DISCLAIMER: Los personajes pertenecen a sus autoras y editoriales. La historia loca es mía, y hecha sólo por diversión :D

FLAMMY-STEAR fic. Lectura para adultos, si no te gusta, pues ya sabes ;)

Como dice el summary, podría considerarse una precuela de "Meravigliosa Creatura", aunque puede leerse de forma independiente. INFINITAS GRACIAS a Stearman113, por compartir tu arte que inspira, tu calidad humana y tu amistad. Un fanart suyo ha inspirado este pequeño fic.

Si desean conocer el hermoso fanart que inspiró este fic, y muchos más igual de preciosos, les invito a visitar la página de SageOfOz en Deviantart.

Gracias por leer y por sus reviews.

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Amiens, Francia, octubre de 1918

El fragor de las bombas, los gritos de los heridos, y el olor a muerte; componen su día a día. Pero ella cumple su trabajo con una profesionalidad pasmosa. Ni las explosiones, ni la precariedad con la que trabaja, ni el perder compañeros o pacientes; hacen que Flammy Hamilton descuide su buen hacer como enfermera de guerra. Para eso está ahí, en Amiens, y no piensa defraudar a quienes le dieron la confianza.

-Aquí le traigo el inventario de suministros, madame Hamilton.

Ella apenas levanta la cabeza de su objetivo actual, atender a un paciente con amputación gangrenada. Aparentemente sólo echa un vistazo a la lista; y cuando Jacques, el enfermero que la elaboró, comenzaba a enfadarse, ella empieza a señalar algunas cosas.

-Non, monsieur Courtois, c'est trompé. Ayer llegaron los frascos de cloroformo, y aquí no aparecen. [No, señor Courtois, está mal.]

El soldado-enfermero frunce el ceño, revisa su lista una y otra vez, convencido de su acierto. Pero la firme mirada de mademoiselle Hamilton lo obliga a cerrar la boca y volver al almacén. Al poco rato, regresa con los datos ahora sí correctos.

-Excusez-moi, mme, vous as entièrement raison... [Perdone, señora, usted tenía razón...]

Flammy le devuelve su mirada de hielo y aunque acepta las disculpas, no olvida reñir al negligente joven.

-Très bien, monsieur Courtois, pero para la próxima, haga bien su trabajo y nos evitaremos molestias.

-M...mais...

Cansada y exasperada por lo que ella considera errores inaceptables, responde a su interlocutor.

-Si hubiera un orden, respeto, y seriedad a la hora de hacer el trabajo; todo iría mejor, ¿no cree, monsieur Courtois?

-Oui, mada...

-Bueno, déjese de disculpas y déjeme trabajar- le cortó secamente al hombre, que se marchó molesto.

Así había sido desde que llegó a Amiens, a aquel monasterio medieval reconvertido en hospital militar. Tomarse con gran seriedad su trabajo, ser eficiente, organizada y economizar tiempo y recursos. Por eso, a pesar de su corta edad, Flammy Hamilton era la jefa de enfermeras en ese hospital de campaña. Poco quedaba de esa jovencita que apenas hablaba francés, y cuya experiencia en traumatología estaba limitada a las típicas fracturas que sufren los niños traviesos. Pero de aquella mujer trabajadora, organizada y tenaz quedaba todo; por eso nada la detuvo a aprender con rapidez lo necesario del idioma o las técnicas de cirugía más modernas de la época.

Sus jefes la tenían en alta estima, y ella se sentía satisfecha en casi todos los aspectos de su vida. Aunque el amor no la había tratado demasiado bien.

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En medio de los desastres de la Gran Guerra, aquella guapa y seria joven había encontrado el amor. Se había casado con un capitán inglés que le llevaba doce años, casualmente apellidado también Hamilton. Ciertamente se sintió atraída por aquel caballeroso inglés, pero también, al ser una chica práctica, sabía la situación de las mujeres en general y la suya en particular: el matrimonio le daría una pátina de respetabilidad ante sus superiores y la soldadesca. Así que en cuanto el capitán Hamilton se lo propuso, aceptó casarse con él.

Peter era un caballero respetable, además serio y ordenado como ella, y con el mismo sentido del deber; por lo cual se entendieron bien. Y por eso ella entendió cuando, menos de cuatro meses después de la boda, él tuvo que marchar de nuevo al frente. Pero el capitán Peter Hamilton no volvió de las infernales trincheras, como cientos de hombres cada jornada.

Cuando llegó el odiado telegrama amarillo, sus compañeros del hospital de campaña pensaron que la joven viuda Hamilton volvería a su Chicago natal. Sin embargo, ella sorprendió a todos anunciando que se quedaría ahí.

-A Peter le habría gustado que continuara con mi trabajo aquí en el frente- fue la escueta explicación que dio, antes de volver a su rutina laboral sin derramar una lágrima. Pero muchas noches le lloró en silencio, en la intimidad de su minúsculo dormitorio, aquella pequeña recámara que había compartido con su marido apenas catorce semanas y cinco días.

Lo que habría dicho Peter era cierto, en parte. El otro motivo, más egoísta, era que simplemente no quería volver a Chicago. No había una entrañable familia para recibirla, y la perspectiva de tener que volver a trabajar con la desesperante Candy White tampoco la convencía. Por lo tanto, renovó contrato en el voluntariado y la vida -y muerte- continuaron siendo su día a día.

Pero el destino le tenía preparada una sorpresa.


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Aquella tarde de octubre, todo el personal del hospital de campaña fue movilizado. A unos kilómetros, se había producido una feroz carnicería: combate aéreo más artillería entre las trincheras. Los heridos llegaban uno tras otro, y aunque fue muy difícil, hubo que descartar a muchos de ellos; pues tenían nulas oportunidades de sobrevivir, debido a los limitados recursos materiales y humanos,

-Carter, déjalo, ya no se puede hacer nada por ese hombre. Ya vendrá el Pére LeBlanc a atenderlos a su manera- al hablar del viejo párroco se refiere, claro, a administrarles la extremaunción.

La joven enfermera, Ardith Carter, rompió a llorar al ver la agonía de aquel joven soldado. Y, en un gesto sorpresivo, recibió una sonora bofetada de Flammy.

-Ardith, reacciona. ¡Esto es lo que verás cada día mientras estés aquí! ¡Una enfermera incapaz de hacer su trabajo, es menos que un bulto! Decide ahora: o te quedas a hacer lo que se espera de ti, o vuelve a Texas con tu familia.

La chica, azuzada por el bofetón y las palabras de su jefa, hizo acopio de valor, y demostró con creces que no había sido un error asignarla al hospital de campaña de Amiens. Y Flammy decidió elegirla como su asistente.

En esas estaban, ocupados todos en atender a la riada sin fin de heridos que iban llegando; cuando uno de ellos llamó la atención de Flammy, porque usaba unas gafas rotas por la refriega y vestía falda; más bien un kilt, lo que lo indentificaba como parte de las tropas escocesas del ejército británico. Y como en la impedimenta llevaba un viejo gorro de piel ensangrentado, el cuello de una chaqueta de aviador, y unas gafas especiales; Flammy supo que antes de ser soldado de infantería había sido piloto, aunque estaba hecho un Cristo con la cara cubierta de sangre y las gafas rotas. Sin embargo, notó que era poseedor de una indudable belleza, que extrañamente se le hizo muy conocida.

Mientras le limpiaba la sangre, y hacía un reconocimiento de sus heridas para decidir si lo pasaba o no al área de camas, de repente recordó que ese tipo era amigo de Candy. Aunque ya no era aquel adolescente delgado e imberbe que le dio un paseo en su coche: su cuerpo había tomado la forma de adulto, y la barba de varios días cubría la parte del rostro que no empañaba la sangre que manaba de la cabeza.

-Qué ojeras...- musitó la joven al observar el rostro del muchacho, ya limpio de sangre, aunque cayó en la cuenta que seguramente ella las tendría iguales o peor. Nadie que se pasa veinte horas despierto puede lucir una piel lozana; y menos trabajando en medio de una cruel guerra.

Nunca supo su nombre completo allá en Chicago, pero según su placa de identificación, el piloto tenía el rango de sargento y se llamaba Alistair Kath.

-Y bien, madame Hamilton...?- la apremió uno de los médicos, al ver que se quedaba paralizada.

-Bueno, fue difícil decidirme, pero sí, creo que sí se salvará. Tiene los brazos con algunas quemaduras y en la cabeza cortaduras de vidrios, aunque ningún órgano fue afectado por ello. Sin embargo, me preocupa el golpe en la cabeza y la herida de bala en la clavícula ¿la ve? -señala el hombro izquierdo del joven- Bueno, pongámonos manos a la obra.

El médico y director del hospital, Yves Duchesne, mostró una apenas perceptible sonrisa y abrió su maletín, para comenzar a atender al herido.

Poco después de ayudar al médico a hacer las primeras curaciones al paciente, una impasible Flammy rellenó el expediente médico del herido, y a través del correo militar envió un formulario con esos datos, a la agencia gubernamental encargada de poner en contacto a los heridos y sus familias. Jamás se implicaba emocionalmente en ninguno de sus casos clínicos, por lo que ni se le pasó por la mente enviar una carta a Candy White en Chicago, para avisar de que en su hospital de Amiens estaba un herido y amnésico Stear. Se limitaría a cumplir eficazmente con su trabajo, para eso estaba ahí. Además, a través de la agencia localizarían a la familia del joven.

Ella había cumplido su parte.

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La rutina volvió al hospital en pocas horas. Habían acomodado a los pacientes como pudieron, y Flammy se encargó de preparar los certificados de defunción para que los muertos fueran sepultados rápidamente, a fin de evitar epidemias. No había tiempo para ceremonias, el padre LeBlanc se ocupó del sencillo funeral, al que asistieron unos pocos aldeanos y los heridos que podían caminar.

Flammy siempre se levantaba temprano, y tras un desayuno frugal y una revisión rápida de sus notas; se arreglaba con celeridad para cumplir con sus obligaciones diarias. Por auto imposición, sólo descansaba un domingo al mes, y estaba disponible las veinticuatro horas para las emergencias.

Para ser otoño, hace un bonito día despejado, aunque la luz reflejada del patio interior del hospital la deslumbra; pues la nieve caída los días anteriores refleja en exceso la luz del sol. Pronto será Toussaint, una conmemoración muy importante para los franceses; pero para ella será un día de trabajo como todos. Desde la tregua navideña de 1914, la guerra no se ha detenido más.

-Bonjour, monsieur Duchesne, êtes-vous? [Buenos días, doctor Duchesne, ¿cómo está?]

-Je vais bien, merci... Vous, madame? [Muy bien, gracias, ¿y usted?]

El médico es un hombre maduro, afable y educado. Flammy se siente cómoda en su compañía. Incluso había sido su padrino de boda.

-Pues...

-Comenzando la rutina, ¿verdad?

-Sí, señor... ya sabe.

-Madame, espero que este año sí quiera acompañarnos a la cena por Toussaint.

Ella carraspea nerviosa, no le gustan las fiestas, menos compartidas aquellas enfermeras con las que no se entiende.

-Bueno... yo...

-Vamos, madame. Se lo pasará bien. Hágalo por mí, por Jacques, por Ardith, ¿quiere? Vendrán mis hijas a cenar.

-Está bien, doctor. En una semana estaré ahí, pero no se haga ilusiones, sólo cenaré y poco más... Au revoir Monsieur, ayant une bonne journée. [Hasta pronto, doctor, que tenga un buen día]

-Merci, juste pour vous... [Gracias, igualmente]

Pero ella no lo escuchó, pues sin darle apenas tiempo de agradecerle, se aleja del médico. Él no se lo toma en cuenta, sabe que es una chica a la que le cuesta abrirse en confianza, más ahora que es viuda.

Flammy se dirige al largo pabellón donde están las camas de los heridos menos graves. Pasa revista a cada uno, comprobando que ha sido medicado y alimentado correctamente. Todo en orden, como a ella le gusta. De repente, oye las risitas nerviosas de algunas de sus compañeras. Iba a regañarlas, cuando su mirada negra se topó con otra color chocolate; provocando una descarga eléctrica en todo su cuerpo.

Habían aseado y afeitado al joven; pero aun así, cubierto de vendas incluso, lucía guapísimo. En Chicago no se había fijado en él, pero ahora era todo un hombre. Seguramente en algún bolsillo de la chaqueta aborregada traería otras gafas, pues ahora las lleva puestas; aunque están un tanto estropeadas.

-¿Qué hacen aquí, señoritas? Venga, que tenemos otros ochenta y seis pacientes sólo en este pabellón. ¡Vamos!

Al sonido de las manos de Flammy palmeando, las chicas se retiraron con pesar de la cama del sargento Kath. Por un instante, Flammy pensó que no podía culparlas de su tristeza, pero enseguida recuperó su tono glacial.

-Y usted, sargento, haga el favor de no distraer a las enfermeras. Somos muy pocas y el trabajo demasiado.

El piloto ignoró la agresiva petición, concentrado en esos hermosos ojos negros; y sólo atinó a sonreírle.

Para fastidio de Flammy, cada mañana se repitió la misma historia. Él la saludaba afablemente, y ella se limitaba a devolverle esa mirada negra, profunda, misteriosa y fría, que lo volvía loco.

Flammy había visto en el expediente clínico de Stear, como le gustaba que le llamaran, había pasado por varios hospitales a causa de las torturas y la malnutrición de un prolongado cautiverio, como prisionero de guerra. Además sufría una amnesia, como había visto en otros pacientes; quizás demasiado traumatizados para recordar nada de su pasado, y algunas heridas y fracturas. Ella y el doctor Duchesne, dadas las señales que veían en el paciente, calcularon que antes de primavera el sargento recuperaría la memoria; gracias a la tranquilidad y buena alimentación hospitalaria, por lo que decidieron esperar a que ocurriese para saber más de él y a dónde enviarlo de vuelta a casa.

Más pronto de lo que le hubiera gustado, llegó noviembre, y con él, Toussaint. Sin embargo, aquella mañana llegó otro aluvión de heridos en combate a los que hubo que buscarles acomodo. Se avecinaba el fin de la guerra, y los altos mandos estaban desmontando hospitales de campaña. Como los tres pabellones -cuidados intensivos, observación, y fisioterapia- estaban a rebosar, el doctor Duchesne ordenó tapiar el claustro para convertirlo en un pabellón más. Flammy tuvo que discutir acaloradamente con el comandante en jefe de la región, pues se negaba a cederle hombres y lonas. El patio interior no podía ser utilizado por estar cubierto de nieve.

Aun así, terminado el tapiado del claustro, faltaba espacio. La solución in extremis del doctor Duchesne, fue que cada empleado que durmiera en el mismo hospital, acogiera en su habitación a un paciente de los que estaban mejor recuperados. Lógicamente, las enfermeras respingaron, temerosas de afectar su reputación.

-Lo sé, lo sé, queridas, pero estoy seguro de que estos caballeros sabrán respetar las normas de decoro; y así entre todos podremos sacarlos adelante.

A regañadientes, aceptaron. Se procedió al sorteo de habitaciones; y aunque pidió fervorosamente, a Flammy no se le concedió lo pedido. En efecto, aunque no quería, como compañero de habitación le tocó el sargento Kath.

Los dos apenas lograron disimular sus sentimientos. Él, de genuina alegría, y ella, de auténtico enfado. A Stear le había puesto caliente esa mujer desde que la vio entrar al pabellón, e incluso le había dedicado un par de homenajes íntimos, imaginando esos pechos y esas curvas; por lo que tenerla cerca de él fue una feliz noticia.

Sin decir palabra, Flammy se fue al almacén a recoger el catre y las mantas para su indeseable inquilino.

-¡Maldición!- repitió como sonsonete durante el trayecto de ida y vuelta, dando pasos acelerados que más bien parecían zancadas.

Por iniciativa propia, Flammy cedió su mullida cama a Stear, y ella se preparó el catre del paciente. Cuando le trajeron al cojeante herido, no pudo disimular una leve sonrisa ante la sorpresa del piloto. El catre estaba justo al lado de su escritorio, mientras la cama reposaba en el punto más lejano de la habitación; justo al lado de la ventana.

-Espero que le guste la luz, sargento Kath- saludó con sarcasmo a su paciente.

Si ella esperaba que Alistair se enojara con ella, debía cambiar de estrategia.

-Oh, ¡claro que sí, señora! ¿Por qué cree que soy piloto? Ya verá que soy buena compañía.

La enfermera rodó los ojos, y supo enseguida que la convivencia sería difícil para ella.

Stear, como gustaba que le llamaran al sargento Kath, no paraba en su intento de llamar su atención. Los pocos ratos libres que tenía Flammy, solía dedicarlos a redactar notas y a planificar cosas relativas al hospital. Se sentaba en su escritorio, y en medio del silencio y la paz que tanto le gustaban, escribía sin parar una bitácora de su jornada diaria. Esos momentos de solaz terminaron con aquel impertinente joven; tan extrañamente parecido a la odiosa rubia White. Ambos eran sociables, caóticos, afables, optimistas, confiados; y compartían la misma exasperante obsesión por hacer amistad con ella.

La tónica de hablar él sin parar, y ella escribir sin hacerle ningún caso, se rompió el día 11. Ese día, el telegrama que todo el mundo llevaba más de cuatro años esperando.

LA GUERRE EST FINIE

(LA GUERRA HA TERMINADO)

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¡Hola a todos! Hoy les traigo un nuevo fanfic que, personalmente, es uno de los que más me han gustado. Son sólo dos capítulos de nada, pero intenté documentarme y, sobre todo, hacerlo con el corazón.

Siempre he pensado que Flammy es un personaje muy poco aprovechado, y que cuando sale en los fics; la pobre sale mal parada. ¿Por qué, si sólo intentaba hacer bien su trabajo? Aquí le daremos una pequeña oportunidad de ser feliz. Se lo merece, ¿no?

Gracias por leer.