Dos Espadas
Portugal observa la batalla. España salta, gira y esquiva, defendiendo con una mano y atacando con la otra. Su espada y daga atraviesan el aire, cortando y clavándose en la carne de sus víctimas.
Es rápido, es certero, es mortal.
Portugal recuerda los duelos que ha visto en la corte y las peleas callejeras en los puertos y sus propias calles. El estilo de su hermano no se parece en nada a ninguno de los dos. España no pierde el tiempo con florituras ni elegancias, lo esencial es acabar con el enemigo, pero, al mismo tiempo, hay una cierta belleza en su estilo. Como no, Antonio ha elevado el matar a alguien de manera tan simple a un arte. En cierta forma, le hace acordarse de las corridas de toros.
Finalmente, el último hombre cae al suelo y, tras limpiar sus armas de sangre, España finalmente envaina su espada y daga. Su hermano se gira con una sonrisa en la cara. Y, entonces, le ve.
La sonrisa de España se ensancha aún más y Portugal le responde con una propia. Su hermano se le acerca, irradiando felicidad, y la otra nación no puede más que esperar que Antonio no note lo forzado de su sonrisa. Porque, más que el Imperio Romano, más que Germania o los Visigodos, más que Al-Ándalus, más que cualquier otro país de Europa…
-Que sorpresa encontrarte aquí Portugal
…España es quien más le asusta.
