El manto oscuro de la noche caía sobre la ciudad, el frio calaba los huesos, las antorchas encendidas y aquellas sogas colgantes de aquel enorme mástil de madera eran señal de que de nueva cuentas alguien sería juzgado, las pruebas estaban en su contra y según las creencias, ellos deberían de morir.
Kiara cabalgaba aquella vieja carrosa, rápidamente, tenía que evitar que los ejecutaran, sus ropas estaban sucias, cubiertas de sangre y rotas, los caballos corrían mientras ella sentía el salvaje tambaleo de la carroza provocado por aquellas piedras y la tierra mojada que le hacía más difícil el tránsito por aquel sendero.
La hora había llegado, le destaparon los ojos y vio a todas aquellas personas que estaban allí, sintió un terrible escalofrió recorrer su espalda, a su lado estaba ella, inconsciente, con moretones que se marcaban en su fina piel, al parecer la habían torturado, no parecía estar viva, lo empujaron para subir las escaleras, las lágrimas corrían por sus mejillas, estaba muriendo por ella, por su amada, una persona equivocada y prohibida, pero la más amada en su vida.
- Señor William Rosenzweig ¡Es usted una vergüenza! –dijo aquel hombre que le colocaba la soga al cuello.
La gente estaba petrificada al ver tal espectáculo, los hombres moralistas y religiosos habían decidido darle muerte al enterarse de la relación amorosa con aquella a quien ellos le llamaban "bruja", supusieron, que él estaba involucrado en todas sus actividades de "herejía" y allí demostraban que ni el hijo de una de las más importantes familias de Würzburg podía ir en contra ellos.
Una muy buena lección para la pequeña comunidad.
Los relámpagos tensaban aún más la situación, los padres de William no estarían a tiempo para ver aquello, era casi la media noche, y ellos "por su bien" los ejecutarían rápido.
Jalaron aquella palanca que soltaba la base haciéndolo caer, apretó los puños de sus muñecas ya entumidas por aquellas cadenas, su garganta se estrechó provocándole un terrible dolor, la desesperación por buscar aire y su propio peso resentido en esa zona de su cuerpo, le hizo ver más próxima su cruel muerte.
La carroza se volcó, Kiara cayó pero de inmediato se reincorporó y desató a uno de los animales, lo montó y continuó su camino, los relámpagos eran cada vez más vivaces, la lluvia comenzó a caer, había llegado a las entradas de la ciudad, su antorcha se apagó por completo, la arrojó la piso, trataba de encontrarlos, buscar algún indicio.
Tenía una mala corazonada, una muy mala.
El pueblo miraba con morbo todo aquello, ese tipo de personas eran inaceptables y lo único que merecían era la muerte, sin importar quienes fueran, cargaron a aquella mujer, la rociaron de algún liquido "sagrado", amarraron manos y pies con sogas, y pusieron su cuerpo dentro de un costal, algunas personas comenzaban a retirarse debido a la lluvia, sin dudas el clima no ayudaba a ese acto de justicia mal establecida.
Cuando Kiara llego a aquel lugar guiada por la gente que pasaba, la lluvia estaba pasando y nada más encontró el cuerpo de William sobre aquel pódium de madera, algunos guardias aún seguían allí, sintió la sangre hervir, las lágrimas salieron imparablemente, bajó del caballo, observándolo a lo lejos, seguramente Katherine, su hermana, también había corrido con esa misma suerte.
Unos hombres se fijaron de aquella persona extraña a lo lejos, dirigieron sus miradas hacia ella, a lo que Kiara dio la vuelta junto con el caballo, cubriendo su rostro con aquella capa negra que caía sobre su cabeza, comenzó a caminar de regreso, pero después de meditarlo unos segundos se detuvo, con el rabillo del ojo miró cómo ellos levantaban el cuerpo de quien también fue amado por ella.
«Vosotros los mataron pensando que eran hechiceros. Quizá ahora sea bueno darles motivos.»
Una única cosa rondaba su mente en esos momentos: venganza.
Los rayos caían cerca de aquel río, esos dos hombres sentían algo que ellos denominaban mala vibra, debían quemarla pero lejos del pueblo, quizá con eso el alma de Katherine algún día reciba el perdón.
Sólo que un extraño sentimiento aún continuaba.
Sin pensarlo dos veces la arrojaron al río y se echaron a correr, no estaban dispuestos a estar cerca de una hechicera a esas horas de la noche, debían tener cuidado, mucho cuidado.
Kiara había llegado al enorme patio de lo que fue su casa, después de buscar a su hermana y no encontrarla, se las había ingeniado audazmente para conseguir el cuerpo del joven, se había prometido nunca hacer daño a nadie, pero ahora, eran esas personas quien se metían con ellos, quienes poco a poco los orillaban a atacar.
Tal vez aquella promesa había muerto junto con su hermana.
- Nosotras pudimos hacerles daño —decía hincada frente a él—, mamá nos dijo que tengamos mucho cuidado. Que huyéramos de aquí. Las creencias irracionales pueden ser más fuertes que cualquier cosa –arrojó unas hojas a la pequeña fogata que yacía a un lado de ella—. Yo te amaba William, pero tú sólo eras para Katherine, y lo entiendo, lo entiendo en verdad –susurró mientras limpiaba sus lágrimas—. Por eso estás como estás ahora, hubieran escapado cuando mamá os lo dijo, aunque también ella termino como vosotros.
Miró al cielo nublado, y dirigió la mirada a lo que era su hogar, quemado todo, ahora estaba sola, y quizá con sus días contados, debido a aquella cacería furtiva, incansable, terrible.
Aprisiono su cabeza con sus manos lanzando un terrible grito de desesperación, el temblor en su cuerpo no paraba, algo dentro de sí le decía que las cosas no estaban bien, lloraba incontroladamente, hasta que…
Por un momento una idea completamente loca cruzo por su mente, él tenía que volver y vengar de alguna forma tanto sufrimiento causado por aquellas personas. Recordó sobre aquellos seres de los cuales había hablado alguna vez su madre, extraños entes nocturnos, solitarios, dedicados solamente a cazar, a saciar su interminable sed de sangre, apenas unos cuantos habían sido denominados como tales seres, una extraña maldición les perseguía que les evitaba tomar la luz del sol, y sentir los latidos de su corazón.
- Serás mío William —afirmó poniéndose de pie—, yo te traeré de vuelta –dijo decidida—, pero esta vez no para Katherine. Si no para mí.
Tenía que convertirlo, de alguna forma artificial para así poder brindarle esa fuerza y poder surtir su venganza.
La creencia de aquel pueblo había acabado con su familia.
Algo prohibido, quizá no. Kiara había perdido completamente la razón, llena de esa rabia que sólo ocasiona la soledad, desde el momento en que aquellos hombres encontraron su casa y los sacaron a la fuerza, ella por ser la menor pudo ser escondida en el pequeño almacén debajo del piso de la casa, era más baja y menuda que Katherine, así que pudo esconderse sin ser descubierta.
El ver morir a su madre y sobrevivir al incendio de la casa no fue una situación muy buena para ella.
Ni mucho menos para los fantasmas de su mente.
Un conjuro de media noche, algunas hierbas y su propia sangre bastaron para poder traer de vuelta a aquel joven, quizá los espíritus de la naturaleza no le ayuden, ellos no hacen ese tipo de cosas, con ella, aún no, pero quizá algunos otros sí puedan ayudarle en su cometido. No quería estar sola, no por más tiempo, quería ser amada por aquel hombre perfecto que había conocido, de hermosos ojos marrones, finas facciones, y fuertes sentimientos.
Observaba detenidamente sus ojos, tocó levemente su brazo aún frío, eran aproximadamente las tres de la mañana, las nubes poco a poco comenzaban a disiparse, algunos espíritus estaban allí custodiando su desesperación, ella volvió a romper en llanto, aquel llamado para regresarlo había sido rechazado.
Se dejó caer sobre la tierra, la fogata casi se consumía, apretó su mano que aun emanaba sangre, no quitaba la mirada de aquel cuerpo, lo contemplaba, algo saltó de sus labios.
«Seas quien seas. Tráelo de vuelta». Susurró entre el silencio de la noche.
Unos ruidos le perturbaron, giró para ver que era, al volver la mirada ya no lo vio allí, una corriente de adrenalina corrió por su cuerpo, los espíritus se habían descontrolado, la habían escuchado.
Sintió cómo bruscamente la sujetaron y mordieron del cuello arrancándole parte de la piel, aquella cadena con el dibujo de una media luna de plata cayó al piso, lanzo un fuerte grito, pero sin más nadie la escuchó.
O quizás eso creyó.
"Vampiro despierta… "
