Capítulo I

Hace 27 semanas hice un viaje por carretera, en donde mi destino se hallaba a una hora de camino. Recuerdo haber subido al autobús, sentarme al lado de la ventaja y dejarme llevar por la incertidumbre que aquél soleado día me regalaba.

Conforme el autobús fue avanzando y la ciudad quedó atrás para dar entrada a un panorama de película: enormes campos verdes con árboles frutales, de tanto en tanto aparecían vacas, chivos y caballos. El cielo despejado, nubes blancas... saqué de mi mochila dulces chiclosos que había robado de la cocina y abrí uno de cereza. Él cogió uno de naranja. Recuerdo que compartimos la melodía de Ben Howard y M83 mientras nuestros brazos se cruzaban y mis dedos jugaban con los suyos.

Liverpool era música hecha ciudad. Se veían frases célebres y fotografías de The Beatles por doquier. Las calles eran angostas y estaban muy bien cuidadas. No teníamos idea por dónde comenzar el recorrido así que decidimos coger un camión turístico. Nos acomodamos en la parte superior que se hallaba al descubierto pero al poco rato comenzó a llover y sentirse la brisa fría. Nos detuvimos en Albert dock buscando un lugar para comer y acabamos regresando al centro para albergarnos en un restaurante español.

No he de mentir que aquellos sopes estaban tan deliciosos así como el pay de queso y té inglés que pedí de postre. Salimos a caminar un rato más aprovechando la luz del día. Pero esa no era la aventura que yo disfrutaba, eso sólo era lo que hacía.

Lo que yo disfrutaba en realidad era poder verlo a los ojos y sentir un cosquilleo en mi estómago. Disfrutaba andar como garrapata pegada a él para que me cubriera del frío que usaba como excusa para poder olerlo. Disfrutaba ir a su lado en el camión mientras el guía hablaba sobre aquella catedral construida hacía cientos de años y que fuese acariciando mi cabello y contándome sobre la vez que se cayó de un columpio en la primaria y todos se rieron de él. Disfrutaba llamarlo «idiota» y a cambio recibir un beso. Lo disfrutaba a él.

Y casi llegando el atardecer nos escabullimos al muelle donde contaban los conocedores había atravesado el Titanic hacía años. Caminamos por la orilla en silencio, contemplando los preciosos edificios a nuestra derecha algunas embarcaciones a nuestra izquierda.

Y entonces llovió. Una brizna ligera y palpable mientras el sol se escondía y unas cuantas estrellas lograban verse. Recuerdo que él se detuvo y me miraba sin dejar de sonreír. Las palabras no eran necesarias. Yo no necesitaba que me dijera lo que estaba sintiendo, lo que pensaba... sus ojos lo hacían. Me percaté de que temblaba y le pregunté si sentía frío pero él lo negó. Estaba nervioso.

Y como si no hubiese suficiente magia en el momento, nos besamos. Sentí sus manos aferrarse a mi cintura mientras sus labios me pedían que no lo dejara... y sabía a queso. Fue nuestro primer beso con sabor a queso.

Y así transcurrió casi una hora hasta que anocheció. Volvimos con pesar para comenzar a embriagar nuestros cuerpos con el néctar de la diversión. Una, dos, tres... y la cuenta se perdió. En cada ida a la barra él me acompañaba sólo para poder besarme.

The Cavern Pub acababa de abrir hacía media hora y estaba a reventar. Recuerdo caminar entre la gente que me sonreía sin soltar de su mano. Su cuerpo se pagaba a mi espalda y podía sentir su palpitar acelerado. Nos escapamos de escena para escondernos en un rincón, no muy lejos del cielo, debo decir.

Y entonces conocí que sí existen los milagros y entendí que toda mi vida había sido planeada para llegar a ese momento y disfrutarlo como lo estaba haciendo. Lo único que podía pensar era que estaba metida en un paraíso mágico y era la mujer más afortunada del mundo por haberlo conocido a él. Con nada podría pagar la bendición de estar al lado de tan grandioso ser humano.

Twist&Shout, She's electric, Stop crying your heart, I will always love you... y el tiempo se detuvo entre besos y cervezas. Nos veían. Sabía que nos veían pero no me importaba. Yo era feliz y si iba a la cárcel o moría ahí, llegase al cielo o al infierno, agradecería a quien fuese por haberme regalado tan placentero momento. Y entonces él se levantó. Apenas y unos segundos pasaron cuando lo vi subir al escenario.

«... and there are many things that I would like to say to you but I don't know how... because maybe...» Y ahí estaba yo, de pie frente al escenario, mirándolo directamente a los ojos, con una guitarra en sus brazos, cantándome la canción más cliché en la historia de la humanidad. Y la amaba. Lo amaba. Un par de acordes, se repite el coro unas tres veces y él baja para besarme, y como si fuese dueño de la canción dice «es nuestra».

Salimos con juventud en el corazón y alcohol en las venas para hablar con extraños, para abrazar a desconocidos, para decirle al mundo que en ese momento nosotros éramos dos locos enamorados que no podían entender en qué momento la vida se había vuelto maravillosa.

Y en la cama nuestros cuerpos encajaban como dos engranes diseñados para echar a andar una máquina industrial. Su calor era un millar de veces más placentero que la calefacción del cuarto. Su camiseta olía a cielo y sus manos... sus manos me llevaban al paraíso.

Y entre besos y sonrisas fuimos entregándonos a Morfeo. Dulces y satisfechos. Cargados de placer, de gratitud, de vida...

27 semanas han pasado y sigo sintiendo cada segundo de aquél día como si hubiese sido hace un momento. Hace 27 semanas supe lo que sintieron muchas mujeres al despedirse de sus esposos, novios o prometidos que subieron al Titanic con la esperanza de volver a verlos regresar y el temor de no hacerlo, entregándose a sí mismas en aquél último beso que llevaron en su memoria por años. Hace 27 semanas Wonderwall se convirtió en mi canción favorita. Esa que guardo para ocasiones especiales por temor a malgastarla. Hace 27 semanas decidí que él quedaría tatuado en mi vida y hoy, en alguna parte de mi cuerpo, la tinta ha marcado ese recuerdo. Hace 27 semanas supe que estaba enamorada y sentí temor, tal como ahora.

Pero hoy, como hace 27 semanas, sé que ha valido la pena correr cada riesgo, porque una aventura como esa no se compra ni con diamantes.


Espero que les guste! :D