Inuyasha y sus personajes no me pertenece sino la historia serian diferentes en todo caso nada me pertence no tengo nada mio y no quiero nada a cambio.

El siguiente fic presenta material explícito y no apto para menores de edad y menos para gente de corazones sensibles, también presenta material de tipo BDSM aquellos que no estén de acuerdo con ese tipo de actividad por favor has téngase de leer.

Capítulo 1

―Eso es todo por hoy, clase. ―El profesor Inuyasha Taisho se inclinó sobre su escritorio, apoyándose en sus bronceados brazos pronunciadamente musculosos mientras revisaba las últimas notas y entonces anotó una idea o dos para la siguiente clase. Su estricta rutina nunca variaba. Kagome Higurashi tomó una profunda respiración cuando su cabello negro como media noche cayó sobre su frente… atreviéndose a rozar la parte superior de sus engañosamente intelectuales anteojos, que usaba sobre sus penetrantes ojos dorados. Dios, era sexy. Ella deslizó la mano debajo de su cuaderno de apuntes, lo cerró, apiló sus libros y los empujó en contra de su pecho. Sus ojos nunca se apartaron de él.

Levantándose de su asiento en el primer banco, se acercó a su escritorio.

―Profesor Taisho, tengo los apuntes que me pidió que evaluara.

―No los necesitaré hasta la semana próxima, ¿pero por qué no estoy sorprendido de que ya los hayas terminado? ―le dijo con una taimada sonrisa que envió lujuria líquida mojando sus bragas―. La clase terminó, llámame Inuyasha.

No era la primera vez que le había pedido que se refiriera a él más casualmente. Éste era su sexto curso con él y ella había sido parte de su equipo de investigación durante dos años. Sin tener en cuenta el hecho de que ahora era su profesora auxiliar, en cierta forma ella todavía se sentía incómoda en dar ese último paso para llamarlo por su nombre dentro de los pasillos del departamento de historia feudal. Le daba demasiadas ideas que no tenían nada que ver con la academia. Aunque, la verdad sea dicha, las ideas proliferaban de cualquier forma sin importar en cómo ella se refiriera a él. No podía detenerlas, incluso ya ni siquiera lo intentaba.

Había estado enamorada de su profesor desde que era una estudiante de segundo año en la universidad, cuándo había caído desde algún andamio, directamente a sus fuertes brazos y bajo su hechizo. Durante años había hecho lo imposible para quitarlo de su mente… todo menos abandonar sus clases, o rechazar un lugar en su equipo de investigación, o declinar las salidas sociales con la clase y quedarse hasta que sólo quedaran ellos dos, hablando toda la noche. Había indicios de una atracción mutua. Instancias en las que el profesor le daba paso al hombre. Pero hasta ahora, el profesor había salido unilateralmente victorioso.

Tomando los apuntes, Inuyasha los metió dentro de una carpeta plegable y la apretujó en el interior de un maletín de cuero gastado. Sus ojos buscaron los de ella y, atrapándolos, le sostuvo la mirada con una intensidad que le hizo a Kagome contener el aliento. Él estaba entusiasmado.

―Kag, aceptaron nuestro escrito. Van a publicarlo en unos tres meses.

Una ancha sonrisa atravesó el rostro de ella.

― ¿Tan pronto? ¡Eso es fantástico!

―Lo sé, lo sé. Tengo una cita con el comité de becas en aproximadamente quince minutos, así que voy a tener que irme rápidamente de aquí, pero quería hacerte saber que estás, aquí y para siempre, atada a mí.

Ella pestañeó dos veces, no estando segura de lo que le quiso decir.

Él se estiró a través del escritorio y le apretó el hombro, guiándola alrededor para que quedara delante de él.

―Publiqué las conclusiones con los nombres de los dos.

Ella no lo podría creer.

―Pero… no pensé, nunca soñé…

―Tú trabajaste mucho en eso. Me empujaste más allá de lo que yo quería ir. Fuiste la que identificó la discrepancia en nuestras supuestas lenguas antiguas. ―le dirigió un falso ceño fruncido, continuando―, hubo muchas veces en las que quise ponerte sobre mis rodillas y zurrarte por poner en duda cada bendecido punto, pero fue a causa de esa condenada veta desafiante tuya que lo hicimos. Infierno sí, tu nombre está en los apuntes.

― Inuyasha, ―ella se atragantó, su corazón acelerado al máximo tanto por la idea de estar sobre cualquier parte de su anatomía como por la noticia de salir publicada―. Gracias.

―Ahh, mi nombre, ―le dijo, recompensándola con una lenta sonrisa―. ¿Fue tan difícil acceder a mi pedido?

Su boca se secó cuando un ardiente placer atravesó a su sistema. Ella quería tirar los libros, gatear encima del escritorio y rogarle que la tomase allí mismo.

―No, ―logró decir en voz baja, obligándose a responder―. Supongo que no.

Estaban solos en el aula ahora y con filas de pupitres vacíos como su única audiencia, permanecieron parados mirando en un estridente silencio al otro. Él bajó la mirada de sus ojos a su boca, la latente intensidad entre ellos amenazaba con llegar al punto de ebullición en cualquier momento. Ella presionó sus labios juntos, sintiendo sus pezones como guijarros y agradeciendo la cubierta de su grueso suéter de otoño.

El pulgar se movió en contra de su hombro donde él la estaba apretando. La sutil presión de su toque subió vertiginosamente a través de su cuerpo, terminando en un abrasador latigazo de calor mojado entre sus piernas. Era un contacto íntimo. No como los castos apretones de manos que recibía de forma masiva de los otros compañeros de trabajo al final de un semestre, ni cortesía profesional, ni inocente. Esto era silenciosamente demandante, y ella daría cualquier cosa que él le pidiera.

Dejó escapar su aliento, y con él salió su nombre en una suave súplica.

― Inu…yasha. ―Le había deseado durante tanto tiempo. Anhelando el momento en que se llevara a cabo. Pero él era tan estricto, tan contenido, tan controlado. Ambos lo eran. Hasta ahora.

El agarre en su hombro se apretó y entonces se relajó con una sacudida que la hizo retroceder unos centímetros.

―Bien… felicitaciones para nosotros. ―Una sonrisa que nunca había sido más rígida. Un mensaje que nunca había sido más claro. No.

Ella se sonrojó, avergonzada por lo embarazoso de su rechazo silencioso. Él había estado cerca. Lo había visto en sus ojos, lo había sentido en su toque. ¿Qué lo estaba deteniendo?

Tenía que saber que ella lo deseaba, ¿verdad? Tal vez no había sido lo suficientemente clara, no había…

Con su confianza hecha pedazos, se enderezó delante de él, dolorosamente consciente de sus ojos estrechándose sobre ella. Se preparó para el aguijón de humillación y siguió adelante, sabiendo que nunca se perdonaría a sí misma si no lo intentara.

― ¿Tienes planes esta noche, Inuyasha? Yo podría cocinar y… ―tragó para pasar el nudo en su garganta, rezando para que eso nivelara el pequeño temblor en su voz―,…podríamos celebrar… juntos.

Luchando por no retorcerse bajo el calor de su dura mirada, esperó su respuesta.

Él apartó la mirada, otra vez empujando los errantes mechones de cabello que caían sobre sus ojos, y sacándose los anteojos de su perfecta nariz derecha. Primero puliéndolos con su corbata, los reubicó antes de responder. Sin duda, una táctica para ganar un segundo o dos, para tranquilizarse.

―Lo siento, Kagome. Tendré que declinar.

¡No! Tal vez era sólo una cuestión del momento.

―Podríamos…

La brusca sacudida de su cabeza le cortó la desesperada sugerencia.

― Kagome, sal y celebra con tus amigos. ―Metió las manos profundamente en los bolsillos de sus pantalones caquis y permaneció inflexible delante de ella.

―Sí, Profesor. Felicitaciones… y gracias otra vez.

Fue todo lo que pudo hacer para no desmoronarse y ponerse a gritar delante de él, pero en cierta forma, Kagome se las arregló para atravesar el campo universitario y subir las escaleras hasta su apartamento antes de que la primera lágrima se resbalara de sus párpados. Sólo que su humillación no tenía que ser el asunto privado por el que ella había rezado.

Parada al lado de la puerta de su apartamento estaba su mejor amiga, Sango, esperando, una mirada expectante en sus ojos. Antes de que Kagome pudiera murmurar un saludo, Sango caminó decididamente en dirección a ella.

―Ya sé por qué el Professor IT no va por ti.

La sangre cayó en picada de su cabeza, hundiéndose como plomo en su estómago mientras Kagome esperada por la explicación que cementaría lo desesperado de su situación.

― ¿Es malo?

Sango ladeó la cabeza a un lado, apoyando una mano sobre su cadera.

―Eso depende, supongo, ―le contestó evasivamente, atisbando a Katrina con una mirada especulativa―. Lo conozco. Es un dom.

Kagome pestañeó, aturdida, esperando que la explicación aclare lo que ella obviamente no había comprendido. Pero Sango sencillamente se la quedó mirando.

― ¿Un dom? ¿BDSM? ¿Cómo tú? ―Un momento de pánico la embargó, y su mejor amiga pareció deducir por su expresión la causa de su ansiedad.

―No seas ridícula, nunca hemos estado juntos. Yo no soy sub y… como si pudiera haber alguna duda… tampoco lo es él, además estoy con Miroku. Sin embargo, por lo que tengo entendido, hay quienes encuentran a tu profesor realmente atrapante. ―Las cejas de Sango se fruncieron y entonces envolvió un brazo alrededor de los hombros de Kagome ―. Busca tus llaves. Entraremos y hablaremos.

Sentada en el borde de su gastado sofá dentro de la sala de estar de su apartamento del tercer piso, Kagome oía cómo Sango explicaba que algunos meses antes, ella había conocido a Inuyasha en un club de BDSM, sólo que no se había dado cuenta de que el dom codiciado que estaba a su lado era el mismo hombre por el que su amiga había estado desmayándose durante años. Fue sólo porque había estado buscando a Kagome esa tarde y había ido a la sala de conferencias a esperarla, que había descubierto la conexión. Cuando las puertas se abrieron y los estudiantes salieron, Sango había visto al profesor frente al aula, vio a Kagome acercándose a él y se dio cuenta inmediatamente de quién era Inuyasha, y se fue antes de que él la viera.

― ¿Codiciado? ―La desesperación reptó a través de su corazón cuando se dio cuenta de que ella era sólo una aduladora dentro del grupo que estaba interesado en Inuyasha Taisho. Pero por supuesto que lo era. ¿Quién no lo desearía?

La expresión de Sango se suavizó.

―Obviamente, su aspecto físico es fuera de serie, pero adicionalmente a eso, como un dom, él se ha ganado realmente una reputación. Ahí está la cosa, sin embargo. Porque a pesar de tener tantas subs clamando detrás de él, se rumorea que es muy selectivo y no cede a casi cualquiera, cosa que supongo que ya sabes.

Ella lo conocía bien.

Sin embargo, algo desconcertada por los gustos sexuales del profesor, Kagome se dio cuenta de que su atracción no se había reducido. Conocía algo sobre BDSM por lo que Sango, una domme experimentada, había compartido con los años. El juego del control la fascinaba, la idea del bondage, castigos e incentivos la estimulaban, pero nunca se había visto atraída por el acto de dominación como su amiga. Al contrario, los hombres autoritarios siempre la habían atraído, pero en su limitada experiencia sexual, su sumisión nunca incluso se le había pasado por la cabeza. No hasta ahora. No hasta que consideró sucumbir a la voluntad de Inuyasha. Entregándose completamente en sus manos y a su merced… la idea estaba sorprendentemente excitándola.

La segura supervisión de Inuyasha y la inquebrantable demanda por su excelencia siempre habían sido una parte de su atractivo. Mientras muchos de los ayudantes y estudiantes por igual huían de sus agobiantes demandas y crueles dictámenes, Kagome proliferaba con ellos. Nunca había experimentado nada tan satisfactorio como las luchas por la máxima recompensa de su halago.

Ella trabajaba más duro y más tiempo que nadie, y cuándo Inuyasha le concedía su aprobación por un trabajo bien hecho, ésta tamborileaba a todo lo largo de su cuerpo. En algún nivel ella entendía que había estado implorando por complacerlo durante años. Sólo que ahora tenía un indicio de a lo que complacerlo conllevaría y se preguntó si podría hacerlo. Y más que eso, si Inuyasha alguna vez se lo permitiría.

― ¿Kag… Kag? ―Inuyasha se arrodilló delante de su pupitre, sus ojos dorados preocupados mientras buscaban los de ella―. ¿Estás bien?

Ella rápidamente escudriñó la sala de conferencias y, dándose cuenta de que estaba vacía excepto por ellos dos, sintió sus mejillas arder. Nunca había perdido su foco durante una conferencia antes, en particular no una de Inuyasha, pero eso es exactamente lo que había sucedido hoy. Y peor aún, había estado tan fascinada con su imaginación que incluso no había notado cuándo terminó la conferencia de manera de poder irse deprisa junto con los otros estudiantes. No, se quedó sentada aquí, siendo el foco exclusivo de la atención de Inuyasha, húmeda y jadeante a causa de su deseo.

Él frunció las cejas, su voz se profundizó.

―Kag, ―demandó, agarrándole la rodilla.

―Inu… Profesor. ―Se puso rápidamente de pie, haciendo caer al piso su mochila en una avalancha de libros y carpetas―. Oh, Dios, estoy bien, lo siento tanto, ―jadeó, ardiendo de vergüenza incluso mientras todavía ardía por su fantasía.

―Me alegro de que estés bien. ―Él recogió unos cuantos de sus libros y se los entregó, mientras ella torpemente los echaba otra vez dentro de la bolsa―. No has parecido tú misma esta última semana. ― Kagome empujó una carpeta dentro de su bolsa con una mano a la vez que extendía la otra para tomar el siguiente libro que Inuyasha le estaba dando―. ¿Hay algo de lo quieres hablar…?

Su atención chasqueó a Inuyasha, atraída por la frase sin terminar. Su rostro era una máscara de acero cuando él bajó la mirada al libro que estaban sujetado. Su respiración estalló en un silbido como si hubiera recibido un golpe físico. ¡De todos los libros! La cubierta era una foto en blanco y negro del primer plano de la espalda desnuda de una mujer. Sus muñecas estaban atadas detrás de ella con anchas bandas negras de cuero, aseguradas a través de anillos de metal con la forma de la letra D a un igualmente impresionante cinturón de cuero alrededor de su cintura. Era un libro erótico sobre BDSM, una misteriosamente sensual historia de bondage y sumisión que la excitaba tanto como la alarmaba. Ella había estado excitada por la vívida imaginación y las conmovedoras emociones descriptas, y se devoró cada página, cada prueba, cada alabanza, hasta que su cuerpo ardía por la necesidad de experimentar de primera mano el acto de someterse con el único propósito de satisfacer a un hombre. Lo que ella había leído y la necesidad que despertaba en ella eran las únicas razones por las que su mente había vagado tan lejos de la conferencia, pero nunca lejos de Inuyasha.

Abruptamente él empujó el libro en su mano y se levantó. La mirada de Kagome permaneció sobre el piso. No podía mirarlo, estaba aterrada de ver su reacción, si él incluso tuviera una.

Cuando él habló, su tono fue frío y plano.

―Termina de recoger tus cosas, Kag. ―Ella inmediatamente recogió el resto de sus pertenencias y las metió en su bolsa mientras Inuyasha regresaba alrededor de su escritorio―. Como te estaba diciendo, si alguna vez necesitas hablar, ven a mí. Aprecio nuestra relación. Siempre has sido una alumna capaz y una asistente sin igual. Por esta vía, tenemos un brillante futuro juntos, y no dejaré que nada interfiera con eso. ¿Soy claro, Kagome?

Levantando la cabeza, ella se obligó a dejar que sus ojos se encontraran con los de él.

―Sí, Profesor.

Ella comprendía exactamente lo que él le estaba diciendo. No pondría en peligro su relación por ir más allá de los límites de la academia. Su corazón se sentía como si estuviera astillándose dentro de su pecho, cada afilada astilla reduciendo la esperanza que ella había albergado todos estos años.

Echándose la bolsa sobre el hombro se las arregló para asentir rápidamente con la cabeza y entonces subió las escaleras corriendo y salió de la sala de conferencias. La puerta se cerró detrás suyo con un fuerte clic y se apoyó contra la pared, desesperadamente tratando de tomar aire, para calmar el temblor de sus manos, y silenciar el griterío en su cabeza.

No era justo. Ella podría ser lo que él quería, podría hacer cualquier cosa que él exigiera. Podría hacerlo feliz. Si sólo él la quisiera. Pero él había sido claro, no abriría brecha en los límites de su relación ni le daría la oportunidad de ponerse a prueba a sí misma.

¡Malditas circunstancias! Si se hubieran conocido en algún otro lugar, habría tenido una oportunidad. Ella lo sabía. Su química era innegable. Colgaba fuerte y pesada entre ellos cada vez que estaban juntos. Parpadeó para contener las lágrimas y se sacudió la sensación de embotamiento cuando la impotencia se apoderó de su cuerpo. Ella no cedería, no renunciaría.

Encontraría una oportunidad para ponerse a prueba ante a él, tenía que hacerlo.