El aire era frío esa noche. Todo estaba en un silencio cercano al respeto a los muertos. Con la destrucción de la Nave Templo en órbita, cada invasor alienígena en la Tierra había muerto.

Una ráfaga de viento soplo a través de los escombros de una de las muchas ciudades humanas destruidas.

Duele.

Había grandes trozos de metal y escombros esparcidos por todas partes desde el espacio. Los cadáveres de varios sectoides y un muton ardían en el suelo. Cuerpos, armaduras y armas autodestruyéndose tras la muerte para que nadie descubriese sus secretos y los usara en su contra.

Pesado…cuesta respirar…enfócate…casco agrietado…hace mucho frío.

Los escombros volaron hacia arriba como si algo gigantesco los empujara desde abajo. Tras un rato una mano enguantada en metal salió del agujero. La siguió otra y poco después un hombre se levanto sobre sus piernas temblorosas, mirando a su alrededor de una forma que notaba que lo había hecho durante demasiado tiempo. Cuando le pareció que no había ningún testigo se saco el casco y respiro aliviado.

El hombre aparentaba tener entre 25 y 30 años. Su pelo negro se erizaba hacia arriba, probablemente gracias a gomina, dejando al descubierto un rostro ovalado de facciones algo toscas. Su armadura carbonizada ocultaba una masa de músculos que, si bien no llegaban a los de un culturista, estaban tensados como el acero en espera de su uso. En definitiva, parecía superior a la media, pero no en exceso.

Pero lo más increíble eran sus ojos. Cualquiera que cruzase miradas con esas esferas marrones notaria como si una mano palpase delicadamente su mente neurona a neurona mientras cada pensamiento y recuerdo se examinaba de forma individual en menos de un segundo. Si mirase un poco más se daría cuenta de que la mirada que le devolvían era tan vieja como las propias estrellas y le costaría mucho no arrodillarse ante el hombre.

Una muy buena razón para usar lentillas, pensó mientras otro soplo de aire frío entro en sus pulmones, haciéndole estornudar. Pronto se dio cuenta de que había escupido sangre.

Daño interno. Noto varias costillas rotas, un pulmón perforado, un fémur fuera de lugar y varias otras heridas menores. Un hombre normal ya estaría muerto a esas alturas, sobre todo después de impactar desde el espacio, pero él no era un hombre normal. Cerró los ojos y se concentro en las heridas, usando habilidades desconocidas por los científicos de X-C.O.M. para cerrarlas y colocar todo en su lugar antes de empezar a leer la mente de los cinco mil millones de personas que quedaban en la Tierra.

Lo que vio no le gusto. Había esperado que estuviesen más unidas después de este evento, con menos fronteras y una mayor comunicación entre las naciones supervivientes. ¿Acaso no se daban cuenta de que esto era nada? ¿Que había cosas aún peores en la oscuridad entre las estrellas? ¿Que los Etéreos y sus siervos no eran más que esclavos de algo más allá de su comprensión?

No, no lo hacían. Su mente miro brevemente el futuro más probable y él fue testigo de guerras masivas entre los gobiernos supervivientes empleando tecnologías que apenas podían comprender como si fuesen juguetes. No solo eso, sino que veía también que los psíquicos, la única evolución humana que tenia alguna posibilidad de enfrentarse a las criaturas que vivían en lo que los escritores de ciencia-ficción llamaban hiperespacio, no solo serian despreciados, sino que la mayoría también desaprovecharía sus poderes por razones similares a las de los políticos responsables de esas guerras.

No podía permitirlo pero a la vez le apenaba lo que tendría que hacer. Con un pensamiento mato a todos los otros psíquicos del planeta y manipulo cada recuerdo de la guerra, sustituyéndolos por memorias de catástrofes naturales y ataques terroristas por parte de E.X.A.L.T., y con otro toda la evidencia de que X-C.O.M. o los alienígenas habían existido fue vaporizada, dado que lo último que la humanidad necesitaba era que alguien encontrase los restos tecnológicos o los cadáveres ya que todavía no estaban preparados para aceptar su existencia.

Desintegrando su armadura y dejando solo la ropa que tenia debajo, el hombre entro en un edificio abandonado y se preparo para dormir, dado que, entre destruir la Nave Templo y eliminar las pruebas de la guerra, estaba muy agotado. El último pensamiento del Voluntario antes de caer en la inconsciencia era que le gustaría no tener que ocultar su existencia y proteger más públicamente a la humanidad, algo que sabia perfectamente que no iba a pasar al menos hasta el siguiente siglo.

A lo largo de los subsiguientes milenios continuo haciendo su trabajo, eventualmente convirtiéndose en líder de la humanidad por una breve temporada y generando una frase que, a pesar de no apreciar las connotaciones religiosas de la misma, decía todo lo que se necesitaba saber sobre el Voluntario.

¿La frase?

El Emperador protege.