la arboleda rojiza de otoño, para evitar mirar las paredes blancas que me rodean.
Odio ese color: el blanco. Las paredes a mí alrededor, el techo, y las vigas de las ventanas lo poseen. Es insoportable. Aquel color tan puro, impoluto y perfecto, ostenta su perfección, recordándome cínicamente que yo no lo soy.
Jamás seré perfecto.
Todas las mañanas me siento allí, en ese sofá de cuero negro desgastado, volteado hacia la ventana. A mis espaldas los demás pacientes hacen bulla, algunos conversan, otros ven televisión (maldito aparato del demonio), entre otras cosas aburridas. Yo, por mi parte, me pierdo en mis pensamientos, observando el jardín, a los doctores y enfermeras que se pasean, el comportamiento de algunos pacientes, y de vez en cuando el reflejo en el cristal.
Contemplo detenidamente cada detalle del mundo que me rodea, a pesar de que nunca me he sentido parte de él.
Llevo dos años metido en el Hospital Psiquiátrico Newland, aunque debería estar en prisión; según mi hermano Sherrinford a quién no he visto desde hace tiempo. Mycroft, cuando aparece, trata de hacerme sentir mejor, pero dudo que alguien aquí lo consiga.
Recojo mis piernas sobre el sofá, abrazándolas con mis delgados brazos. No he comido demasiado desde el verano y a veces pienso que si dejo de hacerlo adelgazaré tanto que me evitaré planear mi propia muerte. No obstante las enfermeras me obligar a comer y tampoco quiero problemas.
Pego mi mandíbula en mis rodillas, y suspiro viendo el exterior. Quiero estar allá, pero no puedo. En el mundo real o dentro de ese psiquiátrico soy la máquina, el apático insoportable que todos detestan. Así que no tiene sentido salir, cuando no pertenezco a ningún lugar.
Llevo un pantalón de algodón gris, una camisa azul oscura, y mi azabache cabello rizado está por debajo de mis orejas. Hace frío y tirito de vez en cuando. No llevo zapatos así que estiro los dedos de mis pies perezosamente. Esto es lo que he hecho cada mañana desde hace dos años.
Recuerdo mi vida antes del incidente. Mi infancia fue relativamente buena, aunque nunca tuve demasiados amigos. Mi mejor amigo era Mycroft y a veces el idiota de Sherrinford. Estudié en la enorme casa de mis padres hasta cuando cumplí dieciocho y me marché a Londres, a la Universidad de Cambridge. Recuerdo que mi madre lloraba orgullosa, y mi padre sonreía satisfecho.
Se suponía que me graduaría en Química Pura.
Se suponía que mi enfermedad estaba controlada.
Pero todo se derrumbó de repente, y no quiero recordar eso.
El alarido que pega Jim Moriarty, el paciente más escandaloso diagnosticado con psicopatía, me arranca de mis recuerdos. Jim está cantando Staying Alive, exageradamente sobre una mesa. Y luego comienza a llamar a gritos a un enfermero:
-¡Mascota, Mascota!- grita, fingiendo una pose elegante como si fuera un monarca llamando a su lacayo.
Cierro los ojos, tomando un prologado respiro. Duele recordar porque es como intentar calzarnos un pedazo de alma que ya no tiene lugar en nuestros cuerpos repletos de dolor.
-Sherlock- la voz chillona de una enfermera me arranca de mis cavilaciones.- Sherlock Holmes- repite. La voz de las personas, en especial de Emily Gardner me perturba. Quisiera estar solo.
Es ese estrépito del silencio de la soledad el que me hace ser buena persona. Porque estando solo no dañaré a nadie, y nadie verá al monstruo en quién me he convertido.
-Muchacho- dice, ciertamente molesta, la enfermera. Su rostro regordete aparece frente a mí. Tiene ojeras alrededor de los ojos: no ha dormido en dos noches. Su causa un paciente con esquizofrenia que se la ha pasado teniendo episodios durante los últimos días. -¿Acaso estás sordo?- tuerce una mueca.
Ruedo los ojos. Poco me importa cuán molesta esté, quiero mi paz de vuelta. Mas mis esperanzas se van al suelo cuando anuncia parsimoniosamente:
-El Doctor Lestrade quiere verte, muchacho- tomándome del brazo para obligarme a parar.
Varios enfermeros fijan la vista en mí. Saben que cuando quiero dar batalla sí que les hago pasar un mal rato. Éste día no me siento con el deseo de fastidiarlos, así que sigo a la enfermera como un niño castigado.
Sé exactamente lo que me espera cuando cruzo las puertas de la sala de sociabilización, doblamos un par de pasillos igual de blancos que todo el hospital y encuentro a dos enfermeros sacando de mi habitación, la 119A, varias bolsas de comida podrida. He allí mis dos últimas semanas de cenas intactas.
Llegamos a la estancia, donde debido a que el hospital era una bonita casa victoriana en sus comienzos, posee unas caprichosas escaleras dobles. Sigo a la enfermera por un pasillo mucho más de mi agrado. Tiene pisos de madera caoba oscura, y paredes tapizadas de gris con brocados negros. A final está mi perdición.
Detesto hablar con las personas, no me parece productivo. Y en especial con mi terapeuta y director del hospital por mala suerte, el doctor Gegory Lestrade (¿O era Gavin? ¡A quién le importa!)
Suele hacerme sentar frente a su escritorio para que hable. Según el la comunicación es básica para mejorar mi estado. Hablo de todo para calmar su sed de torturarme hasta cuando decide que estaré bien y me envía a mi habitación o a alguna sala de terapia grupal.
Esta vez hay algo diferente.
-Espera aquí, muchacho- me dice la enfermera, señalándome una banca de madera a un costado de la puerta imponente de la oficina del médico. Suspiro y me repantigo allí.
En los escasos dos minutos que espero medito en porque la enfermera me llama "muchacho" sabiendo que tengo veinte y tres años; no soy propiamente un…
Antes de que termine mis ideas se abre la puerta. El doctor sale. Tiene su típica bata blanca, un traje desgastado color gris, un tanto arrugado; no trae corbata y tiene los zapatos empolvados. Concluyo fácilmente que está teniendo problemas con su esposa, pues ese traje se lo pone cuando duerme fuera de casa. Y tiene el cuello tenso siempre que eso sucede. Los zapatos parecen ser unos de repuesto y la ausente corbata delata su fastidio al igual que su cabello cano desordenado.
De todas formas me habla de forma amistosa.
-Sherlock,- y parece un padre a punto de dar una lección de vida a su hijo. Me cruzo de brazos, sonriendo forzadamente. –me he enterado de lo que has hecho con tu comida en las últimas semanas.
-Obviamente, sino ¿Por qué me habría llamado?- trato de exasperarlo. No lo consigo.
-Tienes toda la razón- me sigue tratando como un niño- y también sabrás que eso no puede volver a suceder- se sienta a un lado mío y topa mi hombro como un buen amigo. Remuevo mi cuerpo, incómodo. No me gusta ser tocado. –Serás enviado a la habitación 221B- dice.
Palidezco al instante y lo sé porque ambos: doctor y enfermera, me miran preocupados.
-P-pero la sección B, es de habitaciones compartidas- tartamudeo. La idea de vivir con alguno de esos maniacos me aterra. Especialmente con Jim Moriarty, el psicópata; Irene Adler, la ninfómana; o aun peor: Mary Morstan, la mentirosa patológica; o el loco fantasioso de Anderson.
-Sí-, una voz tranquilizadora en ese turbio momento me calma. Es Molly Hopper, la psicóloga clínica, quién acaba de salir de otra oficina aledaña a la de Lestrade. –Pero tranquilo, Sherlock. No estarás con ninguno de los pacientes- ella me conoce bien. Respiro calmado. -¿Verdad, Gerg?- pregunta a Lestrade, taladrándolo con la mirada.
-Por supuesto- accede él. Emily tuerce la cara.
-¿Y por qué me cambian a la sección B? si no voy a tener un compañero- preguntó, confundido.
-Sherlock, tendrás un compañero- anuncia Molly sentándose al otro lado de la banca. No me toca pero me sonríe, de alguna manera ella es una persona agradable para mí. Aunque lo que acaba de decir congela la sangre en mis venas. ¿Un enfermero? ¿Un guardia? ¿Con quién demonios compartiré mi habitación? –Al medio día llegarán tres practicantes de medicina, de psiquiatría para permanecer tres meses aquí, Sherlock. Uno de ellos te será asignado como compañero.
-Pero yo…- balbuceo aterrado, siendo como se me seca la boca y comienzo a hiperventilar.-…yo no puedo ¿Quién querría ser mi compañero?- grito dando un salto, Molly se asusta y Greg permanece pasmado. -¡¿Y si le hago daño?! ¡Lo podría lastimar! ¡Y además, no me gusta que me vean dormir! ¡O cambiarme! ¡No pueden ponerme un compañero de habitación!- apretó los puños.
-Sherlock, es por tu bienestar- se apresuró a aclarar Greg.
Sin embargo antes de que termine de decirlo, me echó a correr pasillo abajo. Escucho los tacones de Molly resonando tras mío, y los pasos de la enfermera y de Greg. Pero de todas formas corro. Con todas mis fuerzas. Ni siquiera tengo idea de lo que pretendo.
Llego a mi habitación, de donde están siendo sacadas mis cosas. Me aferro a un bulto de cobijas.
-¡No toquen nada!- grito a los dos enfermeros que están sacando mis pertenencias. -¡No!- pero ellos solo me hacen a un lado.
Regreso con más ira, y me arrojo sobre ellos. Escucho los gritos de Molly que me ordenan detenerme cuando caigo con el enfermero y ruedo en el suelo sacudiéndolo con violencia. Greg me toma por los brazos, pero no me doblego.
En un acto reflejo lanzo un codazo a Greg, que le llega en pleno rostro. Regreso con el enfermero quién no sabe ni que ocurrió y lo golpeo también. No me gusta que toquen mis cosas. Apenas si me doy cuenta de que varios pacientes han salido de la sala de sociabilización a ver lo que ocurre. Jim Moriarty me lanza vítores por alguna razón.
La ira me consume. Mis brazos queman. El enfermero me ha devuelto un par de golpes para que me quite de encima, pero resulto ser más fuerte. Hasta que unas manos firmes me toman por la espalda y aunque patalee y lance codazos no puedo golpear a quién me separa como a un cachorro del enfermero.
Poco a poco regreso a la realidad y me doy cuenta de lo que he hecho. Greg está a un costado de la pelea, su nariz está sangrando. Molly trata de parar la hemorragia con unas gasas, y me dirige una mirada de reprobación y decepción. El enfermero yace en el suelo, adolorido, sin poderse mover demasiado. Moriarty baila en medio del pasillo.
Jadeo exhausto. Un ataque de pánico y psicosis, supongo. Antes de poder calmarme del todo, veo a una enfermera acercándose a mí con una jeringa. Grito, pataleo, y me retuerzo entre los brazos que aún me sostienen por la espalda.
No quiero que me droguen. Esas malditas drogas.
-Quieto, quieto- dice una voz apacible, de quien me sujeta. –No, por favor. No- pide al mismo tiempo, deteniendo a la enfermera con la jeringa.
Esta mira a Greg, quién asiente concordando con la opinión de quién me sujeta.
Por fin el agarre de ese par de brazos fornidos se afloja alrededor de mis costillas, y mis pies regresan al suelo. Volteo al escuchar que se aleja. Y entonces lo veo por primera vez.
Durante un segundo el incidente se borra de mi mente. Las ideas de suicidio se marchan y ni siquiera me importa que me estén cambiando de habitación. Frente a mi está parado un joven rubio, de cabello corto, mirada azul con matices dorados apenas perceptibles, rostro blanco, complexión fornida, y estatura corta, al menos unos quince o veinte centímetros más bajo que yo. Debe tener unos veinte y nueve años.
Me mira con reprobación, y aunque generalmente las opiniones no me interesan, esa mirada me causa remordimiento.
-Doctor John Watson- dice, extendiendo su mano al ver que me he calmado. La estrecho.
-Sherlock Holmes- respondo fríamente y con elegancia cortante.
John Watson me sonríe.
Antes de que pueda decir algo más, la nariz de Lestrade ha parado de sangrar. Se acerca al Doctor Watson y lo saluda como a un colega. Junto con Molly se alejan camino a la estancia.
-Gracias,- dice Lestrade- Sherlock es difícil. No sé cómo has logrado controlarlo-.
-Es fuerte pero distraído- ríe John, me fastidio al escuchar aquello.
-Lo es. ¿Y, cómo es que has llegado antes?- pregunta Molly, sonriente. -Los demás practicantes llegan a las doce.
-Lo sé, pero ya que soy el mayor de todos ellos por mi tiempo con el ejército no vendré en con el grupo de la universidad. Además, estaba quedándome con Harry, en casa de Clara, a un par de horas de aquí- explica. Deduzco que tiene la misma edad que Molly; debieron ser compañeros de Universidad, aunque claramente John se marchó al ejército posterior a su graduación como médico.
-Bueno, te deseo suerte, especialmente con Sherlock- bromea Lestrade.
-Parece una buena persona- logro escuchar que dice John. Y esas palabras me estremecen. Todos han pensado que soy raro, un fenómeno, un monstruo, un desquiciado, un cínico, cruel, arrogante, pero jamás nadie en todo este tiempo ha pensado que soy una buena persona.
-John Watson- repito su nombre. Irá a parar a mi palacio mental, lo sé.
Alzo mi barbilla con petulancia, tomo mi bata de entre mis cosas que están en pleno pasillo y como si fuese un abrigo me lo coloco. Hago una salida triunfal en dirección a la cafetería, todavía debe haber desayunos. La sonrisa de John me ha abierto el apetito.
Detrás de mí Jim Moriarty grita:
-¡Una nueva mascota! ¡Una nueva mascota!- refiriéndose a John. Lo golpearía, pero tengo cosas mejores que hacer.
Gracias por leer.
