Fullmetal Alchemist no me pertenece.


Iro

por

Cheshire Friki Jackson


Para Alphonse Elric, lo único que quedan son los colores.

Ya el benévolo sol de la primavera, sonriéndole cálidamente, no puede acariciar sus miembros como antes solía hacerlo. La fresca hierba ahora tiene prohibido el hacerle cosquillas a la parte inferior de sus piernas. Los olores que se deslizan perezosamente en el aire e invaden todas las narices extrañas también le han sido vetados. Ni siquiera la comida, la sensación de los miles de sabores danzando con violencia en su boca, le está permitida. El sentir presión, calor o frío, hasta dolor; todo aquello ahora se disuelve grácilmente en las mareas del tiempo, una memoria del pasado ahora muy lejana.

Ni siquiera los sueños, escapes breves de la realidad donde, quizás, habría sido capaz de imaginar de nuevo su cuerpo, le han sido concedidos. Todo lo que puede hacer es sentarse a observar y a escuchar —porque, realmente, no existe otra acción para realizar.

Lo único que se mantiene, son los colores.

Es el último trazo de humanidad que no lo ha abandonado. Es el recuerdo etéreo de lo que alguna vez fue, y lo que espera llegar a ser nuevamente. Es la inefable sensación de la memoria de cuando el sol podía quemar sus retinas, y la lluvia podía besar los poros de su piel. Si Alphonse se esfuerza y cierra sus ojos, esos orbes carmesí que nunca parpadean, puede imaginar los colores y sentir el cosquilleo del fantasma de los sentidos que le fueron arrebatados.

Sin embargo, cuando los abre, sigue sin poder dormir, sin poder saborear el pie de manzana de Winry, sin poder esbozar una sonrisa, sin poder sentir el agua de la lluvia o el calor de un abrazo. Sigue sin ser humano.

Y lo único que le queda, son los colores, extinguiéndose lentamente en un mundo en blanco y negro.