Está vez sería la definitiva. Llevaba intentando hacerlo desde el incidente en el puente de Ebisu, por activa y por pasiva. Había buscado mil y un sitios, a cada cual más espectacular, para que no olvidara aquel día: el día en el que él le diría sus sentimientos por ella. Kazuha era muy especial para él, y merecía recordar un lugar que le hiciera justicia.
También había pasado mucho tiempo eligiendo las palabras adecuadas, pero, ¿cómo expresar con palabras todo lo que ella le hacía sentir? Nunca nadie había conseguido provocar en él lo mismo que ella, pues solo con mirarse, un calor inundaba su estómago, y se extendía por todo su cuerpo hasta llegar a su cara y formar una sonrisa, porque no había forma de no sonreír cuando se trataba de ella. Cuando sus manos se rozaban, no podía evitar sonrojarse al sentir la piel de la chica contra la suya, y desde hacía poco tiempo, había desarrollado una extraña manía de agarrarla de la mano en momentos íntimos, aquellos que no necesitaban para ser especiales mucho más que una conversación profunda y alguna que otra mirada fugaz en el momento adecuado para que sus ojos se encontraran. Era entonces cuando Heiji empezaba a acercarse poco a poco a ella y la agarraba la mano. Probablemente para transmitirle que la comprendía, que estaba escuchándola, que no parara nunca de hablar. Daba igual lo que le estuviera contando, ya fuera sobre el tiempo en Osaka, sobre música, estudios o sobre ella misma; lo único que pedía era que nunca parara el sonido de su voz. Y desde hacía unos días hasta ahora, ya no soltaba su mano cuando terminaba de hablar, y ella tampoco se quejaba. La primera vez, simplemente se quedó estática, pero conforme lo iba haciendo más veces, comenzó a apretar su mano. La última vez, después de hacer esto, Kazuha miró a Heiji y le sonrió, y el chico pudo jurar que nunca podría querer más a nadie. Esa sonrisa no podía compararse con ninguna, y menos esos sentimientos que despertaba en él. Por eso, él también sonrió de vuelta y tiró de su mano para perderse por las calles de Osaka.
Aquella tarde de domingo, Heiji había ido a buscar a Kazuha para llevársela a dar un paseo. Era la última semana de vacaciones de verano y, aunque a principios de esta época se prometió que iba a declararse a Kazuha, las oleadas de caso le habían mantenido ocupado durante todo el período estival. Viendo esto, el chico decidió buscar una buena excusa para tener al menos una semana libre: estudios. Quería reforzar sus conocimientos adquiridos en el curso anterior. Sí, esa era la mejor opción. Así, aunque tuviera que pasar todo el tiempo en su cuarto para que su padre no sospechara de su mentira, podía quedar con Kazuha al final de cada tarde. Apenas la había visto durante aquel verano, y por muy mágicos que fueran sus pocos encuentros, no podía evitar querer verla más y más, sentirla todos los días. La chica, aunque no se había aburrido durante sus vacaciones, también le echaba de menos.
El teléfono de Kazuha sonó a las nueve de la mañana.
-¿Sí?
-Buenos días Kazuha, soy Heiji
-Buenas.- respondió la chica, aún un poco adormilada.
-Oye, ¿tienes algo qué hacer esta tarde?-
-No. ¿Por qué? ¿Hay algo en especial hoy?- preguntó Kazuha. Después de las pocas veces que se habían visto aquel verano, ya se le hacía raro que no tuviera algún motivo concreto para llamarla.
-No, la verdad es que quiero verte.- Dijo Heiji sin pensar. Aunque era verdad que aquellas vacaciones no se habían encontrado muchas veces, en sus pocas salidas juntos habían desarrollado una especie de "conexión especial" entre ambos, más de lo que ya era antes. Ahora no les daba miedo mostrarse algo más cariñosos con el otro, a pesar de que siguieran riñendo como antes, no les importaba abrazarse, mirarse, agarrarse la mano de vez en cuando, o incluso darse algún que otro beso en la mejilla cuando la situación lo requería. Habían descubierto que no había nada de malo en ello, es más, era muy reconfortante.
Aún sabiendo esto, Kazuha no pudo evitar sonrojarse al escucharle decir esto. -Yo también.- fue lo único que pudo responder.
-Me alegra oírlo. ¿Qué te parece si voy a buscarte a tu casa sobre las siete?
-Genial. ¿y qué haremos?
-Eso es una sorpresa. Solo te digo que te pongas guapa y avises a tus padres de que vamos a llegar un poco tarde, pero diles que no se preocupen, yo te llevaré a casa. Créeme, va a ser especial.
-Está bien Heiji. Te espero a las siete.
-Hasta esta tarde.- y seguidamente colgó.
Heiji, después de pensar durante unos minutos delante de la casa de los Toyama qué hacer, decidió llamar al portero. Al poco, se escuchó una especie de pitido y el chico empujó la puerta para acceder a la casa. A diferencia de la suya, era un edificio de estilo occidental. La fachada era de color blanco, y a la izquierda de esta había unos ventanales que daban al salón en la parte derecha estaba la puerta principal, y la parte superior, ya que en la parte izquierda había una gran terraza. La casa estaba rodeada por un jardín y un seto.
Cualquier persona normal hubiera llamado también a la puerta principal, pero a Heiji no le hacía falta. Tenía tal confianza con aquella familia que eso ya no era necesario. Simplemente empujó la puerta e ingresó en el interior.
-¡Kazuha!- la llamó al tiempo que se quitaba los zapatos y se adentraba en la vivienda.
-Ahora mismo salgo.
Heiji sin embargo siguió avanzando por el pasillo. Las paredes eran de color hueso y el suelo estaba cubierto por una moqueta rosa fucsia. A la izquierda estaba una gran puerta de conducía el salón y seguidamente las escaleras que llevaban a la segunda planta. A la derecha, estaban las puertas de la cocina y el baño. Como siempre hacía, entró en el salón de los Toyama y se sentó en uno de sus sofás de cuero. En la casa había un silencio sepulcral. Podía suponer que los padres de la chica no estaban. Su progenitor seguramente estuviera en algún caso, y su madre no tenía la menor idea. La cuestión era que ninguno de los dos se encontraba allí, lo cual le hacía sentirse más nervioso, ya que no tenía nadie con quien hablar y matar así el tiempo de espera.
Kazuha bajó a los pocos minutos y se plantó en la puerta del salón. Heiji no daba crédito a lo que veían sus ojos. Dios, aquella noche estaba preciosa. Llevaba una falda negra con vuelo que le llegaba por la mitad de los muslos, y una blusa vaporosa de tirantes color rosa palo. Se había soltado el pelo y maquillado un poco. Aquella tarde, con la luz del atardecer que entraba por los ventanales del salón y que iluminaba su cuerpo, Heiji pensó que iba a cumplir la promesa que le había hecho esa misma mañana por teléfono: aquella iba a ser una noche especial para ella. Por eso, se dirigió a la puerta del salón para salir de la casa, no sin antes mirar a Kazuha y sonreír. La chica se quedó mirándole desde el marco de la entrada de la estancia sin moverse.
-¿Qué haces ahí? No puedes quedarte aquí hoy precisamente, ya te he dicho que esta noche iba a ser especial. – dijo guiñándole el ojo desde la entrada de la casa. Kazuha se sonrojó levemente y finalmente decidió seguirle, para después ponerse sus sandalias de tiras negras con un poco de plataforma y salir de la residencia al lado de Heiji. Ambos estaban dispuestos a hacer se aquella su noche.
