Kinetic

Parte 1.

Si bien el sonido del televisor era fuerte, se escuchaba el ruido de una ambulancia en la distancia mientras él limpiaba la mesa que acababa de quedar vacía. Recogió la miserable propina y la guardó en la bolsa de su mandil negro. Se limitó a hacer una leve mueca a la mancha de café derramado sobre la mesa, así como al montón de servilletas empapadas que habían servido para recoger un poco del líquido. Era algo rutinario.

Suspiró con ligereza y terminó de limpiar. Se dirigió a la barra donde dejó los platos sucios, para poder dar la vuelta y entrar tras ésta. Luego llevó los platos a la cocina a que pudieran ser lavados.

Tuvo que apresurarse a salir porque en ese lapso entró un nuevo cliente, el sonido de la campanilla de la puerta se lo indicó y sólo estaba él para atenderlo.

Su vida era bastante sencilla, por lo que no podía quejarse, mientras esperaba algo. Algo que no sabía qué era, pero que le haría recordar cuál era su identidad más allá de su nombre.

~o~

Quatre caminó rumbo al nuevo cliente que se sentó en una de las mesas de la esquina. El recién llegado se veía demasiado serio, sus ojos verdes fijos en el menú, como si hubiese algo muy atrayente en la hoja plastificada con la lista de hamburguesas que vendían. Se aclaró la garganta para llamar su atención y éste le miró.

De repente sintió como si algo en su corazón lo acelerara y sacudió la cabeza. Sucedía muy a menudo que, cuando menos lo esperaba, le daban ciertos ataques de melancolía, y era mejor tenerlos bajo control.

—¿Puedo tomar su orden? —preguntó, manteniendo su voz suave y cordial, sin delatar su estado interno.

El desconocido de los ojos verdes y cabello castaño lo miró fijamente, entrecerró los ojos enfocándolo mejor; luego se permitió una sonrisa que lo hizo parecer lo más atractivo que se hubiese parado en el pequeño restaurante en el que trabajaba Quatre.

Pasó saliva y retornó educadamente la sonrisa.

—Un café y una rebanada de pastel de chocolate —ordenó. Su voz era suave, varonil, y en un volumen placentero.

Quatre anotó la orden en su cuaderno y se detuvo sólo un par de segundos para apreciar a su cliente. Esto antes de darse la vuelta para poder ir a buscar el café y el pastel.

~o~

Trowa no lo podía creer. Llevaba más de tres meses tras su pista después de que lo secuestraran y lograran ubicarlo sólo para ser sorprendidos por la fortaleza e inteligencia de Quatre, quien logró huir de sus captores. De ahí le perdieron de nueva cuenta la pista, pero no fueron solamente ellos. El grupo terrorista que hizo un rehén de Quatre, también continuaba su búsqueda.

Y ahora que lo veía tan diferente, sobresaliendo en un sitio donde no pertenecía, sentía que le regresaba la calma.

Sabía que tenía que encontrar la forma de avisarle a Heero y a Duo sin utilizar teléfonos o codificando el mensaje de alguna forma. No podía poner en riesgo a Quatre, y más porque lo veía demasiado desubicado y se daba cuenta que no le reconocía.

Lo mejor sería ir con calma. Después de todo, ya se encontraba ahí para protegerlo, y eso haría para garantizar su seguridad. Al menos hasta regresarlo a L3.

Su mente no dejaba de pensar en una manera de conseguir que Heero y Duo se movieran a donde él se encontraba. Estaba tan ensimismado en sus propios pensamientos que no se percató que Quatre ya había colocado una enorme rebanada de pastel frente a él y le servía el café en la taza.

—Gracias —dijo y estableció contacto visual con él.

La sonrisa de Quatre fue amplia y hermosa, un atardecer repentino en su cielo gris, y vaya que era un gesto que no sabía que podía extrañar tanto.

Lo suficiente como para no contenerse.

—Disculpa mi atrevimiento —sujetó la muñeca de Quatre en el preciso momento en que éste iba a retirarse. El rubio se detuvo y le miró con curiosidad, sin soltarse de su agarre—. ¿Podría saber tu nombre?

Trowa hizo un gesto, indicándole que no llevaba una etiqueta con su nombre, a diferencia de la señora que se apreciaba tras la barra, que se llamaba Rose.

Quatre se ruborizó, pero apartó el rostro para que no fuera tan obvio. Después, cuando ya no sintió el rostro tan caliente le miró de nuevo y se soltó con cuidado.

—Quatre, soy Quatre —fue todo lo que respondió, antes de mostrar una sonrisa—. Disculpa, tengo que atender otras mesas.

No quiso señalarle lo obvio, pero en ese preciso instante, la única mesa ocupada era la suya.

~o~

Le observaba cuidadosamente, no quería ser tan evidente y dejar una mala primera impresión en Quatre. Quería poder establecer una comunicación con él y enterarse qué demonios era lo que sucedió con él para que estuviera ahí, perdido y con un trabajo que no era para él.

Cuando menos, ya no tenía la incertidumbre de saber si algo estaba bien o no con Quatre. Sabía con certeza su situación actual, sólo quedaba investigar lo ocurrido, y cómo perdió la noción de quién era y qué debía estar haciendo.

Debía encontrar una forma de acercarse más a él y también investigar la ubicación de la información que era su misión esconder. Aquella misma que le ocasionó tantos problemas y lo convirtió en un prisionero de guerra.

Todavía recordaba, con una claridad que enviaba escalofríos por todo su cuerpo, el primer vídeo que recibieron: la imagen no muy nítida de dos terroristas encañonando a Quatre en la cabeza, mientras éste se hallaba arrodillado entre ellos. En el vídeo lucía demasiado tranquilo, pero despeinado y sucio, con la ropa desgarrada y golpes en el rostro.

Si no recibimos la información que fue extraída de nuestros servidores, este ladrón verá la muerte. —Hizo una pausa, para dar un asentimiento a los dos hombres a los costados de Quatre. Uno le dio una patada en el torso y el otro le escupió—. Tienen treinta y seis horas.

Se iniciaron las negociaciones con ellos porque era obvio que Quatre no podría liberarse solo; eran demasiados oponentes y él se encontraba sin refuerzos que le sirvieran de apoyo. Pero justo cuando estaban a punto de llegar a un acuerdo con los terroristas, todo se fue al demonio.

El piloto de Sandrock, sorprendiendo a todos sus amigos, consiguió engañar a uno de los terroristas que vigilaban su celda. Con la promesa de que algo sucedería entre ellos dos, en medio de un abrumador silencio, su captor quitó el candado de la celda y abrió la puerta.

Luchar contra solo un oponente fue reconfortante, era algo que reconoció en los ojos de Quatre. Después de dejarlo inconsciente, le robó la pistola y emprendió una carrera contra el tiempo, lejos del sitio donde le mantuvieron cautivo.

Los videos de grabación que obtuvieron tras la huida de aquel grupo terrorista, no les dieron más respuestas. De hecho, generó más dudas por el estado tan debilitado del piloto del Sandrock.

Quatre se encontraba en un momento frágil y herido, debido a eso creyeron que lo hallarían cerca pero no sucedió de esa manera.

Trowa ni siquiera sabía en qué momento se le metió a la cabeza la idea de ir a ese pequeño pueblo en medio de la nada, que además de tener una población insignificante, se salía del perímetro. Uno que consideraba el análisis que tomaba en cuenta la gravedad de las heridas de Quatre.

Pero transcurrieron tres meses, y el rubio se veía en muy buen estado, más hermoso incluso que antes, algo despistado pero siempre amable y servicial.

Se preguntaba qué era lo que podía hacer para acercarse a él e intentar recuperar al Quatre de antaño, pero sin ser demasiado invasivo.

Miró su reloj. Tras el paso de una hora con cuarenta y cinco minutos desde que su llegada al café, se percataba que aún no sentía ganas de retirarse. Miró la mesa, ya que lo que ordenó fue para ver si conseguía alguna reacción del otro soldado por lo poco convencional de su relación. Se amaban y los más cercanos a ellos lo sabían, pero no se habían atrevido a dar el siguiente paso porque existía una guerra en proceso y no podían permitir que sus emociones se interpusieran en sus trabajos.

Sabían que tendrían la fuerza de voluntad necesaria para controlarse, pero tras hablarlo, se decidieron a darse un tiempo antes de iniciar cualquier relación más profunda; sin embargo, en los momentos de descanso de ambos, disfrutaban de largas conversaciones en un café muy cerca de la oficina de Quatre.

Trowa sólo ordenaba café negro y muy cargado, y Quatre siempre pedía un capuchino y una rebanada de pastel de chocolate.

No tuvo mucho éxito, aunque no importaba. Lo que avanzó superaba las expectativas.

Quizás recuperar a Quatre fuera más complicado considerando el contexto en que se hallaba, pero no tenía nada que perder y todo por ganar, y le hacía tanta falta. La forma en que se apartaba el cabello del rostro cuando el flequillo empezaba a molestarle, como siempre le sonreía a la gente y como sus pasos eran ligeros y pausados.

Quatre atendía una mesa que estaba a dos de la suya, sonriendo a una señora que llevaba un bebé de un par de meses.

No dejó de observarlo en ningún momento, a sabiendas que llamaba demasiado la atención del soldado rubio. Quizás no de forma agradable, porque a nadie le gusta un acosador, pero no podía evitarlo. Tanto tiempo lejos le había hecho desarrollar un amplio sentimiento de tristeza que la mera presencia de Quatre, aunque estuviera a varios pasos de él, era capaz de ir borrando.

—¿Más café? —le preguntó Quatre cuando pasó junto a su mesa. Sonreía y no se mostraba tan incómodo como cualquier otra persona pudiese estar.

Estableció contacto visual con él y vio como Quatre pareció confundido por un instante, como si en los ojos verdes hubiese encontrado algo que no sabía que buscaba.

—No veo por qué no —hizo una pausa, moviendo su taza vacía. Al pastel le faltaba un pedazo nada más porque él sólo solía comía unas cucharadas. Cuando ordenaba Quatre era él quien lo devoraba casi al momento—. No tengo prisa.

Los ojos de Quatre poseían bondad, y era algo que jamás dejaba de sorprender a Trowa. No se explicaba cómo era posible que alguien con la habilidad para matar a sangre fría y la inteligencia para elaborar planes de guerra tan buenos, tuviera una abundancia de buenos sentimientos y de amabilidad, poseyera demasiada luz, al grado en que ni la guerra era capaz de arrebatársela.

Quatre le sonrió mientras le llenaba la taza.

~o~

Duo se sentía preocupado porque llevaban dos días sin saber nada de Trowa. Tras todo lo vivido, se habían hecho del hábito de estar en constante comunicación o mínimo reportarse una vez al día lo que fuese que hubiesen averiguado. Estaban en un gran problema todos ellos, Wufei incluido.

Habían roto demasiadas reglas y protocolos por Quatre, y ahora además de los enemigos, los propios soldados que trabajaban con ellos les buscaban. Sabían que ellos darían con Quatre y por eso mismo, hasta el momento, no significaban ningún obstáculo en su camino. Pero Heero no era estúpido y siempre se enteraba cuando los encontraban y era hora de emprender una nueva huida.

—No podemos estar huyendo todo el tiempo —se quejó Heero mientras escribía un mensaje de texto y lo enviaba a Wufei—. No estamos avanzando y no sabemos en qué problemas pueda estar Quatre.

—O Trowa —agregó Duo—. Llevamos dos días sin saber de él, no es normal.

Heero se encogió de hombros. Confiaba más en Trowa que en Quatre en esos momentos porque había llegado a sospechar que Cero Cuatro no sobrevivió la huida. Una sospecha que aún no compartía con el resto de la clase; sabía lo mucho que Duo y Trowa continuaban invirtiendo emocionalmente en esa búsqueda.

Claro que él también apreciaba al soldado rubio, su forma de ser y su inteligencia que les ayudó en incontables veces, así como su capacidad de ser sigiloso y letal. Siempre fue agradecido con su apariencia, ya que parecía que podría romperse con facilidad, pero tenía una coraza que aguantaba de todo y eso en varias ocasiones sirvió como una distracción a los enemigos.

A él mismo le continuaba impresionando y por eso mismo, sentía respeto hacia él como un compañero.

Pero no era inmortal. Ninguno de ellos lo era, a decir verdad.

No negaba su sorpresa, ya que al igual que los otros tres soldados, llegó a creer que Quatre no tendría escapatoria, pero lo vieron huir de su celda y dejar inconsciente a uno de sus captores. Sin embargo, se apreciaba débil y mal alimentado, bastante deshidratado, de modo que era muy posible que hasta ahí hubiera llegado.

Al menos no lo alcanzó la muerte en manos enemigas, que era algo que ninguno de ellos quería. Consideraban preferible morir desangrados en medio de la nada después de haberse llevado consigo a unos cuantos terroristas que darles la satisfacción de verlos morir. O peor aún, de ser ellos quienes acabaran con sus vidas.

—Trowa ha de estar bien —comentó. Duo no dejaba de observarle, esperando algún comentario suyo sobre Cero Tres—. Extraña a Quatre, es normal que quiera un par de días para sí mismo.

—¿Tú harías lo mismo si yo me perdiera? —quiso saber, jugando con su trenza. No era un gesto nervioso, sólo tenuemente ansioso porque nunca sabía qué esperar de Heero y de lo que tuviese que decir acerca de que fuese que existía entre ellos.

Demasiado extraño pero reconfortante.

No podía decir que era propiamente amor porque sería una mentira, y estaría engañándose a sí mismo.

Pero entre ellos dos existía una base fuerte de amistad, apoyo y respeto mutuo; se conocían muy bien que por un momento hasta llegó a pensar que se habían demorado demasiado en caer en ese juego que llevaban un buen rato jugando.

No era similar a la relación entre Trowa y Quatre, les servía para reducir el estrés, y aunque carecía de un trasfondo más romántico y emocional significaba para ellos una fuente de confort.

Y vaya que últimamente el estrés era un constante en sus vidas.

Heero le miró de reojo, pareció pensarlo quizás demasiado, casi vio el proceso en sus ojos.

Pero la demora en dar una respuesta no ofendió en lo mínimo a Duo. La pregunta sólo se le había ocurrido; de hecho él tampoco se sentía capaz de dar respuesta a esa misma interrogante en caso que Heero se perdiera luego de ser capturado por los enemigos, y lograra huir en muy mal estado en medio de una confusión.

Quizás haría lo mismo que hacía por Quatre, buscarlo hasta que dieran con él, pero no sabía si lo haría con la intensidad de Trowa, o como lo hacían ellos dos por Quatre.

—Supongo que sí —una pausa, el inexpresivo piloto vio cómo Duo empezaba a acortar la distancia entre ellos y se arrodillaba entre sus piernas—, aunque no tendría a nadie que me llevara la contraria. Eso sería un punto a favor.

Era una broma, pero Heero poseía la habilidad de sólo tener un tono de voz, por lo que sus chistes siempre pasaban sin pena ni gloria.

—Oh, estoy seguro que me extrañarías aunque fuera un poco —aseguró Duo, lamiéndose los labios—, ¿no lo crees?

Desabotonó el pantalón de Heero, unos jeans de mezclilla decolorados y rotos, los cuales llevaba dos días sin cambiarse. Pese a que se duchaban a diario, tenían muy pocas provisiones de ropa a su alcance.

Su mano buscó el miembro de Heero, y no le sorprendió su rigidez, pues llevaban un par de días bastante estresados y cualquier momento entre ellos dos, podía llevarles a esto.

Acarició toda la extensión del pene erecto del soldado de ojos azules. Le regaló la sonrisa más encantadora que pudo formar y sopló aire sobre la punta, antes de abrir la boca y empezar a estimularlo con el paladar y su lengua.

El húmedo masaje hizo que Heero temblara en su sitio, que arqueara la espalda y soltara un gemido que resonó ronco y gutural.

No era alguien de hacer muchos ruidos, por eso Duo atesoraba los escasos quejidos y suspiros entrecortados que brotaban de su compañero sexual.

Mientras succionaba y ejercía presión con la lengua, sus ojos estaban fijos en las expresiones de placer que cruzaban el rostro de Heero. La forma en que abría la boca y sólo dejaba salir aire, y apretaba los ojos y su frente se arrugaba; su cabello se despeinaba más y sus manos se aferraban a los hombros de Duo.

El movimiento de sus caderas era controlado, porque Heero gozaba de autocontrol hasta en el sexo. Duo veía aquello como algo muy digno de admirar y bastante útil para ellos que eran soldados en medio de una guerra, y no podían permitirse perderse en los momentos de pasión.

Pero en ciertas ocasiones le gustaría verlo perdiendo el control por completo, de sí mismo y de lo que les rodeaba.

Sintió cómo se tensó el cuerpo de Heero, y alcanzó el clímax corriéndose en su boca. El tibio semen se derramó por la comisura de sus labios de lo que no alcanzó a tragar.

Vio cómo Heero se escurrió, casi líquido en su asiento y se dejó caer sobre él, en un movimiento controlado.

La mano que se metió en su pantalón y entró a su bóxer se sintió un poco fría pero disfrutó el modo en que empezó a masajearlo con firmeza, quizás un poco de forma tosca. Sintió que le regaló su oxígeno en un beso, y antes de lo previsto él se corrió en aquella mano hábil.

Hizo una mueca al sentir la tibia humedad manchando su ropa interior y sus jeans.

—Tendremos que robar más ropa —fue todo lo que dijo Heero.

La carcajada de Duo fue lo único que se escuchó en la habitación, junto con la agitada respiración de Heero.