"CEDER O CAER"

Por Zury Himura

Corrección: Claudia Gazziero.


Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, la historia por otro lado es enteramente mía. No se acepta plagio 2. Cualquier parecido con algún fic, novela o película anterior es meramente coincidencia y se prefiere no profundizar en eso.

3. Se aceptan gustosamente solo reviews positivos. Favor abstenerse de críticas destructivas y comentarios grotescos. 4. Zury Himura se reserva el derecho de admisión de reviews mala onda. 5. Zury Himura ama todos por igual, muchas gracias por sus comentarios anteriores.


Capitulo 1

I

Sus manos ásperas y callosas recorrieron la suave piel de su pierna descubierta, poseyéndola en el trascurso y comprimiendo cada centímetro de sus curvas. Desesperado, cogió también la tela de su vestido y con ambas manos lo terminó de rasgar, logrando un acceso más desvergonzado. Entonces, sus labios comenzaron a recorrer su muslo hasta llegar a sus caderas, con besos posesivos y hambrientas lamidas que erizaban cada bello de su cuerpo.

Ansiosa, arqueó su espalda al sentir la humedad de su lengua explorando su plano vientre y enterró sus dedos entre las largas hebras carmín esparcidas sobre la masculina espalda. Gimió enloquecida al sentir su ágil mano abriéndose camino entre sus ropas para alcanzar el canal de sus senos y masajearlos de manera experta.

En un segundo, el hombre comenzó a desatar con los dientes los lienzos que faltaban para abrir su camisa. Él le sostuvo la mirada todo el tiempo, se entretenía con los gestos de su boca y los sonidos de placer que le escapaban sin querer. Así, dejó de acariciar sus piernas y se recostó sobre ella, calculando el peso exacto para no perder ni un segundo de placer.

Kaoru acarició los músculos de sus brazos y su trabajada espalda. Su mirada brillante la enloquecía y la hacía desistir de toda voluntad; era como si él la reclamara como suya con sólo mirarla, y al tocarla reclamaba todo su ser. Lo miró detenidamente mientras se movía entre sus piernas, sin poder dejar de admirarlo; lo tomó de las mejillas y ladeó su cabeza para besarlo en el cuello con su locura y una necesidad infinita. El hombre gimió ante la iniciativa y sus manos recorrieron con fiereza y lujuria cada curva de su cuerpo, reclamándola para él… solo para él.

Kaoru… —ronroneó con un tono posesivo y oscuro. La sostuvo de las manos con fuerza, inmovilizándola mientras devoraba su cuello y sus pechos desnudos.

¿Sí? —susurró ella en un atractivo y sensual susurro.

Ven conmigo —le ofreció mientras mordisqueaba el lóbulo de su oreja—. Tu nación y la mía… pueden ser una.

Creí que ya habíamos hablado de eso —suspiró al tiempo que sus manos disfrutaban la desnuda espalda del hombre hasta bajar sus pantaloncillos.

Es cierto —gruñó él y de un solo tirón le terminó de sacar la camisa, dejando a su entera disposición el cuerpo bajo de él. Sus ojos dorados destellaron con deseo al recorrer esa piel suave y joven—, pero no es momento de hablar.

Kaoru colocó la última pieza de su armadura y comprimió las lágrimas que amenazaban con salir después de recordar aquello que había hecho tan feliz a su corazón alguna vez.

—Mi Reina, ¿está segura? —preguntó preocupado el jefe de su ejército, Aoshi Shinomori, mientras hacia una cordial reverencia.

La mujer se dio vuelta y colocó la última espada en el cinturón de su falda. Ajustó los protectores de brazos y sonrió tristemente. —Estoy segura, Shinomori —suspiró cansada y tomó al hombre del brazo—. Soy la única que puede terminar con esto. No quiero más muertes, no estoy dispuesta a ver a mi pueblo convertirse en un pueblo sumiso bajo sus pies.

El hombre de mirada tan azul como el cielo se puso de pie y acarició su brazo con suavidad. —Morirá si sale allá afuera.

—Quizás así sea… pero él morirá conmigo. —Su mirada decidida se desvió hasta sus ojos marinos—. Después de hoy no habrá más guerras entre su reino y el mío. Además, él no espera que yo me presente en el campo de batalla. Tengo un punto a favor, aunque él nos supera en número y habilidad.

El general resopló desesperado. —Su padre no querría que se rindiera, pero tampoco querría exponerla a un peligro de este calibre —señaló. Se sentía realmente impotente al saber que no podría detenerla bajo ningún argumento. Se atrevió a buscar otra salida—: Podemos huir, escapar y construir una vida nueva.

La Reina agachó la mirada. —Mi padre… —volvió a alzar su rostro con un nuevo destello en sus ojos—. Él es el causante de todo esto, él fue el que mató a los padres de Battousai en busca de un poder que no le pertenecía… y ahora Battousai quiere someternos bajo su imperio —Se giró hacia la salida—. No lo permitiré, Shinomori. Nosotros, mi imperio y yo somos libres. Si tengo que morir para proteger esta libertad lo haré, es mucho mejor que humillarme y ser una más entre el puñado de sus mujeres.

Aoshi asintió, sintiéndose orgulloso de oírla hablar de aquella manera. Ella prosiguió—: Soy tu reina, Aoshi Shinomori… y moriré como tal —sentenció emprendiendo su camino.

El capitán corrió y le dio alcance a la mujer que por tantos años había admirado y que ese día admiraba todavía más. Ella era fuerte, valiente y segura de sí misma. Ella sabía que probablemente todos terminarían muertos por la espada de Battousai, pero lucharía junto a sus hombres con honor y hasta el final. Estaba orgulloso de servir a una persona como ella y más aún de morir a su lado.

Desde que había terminado su entrenamiento había añorado ser parte del Reino Celeste, el Reino de Kaoru Kamiya. Siempre había estado honrado de que aquella chica de ojos azules se convirtiera en su Reina en el futuro, ella era una mujer digna de recibir su lealtad y su espada.

Cuando el Rey Kamiya anunció el matrimonio de la chica Kamiya con el príncipe Yukishiro, en su quinceavo cumpleaños, todo se había complicado para mal. El príncipe, quien había luchado durante dos largos años contra un tirano imperialista llamado Battousai —que por lo demás, tenía cautiva a su hermana, la princesa Tomoe Yukishiro—, no hizo más que atraer la atención del hombre de cabellos de fuego, despertando su ambición hacia su nación.

El Rey Kamiya, al enterarse de que el Rey Oscuro —como muchos habían nombrado al sanguinario Battousai— había pedido su cabeza como pago y saldar cuentas pasadas, decidió saltar de la torre más alta de su castillo, dejando así a una joven de diecisiete años a cargo de la Corona y el trono.

Desde ese día los conflictos entre naciones habían cobrado fuerza, aunque hacía unos meses, cuando la Reina se encontraba feliz y calmada, la guerra había cesado misteriosamente. Los rumores dijeron de inmediato que la muchacha y el Rey Oscuro habían acordado el cese del fuego, pero nunca hubo ninguna información oficial sobre ello. Todo iba bien hasta que el mismo Rey malvado había rotó el trato despiadadamente, masacrando a docenas de personas en la orilla de un bosque donde el Reino Celeste veía su frontera.

La cruda escena se tomó al instante como una declaración de guerra. La Reina había mandado guardias para resguardar las tierras de la nación, pero estas no habían sido suficientes a la hora de controlar la ira del demonio de cabello de fuego, quien había hecho su entrada destajando las líneas de Kaoru Kamiya como si hubiese estado soplando y desbaratando un frágil diente de león.

Así habían llegado hasta ese punto. El Rey Oscuro había sitiado el castillo con su ejército y había acabado casi por completo el ejército Celeste. A pesar de la sangre y la destrucción, la mirada de Battousai se mantenía pasiva y relajada, casi parecía que sus dorados ojos sedientos de sangre esperaban verla antes de acabarla por completo.

—La acompañaré —dijo Shinomori ofreciendo su compañía, aún sabiendo que ella replicaría.

—No es necesario —contestó ella después de subirse a su caballo—, sólo prométeme una cosa…

Shinomori asintió.

—Después de esto debes llamarme Kaoru. —Su sonrisa se amplió al notar la sorpresa en el hombre—. Si no vuelvo deberás hacerte cargo de todo… —ordenó sacando una wakasazhi dorada de entre su pierna y arrojándosela.

El hombre la cogió en el aire y la miró, sin entender el propósito del regalo.

—Es un regalo de mi madre —comentó antes de que su caballo girara—, y ahora es de mí para ti… gracias Aoshi.

El hombre apretó el arma con sus dedos ensangrentados, alzó la barbilla y la observó salir del castillo con la misma delicadeza y cuidado con el que siempre lo hacía. Entonces una pregunta se incrustó en su mente al ver la vaina que colgaba al costado de las caderas de su majestad: si él tenía la wakasazhi… ¿quién tenía la katana?

II

Battousai terminó de destajar al último hombre en su camino. Su alma estaba enfurecida y cegada por el odio hacia una mujer, la única en la que había confiado… y la única que lo había traicionado. Caminó hacia el mensajero que le traía una respuesta al mensaje que había enviado al castillo para tener una reunión con la mujer a la que tanto le había gustado poseer.

—Mi Reina vendrá tan solo en unos minutos y ordena que en su ausencia detenga toda acción bélica y derramamiento de sangre —dijo el joven de cabello oscuro, repitiendo con nerviosismo las palabras de la chica. Una sonrisa perversa se asomó en los labios del destajador.

El chico, asustado, giró y emprendió camino a toda la velocidad que sus piernas le permitían. Battousai sonrió con arrogancia y alzó un dedo, sólo esa señal bastó para que Misao Makimachi, la general de su ejército, supiera lo que debía hacer.

—Entendido —se bofó la joven de ojos verdes, sacando de entre su bota y su piel una kunai dorada y arrojándosela al sirviente que corría a lo lejos, apenas perceptible a la distancia—. Listo, mi señor.

—Muy bien, Misao —le felicitó mientras se sentaba en la pila de cadáveres que su ejército había juntado—. Ahora sólo tenemos que esperar.

Misao asintió, contenta de que su trabajo hubiera agradado a su señor, no por nada la llamaban la favorita de Battousai. Sus habilidades eran las mejores de todos los reinos y su lealtad no quedaba atrás. Lo admiraba en demasía, para ella era increíble que el joven de tan solo veintitrés años se hubiera convertido en la persona más poderosa del mundo desde su adolescencia, y hubiera adquirido poder y riqueza inimaginable desde una corta edad. Si él le pedía su vida, ella se la daría sin titubear, de eso estaba segura.

Battousai ojeó a la joven niña a su lado y una sonrisa de medio lado se dibujó en sus labios. Sin duda ella era la mejor de sus creaciones, era una joven inteligente y llena de habilidades. Su atención derivó a las grandes puertas del castillo, las cuales se abrían de par en par para dejar salir a su Reina, Kamiya.

Kaoru se las pagaría, una por una, nadie jugaba con él.

Cuando la había conocido había pensado que ella sería solo una más en la larga lista de mujeres en su cama, pero pronto notó su error. No solo se sentía dueño de ella, sino que la imparable obsesión por su cuerpo se había transformado en una obsesión por ser el único en su vida. No le gustaba que su vida dependiera de alguien más, detestaba verse vulnerable. El amor era para los débiles y los idiotas… o para Aoshi Shinomori, quien había caído fácilmente en las redes de Misao.

¡Ah, qué idiota había sido él al creer que una mujer como Misao podría amar libremente! Era irrisorio, absurdo, melodramático.

Aun así, Shinomori no era tan diferente a él. Él también había bajado la guardia y había dejado entrar a Kaoru Kamiya a su mundo, sin reparos, pero había jurado nunca más volver a equivocarse. Terminaría con aquello aunque le costará la vida. Observó a Kaoru salir cabalgando sobre un caballo, calmada y serena, y sonrió nuevamente. Ella se había convertido en su vida, pero no tenía sentido seguir viviendo, así que tampoco importaba si Kaoru vivía o moría.

Inconscientemente llevó su mano a la empuñadura de su katana dorada, guiando a sus oscuros pensamientos por un mal camino. Si Kaoru hubiera mantenido su palabra…

Si ella no hubiera mandado a Enishi Yukishiro a retarlo y a restregarle en la cara que ella sería su Reina todo habría sido diferente. Si aquel sujeto de cabellera blanca como la nieve nunca se hubiese aparecido en su Reino para revelar accidentalmente el nombre del asesino de sus padres…

Si tan solo….

Arrugó la nariz con ira, apretando su quijada y la empuñadura al mismo tiempo. —No, este es un hoy y el pasado no vale nada más que el recuerdo de mis padres. —Se puso de pie desenvainando una espada que algún día aquella mujer le había obsequiado como símbolo de paz y fue a su alcance.

No pudo evitar sonreír por lo irónica que era la vida: acabaría con ella con su propia espada y la tomaría luego de que la plateada hoja se deleitara con su sangre traidora. Luego, cuando estuviera en su lecho de muerte, la haría sufrir y gritar como nunca. Esa estúpida expresión despreocupada y libre de culpabilidad desaparecería.

Kamiya se detuvo una vez estuvo frente a él, bajó una pierna y después la otra, aplastando con sus manos los pliegues de su falda. Lo miró a través de sus negros flequillos y contuvo la respiración: su postura recta e imponente atemorizaba a todos lo que se atrevían cruzar su mirada con la ambarina de él; y las hebras de su cabello carmesí atadas en una coleta alta volaban con la brisa del viento, dándole un aire atemorizante.

Él rio cuando la joven bajó y pasó la lengua sobre sus labios de una forma sugestiva. —No eres tan tonta como pensaba —dijo entretenido mientras bajaba del pilar de cuerpos sin vida—, has traído algo para distraerme…

Kaoru reprimió un chillido al ver los cuerpos de su gente amontonados y usados vilmente para armarle un trono a ese ser arrogante y malévolo. Sacó la katana de plata de su funda con ambas manos y la sostuvo con fuerza y sin decir nada.

—Oh… ya veo, majestad—pronuncio él, dándole sarcasmo a la última palabra—. Si eso es lo que quieres que así sea.

La Reina Celeste apuntó su espada hacia la joven mujer que se encontraba tras el hombre. —Dile a tus perros que se alejen —exigió decidida.

El espadachín chasqueó la lengua. —Modales, hermosa… modales… —repitió—. No hay necesidad de que seas tan hostil, solo quiero el tesoro de mi familia… el que tu padre robó —aclaró sin ningún tono en su voz—. Es eso o tu vida.

—No sé de qué demonios me hablas… pero obedece. —De un rápido movimiento, saltó y se colocó frente a él, comprimiendo la espada contra su cuello duramente.

El Rey Oscuro sonrió mordazmente. —Aprendes rápido, querida… pero como dije, no es necesario que seas tan hostil conmigo —se burló. Luego bajó su vista señalándole a la chica la katana dorada presionada hábilmente contra su estómago.

Kaoru se dio cuenta de que estaban en iguales condiciones, mas no se retractó.

—Misao. —Battousai ladeó la cabeza y la joven mujer comprendió de inmediato. Ella misma se encargó de señalarles a los demás hombres que debían retirarse.

Una vez solos la mujer de ojos color zafiro se alejó sin quitarle la mirada de encima. El joven enfundó su espada. Esa era su señal, cada vez que él enfundaba su espada significaba que haría un movimiento de alta velocidad y terriblemente mortal. El haber conocido su mundo serviría de algo, después de todo. Se decidió por fin a propulsar su peso con sus pies y saltar por el aire en un rápido giro. Cayó chocando su espada con la de él, aunque la amplia mirada de Battousai no le pasó desapercibida. Sus pupilas doradas se habían dilatado al ver cancelado su battoujutsu.

Kaoru cerró los ojos. Ya no le importaba si moría o vivía, solo podía ver en la oscuridad de sus pensamientos los ojos dorados de ese asesino y la pila de cadáveres de sus amigos muertos por la mano del hombre que alguna vez creyó amar.

Exhaló lentamente, seguramente Aoshi Shinomori se encontraba ya sellando el túnel del castillo y estaría escapando con el resto de la población hacia un lugar libre. Eso era lo que habían acordado en su despedida, que ella sería una distracción para salvar a su pueblo. Deslizó su espada y atacó de nuevo, debía gastar tiempo.

—¿Pensaste que podrías burlarte de mí? —preguntó con él de repente y con el semblante sombrío.

—Fue mi padre, no yo —expuso con remordimiento en su voz, pues sabía que era la hija de un asesino, ladrón y ambicioso hombre. Ladeó su hoja y lanzó un sablazo vertical—, de saberlo jamás hubiera… —titubeó.

—¿Qué? ¿…Sido mía? —se burló sin consideración—. Quiero quitarte esa tonta paz de tu rostro —la golpeó con la empuñadura en el estómago, logrando doblegarla. Con la otra mano la aferró a su cuerpo de la cintura y le cogió la pierna hasta asirla de sus caderas—. Tal vez, si no hubieras mandado al estúpido de Enishi Yukishiro a mi castillo…

Kaoru forcejeó y lo golpeó con fuerza para liberarse, pero paró en el mismo instante en el que él pronunció el nombre del que algún día había sido su prometido.

—¿Enishi? —inquirió escéptica—. Yo no lo mandé, lo último que supe de él fue que iría contigo para pedirte la libertad de su hermana.

Battousai detuvo las caricias que sus manos insistían en plasmar sobre su pierna y la soltó, maldiciendo su maldita ingenuidad.

—¡Maldición! —gritó él apretando los puños con todas sus fuerzas.

Enishi había hecho su jugada muy bien. Mientras ambos reinos peleaban entre sí, él seguramente se encontraba liberando a la tonta de su hermana. ¡Qué estúpido había sido! Había caído en la trampa de un verdadero inepto. Intentó reflexionar, ya había comenzado una masacre sin precedentes, no podía retractarse.

—Muy bien, Kamiya… —dijo por fin—. tienes dos opciones: vienes conmigo y perdono la vida de tu gente o te dejo ir. Si escoges lo segundo te perseguiré sin piedad hasta alcanzarte y degollarte, a ti y a cualquiera que te mire siquiera.

La Reina dudó por un momento, ninguna de sus opciones involucraba su libertad. Cerró los ojos y se decidió a envainar su espada. Si tenía que elegir, prefería mil veces entregarse y morir lentamente mientras su gente huía.

Ofreció, entonces, ambas manos y esperó por sus cadenas.

Lo haría por el bien de su pueblo.

Continuara...


Notas de autor: Este se ha convertido en un long fic, así que espero que disfruten.