Todos los personajes pertenecen a Hidekaz Himaruya, sin ánimos de lucro.
Capítulo único
Los cinco se reunían cada vez que podían. Resultaba siempre un encuentro emocionante. Se ponían al día sobre lo que el otro hacía, discutían sobre películas que habían visto o libros que habían podido leer o se quejaban de lo aburrido que les parecían sus respectivos trabajos. Nunca era aburrido.
El encuentro era en la casa de Sigurd. Por lo general, sorteaban para ver en el sitio de quién sería la siguiente reunión. En esta ocasión, el afortunado para ser el anfitrión fue el noruego. Su hermano menor, Emil, también formaba parte del grupo de amigos.
En esta ocasión la conversación fue un poco más íntima de lo que acostumbraba. Tal vez por las fiestas o por la ingesta de alcohol. Razón por la que Emil se puso de pie. No tenía ganas de escuchar babosadas de las dos parejas. Ya le resultaba suficiente tener que lidiar con los besos y los abrazos extremadamente cariñosos que lamentablemente veía.
—Nos vemos luego —Se despidió así de simple mientras que mandaba un mensaje de texto.
—Oye… —Su hermano le llamó para que se quedara.
—¡Emil! ¡Vamos! ¡Quédate! ¿Qué harás tú solo? —le preguntó Tino un tanto decepcionado.
—Deberíamos compartir más —añadió Berwald.
Sin embargo, fue Magnus el que consiguió convencerle de quedarse, aunque fuera de manera accidental.
—¡Buuu! ¡Si te quedas, te contaré cómo Sigurd se enamoró de mí! De hecho, nos conocimos cuando yo le salvé la vida —explicó orgulloso.
Sin embargo, la dicha no le duró demasiado. Pudo sentir la mirada de odio del noruego, lo que le hizo ponerse bastante nervioso.
—¿Disculpa? ¿Tú salvarme la vida? —le cuestionó éste.
Emil miró a su hermano y al darse cuenta de cómo se había puesto, decidió quedarse. Siempre le causaba gracia la forma en que Sigurd regañaba a Magnus.
—¡Hora de historias! —exclamó Tino, quien tal vez estaba un poco borracho.
—Creo que ya has tomado suficiente —le indicó Berwald mientras que le arrebataba la botella de vodka que sostenía en una de sus manos.
—Cállense y les contaré lo que este payaso hizo cuando nos conocimos —Sigurd señaló al danés antes de empezar a relatar.
Varios años atrás, el noruego se encontraba sentado en una plaza. Había salido de clases y en lugar de ir hacia su casa, decidió disfrutar del día. Dejó sus libros a su lado y cerró los ojos. Tenía muchas cosas que hacer así que pensó que tomarse un descanso no le haría mal.
Pero esa paz apenas duró. Cuando abrió los ojos, había muchacho de un extraño peinado parado delante de él.
—¿Qué? —le preguntó.
—Ah, disculpa —comentó mientras que se rascaba la nuca:—Quería saber si podrías darme la hora —le preguntó.
Sigurd arqueó una de sus cejas y luego señaló el enorme reloj de la catedral que se hallaba frente a la plaza.
—¿Por qué no lo miras por tú mismo? —le cuestionó fastidiado.
Las risas estallaron mientras que el danés se moría de vergüenza. Por supuesto, sonrió como si no le importara, pero la verdad es que hubiera preferido mantener aquella historia como secreto entre él y su novio.
Sin embargo, tan pronto como el noruego se percató de cómo se estaba sintiendo su pareja, le dio un beso en los labios.
—De todas maneras… —Le daba vergüenza admitirlo, pero en honor a la verdad se lo debía:—Ha sido el encuentro que ha cambiado mi vida.
Creo que hace años que no escribo ningún one-shot con DenNor como pareja central.
¡Gracias por leer!
