La cruzada sangrienta

Voces que se apagan en la oscuridad. El sufrimiento de los esfuerzos en vano. El silencio de la muerte inundaba el lugar. La batalla había acabado hacía tiempo, pero la masacre aún no había terminado. El bando vencedor comenzaba a invadir tierras lejanas, mientras que el perdedor seguía intentando ganar una guerra perdida para evitar que el mundo se sumiese en una total oscuridad.

Los Noé se las habían arreglado para encontrar más poder, y los exorcistas luchaban en una batalla perdida, en la cual veían a sus compañeros caer inertes al suelo. Pocos seguían ya en pie mientras un inmenso ejército de akumas no paraba de asediarlos. Las noticias de las distintas ramas habían dejado de llegar. Cierto albino había desaparecido de repente del combate y Kanda se encontraba solo, intentando acabar con cuantos monstruos podía, pero recibía más heridas de las que infundía en el otro bando. El tamaño de su tatuaje había crecido, y no tenía ni idea de cuántos pétalos quedaban en su reloj. El único que apareció a su lado al poco fue un pelirrojo muy herido, el cual se apreciaba que estaba prácticamente en las últimas. Tal visión horrorizó al moreno. Lavi cayó al suelo inerte, mientras la sangre manchaba todo su cuerpo y comenzaba a pintar el suelo de color carmesí. A Yuu no le hizo falta acercarse para saber que el joven bookman había expirado. Enfureció y desató todo su poder. Se sentía inútil, impotente ante todo. No sabía que había sido de las mujeres, Lenalee y Miranda, o de Marie, de Komui… ni siquiera del moyashi. Pero pronto notó que sus fuerzas fallaban, comprendiendo que debía tratarse del último pétalo.

Sabía que estaba acabado, pero no se iría sin luchar, después de toda su vida sabía que volvería a morir a manos de esos monstruos, al menos, volvería a reunirse con lo poco que le había importado. Invocó la última de sus ilusiones al máximo poder, notando que su propia vida se escapa de su cuerpo. Luchó sin tregua hasta que notó que algo le atravesaba el pecho. Sus poderes se desactivaron mientras tosía sangre. Su capacidad para curarse se había agotado. Notaba como su corazón trataba en vano seguir latiendo. Miró a la herida y pudo ver un brazo. ¿Alguien le había atravesado con su mano?...Pero, ¿quién? Alzó la mirada para ver a su asesino y se sorprendió. Cayó al suelo como una piedra mientras notaba que iba a morir de nuevo. Pronto sus ojos azules perdieron el brillo mientras alguien reía.

Allen consiguió reaccionar y volver en sí. Estaba rodeado de akumas, pero estos no le atacaban. Miró a su alrededor, pudiendo observar a Lavi, muerto. Sintió que se moría por dentro mientras gritaba de dolor. Y entonces se percató de que alguien yacía muerto a sus pies con una gran herida en el pecho: Era Kanda.

Se llevó las manos al rostro, gritando de nuevo, preguntándose por qué no podía ayudarlos, por qué había llegado tan tarde. Notó una de sus manos húmedas, comprobando que era sangre. De pronto lo entendió todo: había sido él el que había matado a Kanda; el Noé que llevaba dentro acababa de asesinar a uno de sus compañeros. Las lágrimas caían por su rostro. Había perdido a Maná, a sus amigos, habían perdido todo por lo que habían luchado, todo lo que habían sufrido no había servido para nada.

—Y así el telón de esta trágica obra llega a su fin, Allen Walker, ¿o debería decir, Neah? Has causado ya demasiado problemas, mocoso, espero que disfrutes tu otra vida si es que consigues salir del infierno 3

Allen notó el aliento del Conde en su oreja mientras se daba por vencido. Al fin y al cabo, era un asesino, y todo debía acabar en ese momento. Notó que alguien más llegaba, se trataba de Tyki Mikk. Sus ojos se cruzaron y el moreno comprendió que ahí acabaría su cruzada, que ya no volverían a luchar más.

—Siendo así, acabe conmigo… — susurró Allen mirando el cadáver del que antes había sido bakanda.

El conde sonrió, y de pronto todo se oscureció para el albino. No sentía dolor, pero no podía moverse en absoluto. El conde rió y se fue contento mientras Tyki observaba los tres cadáveres de los exorcistas. Era una pena, ya que les había tocado una vida con un destino fatídico.

—Hasta la otra vida…—susurró mientras se alejaba, notando algo raro en la cicatriz que le había hecho años atrás el albino— ¿Qué demonios...?

Acertó a susurrar antes de caer al suelo, jadeando. Road se acercó y cogió su mano, gritando algo que no llegó a oír. Cerró los ojos para no abrirlos nunca más, notando como poco a poco iba perdiendo la movilidad de su cuerpo, sintiendo un leve entumecimiento. Finalmente, exhaló su último suspiro.