Hola, muy buenas a todos los que habéis decidido dedicarle a mi historia un par de minutos de vuestro tiempo.

Finalmente, y tras mucho cavilar, me convencieron para que colgara esta historia. Si bien aún tengo que terminar el resto de historias pendientes, considero que al llevar esta bastante avanzada podré ir actualizando a medida que voy acabando de escribir los capitulos que me quedan de las otras. Así pues, allá vamos con el capítulo 1.

En un principio, los capítulos harán varios saltos temporales en esos espacios en los que la historia no cambie mucho o nada respecto a la trama principal. Para que os situéis un poco, esta historia empezaría en la primera temporada, después de los capítulos de "Gema del Océano" y de "Locura Esférica", y bastante antes de "El mensaje".


Capitulo 1: La Sombra

Una mañana cualquiera, en la casa de la playa:

-Amatista, no sé si…-empezó a decir Steven.

-¡Venga, hombre! ¿No irás a acobardarte ahora, no?-le replicó Amatista. Steven sabía que no tenía mucho sentido echarse para atrás dadas las circunstancias, más que nada porque había sido él quien le había pedido a Amatista que le ayudara a aprender a invocar su arma. Aún así…

-¿Y si no funciona?-preguntó, preocupado.

-En ese caso…-dijo Amatista, transformándose en su forma de luchador profesional-… ¡será mejor que corras, peque!-exclamó, saltando sobre Steven.

Éste, rápidamente, trató de invocar su escudo para protegerse, pero para variar el escudo no brotó de la gema de su barriga. Así pues, no le quedó más remedio que rodar a un lado para impedir que Amatista lo aplastara.

-¡Amatista, tu plan de ponerme en peligro para que mi escudo salga no está funcionando! ¡Creo que deberíamos probar otra cosa!-Steven tuvo que agacharse cuando Amatista le arrojó encima el sofá de su casa, provocando que se estrellara al otro lado de la habitación. Si Amatista le había oído, estaba claro que no le hacía ni caso.

-¡No puedes rendirte ahora! Ese escudo va a tener que salir algún día de estos, y si el peligro no lo hace salir…bueno, ¡no sé qué otra cosa lo hará!-dijo, lanzándose de nuevo al ataque.

Por mucho que Steven corriera e intentara esquivar los proyectiles que le tiraba Amatista, parecía que su escudo de rosa no iba a aparecer pasara lo que pasara. Finalmente, Amatista consiguió atrapar a Steven por la pierna, zarandeándolo y haciéndolo dar vueltas por encima de su cabeza.

-¡PAAAARAAAAAA!-exclamó Steven, mareándose por momentos. Amatista, en cambio, parecía estar pasándoselo en grande.

-¡JAJA, no hasta que invoques ese escudo! ¡Venga, dale un escudo a mama!

El ruido y el alboroto llamaron la atención de Perla, que justo en esos momentos salía por la puerta del templo. Al ver a Amatista convertida de nuevo en aquel gigantesco luchador purpura, a Steven dando vueltas como un loco y los numerosos destrozos que ambos habían causado en la casa, a punto estuvo de estallar de rabia…si no fuera porque estaba más preocupada por la salud de Steven que de la casa.

-¡AMATISTA! ¿Se puede saber que estás haciendo?-exclamó llevándose ambas manos a la cabeza.

-¿No lo ves? Ayudando a Steven a aprender a invocar su arma-dijo ella con naturalidad, zarandeando tanto a Steven que su figura había empezado a desdibujarse.

-¡EEEEEEEEES CIIIIIEEEEEERTOOOOOOO!-dijo él, tratando de hacerse oir a pesar de la velocidad a la que iba. Al verlo en semejante estado, Perla puso una expresión de terror total en su rostro.

-¡AMATISTA, SUELTALO YA!

-Si insistes…-dijo ella, encogiéndose de hombros. Al soltar a Steven, este salió volando en dirección a Perla, quien por desgracia no fue lo bastante rápida para atraparlo. La cabeza de Steven fue a impactar contra su estomago, lanzándolos a ambos hacia atrás en dirección a la puerta del templo, que se abrió al reconocer la gema de Perla.

Ambos atravesaron rápidamente la puerta, sobrevolando la peculiar habitación de Perla formada por lo que parecían ser pequeñas cataratas localizadas que flotaban a diversas alturas por encima de otra de mayor tamaño, cuya corriente solía acabar en la habitación de Amatista. El cuerpo de Perla acabó atravesando varias de las cortinas de agua hasta que finalmente pudo agarrarse a una de ellas y detener su avance. Steven, pero, no consiguió sujetarse a Perla, y acabó cayendo a la gran catarata del fondo de la estancia.

-¡STEVEN!-exclamó Perla, quien desesperada trató de saltar detrás del pequeño niño medio humano.

Steven y Perla cayeron los dos al agua, con Steven por delante dando vueltas descontroladamente y con Perla detrás avanzando hacia él a gran velocidad. Sin embargo, justo cuando lo iba a atrapar, Steven se coló por un pequeño desagüe situado junto a la catarata. Perla no pudo rectificar a tiempo su rumbo, y acabó siguiendo en solitario su trayecto hacia abajo.

Abajo, muy abajo, la catarata acababa cayendo en una profunda caverna repleta de cristales azules, donde las aguas de los pisos superiores se unían y formaban un sinuoso río que discurría por el centro de la habitación. Numerosas islas se formaban cuando el agua rodeaba los pequeños montículos de tierra, todas ocupadas por la variopinta colección de trastos, recuerdos, basura y cachivaches que a Amatista tanto le gustaba amontonar.

En esos momentos, ella y Granate esperaban al pie de la cascada, ya que al ver entrar a Perla y a Steven en el agua, había supuesto que era allí a donde iban a ir a parar.

-¿Tu los ves?-preguntó Amatista, tratando de ver algo a través del agua.

-No…-dijo Granate. Sin previo aviso, metió la mano a toda velocidad en la cascada, sin que la pesada cortina de agua la molestara aparentemente, y sacó de ella a una empapada Perla, sujeta por un pie boca abajo, con los mofletes hinchados y los ojos muy abiertos-…pero no me hace falta.

Granate colocó a Perla en la posición correcta rápidamente y le dio una fuerte palmada en la espalda, provocando que soltara toda el agua que llevaba acumulada en la boca. Enderezándose, agarró a Granate por los hombros, y empezó a sacudirla frenéticamente.

-¡STEVENAMATISTAMUEBLESROTOSELCUARTOAGUAPERDIDONOSEDONDEESTA…!-empezó a decir, gritando con voz estridente mientras daba claras muestras del pánico que sentía en esos momentos.

-Cálmate, Perla, y dinos donde esta Steven-dijo Granate, tan imperturbable como siempre. Al ver que así no iban a ninguna parte, Perla soltó a Granate, y trató de inspirar y respirar un par de veces para calmarse. Más que calmarse, pareció que estaba hiperventilando, pero por lo menos se calmó lo bastante como para que lo próximo que dijo tuviera algo de sentido.

-¡No sé donde esta Steven! Se cayó al agua, salté detrás, y se coló por un agujero. ¡Podría estar en cualquier parte!-dijo Perla, haciendo grandes aspavientos con los brazos.

-No te preocupes, lo encontraremos. Como tú bien has dicho, tiene que estar por fuerza en el templo. Perla, tú revisa las habitaciones. Amatista, sigue el curso del río para ver si la corriente se lo ha llevado más abajo-dijo, dando las instrucciones pertinentes-. Yo miraré en todos los demás sitios.


En otra parte del templo:

Poco a poco, Steven abrió los ojos. Se encontraba sumergido de cintura para abajo en un pequeño lago de agua cristalina, situado en el lateral de una enorme y oscura caverna. Pequeños puntos de luz rosácea salían de las paredes, con su origen en unos cristales incrustados en ellas semejantes a los de la habitación de Amatista, pero de un tamaño mucho más pequeños.

Recordaba haber visto a Perla saltar detrás de él cuando no pudo evitar caerse al agua, y recordaba como todo había empezado a dar vueltas mientras el agua lo llevaba de aquí para allá. Al final, incapaz de contener más la respiración, había perdido el conocimiento.

Poniéndose de pie, Steven salió del agua y empezó a caminar por aquella caverna tan extraña, preguntándose por donde se saldría de aquel lugar.

-Y ahora que lo menciono… ¿dónde estoy?-preguntó al comprobar que no reconocía para nada aquel sitio. Las Gemas le habían hecho un recorrido rápido del templo el día que descubrió cómo funcionaba la puerta del templo, pero estaba segurísimo que ninguna de las tres le había llevado nunca a aquel lugar.

La caverna tenía forma esférica, con las paredes curvadas y unidas sobre el techo, formando una cúpula de roca plagada de aquellos cristales luminosos. La luz que aportaban no era demasiado intensa, apenas dándole a Steven una pequeña idea de las dimensiones totales de aquel espacio, pero sin permitirle ver ningún detalle de sus paredes o del suelo que sus pies pisaban. Poco a poco, sus pasos le llevaron al centro de la estancia, más por la idea de que a lo mejor allí podría ver algo más que por ninguna otra razón en especial.

-¿Hola?-preguntó en voz alta. Su eco le fue devuelto cuando su pregunta chocó con las altas paredes de la caverna-. ¿Granate? ¿Amatista? ¿Perla? ¿Me oye alguien?

En el mismo momento en que llegó al centro, Steven notó un cambio respecto al suelo sobre el que se encontraba. Hasta el momento, el suelo de la caverna había sido irregular y bastante rocoso, pero en aquel punto en concreto la sensación era diferente. Era como si el centro de la caverna fuera liso y más duro. Al arrodillarse, pudo ver a duras penas que se trataba de una especie de mosaico, pero la falta de luz le impedía ver nada más.

-Jo, ojalá supiera hacer el truco de la linterna-se quejó Steven, refiriéndose a la habilidad de encender con luz propia una gema para así utilizarla como foco de luz-. Así podría…

Mientras hablaba, Steven había ido levantando su camiseta para así echar un vistazo a su gema, la cual se imaginó que estaría apagada. Sin embargo, en el momento en que la descubrió, esta pareció reaccionar de repente, y se iluminó con una luz muy intensa.

-¿Pero qué…? ¡Ah!-exclamó Steven, cuando toda la estancia se iluminó de repente, cegándolo momentáneamente.

Steven se frotó sus doloridos ojos con ambos puños, y a medida que la luz que le rodeaba remitía, empezó a abrirlos cada vez más hasta poder ver finalmente con claridad el lugar que lo rodeaba.

Las paredes de la estancia habían cambiado de color, pasando del negro anterior a un tono de rosa muy oscuro, con su superficie lisa plagada de aquellas pequeños cristales rosados de un tono más claro. El suelo de la estancia seguía tan irregular como al principio, pero Steven vio que el mosaico que se encontraba pisando en esos momentos, el cual mostraba un diseño muy similar al de su escudo, se había expandido hasta formar una serie de caminos de losas de piedra brillantes que llevaban a diferentes puntos alrededor de la sala. La mayoría de estos llevaban a una serie de pilares de piedra negra que Steven no había podido ver hasta el momento, repartidos alrededor de la sala, y solo un camino parecía avanzar en dirección a lo que parecían ser unas escaleras que subían hacía algún punto situado en el interior de la pared.

-¡Bien, el camino de vuelta!-dijo Steven, echando a correr hacia esas escaleras. Sin embargo, algo le detuvo. Tal vez fuera su curiosidad infantil, o tal vez fuera su sed incesante de aventuras. Tal vez fuera el hecho de que quería saber qué era aquella sala, o qué eran esos extraños pilares de piedra. Tal vez fueran muchas las razones o algo más sencillo que todo aquello, pero sin saber por qué Steven se encontró mirando con cada vez más tentadora curiosidad a aquellas extrañas formaciones rocosas, parado en medio del camino.

-Hmm…-murmuró, mirando alternativamente a las escaleras y a los pilares-. Bueno, no creo que pase nada por echar un pequeño vistacito de nada-se dijo, caminando en dirección a los pilares-. Quiero decir, no es como si hubiera tenido otra opción que venir aquí, ¿no?-argumentó, sobrepasando el centro de la estancia y acercándose cada vez más al objeto de su interés-. Puedo salir de aquí cuando quiera. Solo quiero ver como es este sitio. Ni siquiera sabía que existiera, y no entiendo porque las Gemas no me lo mostraron antes…

Estas y más razones se dio a si mismo Steven hasta finalmente alcanzar el lugar a donde quería llegar. Los senderos de piedra acababan cada uno a los pies de uno de los pilares allí presentes, todos idénticos en tamaño, color y forma. Medían cada uno unos tres metros de altura, y aproximadamente un metro de diámetro. Su superficie era completamente lisa, y la luz de los cristales no se reflejaba en su superficie, como si esta se viera absorbida por el extraño material que formaban aquellas cosas. Tentativamente, Steven se acercó a uno de los pilares al azar y le puso la mano encima, tratando de averiguar cómo era al tacto. En cuanto lo tocó, su gema volvió a brillar nuevamente, y un símbolo semejante a una rosa brilló de repente en la superficie del pilar.

Una serie de compuertas se abrieron en el centro del pilar, revelando el interior de este. Estaba vacío.

-¿Hm?-murmuró Steven, metiendo la mano y la cabeza para comprobar que, efectivamente, allí dentro no había nada-. ¿Qué son estas cosas? ¿Qué…?

Justo entonces, su atención se vio atraída hacia uno de los pilares. Cada uno de los pilares se encontraba situado a intervalos regulares a lo largo de la pared de la cueva, dejando algo de espacio entre uno y el otro. Sin embargo, el pilar que había llamado la atención de Steven era el único que presentaba una diferencia respecto a los demás. No sabía cómo podía habérsele escapado, pero Steven notó entonces que uno de los pilares tenía una pequeña marca blanca en la parte de delante, un pequeño círculo de luz que despertó de nuevo la curiosidad del joven humano.

Steven se dirigió rápidamente al lugar donde se encontraba el pilar que destacaba sobre los demás. A excepción de aquella marca luminosa, no había nada más que diferenciara a aquel pilar de los demás, pero para Steven aquella marca significaba que aquel era especial, que no era como los otros pilares. Emocionado ante lo que podía encontrar, Steven levantó la mano y tocó la superficie del pilar.

La marca blanca cambió de color, volviéndose roja y provocando que un estridente sonido de alarma resonara por toda la estancia, cuyos cristales se volvieron de una tonalidad más roja y provocando que el ambiente se volviera aún más tenso. Steven se encogió en el sitio de la impresión, tratando de descubrir qué estaba pasando y como podía apagar aquello antes de que algo malo le pasara, o peor: que las Gemas le pillaran y se metiera en un lío. Ya estaba castigado 1000 años sin televisión, y se estremecía de pensar en cual podía ser su siguiente castigo. A su espalda, el pilar crujió a medida que sus compuertas se abrían para Steven.

Había algo dentro de aquel pilar. Steven apenas tuvo que dedicarle más de un vistazo para identificar el objeto que aquel receptáculo había estado guardando.

-¿Una…Gema?-preguntó extrañado Steven. Tal y como las de la Sala de Fundición, se trataba de una Gema rodeada por una pequeña burbuja blanca, flotando en el centro del pilar. La Gema en cuestión era un pequeño círculo pulido sin aristas, semejante a la de Perla, solo que más circular y de color negro intenso. Su oscura tonalidad no le permitía a Steven distinguir mucho de su contorno o superficie, salvo la peculiar característica de que aquella Gema parecía distinta a las de sus amigas. Era como si le faltara algo, pero…

-¡Steven!-exclamó alguien desde la escalera. Girándose, Steven vio que quien había gritado era Granate, acompañada de Perla y Amatista. A juzgar por sus expresiones de alarma y espanto, Steven dedujo que debía de haberse metido en un lio bastante gordo-. ¡Aléjate de esa Gema!

-¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurre?-quiso saber él, cuando de repente un nuevo sonido volvió a llamar su atención y a obligarle a girarse. En el interior del pilar, la burbuja que contenía a la Gema había empezado a temblar y a retorcerse, como si algo en su interior estuviera batallando por salir. Un extraño humo negro parecía emanar de la Gema, que por unos instantes se volvió borrosa y distorsionada. Antes de que Steven pudiera acabar de entender que estaba pasando, la burbuja estalló con bastante fuerza, y una gran cantidad de sombras escaparon de su interior. La fuerza del estallido tiró de espaldas a Steven, quien adolorido alcanzó a ver como las sombras que se habían escapado habían empezado a dar vueltas caóticamente por el techo de la caverna.

-¿Qué es lo que pasa?-preguntó, asustado. Inmediatamente, las Gemas de Cristal se apresuraron a ir en su ayuda, invocando sus armas y adoptando una postura defensiva a su alrededor.

-Algo muy malo, Steven-dijo Perla, agarrando su lanza y apuntando a la Gema negra, que había caído al suelo tras librarse de la burbuja. Poco a poco, las sombras empezaron a agruparse y a caer sobre la gema, acumulándose como motas de polvo hasta formar un cuerpo con una muy vaga forma humanoide completamente oscuro, tanto que casi era imposible distinguir ninguna de sus facciones o extremidades. En la zona donde supuestamente debería estar la cabeza, un brillante ojo izquierdo destacó en la negrura con su tonalidad blanca, su borde difuminado como si estuviera batallando con las sombras de su alrededor para evitar que lo absorbiera. Aquel ojo se centró con una gran intensidad en el grupo de Gemas de Cristal, mirándolas con un odio tan fuerte que incluso Steven pudo notarlo. Fuera lo que fuera aquella Gema, estaba claro que odiaba a sus amigas con todo su ser.

La peculiar forma de aquel ser pareció temblar ligeramente y deformarse, y antes de que nadie pudiera darse cuenta, se lanzó como un cometa oscuro en dirección a las escaleras, volando por encima del suelo como una centella.

-¡Tras ella!-exclamó Granate, y pronto las tres Gemas y Steven salieron en persecución de aquella sombra voladora.

Steven trataba de seguir el ritmo de las otras Gemas a medida que atravesaron a la carrera la caverna y empezaron a subir las escaleras a toda velocidad. La Gema, con su forma deformada dejando una estela de niebla negra al pasar, revoloteaba y chocaba contra las paredes del largo pasillo, siempre avanzando más rápido de lo que lo podían subir las otras tres Gemas.

Las escaleras les llevaron hasta una pequeña puerta de madera, que la sombra atravesó como si no estuviera allí. Granate, a causa de las prisas, decidió tirar directamente abajo la puerta haciendo uso de sus gigantescos puños, y pronto las Gemas y Steven pasaron a la siguiente sala. Se trataba de la sala del Corazón de Cristal, el lugar donde se encontraba la peculiar estructura con forma de corazón que daba su nombre a aquella estancia situada en el centro de la misma, con sus numerosas venas que actuaban como conductos y caminos que llevaban a todas las demás zonas del templo.

Steven alcanzó a ver a la sombra dando vueltas alrededor del Corazón, rodeándolo y serpenteando a gran velocidad alrededor de sus numerosos conductos. Finalmente, se abalanzó contra uno de ellos, siguiendo su camino a través de uno de los pasillos del templo.

-¡Se dirige a la salida!-exclamó Perla, al reconocer el camino que la sombra había seguido.

-¡Perla, ataja por tu habitación!-dijo Granate, y Perla se apresuró a saltar por uno de los agujeros de la estancia-. ¡Amatista, intenta seguirla por el aire! ¡No la pierdas de vista!- Amatista, asintiendo con la cabeza, se transformó rápidamente en un halcón púrpura, y rápidamente echó a volar en dirección al túnel por el que se había introducido aquella sombra. Justo cuando Granate se disponía a seguir otro de los túneles, sintió como Steven le agarraba la pierna.

-¡Eh, ¿y yo qué?! ¡Yo también puedo ayudar!-le dijo. Granate rápidamente hincó una rodilla en el suelo, puso sus manos en los hombros de Steven, y lo miró a través de sus enormes gafas mientras en estas se reflejaba la imagen algo asustada de Steven. Toda aquella conmoción le tenía alarmado, y el hecho de no saber qué estaba pasando no hacía más que acrecentar su inseguridad.

-No, Steven. Esto es demasiado peligroso para ti. Quédate aquí hasta que consigamos atrapar de nuevo a esa Gema-dijo apresuradamente. Luego, poniéndose de nuevo de pie, reanudó su camino.

-¡Pero…!

-¡Sin peros, Steven!-gritó Granate, sorprendiendo a Steven. Rara era la ocasión en que la taciturna Gema le gritaba, pero cuando lo hacía era señal de que la situación era peor de lo que él podía imaginarse-. Quédate aquí. Lo digo muy en serio.- Haciendo uso de su gran velocidad, Granate salió de la sala en un instante.

Steven se encontró de repente a solas en aquella extraña sala. Las Gemas le habían dicho que desde allí se podía ir a cualquier parte del templo, incluso a las zonas más peligrosas, pero no habían vuelto a hablarle más sobre aquel lugar. Preocupado por lo que podía estar pasando en el exterior, Steven se encontró mirando pensativo a la enorme estructura central de la sala, escuchando el tenue latido que parecía emanar de esta como si de un corazón de verdad se tratara y preguntándose en su fuero interno qué función podía tener aquella cosa tan extraña.

El eco de una serie de explosiones llegó a sus oídos a través de varios de los túneles, indicativo del presunto paso de aquella sombra por el templo a medida que las Gemas de Cristal intentaban detener su avance. A juzgar por el sonido, estaba claro que les estaba costando bastante enfrentarse a aquel nuevo enemigo. ¿Pero quién demonios era? ¿Una Gema Corrupta? Por su aspecto, Steven se imaginó que ese sería el caso, aunque entonces no se explicaba el por qué no la habían guardado en la Sala de Fundición con las otras Gemas capturadas, en vez de en aquella extraña caverna. Y hablando de la caverna, ¿qué era ese lugar? ¿Por qué no le habían hablado nunca de él? Tenía muchas preguntas, y su experiencia le decía que seguramente las Gemas no le contarían mucho al respecto. Pocos eran los temas sobre los que le hablaban porque o bien eran muy complejos para él, o bien creían que eran muy peligrosos, o es que aun no debía saber nada.

-Pues no me parece bien. Pienso averiguar qué está pasando-dijo Steven, mirando decidido el túnel por el que se fue Granate, uno de los pocos en los que aún no había oído ninguna explosión o jaleo-. Todo este lío es culpa mía, y les voy a demostrar que puedo solucionar mis propios errores. ¡Yo también soy una Gema de Cristal!-exclamó Steven, corriendo por el túnel mientras iba dejando cada vez más atrás la seguridad de la sala del Corazón.

Sus pasos acelerados le llevaron por el oscuro pasillo del templo hasta llegar a una puerta abierta, a través de la cual le llegaba el aire caliente típico de una sala en concreto que él había visitado ya en varias ocasiones. Atravesando el arco, Steven se encontró de repente en la Sala de Fundición, en la cual además de las múltiples Gemas capturadas flotando en el aire se encontraba Granate, armada con sus puños y mirando decidida a una de las cerradas puertas de la estancia. Girándose hacia Steven, lo miró con lo que seguramente serían ojos de sorpresa, aunque sus gafas hacían complicada la tarea de adivinar lo que la Gema pensaba de su presencia allí.

-¡Steven!-exclamó ella, sin abandonar su postura de combate-. ¿Qué te he dicho? Vuelve a la sala del Corazón.

-¡No! Todo este lío es por mi culpa, y pienso ayudaros a capturarla-dijo él, corriendo hasta su lado. A pesar de lo mucho que desaprobaba que se hubiera puesto en peligro así, Granate no pudo evitar sonreír al ver el valor que estaba mostrando Steven al reconocer su error y querer enmendarlo. Su pequeño estaba creciendo.

-Steven, nadie te echa la culpa de nada. Te prometo que hablaremos de esto cuando la situación se calme, pero por ahora…-El sonido de golpes y explosiones les llegó desde el otro lado de la puerta, alertando a ambos a medida que el estruendo iba en aumento-. Vale, ya es tarde para retroceder. ¡Prepárate, Steven!

-¡Sí!-exclamó él. Tenía algo de miedo, aunque la presencia de Granate a su lado lo reconfortaba un poco. Si ella había decidido confiar en él para luchar codo con codo, él no la iba a decepcionar.

-Esta Gema no es como las otras con las que te has enfrentado. En cuanto aparezca, intenta invocar tu escudo para detenerla. Es lo único que puede pararla-dijo Granate, apretando los puños. Steven, ante la mención de su escudo y de lo importante que era, se puso algo nervioso, ya que aún no controlaba demasiado bien la Invocación del Arma. ¿Y si no conseguía invocarlo de nuevo? ¿Se sentiría decepcionada Granate de él? Granate notó sus nervios, y trató de animarlo-. No te preocupes, Steven. Confía en tus poderes, recuerda por qué estás luchando, y todo irá bien.

Steven, ante las palabras de Granate, se encontró pensando en todas las personas que le importaban y que se encontraban en el exterior del templo. Si no conseguían detener a aquella Gema y esta se escapaba, sus amigos y seres queridos estarían en peligro, y eso era algo que Steven no iba a permitir. Con renovada determinación, se tragó sus miedos y centró su atención en la puerta de la estancia. Su mirada de decisión agradó a Granate, que adoptó su propia postura de pelea mientras enfrontaba con él a lo que fuera que fuera a aparecer por la puerta.

Curiosamente, la sombra no apareció por la puerta como ellos habían pensado que haría, sino que atravesó como si nada la pared de la estancia justo por encima de la puerta. Quien apareció por ella, en cambio, fue Amatista, convertida en rinoceronte y con Perla detrás.

-¡Ven aquí, fantasmilla!-exclamaba Amatista a medida que arrasaba con todo, un par de viejos tablones y fragmentos de puerta aún incrustados en su cuerno. Detrás de ella, Perla empuñaba la lanza mientras alternaba su atención entre la sombra y su destructiva compañera.

-¡Amatista, te estás pasando!-le dijo, para luego centrar su atención en la sombra, quien se había puesto a revolotear por entre las pompas de la sala-. ¡Granate, va a por las Gemas!

-¡Ya lo veo!-dijo Granate, arrancando un pedazo de suelo con sus puños y lanzándoselo a la sombra en cuanto se apartó momentáneamente de las burbujas rosas. Por desgracia, la sombra retorció su cuerpo y la roca pasó a su lado sin rozarla siquiera.

-¡Cuidado! Si les damos a las burbujas, empeoraremos la situación-dijo Perla, tratando de seguir los erráticos y veloces movimientos de la sombra. Amatista, tras detener su carrera, sacó de su gema su fiel látigo y lo lanzó contra la sombra, rodeándola por completo.

-¡Si, bien hecho!-exclamó Steven, al ver que Amatista había conseguido atrapar a la sombra.

-¡Toma ya! Amatista uno, fantasmilla cero-proclamó ella, satisfecha consigo misma. Granate y Perla, en cambio, no se mostraron tan optimistas.

-No cantes victoria todavía-dijo Granate. Ante la sorprendida mirada de Steven y Amatista, el cuerpo de la sombra pareció volverse temporalmente borroso, mientras una extraña niebla negra parecía desprenderse de su cuerpo. El látigo de Amatista cayó flácido al suelo, habiendo atravesado previamente el cuerpo de la sombra.

-¡Eh!-exclamó Amatista, recogiendo su látigo-. ¡No vale, se suponía que tenias que permanecer atada!-La sombra, quien parecía poder entender las palabras de Amatista, tembló ligeramente como si se estuviera riendo de ella. La blanca y difuminada sonrisa que apareció bajo su ojo, semejante a una mal dibujada media luna, acabó de confirmar sus sospechas. De su cuerpo salió un largo apéndice negro, tan oscuro como el resto de su cuerpo y acabado en una mano que poseía garras por dedos. Tras agarrar una de las burbujas que pululaban a su alrededor, la sombra se abalanzó con su trofeo hacia el techo de la estancia, atravesándolo.

-¡Todos fuera!-exclamó Granate, dirigiéndose a la salida. Steven y el resto de Gemas se apresuraron a seguirla, atravesando la puerta del templo y volviendo a la casa de la playa.

Desde la puerta pudieron ver como la sombra salía de entre las tablas del suelo, la Gema robada todavía en su mano, mientras les miraba con su feroz ojo blanco. Rápidamente, Granate saltó desde donde se encontraba hacia la sombra, sobrevolando de un salto toda la estancia y pasando por encima del portal. La sombra permaneció firme en su sitio, a pesar de que los puños de Granate parecían dirigirse sin vacilar hacia su cuerpo, pero cuando finalmente pareció que estos iban a impactar contra ella, la sombra volvió a hacer vaporoso su cuerpo y Granate la atravesó como si no estuviera allí, su puño estrellándose contra el suelo y clavándose en él sin más dificultad.

La sombra empezó a avanzar rápidamente, ignorando a Granate mientras se dirigía directamente hacia el portal. Perla y Amatista intentaron también atacarla, pero cada vez que sus armas parecía que iban a tocarla, se convertía en aquella niebla tan extraña y simplemente permitía que los ataques de las Gemas atravesaran su cuerpo, sin que estos parecieran tener efecto alguno en ella.

-Muy bien, a ver qué te parece que te haga una visita tu buen amigo…¡EL PUMA PURPURA!-exclamó Amatista, convirtiéndose de nuevo en luchadora y abalanzándose sobre la sombra. Esta se la quedó mirando mientras volaba en su dirección, y justo cuando parecía que Amatista la iba a atrapar, la sombra volvió a volverse intangible. Amatista, atravesando la niebla oscura que formaba su cuerpo, acabó estrellándose de cara al suelo, atravesando ligeramente las tablas-…auch.

Lo único que se encontraba entre ella y la brillante plataforma de cristal era Steven, quien se mantuvo erguido delante de la sombra con su férrea determinación como única arma. La sombra lo miró fijamente, y Steven intentó que no se notara lo mucho que lo intimidaba, a pesar del evidente temblor de piernas que tenía.

-¡Steven, sal de ahí!-exclamó Perla, corriendo en su ayuda. Sin embargo, antes de que consiguiera alcanzarlos, la sombra se abalanzó sobre Steven. Este, por instinto, puso el brazo por delante para protegerse, pero negándose a apartar la mirada de aquella sombra. Las Gemas necesitaban su ayuda, y él haría lo que fuera por ayudarlas, por demostrar que era tan válido para proteger aquel mundo como ellas. Bajo su camisa, su gema brilló con bastante intensidad, y su firme escudo apareció en su brazo. La sombra, convirtiéndose en niebla, trató de atravesar el cuerpo de Steven, pero sorprendentemente acabó estrellándose de cara contra el escudo, el eco del impacto resonando como una campana por toda la habitación.

La sombra se retorció al retroceder, estirándose y ondulando como una serpiente en el aire ante Steven. Por un momento, este creyó que iba a conseguir contener a la Gema, pero esta consiguió agarrarlo por un pie con otra de sus garras, y lo lanzó contra las Gemas de Cristal, que consiguieron atraparlo antes de que pudiera hacerse algún daño.

-¡Steven!-exclamaron todas al verlo sano y a salvo entre sus brazos-. ¿Estás bien? ¿Te has hecho algún daño?

-Estoy bien, estoy bien…-dijo Steven-. ¡Mirad!

Aprovechando el breve momento de despiste de las Gemas, la sombra consiguió alcanzar finalmente el portal. Dedicándoles una última mirada de odio, alzó en su mano la Gema robada y apretó hasta hacer estallar la burbuja. Bajando la mano, estrelló la Gema contra el portal, haciéndola añicos ante la horrorizada mirada de Steven y activando el dispositivo. Una brillante columna de luz envolvió la sombra, quien empezó a disolverse en su interior hasta desaparecer. Para cuando el portal volvió a la normalidad, en su base ya solo quedaban los fragmentos de la Gema destruida.

Rápidamente, Granate entregó a Steven a las otras dos Gemas.

-Quedaos con él. Yo intentaré atraparla antes de que escape-dijo, y sin esperar a que las otras Gemas le respondieran, saltó al portal y pronto ella también desapareció.

El silencio y la calma volvieron de nuevo a la casa, mientras las miradas de todos los presentes parecían centradas en el ahora silencioso portal. Librándose del agarre de Perla y Amatista, Steven fue hacia el portal, y agarró uno de los fragmentos de la Gema destruida. Por lo que le habían contado, una Gema no moría realmente cuando su cuerpo era dañado. Su mente y vida estaban ligadas a su Gema, y mientras esta permaneciera intacta, podrían seguir regenerando sus cuerpos cuantas veces hicieran falta. Sin embargo, si la Gema se dañaba o era destruida, las consecuencias eran mucho más serías para la Gema. Con lágrimas en los ojos, Steven se giró hacia Perla y Amatista, que lo miraban con una mezcla de pena y preocupación.

-¿Por…porque? ¿Por qué lo ha hecho?-dijo, agarrando varios fragmentos más de la Gema y contemplándolos con impotencia entre sus manos. Ni toda su saliva podría sanar aquello. Se…había ido. Se había ido para siempre.

-Oh, Steven…-dijo Perla, yendo hasta donde estaba él y rodeando su cuerpo con sus brazos. Steven apretó su cara contra el pecho de Perla, llorando desconsolado por lo que acababa de suceder. Era muy doloroso ver como alguien desaparecía así, sin más. Daba igual que fuera un humano, una Gema, o lo que fuera. Era terrible-. Tranquilo, no pasa nada. Hemos hecho lo que hemos podido, pero a veces estas cosas pasan-dijo con tono consolador, tratando de reconfortar al desolado joven.

-Pero… ¿Por qué lo ha hecho? ¿Quién era esa Gema? ¿Por qué no estaba encerrada con las demás?-preguntó Steven, separando su cara del cuerpo de Perla. Con sus ojos llorosos, notó la mirada asustada y preocupada de Perla-… ¿Qué no me estáis contando?-quiso saber.

-Steven, yo…nosotras…-dijo Perla, claramente incomoda y sin saber cómo explicarle aquello a Steven. Girándose, miró a Amatista en busca de ayuda, pero esta se limitó a alzar las manos.

-Eh, a mi no me mires-dijo Amatista-. Yo tampoco tengo ni idea de quién era esa.

Perla, al ver que no había forma de escapar de aquella situación, miró de nuevo a Steven, y se preparó para decir la verdad.

-Esa…era Obsidiana-dijo Perla-. Es una Gema del Planeta Natal, al igual que Peridoto, solo que mucho más antigua.

-¿Y qué hacía en el templo? ¿Por qué estaba encerrada en aquella sala?

-Ella fue nuestra enemiga en la Rebelión de hace casi 6000 años-dijo Perla. Poniéndose de pie, dio la espalda a Steven, y a juzgar por su postura estaba claro que aquel tema de conversación no era fácil de tratar. En general, nada que tuviera que ver con la Gran Guerra de las Gemas era fácil de tratar-. Era una Gema muy peligrosa, una autentica asesina despiadada. Destruyó a muchos de nuestros compañeros y a otros enemigos del Planeta Natal y de los Diamantes, e intentó acabar conmigo y con tu madre en muchas ocasiones.- Perla recordaba bien aquellos tiempos. Recordaba el miedo que sentían ella y todas las demás Gemas ante la mención de aquella asesina fría e implacable, el terror que su sombra provocaba en el corazón de todas las Gemas cuando se adentraba en el campo de batalla-. Al final, Rosa y ella tuvieron un duro enfrentamiento durante una gran batalla, y aparentemente tu madre la…-Perla se giró hacia Steven. Por alguna razón, parecía muy nerviosa-…bueno, que consiguió ahuyentarla. Estuvo desaparecida desde entonces, y creímos que había huido de vuelta al Planeta Natal.

-Un momento… ¿Entonces qué hacía en el templo?-preguntó Steven, extrañado. Si realmente aquella Gema se había escapado, entonces no tenía sentido que la hubiera encontrado en las entrañas del templo.

-Yo…no lo sé-confesó Perla-. La sala en la que te encontramos era el Calabozo. Era donde se encerraba a las Gemas enemigas o a aquellas demasiado peligrosas como para arriesgarse a que se regeneraran durante la Guerra de las Gemas. Un día, las Gemas del Planeta Natal lanzaron un ataque sorpresa contra nuestra base y consiguieron liberar a todas nuestras prisioneras y escapar, pero por alguna razón, al parecer, Obsidiana se encontraba ahí también y la dejaron atrás.

-¿Pero qué hacia ella encerrada? ¿Cómo pudo acabar aquí?

-No lo sé, Steven-dijo Perla, cabizbaja-. Lo único que se me ocurre es que tu madre consiguió, de alguna manera, capturarla y encerrarla en el Calabozo, aunque a mí nunca me dijo nada al respecto.

-Eh, no te apures-le dijo Amatista-. Rosa tenía muchos secretos, ya lo sabes.

-¡Si, pero no conmigo, y mucho menos sobre algo tan serio como Obsidiana!-exclamó Perla, frustrada. Estaba claro que le dolía que Rosa no hubiera confiado en ella para algo tan importante como aquello, aunque todos querían pensar que había tenido sus propias y buenas razones para no haberlo compartido con nadie. Aun así…

El portal volvió a encenderse. Del haz de luz surgió Granate, aparentemente intacta.

-¡Granate!-exclamaron todos al verla. Steven se lanzó contra ella, abrazándole una de las piernas. Sonriendo, esta le acarició su rebelde mata de pelo.

-Lo siento, no pude detenerla-dijo con tono más serio-. Ha escapado. Ahora mismo puede estar en cualquier punto del universo.

-Habrá vuelto al Planeta Natal, aunque aún no se cómo pretende hacerlo-dijo Perla-. Has hecho lo que has podido, Granate.

-Aun así, no ha sido suficiente-dijo ella, frustrada-. Obsidiana es una amenaza para todos, y con Peridoto suelta por ahí, el peligro no ha hecho más que aumentar.

Steven, todavía agarrado a Granate, miró cabizbajo al suelo. Toda aquella situación había sido culpa suya, por haber liberado sin saberlo a Obsidiana. De no ser por él, ahora no se encontrarían en esa situación.

-Chicas, lo siento. Esta vez sí que la he fastidiado pero bien…-dijo él, profundamente arrepentido. Seguramente le iban a culpar de todo aquello y no volverían a confiar más en él, pero lo que en realidad hicieron acabó por sorprenderle.

-No es culpa tuya, Steven-dijo Granate, sonriéndole cálidamente-. No podías saber lo que iba a pasar, ni qué clase de lugar era el Calabozo. Es cierto, no deberías haber sido tan curioso, pero en el fondo la culpa es solo mía-dijo ella-. Yo soy quien debería de haber visto mejor los movimientos de Obsidiana, y quien ha dejado que se escapara. Chicas, Steven, lo siento mucho-dijo, inclinando la cabeza.

-¿Qué dices?-preguntó Perla, incrédula-. De haber una culpable, esa sería yo. Insistí en que no habláramos a Steven del Calabozo porque era muy peligroso, y por ello no sabía lo que hacía hasta que pasó lo peor. La culpa es solo mía.

-¡Eh, eh, que yo también tengo buena parte de la culpa!-exclamó Amatista-. Si no hubiera tirado a Steven por la catarata de Perla, no hubiera podido acabar en el Calabozo, y no habría liberado a esa tal Obsidiana. Además, también me he cargado como la mitad del templo persiguiéndola, y creo que he derrumbado parte de la habitación de Perla, de manera que la única culpable aquí soy yo-dijo, sacando pecho como si estuviera orgullosa.

-No, Amatista, al culpable soy…-empezó a decir Perla, hasta que de repente se calló-. ¡Espera, ¿qué de qué?! ¿¡Cómo que has derrumbado parte de mi cuarto!?-exclamó ella, furiosa de repente. Amatista se limitó a sonreír.

-Creo que es la hora de que ¡me las pire!-dijo riendo antes de salir corriendo por la puerta de la casa, con Perla persiguiéndola y gritando incoherencias mientras intentaba atraparla. La situación hizo bastante gracia a Steven, quien se encontró más animado al ver que las Gemas no le consideraban el único responsable de aquel lio. Entendía que, a su propia manera, habían intentado que no se sintiera tan mal por lo ocurrido, a pesar de lo serio de su situación. Su amor por las Gemas no hizo más que aumentar.

-Granate, muchas gracias-dijo Steven, abrazando a Granate una vez más. Sonriendo, Granate se agachó para devolver el abrazó a Steven.

-No hay de que, pequeño. Ya verás como todo se solucionará al final.- El abrazó siguió por varios segundos más. Sonriendo, Steven se encontró finalmente animado y feliz en los brazos de Granate, contento de que al final conservaran la esperanza de que el futuro sería mejor-. Por cierto-añadió Granate-, estás castigado por haberme desobedecido antes.- La sonrisa de Steven se esfumó.


Y hasta aquí el principio de esta nueva historia.

Espero que os guste cómo he empezado todo, y que mi nuevo OC, Obsidiana, también os guste mucho.

Así pues, espero vuestras opiniones sobre como veis el futuro de esta historia, y nos vemos en el próximo capítulo.

Chao, chao.